Vorágine reconstruyó la vida y el crimen de este menor de 14 años, asesinato que los medios internacionales han reseñado como una vergüenza para el Estado colombiano.
23 de enero de 2022
Por: Pacho Escobar. / Ilustración: Angie Pik
Breiner Cucuñame

1. Un trabajo

Estaba despejado. Quizá las nubes grises se habían ido a llorar a otra montaña. Parecía un buen presagio. Samuel Cucuñame levantó a su hijo Breiner cuando el olor a café se mezcló con el aire fresco de aquella casa sin cortinas en la que viven desde hace ocho años. Hacía calor.

Eran las siete de la mañana del catorce de enero de dos mil veintidos.

Le pidió que lo acompañara a trabajar a una vivienda que estaba construyendo por encargo como maestro de obra. Breiner se bañó y se puso unos calzoncillos azules, medias blancas, una sudadera negra, una camiseta del mismo color y las botas de caucho para jornalear. Ninguna de las prendas tenía marcas. En sus catorce años de vida la avalancha mediática de las marcas no había salpicado a Breiner, indiferente a la supuesta distinción que otorgan a quien las viste, sean originales o no, por sola presunción.

Alistaron la herramienta y se despidieron de Silvia Mireya, la madre de Breiner y de los otros tres niños. Se subieron a la moto azul de 200 centímetros cúbicos que desde hace algún tiempo utilizaban para trepar montañas y andar los caminos de las ocho veredas que componen el Territorio Ancestral Las Delicias en el norte del Cauca, departamento que por medio siglo ha sido azotado por la violencia sin que el Estado le haya podido poner fin al conflicto armado. Samuel siempre dejaba conducir a Breiner que desde los once años aprendió a dominar aquellas bestias de motores raudos y llantas de tacos corrosivos para la trocha. Salieron a las ocho de la mañana de la vereda La Esmeralda y llegaron a la casa en obra negra en la vereda San Gregorio a las ocho y veinte. Desde esa hora hasta las tres y media de la tarde, Samuel y Breiner resanaron columnas, finalizaron la instalación de un tanque de agua, mezclaron cemento con arena para fundir el mortero en el piso de una de las habitaciones y dejaron todo listo para instalar las baldosas, solo se detuvieron para almorzar. Ocho horas de trabajo sin tregua.

—Hijo, vámonos. Mañana seguimos. Recojamos todo papá y nos vamos…  —le dijo Samuel a Breiner.

A veces el padre llamaba papá al hijo, como revertiendo su relación: el amor del hombre tomando el lugar del amor del niño.

Breiner manejó despacio. Subieron una loma y al bajar llegaron a una zona boscosa donde se encontraron a un grupo de indígenas que iban con bastones de mando en mano y a paso veloz. De modo que Samuel le dijo a su hijo que parara para averiguar qué pasaba. Allí los comuneros les dijeron que estaban correteando y buscando detener a ocho hombres armados que pertenecían a las disidencias de las Farc, específicamente a la Columna Móvil Jaime Martínez. Estos, cuentan otros testigos, habían llegado a la zona con una lista de nombres de personas que habían declarado no gratas por su oposición al pago de vacunas y a la siembra de cultivos ilícitos. La amenaza era directa: “Si los sapos no se van, los aplastamos”.

Samuel supo de inmediato que la amenaza era delicada. En el 2010 había sido nombrado Autoridad Indígena por dos años y repitió en el 2018 hasta el 2020. Él es uno de los comuneros que siempre se ha enfrentado dando la cara a los grupos ilegales que han querido dominar aquella zona ubicada en los límites entre Cauca y Valle, y relativamente cerca de la Costa Pacífica que, estratégicamente por su posición geográfica, podría ser un fortín para el narcotráfico y para la venta de armas por su proximidad con las rutas marítimas de la mafia hacia Centroamérica, y con el nudo de rutas de tránsito a pie y a caballo, en pliegues de la cordillera imposibles de patrullar en toda su extensión desde el aire, incluso con helicópteros artillados.

Aunque Samuel no estaba en la lista, sabía que si dejaba matar a los que habían reseñado, después vendrían por él y por el resto de la comunidad. Samuel también tenía un número en la cabeza: los 152 líderes sociales asesinados en Colombia en 2021, muchos de ellos por la misma razón: el dominio de la tierra.

Padre e hijo estaban junto al grupo indígena en medio de las montañas de Las Delicias cuando escucharon a lo lejos una detonación. Samuel les dijo a sus compañeros que, como iban en moto, irían a ayudar a los comuneros a detener a los guerrilleros. Se metieron por la carretera que de Buenos Aires conduce a Mondomo (Cauca) y anduvieron cerca de 30 minutos aquel camino de balastro y tierra. Sobrepasaron a una camioneta en la que se movilizaba una Autoridad de la Guardia Indígena junto a un escolta. Un kilómetro más arriba el cielo seguía despejado, pero ahora el que pasó raudo fue el viento de los malos augurios. No era un buen presagio…

2. Un río

Breiner David Cucuñame López nació el domingo 7 de octubre del 2007 en Santander de Quilichao, Cauca. Alberto, su abuelo, recuerda que ese día el cielo estaba limpio y de un azul intenso. Él insistió en que el nombre de pila de su nieto fuera Breiner. Algunos familiares creen que su preferencia era porque en esos días atajaba en el Deportivo Cali el portero Breiner Castillo y que, de tanto escuchar sus jugadas descritas en la radio, se le había prendado ese nombre en sus recuerdos. Samuel pidió entonces que el segundo nombre de su hijo fuera David, porque había leído que significaba ‘amado’, pero también por la historia bíblica del pastor que venció al gigante Goliat.

La infancia de Breiner fue como él, calmada. Sus padres estuvieron trabajando en los Llanos Orientales, vivieron en Lejanías (Meta) y allá el niño estuvo en el jardín infantil. Cuando ya tenía edad para entrar a la escuela regresaron al Cauca. En la Institución Educativa Afrodescendiente Esmeralda llamó la atención por dos cosas: porque escribía con la mano izquierda y porque le fascinaba la naturaleza. Sus primeros dibujos fueron una montaña, un árbol, un ae un río. Siempre dibujaba a la montaña y al río. La predestinación de un alma diáfana. “Soy un grávido río, y a la luz meridiana ruedo bajo los ámbitos reflejando el paisaje…”, decía el autor de La Vorágine.

A Breiner también le gustaba el fútbol. Curiosamente de arquero, en la posición en la que juega quien inspiró su nombre. “Le ganamos a los grandotes”, le decía a sus padres cuando llegaba a la casa. De hecho, para lo único que les pedía dinero era para ir a jugar los sábados y domingos en las canchas cercanas de la vereda.

Sus manos también eran prodigiosas, era bueno con las manualidades. Aprendió a tejer y le quedaban perfectas las manillas con los colores de la bandera Nasa. Todo lo que sembraba florecía. Tal vez por ello nunca le hizo el quite a las campañas de reforestación que convocaban en el colegio. Sus manos eran buenas para sembrar materos, hacer semilleros de hoja de baio, caña brava, caña agria, guadua. Un día llegó con treinta árboles de macero que enterró alrededor del ojo de agua del que se proveen en su casa, de manera intuitiva sabía que el árbol cuida la tierra y la tierra en agradecimiento emana agua.

Hay una foto en la que se ve a Breiner Cucuñame junto a unos frailejones. Sonríe. La imagen fue hecha en una de las jornadas en las que Parques Nacionales Naturales lleva a los niños a conocer el medio ambiente que los rodea. Con apenas catorce años de edad, Breiner no desaprovechaba oportunidad para integrar estas misiones. Él reconocía lo que otros ni siquiera sospechan: que el Cauca es el cuarto departamento más biodiverso de Colombia, con ciento trece mil hectáreas de páramos y cuatro mil de súper páramos. Y hay otra foto en la Reserva Natural Alto Grande, en ella se ve a Breiner abriendo los brazos como si quisiera abrazar a la Kauka, la Madre de los Bosques.

3. Un Kiwe Thegna

Desde que tiene uso de razón, Samuel Cucuñame recuerda que ha sido un Kiwe Thegna, un Cuidador del Territorio, un Guardia Indígena. Supo que se tenían que organizar para proteger el territorio ancestral, el agua, la naturaleza, los animales y la comunidad. Uno de los mandatos de la Guardia Indígena es velar por la seguridad. Aunque no portan armas de fuego ni llevan armas cortopunzantes. Sus bastones de mando simbolizan respeto. En muchos casos parece increíble que hombres armados con fusiles y lanzagranadas puedan ser espantados o capturados por personas que solo se defienden con bastones, como el pequeño David enfrentando con una honda al gigante Goliat, vestido con escudo, yelmo y espada.

Pero lo asombroso sucede por un simbolismo más fuerte: los rasgos. En el Cauca la guerrilla impunemente ha raptado o robado a niños y niñas indígenas. Los reclutan forzosamente, los amedrentan y los enajenan para que se queden en esos grupos armados. Sucede que cuando la guerrilla se encuentra de frente con la guardia, los primeros ven sus mismas facciones en los otros, ven a sus primos, primas, tíos, tías enfrente, luego todo se cubre de una atmósfera de respeto que hace que los ilegales no accionen sus armas contra los integrantes de la guardia. Según el Consejo Regional Indígena del Cauca, cerca de 60.000 comuneros y comuneras hacen parte de la Guardia Indígena hoy en Colombia y esta se encuentra refrendada en la Constitución Política.

La Guardia Indígena también tiene fama de ser insobornable impartiendo justicia. Lo sabe muy bien Samuel, quien fue autoridad y participó en misiones en las que se capturaban a fuete a personas que infringían las normas y las leyes de aquel Territorio Ancestral. Se juzga con la misma severidad al que roba, viola o asesina. Los castigos incluyen latigazos, cárcel o destierro. Si hay pruebas, ningún culpable escapa impune. Tal vez por ello, por su severidad insobornable, Samuel fue reseñado por grupos los ilegales como objetivo militar, pero aún así, nunca dejó de ser un Kiwe Thegna.

Breiner, el hijo al que el padre a veces llamaba papá, también había ingresado a la Guardia Indígena, pero a la Estudiantil. Lo hizo con el permiso y la guía de los profesores del Instituto Agroindustrial INEDIC, donde cursaba el séptimo grado. Ese grupo de niños y adolescentes se encargan de resguardar los ojos de agua, las zonas boscosas y los sitios sagrados. Tal vez por ello aquel día que iba con su padre no tuvo miedo en ayudar a los comuneros que iban tras los bandidos que habían amenazado a miembros de la comunidad. Para los Cucuñame el miedo es solo una palabra, un sentimiento fugaz, superable, nunca una sentencia.

4. Una siembra

Tras pasar la camioneta de la UNP y recorrer un kilómetro en medio de la zona boscosa, se encontraron en una curva con unas rafagas de fusil. Estaban en medio de una emboscada guerrillera. Breiner frenó. “¡Hijo, tírese al piso, al piso, papá!, gritó Samuel. Fue tarde. Una bala ya había penetrado la axila derecha de Breiner. El plomo le cercenó la vena aorta, traspasó el corazón y salió por el costado superior izquierdo hacia la nada. A lo lejos el paisaje de las montañas produjeron el eco fatal. Fueron veinte segundos de balacera inmisericorde que parecieron minutos. Como pudo, Samuel se arrastró hasta su hijo, lo vio ido, ya no estaba, pero aún así Samuel le gritaba: “¡Mijo, mijo, papá, papá, papito!” Y le gritaba: “¡Respóndame, respóndame, no se deje morir, no de deje matar!”. Samuel respiraba, pero no para tomar aliento, sino para gritar lo que no tiene nombre, lo indecible.

Los hombres que venían atrás en la camioneta también habían sido baleados. En su defensa se habían tirado del vehículo y se arrastraron por la carretera. El escolta le preguntó gritando a Samuel si estaban bien. En ese momento Cucuñame padre lloró en silencio a su hijo, mientras su voz gritaba: “¡Me lo mataron, me lo mataron! ¡Esos hijos de puta me lo mataron!”. El escolta dijo que ya iba tras el asesino a quién vieron correr. Fue en ese momento que accionó su arma en contra de los guerrilleros y todo parece indicar que hirió a uno de ellos. Nunca hubo fuego cruzado, todo fue una emboscada.

Una vez las armas se silenciaron subieron a la camioneta a Breiner. Desde ese punto hasta el hospital de Buenos Aires (Cauca) un vehículo puede demorar cuarenta minutos, pero con la muerte encima de ellos como una nube negra, llegaron en veinte.

La siembra, así llaman los indígenas nasas al acto de dar sepultura a uno de sus miembros. La siembra de Breiner David Cucuñame López fue realizada el pasado 16 de enero en el Territorio Ancestral Las Delicias. Samuel, Silvia y sus otros tres niños cavaron la tierra para sembrar a Breiner justo al lado de su abuelita Agustina. Así le regresaron a la Uma Kiwe, a la Madre Tierra, lo que la violencia les quitó, lo que les arrancó de un tajo.

Twitter del autor: Pacho Escobar

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