6 de agosto de 2021
Hasta dormir duele. A partir del día en que mataron a Santiago, Sandra Milena solo ha sido capaz de cerrar los ojos durante dos o tres horas cada día. No sabe si es mejor estar dormida o despierta. Porque no es que Santiago se le presente en las noches para decirle que todo va a estar bien, como ella creyó que pasaría en los sueños.
Cuando sus fuerzas para mantener los ojos abiertos no dan más, comienza a revivir, de forma nítida, todos los momentos que compartió con él en 19 años: lo ve en paseos, en reuniones, casi que siente que le puede tocar el hombro mientras mira cómo se devora un sancocho bajo un árbol a la orilla del río caliente, lo ve tomándose una cerveza, haciendo chistes delante de los tíos, nadando, montando bicicleta, ensayando para su papel de pirata en la obra de teatro del colegio. Son tan intensas las imágenes que merodean la mente dormida de Sandra Milena, que el despertar se convierte en una tortura. Y ahí empieza una vigilia que se extiende indefinidamente en una especie de círculo que no se cierra nunca.
Han pasado tres meses desde que un oficial de la policía mató a Santiago en Ibagué. El primero de mayo, cuando ocurrieron los hechos, el país reverberaba en las calles. Hubo marchas en contra del gobierno de Iván Duque en las principales ciudades y pueblos del país. Aunque las demandas de los protestantes eran diversas, la reforma tributaria que planeaba presentar el entonces ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, se convirtió en la llama que encendió la indignación hasta niveles que no se veía en décadas. Era como si las quejas hubiesen estado hibernando desde las protestas de 2019. El 28 de abril, ya terminadas las cuarentenas y estando en el tercer pico de la pandemia por el coronavirus, la gente no aguantó más. Y salió a las calles. El gobierno solo retiró la reforma el 5 de mayo. Muy tarde, ya no había vuelta atrás. Las movilizaciones se extendieron por dos meses y medio.
La reacción de la policía fue reprimir las protestas. Investigadores de Human Rights Watch indicaron que existen evidencias sólidas que apuntan a que 20 ciudadanos habrían perdido la vida por la violencia policial durante ese tiempo, entre ellos Santiago. Estos hallazgos se basaron en informes médicos y forenses, así como entrevistas a testigos. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), tras una visita al país que la Presidencia trató de evitar de varias maneras, concluyó en un informe que la respuesta del gobierno de Colombia a las protestas se basó en un “uso desproporcionado de la fuerza”.
El 5 de mayo, cuatro días después del asesinato de Santiago, Vorágine publicó una radiografía del caso de Santiago, reconstruida a través de testimonios recogidos en caliente, entrevistas a los familiares del joven y pruebas obtenidas por fuentes primarias. Hasta ese momento, sin embargo, no se conocía la identidad del policía que le había disparado a Santiago.
Aquí puedes leer la crónica: “Llévame contigo amor”: la noche oscura de Sandra, la madre de Santiago Murillo.
Como se puede leer en el texto, Santiago no estaba participando de las protestas. Tres meses después, Sandra Milena ha venido entendiendo los detalles de los hechos, tras asistir a audiencias y entrevistas, y enfrentarse con un duelo imposible de dimensionar.
—La primera semana nosotros no sabíamos lo que había pasado, un mes después vine a enterarme de la hora en que mi hijo pasó por ahí, por la carrera quinta con calle 60. Por el relato de la Fiscalía supe que él estaba en ese lugar a las 8:30 de la noche. Y que a las 8:45 con 52 segundos recibió el disparo.
Y es que en los detalles está la verdad, esa verdad cruda y dolorosa. La fiscal Carolina Arciniegas, a quien le llegó el caso por reparto, encontró testigos y grabaciones de cámaras de seguridad que le permitieron armar el rompecabezas del asesinato. Eran pasadas las 8 de la noche del primero de mayo cuando se presentó eso que las autoridades llaman “una alteración del orden público”. Unos 200 manifestantes que bajaban por la carrera quinta, a la altura de la calle 60 se enfrentaron con la policía. Varios de ellos, que venían caminando en sentido sur-norte, lanzaron piedras a los uniformados, muchos de los cuales estaban al otro lado del carril, más exactamente en la librería Panamericana. Una tanqueta del Esmad que pasó por allí en dos ocasiones recibió los impactos de las piedras.
Esta situación, relata la fiscal, alertó a dos oficiales de la policía que estaban a una cuadra de allí. Ellos eran el mayor Jorge Mario Molano Bedoya y el teniente Andrés Parra, de la estación Norte. Al ver a lo lejos que una turba seguía lanzando piedras, ambos desenfundaron sus armas de dotación, y comenzaron a disparar al suelo y al aire. La intención, dijeron, era disipar la concentración de personas que se encontraban sobre la avenida quinta. Ante el sonido de las balas y el paso de la tanqueta, los manifestantes se replegaron hacia la calle 64 con carrera 5. Una vez se deshizo la aglomeración y se calmaron los ánimos, el mayor Molano caminó unos pasos y se ubicó justo al frente de la Panamericana. Y ahí cambió toda la historia, ahí empezó la tragedia que no terminará nunca para la familia de del joven.
Santiago venía caminando solo. Recorrió 2,4 kilómetros durante 29 minutos desde la casa de su novia. Había intentado chatearle a su papá para que lo recogiera pero Miguel tenía descargado el celular. Y cuando estuvo a una cuadra de su casa, tuvo que esperar 15 minutos mientras se esparcía la aglomeración. Estaba al otro costado de donde se había parado el mayor Molano. Unas cinco personas caminaron al lado de Santiago. La noche estaba apenas iluminada con las luces amarillas de unos cuantos faroles de la avenida. Molano sacó su pistola, se ve en varias de las imágenes de las cámaras de seguridad. Santiago se dispuso a cruzar la calle, despacio, no llevaba nada en la mano, no representaba ninguna amenaza para nadie. No había alteración de ningún “orden público”.
Cuando inició su caminata, Santiago recibió el impacto del proyectil en el lado izquierdo de su pecho. Intentó correr, pero se desplomó aproximadamente a tres metros de donde había partido. Molano le disparó desde unos ochenta metros, sin que hubiese una amenaza de por medio, “sin que se requiriera de modo alguno el uso de la fuerza extrema. Sencillamente disparó”, relató la fiscal. Mientras Santiago estaba en el piso, desangrándose, las cinco personas que pasaban a su lado corrieron hacia donde Molano y le pidieron ayuda, lo increparon, le suplicaron que llevara al joven a un hospital. Pero el mayor se marchó. La Fiscalía también determinó, que ninguno de los policías que estaban en el lugar le prestó auxilio al muchacho. Un motociclista que iba pasando en ese momento llevó a Santiago, al borde de la muerte, hacia la Clínica Nuestra, que queda a cuatro cuadras, sobre la calle 60. Durante 28 minutos los médicos de urgencias intentaron reanimarlo. Una cámara de la emisora Ecos del Combeima estaba haciendo una transmisión en vivo a la salida del hospital cuando Sandra Milena se enteró del fallecimiento de su hijo: “¡Llévame contigo, mi amor, hijo, hijo, llévame mi amor, hijo, bebé, llévame contigo, mi amor, hijo mío, llévame contigo, por favor, llévame contigo!”, gritó Sandra Milena ahogada en lágrimas.
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No han sido pocos los intentos por desviar la investigación del homicidio de Santiago. El 11 de mayo, el juzgado 188 Penal Militar ordenó, de manera extraña, la captura del mayor y del teniente Parra. Y resultó extraña por varias razones. En un auto de ese despacho que está en cabeza del mayor René Mauricio Monroy Bernal, no se hizo ni siquiera mención a que alguno de los dos oficiales hubiese disparado en contra de Santiago. El argumento para la captura era que ambos eran los comandantes de la estación Norte. Y esa omisión devino en que, ocho días después, tanto Molano como Parra quedaran libres. Este detalle del auto fue expuesto por la procuradora Daysi Ubaque, quien criticó de forma vehemente la actuación del juez penal militar. El 8 de junio pasado, la Fiscalía ordenó la recaptura de Molano, basándose en abundante material probatorio que el juez 188 Penal Militar simplemente pasó por alto.
La pregunta jurídica que surgió en ese momento fue: ¿Quién debía investigar a Molano? ¿Un juez penal militar o un fiscal? La Justicia Penal Militar tiene competencia cuando se trata de delitos cometidos por funcionarios con ocasión del servicio. Y el crimen de Santiago no está dentro de este rango porque no es función de un policía dispararles a manifestantes, aún suponiendo que el joven hubiese estado marchando. Y este ni siquiera era el caso.
Sin tener poder jurisdiccional conferido, el juez penal militar lo asumió de plano cuando ordenó la captura de los oficiales. El abogado de la familia de Santiago, Miguel Ángel del Río, asegura que se trató de un acto sospechoso. No está de más decir, según argumentó la fiscal Carolina Arciniegas, que en Colombia no existe la pena de muerte y que el derecho a la vida está consagrado en el artículo 11 de la Constitución Política. La fuerza pública, tampoco sobra recordarlo, está para proteger la vida de los ciudadanos, no para acabar con ella. La Justicia Penal Militar tiene un carácter excepcional y entra a operar cuando de por medio haya actos del servicio. “Un acto del servicio nunca puede ser delictivo”, dijo la fiscal.
Cuando Molano disparó contra Santiago, desconoció todos los tratados internacionales y las mismas resoluciones de la Policía que versan sobre el uso de la fuerza, la proporcionalidad y la necesidad de accionar una pistola de dotación en circunstancias en las que la vida del agente del Estado corre peligro inminente. Nunca fue el caso. El auto del juez 118 Penal Militar tampoco hizo alusión alguna a los protocolos que se imponen en escenarios de protesta social. “La conducta del policía (el mayor Molano) fue desviada, de acuerdo a los protocolos”, dijo la procuradora Ubaque. Pese a que la Fiscalía finalmente envió a la cárcel al mayor Molano tras imputarle cargos por homicidio, la Corte Constitucional no se ha pronunciado frente al conflicto de competencias entre la Justicia Penal Militar y la ordinaria.
Una de las pruebas certeras del caso era el informe de balística. Se trataba de analizar, con certeza forense, si el proyectil hallado en el cuerpo de Santiago correspondía con alguno de los que estaba en el proveedor de la pistola de dotación de Molano. La coincidencia o no de ambas muestras terminaría siendo definitiva en la investigación. Y el mayor lo sabía de sobra.
En un audio recolectado legalmente por la Fiscalía se oye al papá del mayor Molano hablar con un abogado sobre un dinero que al parecer pagarían para modificar el dictamen de balística que emitiría el CTI. Molano padre también asegura en esa llamada que se enteraron con anticipación de la captura de su hijo gracias al mayor Leonardo Marín Bedoya, comandante de la Sijín de la Policía Metropolitana de Ibagué, lo que significaría una infiltración que pudo poner en riesgo el curso de las investigaciones. Delante de un juez, la fiscal Arciniegas puso de presente estos hechos e hizo la advertencia de la gravedad de la situación. Ante estas revelaciones, el abogado de Molano, Majer Abu Shihab, decidió no seguir representando al oficial.
Finalmente, el informe de balística determinó que el proyectil encontrado en el cuerpo de Santiago correspondía con la bala de la pistola del mayor Molano. Aunque las conclusiones del documento son en extremo técnicas para citarlas, es importante dejarlas consignadas: “En las estrías del proyectil incriminado, y los patrones obtenidos del arma de fuego se encontraron las mismas características de clase -y suficientes- para determinar la identidad. Esto permite establecer que el proyectil calibre 9mm fue disparado por la pistola Sig Sauer, modelo SP 2022, serial SP01699540”. Esa era el arma de Molano.
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Estar despiertos la mayor cantidad de horas para no soñar con Santiago. En eso se han convertido los días de Sandra Milena y de Miguel, su esposo. En las noches, cada uno busca un escape para no pensar. Ella, que antes del asesinato de su hijo nunca veía noticieros ni se asomaba a las redes sociales, ahora se zambulle en Facebook intentando comprender la realidad del país. Lee todo lo que han publicado los medios sobre el caso de Santiago. En esas largas horas de pesquisas, Sandra se ha encontrado con amenazas, mensajes de aliento y contenidos que ella jamás creyó que existieran. Ha visto cómo alguna prensa manipula información y también ha sentido el acompañamiento incondicional de otros periodistas que han ayudado a que el caso de Santiago no caiga en el olvido. Por Facebook, un familiar del mayor Molano le ha mandado a Sandra mensajes que ella ni siquiera es capaz de abrir por miedo.
—Me avergüenza decirlo, pero yo vivía en una burbuja. Y es algo de lo que me arrepiento (Sandra llora cuando dice esto). Yo ni siquiera sabía lo que estaba pasando en mi país. Siempre quise vivir alejada de las redes, no veía noticias, ni siquiera tenía Facebook. No entendía la magnitud de las cosas que ocurren en Colombia. No entendía lo que era un paro, no sabía cómo funcionaba. Y ahora que lo he visto todo, me ha sorprendido la indolencia de algunos, y que mucha gente piensa más en su propio interés que en buscar la verdad de las cosas, bien sea de un bando o de otro—dice.
Sandra es cosmetóloga. En tres meses no ha tenido cabeza para volver a atender a sus clientes. No cree ser capaz de ofrecer un buen servicio. Se siente desubicada. Miguel tampoco ha podido regresar al taxi que manejaba. Casi siempre se duermen a eso de las 3:00 de la mañana, a veces a las 4:00. Al día siguiente se van donde unos conocidos de Sandra y almuerzan allá. En las noches vuelven a casa y continúan en su oficio meter la cabeza en internet y en el televisor hasta que los venza el sueño.
Intentar no dormir remueve a su vez los recuerdos. Santiago era el único hijo de Sandra y Miguel. Ellos se hicieron novios el 17 de septiembre de 1999. Eran adolescentes y estaban celebrando el día del amor y la amistad con varios amigos. Se tomaron unas cervezas y se dieron ese primer beso del que suelen salir chispas y que pareciera ser capaz de hacer ir la luz en el barrio. A los dos años decidieron dejar de planificar para que Sandra Milena desintoxicara su cuerpo y en seis meses concebir a un hijo. Planearon cada detalle del embarazo.
Todo parecía indicar que Santiago Andrés Murillo Meneses nacería el 24 de diciembre de 2001. A las 5:00 de la mañana, Sandra sintió las primeras contracciones. Y más que sentir miedo, se puso dichosa. Había hecho todos los cursos y terapias que pudo para que el bebé llegara a la vida de manera natural. Era tanta la tranquilidad que la sobrecogía, que quiso irse caminando hasta el hospital en medio de los dolores. Fue un trayecto de unas veinte cuadras, desde el barrio Camacol, en el sector de Belén de Ibagué, hasta la Clínica Minerva. Sandra iba feliz. Cada tanto se tenía que agachar, tomar aire. Miguel le apretaba fuerte la mano.
Faltando poco para llegar se detuvieron en la Catedral, en la esquina de la Plaza de Bolívar. Acababan de abrir las puertas. Unas pocas personas estaban entrando a ver el pesebre, esa representación de figuras bíblicas que, en lo alto, deja ver una cuna vacía de paja, allí donde horas más tarde aparecería el recién nacido. Sandra entró, se arrodilló y le pidió a Dios que todo saliera bien. Era la víspera de Navidad y ella, como dice riéndose por primera vez en esta entrevista, estaba a la espera de su regalo, de su juguete nuevo.
Entraron a la clínica, detrás aparecieron los suegros, hubo revuelo entre las enfermeras. A eso de las 10:00 de la mañana se escuchó el primer grito que Santiago lanzó en un mundo en el que viviría por 19 años. En la noche, cuando afuera sonaban los voladores y la pólvora de las celebraciones, Sandra permanecía sola en una habitación con el niño. Ella le miraba cada dedito, cada centímetro de piel para asegurarse de que estuviera sano. A Sandra la impresionaba esa mirada fija del bebé puesta sobre ella. Era como si ambos corazones, el de la madre y el del hijo, burbujearan a un mismo ritmo. Ambos eran el regalo de Navidad del otro. En la casa, Miguel y la familia brindaban con aguardiente y se repartían un cojín de lechona en platos de icopor. Era un momento de festejo, de música de Silva y Villalba. Miguel, preocupado, llamó a Sandra:
—Mi amor, ¿no estás aburrida allá solita?—le dijo cuando ya casi era medianoche.
—¿Cómo se le ocurre? ¡Si estoy estrenando hijo!—le contestó.