Dos sicarios asesinaron con tres disparos en la cabeza al estudiante universitario y líder social Esteban Mosquera. Aunque los pistoleros ya cayeron, dicen que no van a delatar a los autores intelectuales. ¿Quién mandó matar a este joven al que dos años antes el Esmad le había cercenado un ojo?
23 de septiembre de 2021
Por: Pacho Escobar. / Ilustración: Camila Santafé
Esteban Mosquera

“Las pruebas están en su Facebook”.

Querido Esteban,

Esa frase retumbó en mi cabeza después de que varias personas me sugirieron que escribiera sobre ti. Sobre tu muerte, sobre tu violento deceso. Sin embargo, pensé que era mejor escribir sobre tu vida. La vida está unida a la muerte, diría Borges. 

De modo que me puse a buscar, a esculcar, a stalkear, si se quiere, ese mundo virtual que habitaste.

Quise, también, esperar un poco para hablar con los tuyos. Acepto que los periodistas nos hemos dejado seducir por la inmediatez; incluso, por el morbo. Parecemos cuervos que aterrizan sobre los corazones heridos de los que quedaron, de los dolientes, para extraerles, aún con sangre goteando, sus más íntimos recuerdos, sus más íntimos pesares. Porque los recuerdos pesan, pero la ausencia aplasta. Tu temprana ausencia los tiene apachurrados. 

He trabajado con periodistas que cuando ven que el doliente se quiebra, abren sus garras rapaces para arrebatarles hasta la dignidad. Sobre todo en los “en vivos”, que se volvieron pan de cada día desde que nos cayó una pandemia encima. La paradoja se cuenta sola, Esteban, y te ofrezco disculpas por eso. 

En una foto de tu perfil en Facebook estás tocando unos platillos. Debes tener unos cinco años porque ese par de instrumentos musicales te sobrepasan. Pregunté sobre tu infancia, sobre tus antepasados, y me encontré una historia que hasta intriga tiene y que, creo, te gustaría que fuera contada de nuevo. 

Alina Mosquera Chaux venía de una de las familias más tradicionales de Popayán, pero siempre fue rebelde: un día quiso irse del país, y se fue a estudiar y a recorrer el mundo; un día quiso ser monja, y se ordenó como religiosa de la comunidad de San José de Tarbes, se convirtió en la hermana María Claudia; un día quiso apersonarse del colegio de la congregación y no solo lo logró, sino que ayudó a mejorar muchísimo la infraestructura donde la institución aún permanece. De hecho, tal vez el resto de Colombia no lo sabe, pero en la casona de al lado creciste tú, Esteban. Y a una cuadra de ahí te mataron. Alina, ahora convertida en la madre María Claudia, un día quiso fundar un hogar de paso para niños abandonados y lo hizo, quizás, en uno de los sectores más pobres de Popayán, en el barrio Alfonso López. Ahí llegó a convivir con veintitrés niñas que habían sido abandonadas por sus padres. De todas ellas, nueve no lograron conseguir un nuevo hogar. Alina, valiente y rebelde, prefirió abandonar la congregación para adoptar a ese ramillete de mujercitas. Sí, no a una, ni a dos, ni a tres, sino ¡a nueve!

Así que María Antonia, María Fernanda, María Cristina, María José, Aleida, María Elvira, Carolina, Alina Isabel y Ana María serían registradas bajo los apellidos Mosquera Iglesias, este último en honor a la casa que acababa de dejar aquella oveja arisca que nunca fue un cordero manso. 

Todo indica que esa contumacia la heredaría Ana María, tu mamá. No le importó el quedirán, se enamoró, vivió el amor como si fuera el primero, a pesar de que también, sin saberlo, sería el último. Un hombre se entregó a los brazos de ella y quedaron embarazados. Los Mosquera y los Chaux se indignaron, ¿acaso creerían que tu mamá y tus tías iban a ser monjas?, ¿pensarían que ellas se iban a vestir con los hábitos que rechazó quien las condujo a su seno? Tu abuela adoptiva, la madre María Claudia, la apoyó con más bríos y el 11 de junio de 1993 naciste tú, su primer nieto. Te bautizaron Esteban, porque en griego significa victorioso. Eras otra victoria más para tu abuela. Pero la vida trae derrotas silenciosas, la primera de ellas para ti, pues nunca más se supo de tu padre. ¿Qué le pasó? Todo quedó en esa pregunta sin respuesta.  

Un gran amigo de tu mamá me contó que era radiante, amorosa, inteligentísima. Hacía de todo para llevarte en las tardes a jugar a un parque, para enseñarte cada uno de los nombres de los animales en el zoológico de Cali, “esa foto es la de un Cóndor de los Andes, tú serás como ese cóndor, libre, majestuoso”, te decía. Insistía en que asistieras a las vacaciones recreativas para que socializaras con otros niños, así le dijeran que no te dejara juntar con desconocidos. Con ella anduviste por las montañas de Silvia y por los ríos del Patía. Tenía problemas cuando se iba de fiesta contigo en las tardes de los domingos al balneario El Bambú, porque no le gustaba dejarte al cuidado de nadie. Quién sabe qué temía 

Era ella quien más te apoyaba cuando querías participar en concursos de canto y vivía feliz porque hicieras parte de la banda de guerra del colegio Guillermo León Valencia. La única que no le ponía problema en aquella casa, me contaron, era tu abuela. Hubo una cosa que te enseñó y que después te serviría para subsistir, quién lo iba a pensar, te enseñó a hacer alfajores. Pero extrañamente, cuando apenas tenías diez años, Ana María murió. Aseguran que fue un aneurisma. 

Quedaste a merced de tu abuela. En mejores manos no hubieras podido quedar. Si nueve niñas fueron la ilusión de la hermana María Claudia, tú eras su victoria. Tal vez si pudieras leer esta carta recordarías  la siguiente oración que te hacía repetir todas las noches antes de dormir: “Gracias Jesús por este día que termina y la noche que empieza, te entrego mi corazón, mi vida, lo que soy, lo que tengo. Guárdame como un niño bueno, juicioso, bondadoso y obediente”. O la recordarías a ella cuando te esperaba en la mitad del patio, por el lado de la fuente, te subía a un banquito, te ponía una manta alrededor del cuello y te empezaba a cortar ella misma el pelo en forma de bacinilla. Se amaban.  

En tu Facebook hay fotos donde se ve que a la madre María Claudia le encantaba que te hubieras apasionado por la música, por el arte. Te animaba a que siguieras el camino de la percusión. Tal vez vio con orgullo aquella imagen del 2014 donde estás tocando una de las inmensas campanas de la Catedral de Popayán en el concierto de Semana Santa. Ese mismo año parece que estuvo feliz con la idea de que estudiaras música en la Universidad de Antioquia. Te supo resuelto y hasta cocinando alfajores para venderlos a mil quinientos pesos al final de las clases. Con felicidad recibió la noticia de que te habían aceptado en la Sinfónica de Antioquia. Eras un canto gregoriano para sus oídos.

Un amigo tuyo me cuenta que en Medellín te sentiste solo, a pesar de que tres de tus tías vivían allá y siempre estuvieron muy pendientes de ti. Otra de tus amigas me dijo que habías dejado en Popayán un amor de guayacán y que querías volver para hacerlo florecer. Lo cierto es que ingresaste de nuevo a la Universidad del Cauca a hacer sonar los tambores que tanto te apasionaban. Algo pasó con tu Facebook entre el 2015 y el 2018 porque tu actividad casi que fue nula en esa red social. Tan solo se podría destacar un bello mensaje que le escribiste a la hermana María Claudia el dos de diciembre de 2017: “Celebrando la vida de esta mujer extraordinaria que amo con mi espíritu y que me inspira a ser un mejor ser humano, gracias por ser la abuelita más especial, gracias por quien soy, gracias por amarme y guiarme”, le dijiste. Esteban, el amor es genuino hacia quien jamás nos desampara.

***

Y llegaría ese trece de diciembre de 2018. El día que miembros del Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad) te cercenaron un ojo. Vaya  paradoja, Esteban, ¿sabías que justo en esa fecha se celebra el día de Santa Lucía, la patrona de los ciegos? Aunque aquellos policías con armadura de acero por fuera, pero con falta de sentimientos por dentro, no lo lograron. No te pudieron dejar ciego, al contrario, comenzaste a ver más allá de lo evidente, como los Thundercats, esos dibujos animados que tanto te gustaban.

Lo contaste tú mismo. Ese día fuiste a tomar fotos a la facultad de ingeniería de la Universidad del Cauca. Todo estaba tranquilo hasta que llegó el Esmad. Cargados con la valentía que dan las armas, comenzaron a disparar granadas aturdidoras, gases lacrimógenos, y sus balas calibre doce, rociando perdigones que ciegan ojos, incluso vidas. En medio de la turba viste que uno de los policías se abalanzó sobre ti, de pronto sentiste un golpe y un quemón insoportable en el ojo, caíste, te empezaste a arrastrar hasta que tus compañeros te pudieron sacar y llevar al hospital. Dice el dictamen forense que tu cavidad orbitaria tenía restos de pólvora, de lo que se deduce que quien disparó estaba a menos de un metro de tu humanidad. La tuya, porque quizá quién te disparó no tiene humanidad. Tal vez se la quitaron en los tantos cursos de guerra que se dictan en este país.

Uno de los cirujanos que te atendió me contó la siguiente historia. Aquel día fue llamado de urgencia. Subió al tercer piso, donde están las salas quirúrgicas. Por el camino, cuenta él, “alguien de la alta sociedad” (payanesa, patoja) lo llamó para ponerlo al tanto de quién eras tú y de qué familia venías. Así es Popayán, cierta gente aún pregunta uno de quién es hijo o qué apellido lleva. De modo que este cirujano te valoró y te mostró las fracturas que habías sufrido. Pero además te increpó. “¿Una persona como usted qué hacía en una protesta? Por estar allá perdió el ojo”. Pero, cuenta él, que tu respuesta lo apabulló. “Estudio música en una universidad pública, la cual amo, y si tengo que perder el otro ojo por defenderla, lo haría”. Perplejo, el cirujano, quizá por mantener la conversación se apresuró a decir: “Cuídate el otro ojo porque sino tal vez no podrás conseguir una esposa bonita”, pero lo acabaste de sorprender con tu manera sencilla de ver la vida: “Cuando el corazón habla, los oídos escuchan”, le dijiste. Rieron y se hicieron amigos. 

También supe por tus amigos que quizá una de las tías con la que más hablabas, la que en tus últimos años más estaba pendiente de tí era María Cristina. Se adoraban. La otra mujer a la que golpeó mucho tu muerte fue a María Fernanda. Pasadas unas semanas la busqué, pero no quiso hablar. La entiendo. Rescato de su Facebook el sentido mensaje que publicó una vez supo de tu muerte: “Leo a quienes te insultan y dicen que te lo buscaste por estar en el movimiento de estudiantes, y a quienes desean utilizarte contra el Gobierno. Solo siento el fastidio que he sentido siempre hacia el fanatismo, la ignorancia y esas ideas retorcidas de quienes son tan mezquinos que solo piensan a través de sus vísceras y de sus complejos, de sus resentimientos o de sus odios”.

Al revisar detalladamente tu Facebook, pienso que a partir de aquel día de la virgen de los ciegos, la chispa de la dignidad encendió el fuego de tu activismo. Entre el trece de diciembre de 2018 y el trece de diciembre de 2019 pusiste ciento cincuenta y dos mensajes. Tu actividad en esa red social aumentó en un quinientos por ciento. Tu mirada la pusiste sobre tus inmediatos verdugos. Los señalaste. No te quedaste callado cada vez que el abuso policial se asomaba en la prensa, sobre todo en los medios de comunicación alternativos que han seguido con rigor la mayor cantidad de crímenes. En tu Facebook reposteabas las denuncias por violencia policial, las víctimas de los usos indiscriminados de armas Venom, las detenciones arbitrarias, los casos de violencia sexual al parecer ejecutados por uniformados y, por supuesto, las denuncias por mutilaciones de ojos. ¿Será que te volviste incómodo para ellos?

Estuve buscando al bufete de abogados que acogieron tu caso tras las lesiones causadas por la Policía Nacional. Les envié varias preguntas respecto a los hechos sucedidos el día que te cercenaron el ojo, pero tan solo me contestaron una. Me dijeron que por seguridad ustedes habían decidido demandar a la Nación en representación del Ministerio de Defensa y al municipio de Popayán por todo lo que se desprendió después de que un miembro del Esmad te disparara en la cara, pero que no habían querido individualizar a ninguno de los nueve policías que estuvieron presentes en el hecho. Sin embargo, tú seguiste lanza en ristre, utilizando un arma no letal, la de la palabra. 

En tu Facebook invitabas a la marcha, a la protesta, a la movilización social. Condenabas las masacres, el fracking, la megaminería, el uso del glifosato, la corrupción estatal, el paramilitarismo, la guerra, la desaparición forzada, la muerte. Velabas y gritabas en tu muro y en las calles por el respeto hacia las mujeres, por la defensa de los derechos humanos, por el derecho a una vivienda digna, y diste la pelea por el derecho a la educación pública. “Mi sonrisa no la borrará nadie porque vivo para soñar y ahora respiro para cambiar nuestra universidad y el mundo”, decías. En otro post alertabas al estudiantado para estar atentos y no dejar perder catorce mil millones de pesos de la Universidad del Cauca que estaban embolatados. Por cierto, en febrero del 2021 posteaste una historia de Vorágine que yo escribí. Era un perfil-crónica sobre un joven al que el Esmad le pegó un tiro en la espalda y lo dejó parapléjico. Esteban, los dos nacimos en Popayán, nunca nos cruzamos, o quizá sí, porque yo también estudié en el Melvin Jones, pero por tu Facebook, hoy tengo toda la certeza de que hubiésemos podido ser grandes amigos.

#ReformaPolicialYa #ColombiaResisteUnida #SosColombia #NosEstanMatando #NoDisparen, eran los hashtags que más utilizabas. 

Pero hubo un hecho que me llamó mucho la atención. Está en tu Facebook. El 29 de junio del 2021 tuviste que hacer un directo donde denunciabas un nuevo caso de abuso policial en tu contra. ¿Otra vez?, te preguntabas. Sí, otra vez, te respondía la vida. Habías asistido a una marcha por las inmediaciones del barrio Bolívar de Popayán. Llevabas tus armas: un casco, unas gafas traslúcidas, un carnet que te acreditaba como reportero gráfico de Contraportada y tú cámara. Querías pasar hacia el lado de los manifestantes, pero un miembro del Esmad se rehusó a que lo hicieras.

Insististe de manera pacífica y en milésimas de segundo el policía aquel se convirtió en un verdugo más. El video es contundente, la cara del uniformado es de odio, te persigue, te insulta, te golpea, te instiga, te humilla, te escupe su rencor con empujones, te vomita su aborrecimiento con manotazos, la amenaza es latente, tanto que se tienen que meter sus propios compañeros. A la estación policial más cercana te conducen y tú solo gritas que eres prensa. ¿Será que tu pecado fue haber montado ese video? Un amigo tuyo me aseguró que ese mismo policía se burló de ti en el post de Facebook que acompañaban las imágenes, pero después borró los improperios. 

***

Todo indica que meses atrás de tu muerte empezaste a vivir un infierno en tu propia casa. No lo digo yo, lo denunciaste tú con otro video en Facebook. Desafortunadamente para ti, la segunda mujer que más te quiso, murió. La madre María Claudia falleció el 20 de mayo del 2019. A ella la lloraste más que a tu propia madre porque ya estabas en la edad de la conciencia. Es probable que aquella noche fatídica en que supiste que ella no iba a estar más, justo en ese momento vivieras algo llamado desamparo. Ella era tu protección en aquella casa colonial de la carrera cero con calle cuarta. 

El video es claro, en él denuncias que tus tías María José y María Antonia Mosquera te maltrataron físicamente. Aseguras que tenías conflictos en la universidad con María José, pues ella es profesora en la misma facultad donde tú estudiabas. Acusas a María Antonia de tener un comportamiento extraño por los días en que el Esmad te dejó sin el ojo izquierdo. Manifiestas que la denunciaste por abuso de confianza ya que nunca te quedó claro cuánto dinero había entrado a su cuenta debido a la donación que se hizo pública cuando estabas recuperándote. Dices que te parece extraño que no hubiese dado tu número de cuenta sino el de ella. 

Denuncias que cuando tu abuela murió tú buscaste claridad sobre lo que te correspondía aportar en la casa, pero que nunca te respondió sobre ese asunto. Por otro lado quisiste aclarar el tema de la sucesión: “No nos respondían sobre preguntas de los inmuebles de los que ellas están recibiendo dinero en este momento”, dices en tu denuncia fílmica. 

Pero lo más indignante para ti es lo que muestras al final. Estás en tu casa colonial. Vas hacia el baño y muestras cómo ellas lo dejan bajo llave. Sí, el baño social, al que tú entrabas. “Filme, filme, filme, hijueputa”, te dice María Antonia cuando le preguntas por qué hace eso. El piano que había dejado tu abuela, también lo muestras bajo llave. ¡A ti que estudiabas música te quitaban la música! Muestras que la lavadora también está oculta y bajo llave. Y como si eso no fuera bastante humillación, demuestras que la cocina también la dejaban clausurada para ti. En el video confiesas que lo que te llevó a hacer la denuncia pública, lo que rebosó tu paciencia, fue encontrar tu ropa desteñida porque le habían rociado blanqueador. Ahí aparecen tus pocas camisetas colgadas en el alambre pero con señales de maldad, de rencor. 

Las busqué a ellas dos para preguntarles por estos hechos. Le envié un correo a María José, profesora de la Universidad del Cauca, solicitando una entrevista para preguntarle si era cierto aquello de que ustedes dos ya no se la llevaban bien por discusiones en la facultad de artes. Quería saber si era cierto que por ella te habían puesto turnos de ensayo a altas horas de la noche. 

Había algo con lo que no te sentías seguro y se lo hiciste saber a tus amigos. A la facultad de artes y tu casa las separan seis cuadras. Pero te daba pánico salir de las clases a esas horas de la noche y caminar por esas calles solitarias del centro de Popayán. Además, les contaste a los once amigos con los que hablé que salías casi que corriendo a tu casa porque temías que le fueran a poner una tranca gigante a la puerta para evitar que entraras después de determinada hora. Temías que te fuera a pasar lo mismo que a Santiago Nasar, el protagonista de Crónica de una muerte anunciada: ser perseguido, correr para salvarte y morir en la puerta de tu casa porque estaba trancada por dentro. Y te sucedió algo parecido, lo presentías. A doscientos metros de aquella puerta dos primos-hermanos, Breyner y Fernando, te mataron.  

Quise también preguntarle a María Antonia por qué junto a su novio Carlos Alberto MOncayo no te mostraron los extractos de sus cuentas durante los meses que duró la colecta pública por tu recuperación. Quise preguntarle por sus publicaciones y republicaciones (post y repost) de su muro de Facebook, donde deja clara su posición sobre las manifestaciones estudiantiles. Los pantallazos, según una de mis fuentes, los hiciste tú, Esteban, para ir registrando poco a poco lo que ella pensaba, y después se los enviabas a tu amigo por si algo le ocurría a tu celular. Se puede evidenciar en los repost que ella los hacía públicos sin ninguna conmiseración, Facebook lo constata cuando aparece el globo terráqueo en las publicaciones. 

Algunos de los repost de tu tía en Facebook decían: “Existen tres tipos de personas, que no gustan de la policía. Bandido. Familiar Bandido. Amigo del Bandido (sic)”.  “Presidente Duque, todas esas marchas lo hacen más fuerte a usted. La envidia es mejor despertarla que sentirla, Dios los bendiga”. “Los pretoñeros parecen gusanos de basura, brotan por todos lados y se hacen los dignos con derechos a exigir en grupos agenos (sic)”. “Oigan estudiantes majaderos, dejan por el piso la educación que con esfuerzo sus pobres padres partiéndose el lomo le dieron”. “Joven universitario si en algo valora los esfuerzos de sus padres, no pierda el semestre universitario solo por apoyar a Petro”. 

Esteban, sé que Maria José estuvo a tu lado en tus días de infancia. Que fue un pilar para ti a la hora de aprender a tocar instrumentos. Que fue la que te enseñó a coger bien las baquetas, a tocar el piano y el timbal. Sería igual de mezquino no mencionar esto. ¿Por qué los humanos de un momento a otro nos empezamos a herir? Es probable que con María Antonia también hubieras vivido bellos momentos, lástima que esos últimos meses todo se hubiera tornado gris más que todo con ella y con su novio Carlos Alberto Moncayo, quien algunas fuentes aseguran influenciaba mucho en sus decisiones. Hay actos que pueden borrar todas las cosas lindas vividas con los nuestros, la humillación es un tatuaje indeleble así solo haya durado un segundo.

En mi íntima convicción creo que con tus otras tías te la llevaste muy bien. Creo que te quisieron mucho. Vi fotos y vídeos donde apareces riendo con María Fernanda, con Aleida, con María Elvira, con María Cristina, con Carolina y con Alina Isabel. Es probable que hace apenas poco menos de dos años la convivencia con María Antonia y con María José se agrietó. Sobre todo con María Antonia. Y eso sucede en muchísimas familias lo que pasa es que en algunas no se llega a extremos tan humillantes. Sé que les debe pesar mucho aquellas decisiones absurdas como, por ejemplo, echarle candado al baño o a la cocina. ¿Pero sería capaz de hacer o permitir que te hicieran algo más allá de estas humillaciones?

Sé que hoy que ya no estás, que ya no te sienten presente en casa, son conscientes de que sus vidas junto a la tuya tenían un vínculo, incluso, mucho más profundo que el de la sangre. Sí. El del abandono.

Y sé que por lo que sucedió en casa, por esas absurdas decisiones de mantener todo bajo llave, ya las perdonaste, porque si algo te caracterizaba, cuentan tus amigos, era la nobleza.

***

El 29 de agosto capturaron a dos de los tres sicarios que participaron en tu muerte. Lo hicieron en el barrio Los Sauces de Popayán, a escasos seis minutos de tu casa, apenas a trescientos sesenta segundos de la esquina donde te pegaron tres tiros en la cabeza. Quien te mandó asesinar conocía detalladamente todos tus pasos. La ruta de escape que les dio a los sicarios era fácil. Matarte a dos cuadras de tu casa. Subir en moto por la Iglesia La Ermita, rodear el colegio Melvin Jones, donde te graduaste, bajar por la variante y llegar a su guarida. Pero la cobardía del que huye no presentía que tu asesinato conmocionaría al país entero y el propio fiscal general de la Nación mandó a un grupo especializado desde Bogotá para capturar a los malhechores. Una vez aterrizaron en Popayán, se demoraron menos de una semana para dar con ellos. 

Los asesinos se iban a declarar culpables y  por ese hecho no es necesario que delaten a quien les pagó para que te mataran. Pero además, que tan solo, eso dijo el abogado de ellos, tan solo pagarán nueve años de cárcel. ¡Sí, nueve años! ¿Nueve años vale la vida de un músico tan talentoso como tú? Primero desapareció tu padre, le siguió la temprana muerte de tu madre, después se murió tu amparo, más tarde te cercenaron un ojo, a renglón seguido viviste un infierno en tu propia casa, pero no contentos con eso, alguien ordenó que te pegaran tres tiros en la cabeza. ¡País de hijueputas! Perdoname, Esteban, el madrazo, pero es que los periodistas también sentimos. 

A propósito, ¿quién está pagando los honorarios de este abogado tan diligente? ¿Quién está detrás de este jurista que en Popayán se sabe que es uno de los mejores penalistas de la región? ¿Cómo llegó este caso a sus manos para que en tiempo récord tejiera una estrategia en la que los gatilleros se declaraban culpables, recibían una pena mínima y quien te quería muerto quedaba impune? A saber por la pobreza en la que vivían los sicarios, es muy extraño que puedan costear una defensa tan estratégica. Tal vez en la conciencia de este abogado pesará para siempre, o tal vez no, el haber defendido con capa y código penal en la mano, el fondo podrido de esta historia.

Hay otro post en tu Facebook que llamó la atención de tus amigos. En él dices lo siguiente: “¡Si me mata la policía, quemen todo!”. Te cuento que horas después de que los dos sicarios te asesinaran, el 23 de agosto, tus amigos estuvieron a punto de quemar tu casa de la calle cuarta con carrera cero. La querían prender con llamas de impotencia. Tal vez los contuvo tu energía, tal vez hiciste que lloviera aquella noche y la siguiente y el resto de días para que los ánimos se calmaran. El cielo de Popayán durante una semana entera te lloró. Tal vez nunca quisiste ver la casa de tu abuela hecha cenizas. Tal vez por ello tu velorio en la facultad de artes fue conmovedor. Los músicos del conservatorio tocaron un par de réquiems con violines y chelos, con tus tambores. Mientras que en tu entierro, cientos de jóvenes igual que tú, cantaban llorando. Te despidieron abatidos. “¡Si me mata la policía, quemen todo!”, fue lo que escribiste, pero en sentido figurado, ellos lo sabían, quizá los ignorantes que te mandaron matar, no. 

¡Quién te mandó matar Esteban! Las pruebas están en su Facebook, me gritaba la cabeza hace un par de días. 

Hay una imagen que tampoco deja de darme vueltas Esteban. Es la que narra un vecino tuyo que tal vez fue el primero en escuchar los disparos y en salir a ver qué había pasado. Cuenta el viejo, que te vio tirado en el andén. Desgonzado. Sin aliento. Ido. Con tu sangre saliendo por la parte trasera de tu cabeza, sangre que se desvanecía por el cemento. Pero hubo algo que le llamó la atención. Así la vitalidad corporal ya no estuviera contigo, seguías apretando la correa roja con la que habías sacado a pasear a Ayní. Esa perra gozque que recogiste en un barrio de invasión y que adoptaste sin pensarlo, porque el adoptar se lo habías heredado a tu abuela, la madre María Claudia. Recuerda tu vecino que Ayní no se apartaba de tu lado. Que te miraba y lloraba, ladrando lamentos, así como hacen los animales fieles. Porque los animales sí que aman. Y cuando ella ladraba pidiendo ayuda, gritándote que no te fueras, tú sin respirar, ido, desvanecido, apretabas más duro su correa roja. 

Ayní es una palabra venida del idioma quechua que significa reciprocidad. Tú lo sabías, Esteban, y por eso la bautizaste así. Los animales saben lo que significa la reciprocidad. Tal vez nosotros los humanos, no.

Descansa en paz Esteban Mosquera Iglesias.

Desde hoy, tu amigo…

                  Pacho Escobar. 

ACTUALIZACIÓN DE LA CRÓNICA

*Miembros de la Fiscalía (perfiladores del caso) le aseguraron a Vorágine que esta crónica fue clave para darle un giro a la investigación judicial.

13/10/2021:

Hacia el medio día del martes 13 de octubre de 2021 fue detenido Carlos Alberto Moncayo Cabrera, pareja sentimental de María Antonia Mosquera, tía de Esteban Mosquera. Moncayo fue acusado por la Fiscalía de ser el determinador del asesinato del líder estudiantil.

14/04/2022:

Carlos Alberto Moncayo fue sentenciado a dieciséis años y nueve meses de cárcel tras confesar haber sido el determinador del asesinato del líder estudiantil Esteban Mosquera.

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