Es el ave mayor de Construcciones El Cóndor: ha sido responsable de la Vía al Mar; la autopista del Café; la Conexión Pacífico 2 y Pacífico 3; y hasta de la construcción del Aeropuerto El Dorado.
30 de octubre de 2020
Por: Pacho Escobar. / Ilustración: Angie Pik
Luz Maria Correa

Cuatro niñas juegan a ser grandes. Tienen entre 5 y 10 años. Son hermanas. Se encuentran vestidas con pantaloncitos bota campana y busitos cuello de tortuga. Su papá las ha sentado en la parte delantera de un bulldozer. Comen dulces. Ríen. Parece que estuvieran en una sala de cine. Pero están en la edad de la sorpresa. Se asombran al ver, a lo lejos, máquinas gigantes que extraen tierra de las montañas para abrir futuro. Retroexcavadoras, volquetas, aplanadoras, obreros, asfaltadoras, mezcladoras de concreto y una gigante montaña es lo que tienen por delante. Están en medio de una vegetación agreste del departamento de Antioquia. Son los años setenta. La mayor de las niñas es quien más pregunta. Su papá, el ingeniero responsable de la gran obra, responde en detalle. Otra de las pequeñas insiste con otra duda. Entonces él les enseña con paciencia. Aquel hombre quizá sueña con que alguno de sus amores hechos hijas, sin insistirles, se apasionen por la infraestructura. Y así fue. Muchos años después, el ingeniero Jairo Correa Gómez junto a su hija mayor Luz María Correa Vargas se convertirían en los constructores más destacados de Colombia, por haber hecho más de 1.000 kilómetros de vías y haber levantado desde cero una de las compañías más importantes de Latinoamérica: Construcciones El Cóndor.

Aunque el padre nunca les pidió que estudiaran ingeniería civil o algo que se le pareciera, Luz María tiene en la memoria aquellos momentos en los que Jairo llegaba a casa y se sentaba orgulloso a contarles a su esposa y a sus hijas historias sobre las obras en la que estaba trabajando. Y se puede decir que no eran minúsculas, Jairo Correa tal vez ha sido uno de los pocos ingenieros que ha estado presente en el desarrollo de las carreteras más necesarias del país durante los últimos cincuenta años. Sin embargo, a todas sus hijas las dejó nadar sin anclas, para que ellas mismas pavimentaran sus caminos.

Como toda gran vía que necesita equilibrio, Luz María también recuerda la importancia de su madre en aquel hogar de tantas mujeres. María Antonieta Vargas, su mamá, practicó el deporte del tiro, estuvo en unos preolímpicos y en un campeonato del mundo fue novena. Una mujer de retos y propósitos. Antes de tener a sus cuatro hijas fue profesora en el magisterio, más tarde también haría las veces de presidenta de la junta de padres de familia del colegio de sus hijas, presidenta de la junta de acción comunal del barrio, presidenta de eventos y reuniones de la inmensa familia Vargas y hasta la de los Correa. Ella mantenía la tranquilidad en el hogar para que el esposo pudiera construir sin miedo. Pero además, fue la consejera mayor en las decisiones de su esposo, elecciones que los encumbraron en una montaña llena de éxitos y satisfacciones.

La enseñanza

Luz María Correa Vargas era tan buena estudiante en el colegio La Enseñanza de Medellín que hasta se ganó el cargo para tocar la campana en los cambios de clases y descansos. Ese era un premio que solo ostentaban las estudiantes con las mejores notas, de manera que, tácitamente, las otras niñas sabían quién se destacaba. Y no era fácil. En esa institución utilizaban el reconocido método Ford, que consiste en estudiar una situación, entenderla plenamente y después enseñar al grupo lo aprendido. Los profesores al inicio de la semana dejaban fichas de estudio con la respectiva documentación, la pilera de Luz María era tanta que el miércoles ya todo lo tenía resuelto, así las cosas, podía hacer lo que más le gustaba: leer, escribir cuentos, conocer de historia del arte, entablar conversaciones con las monjas para solucionar conflictos, y hasta poder salir a hacer mandados con ellas por las callecitas de Los Balsos. Tal vez por ello en las megaobras donde ha estado ha sido esa mujer capaz de exponer proyectos, convencer a inversores y lo más difícil, ejecutar. Hacer.

Cuando llegó la hora de decidirse por una carrera universitaria, aunque en el fondo le gustaba el mundo de su padre, tomó la decisión de estudiar administración de empresas en EAFIT. Algunos pensaron que se iba a decidir por la ingeniería civil, pero curiosamente la descartó y su papá no insistió. Las rocas van formando el sendero y  quizá por ello se destacó en todas las materias que tenían que ver con liderar empresas. Pero, además, siempre ha tenido las habilidades que exigen carreras como el derecho, tanto así que en algunas situaciones de orden legal los abogados que han pasado por la compañía recuerdan que ha sido la propia Luz María quien ha dado las luces para saber cuál podría ser la decisión acertada, pero sobre todo, ética.

Cimientos

José Jairo Correa empezó a trabajar a muy temprana edad. Se podría decir que en su primera temporada laboró arduamente durante 20 años sin parar. Incluso, había podido crear su propia empresa para hacer túneles llamada Los Topos. Un poco cansado, cuando apenas tenía 40 años decidió parar y tomarse dos años sabáticos. Le había ido tan bien que a esa edad podía casi que jubilarse, pero él sabía que quedarse haciendo nada era como morirse. Fue así como llegó con la idea de fundar otra compañía. Llamó a su hermano Jorge Correa y a su cuñado Daniel Vargas, quienes acababan de salir de la universidad, y les dijo que él podía comprar unas máquinas de gran tamaño para atreverse a hacer obras de loable envergadura. Jairo era hombre de estar en los frentes de trabajo, estudioso como pocos, y ya sabía todos los secretos del mundo de la infraestructura, pero también sabía que una hormiga sola no hace hormiguero ni mucho menos castillos de arena; necesitaba personas a su lado igual o mejores que él. 

En 1979 comenzó la historia de Construcciones El Cóndor. Los primeros años no fueron fáciles para Jairo, sin embargo se empezó a hacer un lugar en las ligas de la ingeniería. Curiosamente, en un sector donde se ha creído que sobresale el papel de los hombres, los amigos lo molestaban diciéndole:

—Jairo, ¿y vos qué vas a hacer con esa empresa de ingeniería con cuatro mujeres?

A lo que Jairo sentenciaba:

—Cualquiera de mis cuatro hijas es capaz de recibir esta empresa y manejarla bien.

No se equivocó. Luz María en la universidad fue una de las mejores estudiantes de materias como finanzas e industria, de modo que cuando terminó sus prácticas en Bancoquia, su papá la llamó y con la seguridad del que ve crecer y sabe de lo que disfrutan sus herederas, le pidió que lo acompañara en El Cóndor. Era 1986, Luz María apenas tenía 22 años, resuelta, no dudó en reemplazar al asistente administrativo que se acababa de ir. Empezó desde un cargo menor, paso a paso y sin afanes  se puso como meta conocer cada milímetro de todo cuanto significaba tener una compañía dedicada a hacer puentes, carreteras, vías terciarias y autopistas. Poco a poco, a punta de trabajo, fue subiendo peldaño a peldaño para llegar a la cúspide.

Por aquellos días Jairo y sus socios habían acondicionado una casa campestre como oficina en el sector de La Pilarica en Medellín. Allí trabajaban apenas 20 personas en la parte administrativa, mientras que en los frentes de obra se podría decir que empleaban a 200 personas. Cuando llegó Luz María el primer cambio que realizó fue mejorar y tecnificar el sistema contable y hacer estas labores in house en lugar de contratar a un tercero. Justo la compañía se encontraba en medio de su primera gran obra a nivel nacional, nada más y nada menos que la construcción de la vía Neiva – San Vicente del Caguán. Un proyecto en el que había que atravesar montañas vírgenes con túneles de larga extensión; como obras son amores, hoy los departamentos del Huila y Caquetá están conectados gracias a esta carretera.

Una vía

La constructora daría un salto en 1994 cuando estuvieron dentro de la creación de Odinsa, una organización que agrupaba a importantes empresarios y compañías del sector de la ingeniería que al unirse podían tener la fuerza necesaria para competir en el mercado. Allí Luz María tuvo la oportunidad de aprender de sus pares pero también de aportarles a la hora de construir modelos de negocio para hacer carreteras que 30 años atrás se creían imposibles en Colombia. Gracias a ese esfuerzo el país pudo tener la vía Santa Marta- Riohacha- Paraguachón; la autopista del Café; y la primera autopista al Llano.

No habían pasado tres años de la creación de Odinsa y Jairo Correa le pidió a su hija Luz María que lo acompañara a las reuniones de la junta. Aunque a ella no le asustó la invitación, ese era otro voto de confianza de su mentor teniendo en cuenta que se trataba de reuniones sustanciales de negocios y donde todos eran hombres experimentados. Justo antes de entrar esa primera vez él la aconsejó: “Hija, primero es necesario escuchar, escuchar con detenimiento cada propuesta, cada idea de las personas. Después, cuando tengas que preguntar, pregunta. Quien pregunta, aprende”.

Luz María se fue haciendo su propio lugar de reunión en reunión, de plan  en plan, de estrategia en estrategia, de ejecución en ejecución y de logro en logro. En el gremio la empezaron a conocer por estar un paso adelante de lo que venía para la infraestructura. Ella también había seguido a pie juntillas otro de los consejos de su padre: “Recuerda, la liquidez es la reina”. De modo que en Odinsa y en Construcciones El Cóndor no se hacía un negocio sin antes haber creado todo un modelo que tuviera el músculo financiero para responder con lo prometido.

Razones sobraban para que su padre y sus dos tíos decidieran entregarle a ella la estafeta para que continuara con esta suerte de carrera de fondo. En el 2001 los fundadores supieron que era el momento de descansar y darle un relevo generacional a la compañía. Aunque seguirían en la junta directiva como miembros patrimoniales, de ahora en adelante quienes consignarían el rumbo serían sus herederos. Como si fuera poco, por esa misma época los socios de Odinsa se jugaron una carta que en aquel universo patriarcal no se habría pensado jamás: la nueva presidenta de la junta sería Luz María Correa. Esos fueron años de grandes retos y alegrías como hacer realidad el primer proyecto internacional, Autopistas del Nordeste en República Dominicana; participar en la segunda fase de Transmilenio; la adjudicación del Boulevard Turístico del Atlántico en República Dominicana; la adjudicación de la Transversal de las Américas; y la adjudicación para construir el nuevo Aeropuerto El Dorado.

Así mismo, Construcciones El Cóndor se preparaba para dar su salto a otro modelo de negocio: lograron crear el Grupo Cóndor Inversiones S.A.; en el 2008 realizaron la fusión por absorción del Grupo Cóndor S.A.; pero una de las apuestas más arriesgadas la tuvo en sus manos Luz María Correa para poder convencer a todos los accionistas de salir al mercado de capitales. Era un momento en que el marco fiscal del Estado no podía solventar inversiones para modernizar y ampliar la malla vial del país, por lo tanto una de las salidas era la apertura de concesiones para compañías con capacidad y maniobra. “Si queremos participar en el futuro de la ingeniería tenemos que fortalecernos patrimonialmente. Y la manera más clara y abierta es dentro del mercado de capitales”, les propuso, y todos estuvieron de acuerdo.

Fraguar el destino

Cuando salieron a bolsa marcaron un costo modesto en sus acciones y aunque estas nunca han superado los $1.300 por unidad, sí han logrado sostener el promedio del precio durante el tiempo. Tal vez la confianza depositada por los cinco fondos de pensiones más grandes al adquirir el 20% de la compañía en acciones fue consecuencia de una historia de responsabilidad y éxito.

Los ríos se han juntado para generar un gran caudal de proyectos, y en efecto así lograron, por ejemplo, la adjudicación del proyecto 4G Conexión Pacífico 2; la emisión de bonos internacionales para financiar el proyecto Conexión Pacífico 3; también la primera emisión de bonos internacionales para financiar la APP de la Ruta al Mar, y el asocio con ISA para participar en concesiones viales en Colombia y Perú. Esta última alianza ha sido una de las más importantes y se pudo sacar adelante debido al trabajo encabezado por Luz María y Bernardo Vargas, presidente de ISA. Ellos vieron que sus compañías se identificaban filosóficamente en temas de gobierno corporativo, valores y visión de futuro, entonces juntaron a sus equipos y hoy lideran una de las mayores apuestas en materia vial del continente.

Pero el liderazgo de Luz María no solo ha sido desde la parte ejecutiva. Quienes la conocen recuerdan escenas donde, incluso, la han visto llorar por situaciones personales de sus empleados. “La he visto en días difíciles. Entonces me acerco y le pregunto si pasó algo y me cuenta que un empleado está pasando por un momento duro, quizá por una enfermedad de un hijo, o por algo parecido. Ella tiene tiempo hasta para preguntarles a las señoras de servicios generales si han podido ahorrar, si lo están haciendo, si están invirtiendo bien lo que se ganan, tiene tiempo para todo y una sensibilidad enorme”, dice su esposo Julio Sanín.

Una escena. Quienes la rememoran dicen que es algo auténtico y que siempre le ha nacido a Luz María. La presentadora de los Premios Portafolio anuncia al ganador del año en la categoría de Great Place to Work. Se trata de Construcciones El Cóndor. Por los micrófonos se solicita a la presidenta de la compañía para que pase a recoger el galardón. Pero ella no sube sola. La acompaña Gloria Mosquera Copete. Gloria es ayudante de aseo y cafetería. Lleva 24 años trabajando en El Cóndor. La cámara las enfoca cuando les van a tomar la respectiva foto. Gloria está emocionada. Y ese sentimiento parece que embarga a Luz María. Ella trata de mantener la postura, pero sus ojos la delatan. Llora. Dicen que es por este tipo de momentos por los que más llora. Los logros del otro.

Hace 34 años, cuando Luz María Correa llegó a la compañía de su papá, en las oficinas administrativas no sumaban más de 20 personas, hoy son 160, más el área de taller y nómina que pueden ser otras 40 personas. A esto habría que sumarle cerca de 3.000 operadores que colaboran en todos los proyectos dentro de los diferentes frentes de obra, es evidente que levantaron una empresa de un tamaño monumental. “Luz María está pendiente de todo, desde el área ejecutiva, pasando por el área de relaciones, el área de estrategia, el área financiera, el área de gastos y recursos, el área de operaciones, el área de riesgos y de control y el área técnica. Funcionan como un reloj porque ella da el ejemplo”, dice uno de sus colaboradores.

El nido

Luz María Correa está sentada junto a su hija. Es fin de semana. Parece que estuvieran hablando como un par de amigas. Pero Camila ha ido a casa de sus padres para otra cosa. Ha abierto una laptop y le muestra a su madre una presentación. Se trata de uno de los proyectos que la joven va a liderar. Muy pocos hijos cuando han tomado vuelo regresan al nido para pedir consejo. Tal vez Camila y Andrés son la excepción. Siempre que han tenido dudas profesionales, se remiten al ave mayor, su mamá. Camila va anotando cada una de las sugerencias de Luz María. Cuando el ave mayor no conoce algún término, pregunta. No le da pena, también está aprendiendo de sus polluelos. Finalmente las dos ríen, parece que han encontrado el cielo despejado.

Julio Sanín se enamoró de Luz María Correa desde el día que la vio entrar a su casa para recibir las clases de cerámica que dictaba su mamá. Él era un tanto tímido y ella, en estas lides, más. Iniciaron aquel amor cómplice con entretenidas jornadas de charla antes de que llegaran los primeros besos. Tal vez a ella le fascinó que por bonita, él no le dijera a todo que sí. Y tal vez a Julio lo enamoró, además de esos ojos claros, la proyección de una mujer llena de metas. Duraron siete años de novios antes de llegar al altar, y hoy cumplen 32 años de casados. Es decir que el próximo año cumplirán cuatro décadas de un amor inmarchitable.

Julio ha tenido el mismo éxito de su esposa, pero en el sector de la medicina. Como médico vive ocupado todo el día, sin embargo trata de que le sobren momentos para poder ser apoyo y consejero de su esposa. En su casa han puesto un par de reglas que parecen exiguas, aunque si se miran de fondo, quizás son más que necesarias: tratan todos los días de desayunar juntos muy temprano y de finalizar el día juntos haciendo la comida. Tienen pequeñísimas peleas como cualquier pareja, pero no se van a dormir sin resolverlas, así sea el haber tenido diferencias por el cuidado del jardín o porque a Julio se le olvidó comprar algo para la cena o porque Luz María dejó de ir a jugar golf para viajar a un frente de obra.

Sus dos hijos, Andrés y Camila, ya llegaron a la edad de valerse por sí mismos. Andrés es socio de una compañía donde hacen algo parecido a lo que ha hecho su mamá, dar solución a problemas empresariales; mientras que Camila, quien vivió en Estados Unidos durante siete años donde se hizo un buen nombre en el entertainment show business con artistas reconocidos, hace poco les dio una lección a sus padres, de las mismas que había aprendido en su hogar. Una lección de sinceridad consigo misma. Era admirada en su sector pero no se sentía completa, llena, no se sentía a gusto. De modo que decidió regresar a Medellín a tomar las riendas de la fundación sin ánimo de lucro de la compañía. Así la vida, los dos polluelos de este nido tienen ya todas las bases y las enseñanzas para volar tan alto como su ave mayor, Luz María Correa Vargas.

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