El municipio de Riofrío, en el Valle del Cauca, alguna vez fue un territorio fértil y lleno de vida. La violencia por el conflicto armado y el abandono estatal ha tenido grandes impactos en el medio ambiente y su recuperación ha implicado tiempo, dinero y un importante rol de los campesinos. Esta es la historia de un proyecto que busca recuperar el campo para la gente y los animales.
15 de octubre de 2021
Por: Equipo Vorágine / Ilustración: @Sara_ruizenor
El bosque invencible

Una puerta antigua de madera, con paneles y herrajes, aldabas y bisagras de hierro enmohecido; rechinante y envuelta toda ella en un olor a otoño, a recuerdos añejos, melancólicos, marca el ingreso a la finca El Descanso, en la vereda La Vigorosa del municipio de Riofrío, en el centro del Valle del Cauca. 

Se trata de una puerta simbólica, a la que sus dueños han bautizado como “puerta al futuro”. Irónica antítesis salpicada de oxímoron ya que, al atravesarla, uno se encuentra de cara contra el pasado, con una reforestada imagen del campo y con el destello de una vida desacelerada, tranquila, sencilla. Y es que pareciera que no hay otro futuro que el campo y esa opción de retornar al origen, a la siembra, a tierra. 

“El campo es lírica, la ciudad es drama”, escribió alguna vez el poeta estadounidense de afiladas barbas Henry Wadsworth Longefellow, y quizás esa frase también podría trastocarse, como el significado de la puerta de El Descanso, pues en Colombia muchos de los grandes dramas sociales han tenido como escenario el campo, ese futuro inevitable de estirados caobas y luminosos guayacanes. 

Alguna vez, en la tumultuosa historia de los seres humanos, todo era campo, y los hombres y las mujeres que habitaron ese abundante verdor, lo devoraron con gula. Engulleron árboles, ríos y animales, y en un chasquido terminaron condenados a la aridez y a la desesperanza. 

Ese afán depredador no ha disminuido, e incluso, a veces parece que se ha multiplicado, y la tierra, esa fértil y dadivosa madre, ya no es capaz de renovarse a sí misma y de dar tantos frutos como antaño. 

En Riofrío, ese pequeño pueblo atormentado por viejas violencias y por el sistemático abandono gubernamental, también es visible la escasez, y no sólo por el bosque seco tropical que lo rodea, sino por el uso de la tierra, mayoritariamente explotada para ganadería o monocultivos. 

La historia que cuentan los libros dice que el municipio fue fundado en 1567 por Pedro María Marmolejo, pero la verdad es que Riofrío ya existía, aunque con otro nombre, y era el hogar de los indígenas Motuas, más conocidos como indios gorrones, expertos pescadores de bocachico. 

Para ellos no había más dios que el río Cauca y cuidaban la tierra y todos sus recursos. Fueron desterrados primero, y luego exterminados, y la historia de Riofrío comenzó con los blancos, más concretamente con Marmolejo, en el lejano siglo XVI. 

Se llamó Riofrío a partir de 1923, cuando dejó de ser cabecera de distrito. Había pertenecido a Roldanillo y también se había llamado Palomino, cuando hizo parte de la jurisdicción de Santiago de Cali, e incluso llegó a ser conocido como Huassanó, lugar que todavía existe y que limita con un gigantesco predio en donde, gracias al programa ReverdeC de Celsia, empresa de energía del Grupo Argos, y el apoyo de la CVC (Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca) el bosque seco tropical ha vuelto a permitir que Riofrío respire.

Los bosques secos tropicales son ecosistemas invencibles. En Colombia, hasta hace cinco décadas, había nueve millones de hectáreas, pero males como la deforestación, la minería, la ganadería y el cambio climático han reducido esa cifra a 700 mil hectáreas.

Un problema gravísimo si se toma en cuenta que, dichos ecosistemas, han permitido en Colombia la vida de 2.600 especies de plantas, 230 aves y 60 mamíferos. Y, desde luego, si el bosque seco tropical se extingue, también esas especies de fauna y flora dejarán de existir. 

Por eso la importancia de ReverdeC, proyecto de restauración ecológica impulsado por Celsia y que, desde 2016, impacta positivamente a departamentos como Antioquia, Tolima y Valle del Cauca. 

En Riofrío, ReverdeC escogió la vereda La Cuancua para comenzar a restaurar el bosque, la vida, la naturaleza. En 2020 se sembraron 90 mil árboles y, en 2021, otros 100 mil. Árboles para recuperar lo verde, el agua; para que vuelvan los animales y, también, para que vuelvan las personas.

Y es que parte del problema que ha ido acabando con los bosques y selvas de Colombia, y con el campo en general, son los desplazamientos forzados. Les funciona a los criminales exiliar a los campesinos, para poder ellos heredar la tierra y devorarla poco a poco talando, instalando laboratorios cocaleros y minas ilegales. O simplemente permitiendo que la aridez se expanda por todo el territorio, con la única intención de que el miedo se haga ancho y pesado. 

Los campesinos son quienes mejor cuidan la tierra y, sin ellos, el bosque ha quedado desamparado. En Riofrío, desde los años setenta y ochenta del siglo pasado, infinidad de actores armados ilegales han colmado esas tierras de sangre y dolor. La violencia hizo que la belleza del campo se perdiera tras la neblina del miedo y la desolación. El bosque y la selva se transformaron en territorios aborrecibles, y miles de campesinos prefirieron irse a las periferias de las ciudades en busca de una nueva esperanza, dejando atrás sus cultivos, su historia, su identidad. 

ReverdeC ha logrado, entre otras cosas, que la gente vuelva a querer el campo, que vuelva a verlo como ese paraíso perdido, como la opción de un futuro viable para la vida. 

Uberney es uno de esos pocos campesinos que no se marchó, a pesar de los azotes de la violencia, y se convirtió en un protector del bosque seco tropical, y del medio ambiente en general. Él es uno de los técnicos que acompaña el proyecto de restauración de Celsia, y que ha permitido un acercamiento amable con los grandes finqueros de la zona. 

“Llevo unos diez años en esto de proteger el bosque, y debo decir que es algo familiar. Es algo que nos ha inculcado nuestro padre. Siempre nos la hemos jugado por la conservación ambiental, para contrarrestar los efectos del cambio climático. Recolectamos semillas de árboles nativos y hacemos nuestros propios viveros. Regalamos semillas y le contamos a las personas la importancia de los árboles”, cuenta Uberney, quien en sus discursos a los visitantes de Riofrío siempre enumera las bondades de sembrar árboles.

“Los árboles ayudan a la conservación del agua, pero su función, realmente, es desintoxicar el medio ambiente. Convierten el bióxido de carbono en oxígeno. Mi parcela es de seis placitas y media. Cuatro hectáreas. La mitad de la parcela es tierra en reserva y la otra la uso para un sistema productivo, pero no monocultivo. Es muy diversa. Los árboles también producen comida para las aves y los mamíferos. Tengo ahí el bosquecito para proteger nuestra fauna, nuestra flora, el agua”, asegura.

Colombia es una población con un alto consumo de carne, y eso no ayuda a la conservación de los bosques, las selvas y los páramos. Según datos de la Federación Colombiana de Ganaderos (Fedegan), en 2020, año más duro de la pandemia de covid-19, en el país se consumieron 17,1 kilogramos de carne de res por habitante. Además, el Instituto Colombiano Agropecuario (ICA), en su censo pecuario 2021, dice que en Colombia la población bovina está distribuida en 633.408 predios y totaliza 27.973.390 animales. 

Por lo tanto, la tarea de ReverdeC no es sólo restaurar el bosque seco tropical, sino también enseñar y apoyar mejores usos del suelo, e incluso recomendar a los finqueros una ganadería sostenible, el silvopastoreo, una alternativa que, sin duda, es más amable con el medio ambiente. 

“ReverdeC es un gana-gana para los ganaderos que se pasan a sistemas sostenibles y que inician sistemas silvopastoriles. Y se explica fácil: si a usted le ofrecen un plato que solo tiene arroz, no se va a alimentar bien, pero, si en cambio le ofrecen otro que tiene carne, yuca, plátano, ensalada, pues mejor. El ganado se adapta a todo. Si la vaca sólo ve pasto, come pasto, pero si ve frutos y vainas, también los come, y va a ser una vaca más saludable, más sana, y su carne será mejor”, explica Laura, profesional de campo y quien ayuda en la elección de predios, el diseño participativo de la restauración y su implementación a partir de la siembra de árboles. 

Pero restaurar el bosque es mucho más complejo que promover la ganadería sostenible. El bosque seco tropical agoniza y salvarlo implica una inversión incalculable en dinero y en tiempo. El proyecto de Celsia comenzó en 2016, en los tres departamentos antes mencionados, y los resultados todavía no son lo bastante visibles, aunque sí esperanzadores. 

“Lo que se hace es traer especies guerreras, o pioneras, que son especies que se adaptan a estas zonas o sitios en estado crítico. Ellas dan paso a que se puedan sembrar otras que están en vía de extinción, que se están desapareciendo y que los jóvenes ya no conocen. 

“Recuperar un suelo no es fácil. No es reforestación, sino restauración. Entonces toca sembrar especies que ayudan a restaurar el suelo. Las especies que más sirven son las leguminosas, como los guamos, porque nacen de semillas. Tenemos guamo machete, guamo ‘churimo’, que es de vaina redondita, y el ‘cuatro filos’, que los abuelos conocían como guama cajeta. La vainita es como una cajita, porque tiene cuatro filos. Es una especie que casi desaparece, y la estamos volviendo a sembrar”, cuenta Uberney. 

Las leguminosas no sólo aportan oxígeno, sino que también, al ser de semillas, permiten que el suelo se vuelva fértil. Producen alimento para aves y pequeños mamíferos quienes, al comer los frutos, luego defecan en otros lugares y esa materia orgánica restablece la tierra. La vida se abre camino, de forma natural: lenta, pero segura.

Y esos pequeños mamíferos fueron los que iniciaron el proceso de restauración en El Descanso, la otra parcelación donde avanza la ola de ReverdeC. 

La finca tiene 53 hectáreas y aunque tiene ganado y algunos cultivos, su funcionalidad está relacionada con un proyecto de ecocabañas llamado Valle Verde. Su propietario es Juan Camilo García, quien explica cómo empezó la restauración del bosque. 

“Durante la pandemia el negocio decayó mucho. Las cuarentenas impedían que a las cabañas llegaran turistas, entonces un día nos vinimos nosotros, la familia, a pasar unos días con la naturaleza. Una noche escuché unos ruidos. Sentí que tiraban fruticas sobre el techo. Salí con una linterna y vi los animalitos. La verdad, pensé que eran perros de monte, pero llamé a Laura y ella me dijo que eran monos. Le pregunté qué comida podía darles y ella me dijo que lo mejor era sembrarles árboles, para que tuvieran un corredor biológico”, narra Juan Camilo. 

Gracias a esa particular anécdota, ReverdeC llegó a El Descanso. Se han sembrado cerca de 46 mil árboles, entre ellos muchos frutales como guayabas, chirimoyas, guanábanos, mangos y pomas. 

“Se sembraron, en la primera etapa, 45 especies diferentes para proteger la cabecera de Salónica, que es un corregimiento muy importante. La finca estaba dedicada 100 % a la ganadería, pero nosotros decidimos mejorar el ecosistema para todos los animales. Gracias a Celsia sembramos árboles como cedros cebollos, robles y caracolíes en el sotobosque; guayacanes, gualandayes en los potreros, para paisajismo, y otras especies para permitir corredores de conectividad como urapanes y guamos, pensando en los monos”, explica Laura. 

Gracias a toda esa labor de restauración, en la finca ya no solo se ven y se escuchan monos nocturnos, sino también armadillos, comadrejas, guacharacas, lobos, guatines y ardillas, entre otras especies, y sin contar las aves. 

Además, Juan Camilo y su familia han aprendido una valiosa lección sobre el ecosistema de bosque seco tropical, la cual, de paso, les ayudará a mejorar su negocio de cabañas. 

“Algo que aprende uno en la universidad es entender a los animales. Las vacas se sienten más tranquilas y menos estresadas con los árboles, y producen mejor leche. Por eso conservar los bosques es importante. Conservando el equilibrio ambiental, mejoramos la ganadería, cuidamos los ecosistemas y hasta aprovechamos la madera. Constantemente hemos ido cediendo terrenos, por los cercos. Organizamos dos cercos y ahí empezamos a sembrar árboles en equis, y cuando los del lado derecho estaban grandes, quitamos la cerca de la izquierda y sembramos más”, señala el joven empresario. 

Riofrío vive un nuevo amanecer en su historia, su bosque seco tropical reverdece, y sus 16 mil habitantes se sienten más cómodos, más felices, más útiles. El proyecto de Celsia ha involucrado todos los estamentos gubernamentales del municipio: las escuelas, los colegios, la Alcaldía, los empresarios, los finqueros. Todo el pueblo está volcado a la siembra y a la recuperación de las cuencas, de la fauna. Es el campo, es el futuro. 

“El objetivo es recuperar el bosque, para que las nuevas generaciones conozcan especies ya olvidadas. Pero para eso hay que tener voluntad. No todos la tienen, y es comprensible. Si una persona tiene apenas una hectárea de tierra, pues es difícil que dedique media a la conservación, porque de algo tiene que vivir. Por acá no hay solo ganado, también hay café, productos agrícolas y caña. Nosotros queremos imitar a la naturaleza, entonces intercalamos especies y los distanciamos entre un metro cuarenta o un metro y cincuenta centímetros. Necesitamos restaurar este bosque con especies guerreras para luego restaurar las que se están extinguiendo. Las aves y los mamíferos nos ayudan mucho, porque dispersan las semillas. Por eso, uno de los objetivos es cuidar esas especies, darles un lugar al cual puedan llegar. Ellos hacen lo mismo que nosotros, sembrar árboles”, destaca Uberney, el guardabosques que aportó la mitad de sus escasas tierras para la conservación de un ecosistema que será herencia para sus tres hijos. 

Uberney creció viendo la tierra negra y fértil, y durante años ha tenido que ver cómo su hijo y sus dos hijas soportan la aridez de un campo que antes estuvo lleno de vida, y de mitos. El reto de la restauración es gigantesco, los porcentajes de mortalidad superan, casi siempre, el 50 % en algunos ecosistemas. En Riofrío, por el momento, la mortalidad de las especies sembradas no ha sobrepasado el 10 %. 

Se va por buen camino, la naturaleza está respondiendo, y hasta podría llegar el día en que los pobladores de ese pequeño caserío vean bajar frailejones en los bucles de ese río que le dio nombre al pueblo y del cual se alimentaron por siglos los pueblos primigenios del Valle del Cauca. 

Quizás la gente vuelva a contar las historias del Páramo del Duende y de sus tesoros escondidos, o quizás se den cuenta de que siempre tuvieron esos tesoros a simple vista, bajo sus pies; tesoros con el color de la tierra y el sabor de la guayaba. 

Quizás entiendan, y entendamos todos, que el campo es un nuevo horizonte, un destino viable para el futuro de toda la humanidad. 

“Los árboles purificarán el aire y la tierra será más fértil. Habrá capote y nuevos frutos, y volverán las aves y los demás animales. Habrá abundancia”, sueña Uberney, ese héroe anónimo que camina entre la manigua.

*Con el apoyo de

Sobre ReverdeC

ReverdeC es el programa voluntario de restauración ecológica de Celsia. Su meta es sembrar 10 millones de árboles nativos en 10 años para restaurar las cuencas hidrográficas de Colombia de la mano de aliados y de las comunidades.  Comenzó en 2016 y en sus primeros 5 años ha restaurado más de 4.300 hectáreas con 7 millones de árboles cultivados y cuidados en Antioquia, Valle y Tolima.

Sobre Celsia

Celsia (empresa de energía del Grupo Argos) es una empresa apasionada por las energías renovables, con presencia en Colombia, Panamá, Costa Rica y Honduras. Genera y transmite energía de fuentes renovables (agua, sol y viento) con respaldo térmico. Además, presta el servicio de energía a más de un millón 100 mil clientes los departamentos del Valle del Cauca y Tolima. Tiene una cultura empresarial innovadora y ofrece un amplio portafolio para que sus clientes de hogares y empresas disfruten de una energía sostenible y eficiente.

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