Ha pasado más de un mes desde que la periodista y columnista Adriana Villegas denunció los cantos violentos con los que entrenan los militares del Batallón Ayacucho de Manizales y las mujeres de la ciudad siguen esperando sus disculpas públicas.
27 de noviembre de 2020
Por: Laila Abu Shihab Vergara / Ilustración: Angie Pik
cantos misóginos

Un minuto antes de morir
Escuché la voz de mi novia
Que con voz de perra me decía
Si te mueres se lo doy al policía.

Porque yo soy, ja, soy, ja, el vampiro negro
Yo nunca tuve madre, ni nunca la tendré
Si alguna vez yo tuve con mis manos la ahorqué.
Yo nunca tuve novia, ni nunca la tendré
Si alguna vez yo tuve, los ojos le saqué.

Este canto, abiertamente violento y machista, muchas veces acompaña la instrucción militar de quienes están llamados a proteger a la ciudadanía. 

Lo grabó la periodista, columnista y profesora Adriana Villegas Botero el pasado 12 de octubre desde su casa, al frente del Batallón Ayacucho de Manizales. Eran las 7:30 de la noche. Estaba en su cuarto con su hija de ocho años y cuando comenzaron los cantos de los soldados que habían salido a trotar en una calle cerrada quiso alejarla de eso -“yo también quería alejarme, a quién le puede gustar escuchar algo así”-, así que la llevó a otra habitación donde pudieran aislarse de ese ruido que resultaba invasivo, donde no se oyera tan fuerte.

Su conmoción la llevó a escribir sobre el tema en una columna titulada “No es broma, es violencia”, publicada el 18 de octubre en el diario La Patria. Los soldados acompañaron el entrenamiento de ese día con cantos que en tiempos de acuerdo de paz, reconciliación y posconflicto más parecen un llamado a la venganza y a matar guerrilleros. El vecindario entero tuvo que escuchar los cánticos, aunque no quisiera. 

Ocho días después de que apareciera la columna, un militar llegó a la portería del conjunto de Villegas con un sobre que contenía una “citación a diligencia de declaración juramentada” en las instalaciones del batallón, dentro de una indagación disciplinaria radicada con el número 056-2020. 

¿A quién o a quiénes estaban investigando? ¿Por qué motivos? ¿Qué tenía que ver ella en eso? No había ningún detalle al respecto. Lo que sí había, en la última línea de la carta, firmada por una mujer, la coordinadora jurídica del Batallón de Infantería No. 22 “Batalla de Ayacucho”, mayor Ángela María Guio Jaimes, era una clara advertencia: “El incumplimiento a esta diligencia le hará acreedor a las sanciones de ley”.

Un mal viejo 

No es la primera vez que Villegas, también abogada y novelista, escucha los cantos misóginos y violentos de los soldados; no es la primera vez que escribe sobre el tema. 

Un pajarito se cayó en la puerta de un convento
Y las monjas se quedaron con el pajarito adentro.
Todos los muchachos tienen en el pecho la alegría
Y dos cuartas más abajo el cañón de artillería.

El 2 de diciembre de 2018, en una columna titulada “Cantar y disparar”, se preguntó qué revelan estos cantos “acerca de lo que se aprende en los cuarteles” y afirmó que le producían una “mezcla de tristeza y miedo” y le recordaban “las dificultades de dejar la guerra atrás”.

Sin embargo, esta sí es la primera vez que su llamado tiene eco. Un día después de la publicación de la columna, el Bloque Feminista de Manizales, que agrupa a 11 colectivos que trabajan temas de género, publicó un comunicado para rechazar “enfáticamente este tipo de manifestaciones de odio hacia las mujeres” que solo “logran hacer de la violencia y la muerte algo banal y naturalizable”, y le exigió disculpas públicas al Batallón Ayacucho. Después se sumaron a ese pedido la Asamblea de Caldas, la entonces Secretaria de la Mujer y Equidad de Género de la Alcaldía de Manizales, Matilda González, y la Defensora del Pueblo en Caldas, Jazmín Gómez Agudelo, entre otros.

De repente, Villegas se vio invadida de mensajes. Le han dicho “bruja” y “feminazi”, que no debería ser profesora universitaria, que para dejar de hablar del tema lo que necesita es que “le amplíen la cocina”, que “deje de meter las narices donde no le incumbe”, que está armando un “escándalo ridículo” porque esos cánticos solo “suben la moral de la tropa ante los bandidos”, que si le molesta la letra porqué no se queja también del reguetón, que si acaso quiere que los militares sean entrenados con “cantos de niños”.

Sube sube guerrillero, que en la cima yo te espero
Con granadas y morteros, de baja te daremos.
A tus mujeres violaremos y a todas mataremos.
Uno a uno bajaremos, de tu carne comeremos.

Pero de la avalancha de respuestas también surgieron valiosas reflexiones de decenas de personas que escucharon o fueron obligadas a entonar cantos similares.

“A mi sobrino hace casi 20 años le tocó cantar eso en una guarnición. ¡Da tristeza que en esa institución formen violentos!”. “En el año 1992 presté mi servicio militar obligatorio en la Infantería de Marina ARC Coveñas y había cantos en contra de las mujeres (…) se les advertía que serían violadas”. “Yo presté servicio militar en el 88 y me sé varios de esos cantos. Realmente son macabros, obviamente en esa época no lo entendía, pero sí deben tener muchas implicaciones en el pensamiento y comportamiento”.

“Mi hermano menor se fue a prestar servicio militar y envió un video a mis papás trotando y cantando con el pelotón. Cuando escuché ‘la novia con voz de perra que se lo iba a dar al policía’ no supe qué decir. Sentí rabia y miedo”. “Mejor no les cuento los que me tocaron a mí en 1975, en La Guajira”. “Recuerdo que nosotros repetimos de esas y peores en el trote de las tardes por las calles de Armenia. Un soldado, rapero él, tomaba la vocería y solo repetía lo que la doctrina nos enseñaba. Pensé que eran otros tiempos”. 

“Recuerdo un cántico que escuché de niña en el que decían que de vuelta a casa, a la mamá le daban un abrazo y a la novia un balazo… de eso hace más de 45 años… la cosa no ha cambiado mucho”. “Eso de los cantos brutales de los soldados es viejo. Hay otros que hablan de baños de sangre o de atacar civiles. Son sádicos, en general. La idea en últimas era de hacernos perder nuestra humanidad… y hubo varios que se lo creyeron”.

La teoría de las ‘manzanas podridas’

Cinco días después de publicada la primera columna de Villegas Botero, el comandante del Batallón Ayacucho, teniente coronel Eduard Mauricio Delgado Hernández, tuvo que emitir un comunicado en el que aseguró que “los términos usados en los cantos o animaciones referenciados no corresponden a ninguna instrucción o doctrina militar impartida dentro de la institución”. También afirmó que “frente a la situación denunciada, este comando inició la verificación correspondiente para identificar a los uniformados que habrían incurrido en esta mala práctica y fortalecer la capacitación en derechos humanos a este personal”. 

En el comunicado -que según confirmó Vorágine fue revisado y aprobado por el Ministerio de Defensa en Bogotá- también se hace alusión al Reglamento de Cantos y Toques de Corneta del Ejército, según el cual estos deben conservar un “lenguaje adecuado, respetuoso e incentivando el espíritu de cuerpo con base en la exaltación de la dignidad humana”.

El comandante de las Fuerzas Militares, general Luis Fernando Navarro, prometió que serán sancionados no solo los soldados que entonaron los cánticos sino sus superiores del Batallón Ayacucho, pues “en absoluto es política de las Fuerzas Militares estar generando odios o algún tipo de ataques contra algún núcleo específico de población, contra las mujeres, contra los menores; eso se está tratando y se tomarán las medidas disciplinarias a las que haya lugar, no es doctrinario de las Fuerzas Militares de Colombia”.

Pero el 27 de noviembre, día de publicación de esta historia en Vorágine, el Ejército aún no había hecho lo primero que exigieron las mujeres y varias instituciones de Manizales y de Caldas: pedir disculpas públicas.  

“La columna salió un domingo y a mí me llamó el comandante del batallón al celular el viernes siguiente a decirme que estaban muy agradecidos, que esto es intolerable, que es un caso excepcional e inaudito y van a investigar y sancionar a los culpables, pero el hombre ni siquiera se dio cuenta de que mi columna era sobre el lenguaje y él todo el tiempo me decía “mi doctorcita esto”, “mi doctorcita porqué no viene y se toma un café con nosotros”, “me gustaría mucho mi doctorcita conocerla”. Yo le respondí que debían disculparse públicamente, pedir perdón, y todo lo que me dijo fue “sí mi doctorcita, tenemos que trabajar”, le explica Villegas a Vorágine. 

“La solución no puede ser sancionar a quienes cantaron, mostrar el trofeo de que suspendieron o echaron a 2 o 30 soldados, sino que hagan un trabajo pedagógico profundo. Pero eso exige, primero, entender que tienen un problema. Si el Ejército no reconoce como institución que durante muchos años y aunque no estén en una cartilla oficial, en su interior se han perpetuado estos cantos violentos, cómo van a trabajar para solucionarlo. Ahí quien pierde es la sociedad”, dice la periodista. 

Lo que sí hizo el Batallón Ayacucho fue “conmemorar la semana de la No violencia contra la mujer”, del 23 al 27 de noviembre, con una serie de “capacitaciones, actividades lúdicas y reflexiones sobre el rol de la mujer en la sociedad”, sumadas a “actos simbólicos dentro de la unidad militar y en lugares representativos del departamento” de Caldas. 

Según el comunicado entregado por la oficina de prensa del batallón al respecto, “las mujeres y hombres del Batallón Ayacucho hicieron una semblanza sobre la mujer en un evento muy sentido, remitiéndose al Dios todopoderoso y haciendo una exaltación a las mujeres que han sido seres hasta el fin de los tiempos, escogidas para gestar vida, y no se refirieron a vida en el estricto sentido de la palabra, ya que hay muchas formas de engendrar vida, porque vida es sinónimo de mujer y mujer es sinónimo de poder, entrega, devoción, ternura y resiliencia (sic)”.

En los eventos, agrega el batallón, se les hizo una invitación a todas las mujeres para “engalanar con su presencia todos los espacios, que permitan que sus labios pronuncien palabras salidas del alma, sus manos ayuden a construir y sus actos den cuenta de lo que abunda en sus corazones”. 

Al no asumir la responsabilidad institucional y no pedir disculpas públicas, cree Villegas, el Ejército está desperdiciando una oportunidad de oro para propiciar una transformación cultural y solucionar un problema de raíz, que incluya fortalecer la formación en derechos humanos y equidad de género no solo de los soldados sino del personal administrativo y de los civiles que trabajan para las Fuerzas Militares. 

“En esta conversación pública vi una enorme oportunidad para el Ejército: la de revisar una cultura oral arraigada y extendida. Una tradición tan vieja que en ‘Guadalupe años sin cuenta’, la obra de 1975 del Teatro La Candelaria, un grupo de soldados trota y canta: “los soldados desertores son los hijos de las putas”, afirmó luego. 

Ese 12 de octubre, mientras oía los cantos de los soldados desde su casa y trataba de que su hija no los oyera, Adriana recordó el caso de la niña embera de 12 años que fue violada por siete soldados en Pueblo Rico (Risaralda), en junio de 2020. Según la Procuraduría -que este 26 de noviembre impuso la máxima sanción a los militares, destituyéndolos e inhabilitándolos por 20 años- la niña fue secuestrada durante tanto tiempo que eso les permitió que llamaran por celular a otros soldados para invitarlos a abusarla sexualmente. 

Cuando el país se enteró de este caso aberrante, el comandante del Ejército, general Eduardo Zapateiro, reconoció que desde 2016 se han abierto investigaciones contra 118 miembros del Ejército por presunto abuso sexual. 

“Según el batallón, como en ninguna cartilla aparece la orden escrita de cantar esas letras entonces son casos aislados, de ‘manzanas podridas’. La solución es punitiva y no pedagógica: sancionar soldados que en una organización jerárquica tienen nula posibilidad de rehusarse a cantar lo que allí aprenden”, escribió Villegas en otra columna sobre el tema, el 15 de noviembre. 

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El riesgo de denunciar

Cuando se muera mi suegra
Que la entierren boca abajo
Por si se quiere salir
Que se vaya más abajo. 

Con los huesos de mi suegra
Voy a hacer una escalera
Pa’ bajar a su tumba
Y pisar su calavera. 

Con los pelos de mi suegra
Voy a hacer un estropajo
Pa’ tallarle a su hija
El ombligo y más abajo.

Además de la oportunidad desperdiciada y de la conversación que el Ejército no quiere que se dé al respecto, tras zanjar el problema con una investigación interna y una sanción sin reconocer que durante décadas se han promovido y tolerado esos cantos, el terremoto que produjo la columna ha suscitado otro debate importante, alrededor de la libertad de expresión.

Por denunciar la existencia de los cantos, Villegas terminó recibiendo en su casa y de manos de un militar -no por correo certificado ni por correo electrónico- una carta confusa, sin mayor información e intimidante en la que se le exigía presentarse en el batallón para rendir declaratoria juramentada el 29 de octubre a las 10 de la mañana, con la advertencia de que si no lo hacía, sería sancionada. 

La columnista respondió que no podía salir porque en su conjunto residencial se registraron fallecidos por covid-19 y la Secretaría de Salud de Manizales declaró que era un foco epidemiológico y los residentes debían permanecer aislados en sus casas. Y aunque hubiera podido salir, Villegas no entiende porqué la citaron si todo lo que tenía que decir sobre el tema ya había quedado dicho en su columna. 

El batallón le contestó diciéndole que había abierto una investigación gracias a su denuncia y que ella no estaba vinculada y se le garantizaba el debido proceso, y fijó una nueva fecha para la diligencia, esta vez virtual, el 5 de noviembre. Pero le negó la posibilidad de asistir acompañada por la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP), con el argumento de que el proceso está sometido a “reserva”.

La FLIP, en cabeza de su director ejecutivo, Jonathan Bock, envió entonces una solicitud a la Procuraduría General para que ejerza el “poder disciplinario preferente”, con lo cual podría conocer en cualquier momento la investigación disciplinaria y hasta solicitar que el proceso sea trasladado a esa entidad. 

La Procuraduría todavía no se ha pronunciado al respecto y el Ejército volvió a aplazar la diligencia de declaración de la columnista para el 14 de enero de 2021, a las 9:30 de la mañana. 

“Yo considero que mi testimonio es una prueba superflua porque no tengo nada más que agregar distinto a lo que ya publiqué, pero ellos dijeron que no, que debo ir a ratificar lo que escribí y que si no voy me sancionan. El solo hecho de que llegue un uniformado a la puerta de mi casa es un gesto supremamente intimidante”, le dijo Villegas a Vorágine. 

Y en una nueva columna publicada hace dos semanas señaló: “Los periodistas tenemos deberes ciudadanos, pero si por cada denuncia que publicamos nos citan como testigos y nos advierten que “el incumplimiento a esta diligencia le hará acreedor a las sanciones de ley” se sienta un precedente nefasto para el ejercicio profesional: aunque tengamos derecho a la reserva de las fuentes muchos se abstendrán de investigar y publicar: algunos por sentirse intimidados y otros porque qué desgaste ir a audiencias por cada denuncia publicada”.

El 18 de noviembre, en Caracol Radio, el comandante del Ejército dijo que dio la orden de que se construya “una cartilla de obligatorio cumplimiento que estandarice los lemas, cantos y animaciones que motiven el entrenamiento de los soldados, sin transgredir derechos fundamentales de ninguna persona y en especial de nuestras queridas mujeres”.

Lo extraño es que en esa misma entrevista el general Zapateiro fue enfático en que “en ningún momento el Ejército llamó a citación” a la periodista y escritora. “Solo quería escucharla, no citarla, nada de eso”, dijo.

Pero las cuatro cartas que son citaciones formales a rendir declaratoria juramentada, que Villegas tiene hoy en su poder, desmienten al comandante del Ejército.

Lo bueno, asegura la columnista, es que hoy al menos una parte de la sociedad está hablando abiertamente de estos temas.

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