Homenaje póstumo a una artista y pedagoga que abrió camino para muchas mujeres que hoy se dedican a hacer música infantil.
15 de noviembre de 2020
Por: Laila Abu Shihab Vergara / Ilustración: Camila Santafé

¿Qué se necesita para que ocho meses después de la muerte de una persona, la gente siga hablando de ella en tiempo presente?

Se necesita ser Tita Maya, una artista y pedagoga que durante casi cuatro décadas unió a miles de niños y jóvenes alrededor de la música, una mujer fuerte y decidida, que siempre se las arregló para hacer realidad sus sueños y no encajaba en ningún molde. 

Tita Maya murió el 4 de marzo de 2020, y su despedida fue una fiesta de tres días con cantos, tambores y gaiteros. Ocho meses después, sus seres queridos y muchos de los que la conocieron no hablan de ella en pasado sino en presente. Tita es, Tita sabe, Tita escucha, Tita viaja, Tita está, Tita canta, Tita quiere. 

Hija de tigresa

Luz Mercedes Maya nació el 16 de diciembre de 1959 en Medellín. Su madre fue Marta Agudelo, pionera de la educación musical en Colombia, una mujer adelantada a su tiempo que en 1960 cofundó el Conservatorio de Música de la Universidad de Antioquia y en 1972 creó el Colegio de Música de Medellín, toda una institución que hoy tiene dos sedes y por la que han pasado miles de bebés, niños y jóvenes. 

“Nací programada. Yo crecí en el Colegio de Música y empecé a dar clases allí a los 16 años”, dijo Tita alguna vez en una entrevista. Nadie la llamaba por el nombre que aparecía en su registro de nacimiento. 

De ella -que alcanzó a cursar dos años de Economía en la Universidad de Antioquia, donde también estudió piano y solfeo- se esperaba que continuara el legado que dejó su madre. ¿Para qué hacer algo nuevo si lo que existe funciona muy bien? Pero esta hija de tigresa no solo salió pintada… también salió rebelde y un día anunció que iría más allá porque quería crear algo que tuviera su sello, que fuera propio. 

Era 1984, acababa de llegar de estudiar pedagogía musical en el famoso instituto creado por Carl Orff en Salzburgo (Austria) y tenía la certeza de que la música infantil no puede ser solo la que se escuche cuando los padres y madres llevan a sus hijos a la cama. Eso la impulsó a fundar Cantoalegre, un grupo de música para niños en el que son ellos los que cantan, no los adultos.

El primer estudio de grabación de Cantoalegre se montó en la casa en la que vivía Tita en ese entonces, en el barrio Carlos E. Restrepo de Medellín. “Todo era muy artesanal, muy con las uñas, sin recursos, de a poquitos. Cerramos uno de los cuartos de la casa, compramos una consola aquí, un par de micrófonos allá, y así empezamos a grabar a los niños. Las cintas nos tocaba recortarlas y pegarlas a mano, nos daba el amanecer grabando y editando pero fue una época hermosísima”, recuerda Claudia Gaviria, amiga del alma de Tita y cofundadora del grupo.

Tita estaba convencida de que la música tiene un poder extraordinario, decía que sirve no tanto para formar artistas sino para formar buenos seres humanos.

“Mi mamá quería tener sus propias alas. Ella sentía que no era suficiente con la línea de educación que había creado mi abuela, por eso se propuso ser investigadora, compositora (se calcula que escribió unas 200 canciones), productora, comenzó a grabar casetes y luego CD, escribió y publicó libros, hizo conciertos”, afirma Lulú Vieira, la única hija de Tita. 

Lulú se llama Ana Luisa pero le pasó lo mismo que a su mamá, y no solo con el seudónimo. Quería algo más, no conformarse con lo que había. De esa inquietud nació la línea audiovisual de Cantoalegre, que hoy incluye videoclips, series animadas, audiocuentos, un canal de YouTube, una página interactiva. “A mi me parece muy lindo porque más que seguir cada una el proyecto de su mamá, Tita y yo cogimos el legado que recibimos y lo transformamos según lo que cada una soñó”, explica. 

Hoy, por Cantoalegre han pasado más de 6.000 niños y jóvenes, que han grabado más de 25 discos y todos los años dan varios conciertos. Cantoalegre ha publicado también más de 15 libros, tiene dos series de televisión infantil y una pedagogía propia que se puso a andar en algo llamado Escuela Viva, inspirada en la pedagogía Waldorf que Tita estudió en España. Para ella la educación debía incluir juego, gozo, movimiento, darles libertades y alas a los niños. 

“Tita era una mujer dulce y de cuerpo pequeño, pero tenía una fortaleza increíble y por su templanza logró llevar a Cantoalegre a escenarios que antes estaban cerrados para la música infantil; me acuerdo de una época en la que organizó conciertos en el río Medellín, también iba a distintos barrios, y además de los discos creó toda una línea editorial con decenas de libros que se complementaban con sus espectáculos. En los años 80 y 90 no era común ver a una mujer transitar esos caminos y eso nos inspiró a muchas de las que seguimos”, dice Paula Ríos, cantante y compositora paisa que hace unos años creó un proyecto de música infantil que se ha hecho muy popular en Colombia: Tu Rockcito. 

Paula conoció a Tita cuando era asistente de su mamá en el Colegio de Música. “Yo tenía 17 años y en ese momento ya era un secreto a voces que Tita estaba haciendo cosas que no eran comunes en Medellín. En Colombia hay compositores de música infantil de mucha tradición, como Charito Acuña o Jairo Ojeda, pero lo de Tita es especial porque ella llevó la música infantil a escenarios que no estaban pensados para eso. Eso habla también del mundo que ella tenía en su cabeza, no veía las cosas pequeñas, para ella no había límites. Fue por ella que yo supe que lo podía lograr, porque ya lo había hecho alguien más”.

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La casa de todos

En la Tierra crece el lagarto
la jirafa y el ruiseñor
en la Tierra canta el gallo
tempranito su canción.

La Tierra es la casa de todos
de todos los niños que crecen al sol
de la niña mora, del niño cangrejo
la reina rosa y el rey ratón.

Somos agua, somos aire
somos viento, somos mar
somos nubes, somos seres
con la Tierra como hogar.

Unos estamos viviendo
otros murieron ya
pero la gran mayoría
aún quedan por llegar.

Cuando nadie o casi nadie hablaba de ecología, de la necesidad de cuidar a un planeta enfermo, Tita Maya lo hacía. Eran los años 80. 

“Si iba a una reunión en la que hablaban de sostenibilidad pero cada vez que se servían un tinto las personas usaban un vaso desechable nuevo, ella era capaz de parar la reunión y regañarlos. Eso molestaba a muchos, pero es que no le gustaba cuando la gente no era consecuente”, explica la hija de Tita. “Ella era una persona muy coherente y radical, se cuidaba mucho de defender sus principios, lo que pensaba y predicaba estaba muy bien representado en su forma de vivir, en sus hábitos”. 

Esa profunda preocupación por el cuidado del medio ambiente la llevó a diseñar y dirigir un programa de educación ambiental llamado “La tierra es la casa de todos”, que nació en 1994 y, entre otras cosas, ofrece talleres a niños y jóvenes, cartillas para maestros y videos musicales.

“Tita Maya hacía que las cosas pasaran -afirma Jacobo Jaramillo, su yerno-. Su aproximación a la vida era diferente de la de los demás, ella todo el tiempo estaba inventando cosas. Una simple sentada a almorzar con ella podía resultar en un viaje al otro día o en un nuevo proyecto, del que trazaba lo más importante en una servilleta”.

Era impredecible. Una caja de sorpresas. Y era terca, si se le metía una cosa en la cabeza tenía que hacerla. “A trabajar pues” fue siempre una de sus frases de cabecera.

“Ella no paraba, era muy creativa. Aunque tengo que decir que por eso mismo era difícil de llevar, no teníamos cómo seguirle el paso. Con Tita todo era una vorágine tremenda, y nosotros detrás. Ella era muy obstinada y a veces cuando uno ya tenía todo listo llegaba con una nueva idea y tocaba comenzar de cero, eso daba mucha rabia en el momento, me daban ganas de espicharla, pero debo reconocer que casi siempre tenía la razón”, dice su amiga Claudia Gaviria. 

En algunas ocasiones, de hecho, cuando los empleados de Cantoalegre ya habían terminado la jornada laboral e iban de salida, hacia las 6 de la tarde, Tita llegaba sin avisar, porque se le acababa de ocurrir una idea. Y así, trabajando, les daban las 8, las 9 de la noche. 

Hay una imagen que resume bien a Tita Maya. Mari Escobar, productora de TV infantil que fue su alumna y luego trabajó con ella, un día la vio cruzar descalza la calle que separaba al Colegio de Música de una tienda. “Me llamó mucho la atención que Tita se fuera descalza hasta la tienda a comprar algo, se veía tan joven, tan libre, tan feliz, tan segura de sí misma”, dice.

A Mari se le quiebra la voz cuando recuerda a Tita: “Yo fui de la primera generación del coro de Cantoalegre, Claudia era profesora en el área técnica, más centrada en la voz, y Tita se dedicaba a lo conceptual y enseñaba desde el espíritu, un espíritu muy ecológico, de entender que la tierra es un ser vivo, que el bien común está por encima del bien individual. Era una mujer muy valiente, visionaria y generosa. Nos enseñó que es posible ser artista y también ser empresario. Ella tenía la facilidad como de esculpir almas, como de encontrar en cada uno para lo que es bueno”.

Juntas trabajaron en la Red de Escuelas de Música y Artes Escénicas que hizo parte del proyecto de reconstrucción social del Eje Cafetero, tras el terremoto de Armenia de 1999. Tita lideraba el proyecto junto con su amiga Lucía González, exdirectora del Museo Casa de la Memoria de Medellín y quien hoy integra la Comisión de la Verdad. 

“La música es una herramienta fundamental para que los habitantes del Eje Cafetero vuelvan a la vida”, pensaba Tita. “Disfruto tanto lo que hago, que no sé cuando estoy trabajando y cuándo no”, dijo otro día. 

Así, trabajando como sin darse cuenta, Tita Maya también formó a más de 500 docentes de primera infancia de todo el país, diseñó un proyecto llamado la Universidad de los Niños para la Universidad Eafit en Medellín, y estuvo a cargo del cancionero escolar de la Biblioteca Aldeana del Banco de la República, entre muchos otros trabajos que hacen de su hoja de vida una lista larguísima. 

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La vuelta al mundo

Un importante empresario, dueño de una disquera en Bogotá, cita un día a Tita Maya para que, como productora, le dé su opinión sobre un disco de música infantil que está por lanzar al mercado. Tita acude a la reunión con Claudia Gaviria.

—¡Qué cosa tan espantosa! Quíteme eso, por favor—, suelta Tita cuando solo van en la segunda canción. 

—Tita, oigamos un poquito más—, dice Claudia, avergonzada.

—No, eso está horrible. ¿Qué es esa sonoridad? Eso está hecho con sintetizadores, no puedo escuchar más. ¿Usted le va a meter plata a eso? No se lo recomiendo, es la plata peor invertida del mundo.

Muchos años después Claudia rememora esa escena para mostrar el carácter desparpajado y espontáneo de su mejor amiga. “Yo quería que me tragara la Tierra, ella era la imprudencia en pasta, no tenía ningún tipo de filtro. Ese día me puse a rogarle que oyéramos un poquito más, era un señor muy importante que de pronto después nos podía ayudar en algo”. 

Pero ninguno de los escenarios negativos que Claudia imaginó se hizo realidad. El empresario no solo no se molestó con los comentarios de Tita sino que terminó riéndose y agradeciéndole su sinceridad. Luego se hizo buen amigo de ella y produjo algunos discos de Cantoalegre.

Puede pensarse que hacer música infantil es algo sencillo, que no requiere mucho esfuerzo, total son niños. Error. No solo porque son un público muy exigente sino, sobre todo, porque no es fácil que se conecten si las canciones están compuestas desde la perspectiva de los adultos. 

A Tita Maya le preocupaba mucho ese punto. “En los talleres que dictaba y en las canciones que escribía ella siempre hablaba de tú a tú con los niños, no le gustaba usar diminutivos ni tratarlos como los chiquitos que no entienden nada”, asegura Paula Ríos, la creadora de Tu Rockcito. 

Y sin embargo, eso no hacía que Tita perdiera su espíritu juguetón. “Cuando mi mamá hablaba con un niño era como una niña más, ella nunca les habló desde la superioridad del adulto y eso se vio reflejado en todos sus proyectos -cuenta Lulú Vieira-. Por eso nunca quiso hacer canciones que sonaran a dar órdenes o a ‘tienes que hacer esto, es la hora de dormir y tienes que tomarte la sopita’. No, ella se ponía en sus zapatos y se hacía las preguntas que se hacen los niños. ¿Qué llevan las hormigas a su hormiguero? ¿Por qué los ratones son diferentes a los humanos? ¿Si la luna y el sol quieren ser amigos entonces se encuentran y hay un eclipse?”. 

Según Lulú, la música infantil que hacía Tita partía de dos principios: no idiotizar al niño, no hablarle solo en diminutivos ni querer enseñarle algo todo el tiempo, y buscar la mejor calidad en la producción. “Mi mamá siempre trató de grabar con los mejores músicos, para ella era importante hacer muy bien las cosas, no era cuestión de coger una organeta y listo”, dice.

Además de imprudente, Tita tenía el defecto de ser tan distraída que a veces simplemente se le olvidaba saludar. “No era por odiosa, era que vivía con la cabeza en el planeta Venus, pero claro, eso a muchos no les gustaba”, afirma Claudia. 

Lo importante, aseguran todos los que la conocieron, es que era profundamente solidaria y siempre se podía contar con ella. “Tita tenía el don de estar presente cada vez que alguien atravesaba dificultades, cuando se necesitaba. Era el ser más amoroso y presente que haya conocido”, dice su amiga del alma. 

Pero tal vez la mejor manera de describirla sea diciendo que era una viajera consumada.

Por estudio, Tita vivió en Salzburgo, Londres, Barcelona y Madrid. Y como fue una de las creadoras del llamado Movimiento de la Canción Infantil Latinoamericana y Caribeña, que nació en Cuba en 1994, viajó durante décadas por todo el continente. Pero no solo viajaba por trabajo, también lo hacía por placer, sola, con amigas o con Lulú, su hija. A veces un viaje estaba dedicado solamente a ver espectáculos musicales y teatrales en Nueva York, todas las noches; a veces el viaje era a Tailandia o a Marruecos.

“Ella siempre fue viajera, desde que yo tengo memoria estoy con ella en una maleta, buscando aventuras juntas”, recuerda Lulú Vieira.

En cada ciudad, Tita visitaba varios mercados y siempre traía a casa ingredientes con los que le gustaba experimentar en la cocina e inventarse platos. Porque esa era su otra pasión. Y cuando en Medellín era casi una herejía comer algo distinto a fríjoles con arroz y carne molida ella invitaba a sus amigos a probar unas alcachofas con yogur, por ejemplo.

Tita Maya también recorrió Colombia gracias a proyectos como “La tierra es la casa de todos” y la Fundación Secretos para Contar, que ella estructuró y montó en 2003 para llevar material de lectura a las familias de las zonas rurales, primero de todos los municipios de Antioquia y, luego, de otros departamentos del país. Hoy, Secretos para Contar ha repartido más de 5 millones y medio de libros.

Pero tal vez su viaje más importante fue el que hizo para cumplir un sueño en abril de 2019, cinco meses después de que la hubieran diagnosticado con un cáncer en estado ya muy avanzado. Tita siempre quiso hacer el Camino de Santiago, en España. 

La iniciativa fue de Lulú. Viajaron después del primer ciclo de quimioterapias y caminaron juntas, madre e hija, 217 kilómetros durante 10 días. Y contrario a lo que podría pensarse, era Tita la más fuerte, la que se cansaba menos, la que ante la posibilidad de hacer algún tramo en un vehículo decía que no, “yo me demoro, pero llego caminando”. Ese fue su último gran viaje y le sirvió para sanar muchas cosas, no tanto física sino mental y espiritualmente. 

Aunque lo más preciso sería decir que el último viaje lo hizo a la India unos días después de morir, en marzo de 2020. 

Tita, Lulú y Jacobo tenían todo listo para viajar en febrero, pero la enfermedad comenzó a debilitarla mucho y tuvo una recaída de la que ya no pudo levantarse. Aún así, hasta último momento ella insistió en armar la maleta y subirse al avión con su hija y su yerno, pero justo el día del viaje la hospitalizaron. 

—Váyanse ustedes, yo les llego la próxima semana. ¡No se van a perder semejante aventura por mí! Me hacen la transfusión, me alivio y les llego a la India—, les dijo Tita ya en la clínica.

—No, esperamos a que te pares y nos vamos juntos, no vamos a viajar sin ti—, respondió su hija. 

—¿Ustedes se embobaron o qué? Me voy a poner brava, no se pueden perder ese viaje. 

Tita no se recuperó. Pero viajaron los tres, de una forma distinta. 

Tres días de fiesta

Si la vida de Tita Maya no fue convencional, su despedida tampoco podía serlo.

Su última orden fue muy clara: quería tres días seguidos de fiesta y ser cremada solo después de eso. Era su forma de dejar que su espíritu se fuera primero. Así se hizo, el 5, 6 y 7 de marzo de 2020 en el salón del Colegio de Música donde ella dictó clase durante muchos años. 

“Hasta el final ella estuvo muy consciente y nos enseñó a ver la muerte de una manera diferente a lo que a uno le enseñan. Tuvo mucho sentido del humor y se divirtió hasta el último día. Fue una despedida bonita porque ella era muy consciente de que se estaba yendo, y porque fue tan fuerte que pudo decir ‘háganme una fiesta, yo no quiero una despedida triste’. Nos dijo que quería estar de cuerpo presente, por eso no podíamos cremarla antes de la fiesta, y nos pidió que le escogiéramos su camisa blanca favorita. Fue un momento durísimo pero al mismo tiempo fue un proceso sereno y muy especial”, dice su hija. 

Tita nunca se maquillaba, no usaba tacones, se la pasaba en jeans y tenis y siempre, siempre vestía una camisa blanca. Era su prenda favorita. 

No es frecuente ver a niños en un velorio, pero en el de Tita hubo decenas, unos prendían velas, otros cantaban, otros bailaban. En la sala también había un piano, para el que quisiera tocar algo. Una noche llegó un grupo de amigos a tocar gaitas, otra llegaron algunos con tambores y un día unos le hicieron una ceremonia con cuencos tibetanos. También hubo quienes quisieron acampar y se quedaron a dormir ahí con ella. A primera hora de la mañana sobraban personas que se ofrecieran para preparar café, y fue necesario pedir varios domicilios de pizzas, hamburguesas y sushi para alimentar a los se que quedaban durante horas. 

Después de la fiesta de tres días y de ser cremada se hizo una ceremonia pero en eso tampoco fue convencional, ella no quería que el escenario fuera una iglesia sino el Teatro Metropolitano de Medellín, su casa por muchos años. Allí, casi 700 personas se acomodaron para despedirla, en el que además fue el último gran evento en ese lugar antes de que el país entrara en confinamiento por el coronavirus. 

Al día siguiente, Jacobo Jaramillo y Lulú Vieira abordaron un avión con rumbo a la India, con un frasquito en el que llevaban cenizas de Tita. El plan original era estar allá 20 días pero una pandemia se atravesó en el camino y solo duraron 4 días, que fueron suficientes, eso sí, para ir hasta la ciudad de Benarés y despedir a Tita Maya en el río Ganges. Lulú y Jacobo estuvieron a pocas horas de quedarse atrapados en la India, antes de que cerraran las fronteras en Colombia por el covid-19.

Para Lulú, su mamá fue inteligente incluso en la manera y el momento que escogió para irse. “Ella era muy práctica, decía que no quería hacernos sufrir de forma prolongada, un día nos dio instrucciones muy precisas, estaba muy lúcida, y al otro día simplemente empezó a quedarse dormidita. En las últimas semanas ella venía repitiendo mucho una frase: ‘Esto no se está poniendo bueno, el mundo no va para buen lado’. Y fíjate que se fue unas semanas antes de que nos encerraran, porque quería una gran fiesta de despedida. Si se muere 10 días después ya no hubiera habido fiesta, ni ceremonia bonita, ni abrazos, ni teatro, ni viaje a la India. Fue intuitiva hasta para irse”, dice hoy con tristeza, pero también con una sonrisa en la cara. 

“Como este planeta le quedó chiquito, Tita tuvo que viajar a otro distinto”, complementa Jacobo en la misma conversación, a través de una videollamada. 

Más allá de allá

Sobre Tita Maya habrá pronto un documental que se llamará Más allá de allá, como una de sus canciones. La idea surgió de María Lucía Castrillón, amiga de toda la vida de Tita que vive en París y en marzo viajó a Medellín para visitarla por unos días, pero después de su fallecimiento se quedó encerrada en Colombia durante siete meses por la pandemia. 

El documental, que también será producido por Lulú Vieira, contará quién era Tita a partir de un recorrido por su casa, sus objetos favoritos, sus libretas de apuntes, las decenas de figuras de El Principito que coleccionaba, sus cuarzos y sus plantas aromáticas, sus cancioneros, su máquina de coser, su primer libro, las fotos de sus amores y hasta manuscritos de Marta Agudelo, su madre. 

“Ella vivía la vida con urgencia. Yo siento que la llama de su vida todavía nos alumbra”, dice la documentalista. 

“Yo siento la presencia de ella muy fuerte, es impresionante. Todavía la tengo aquí a mi lado, la siento muy cerquita, como si no se hubiera ido. A veces me pongo a hablar con ella, le pregunto cosas”, insiste Claudia Gaviria, como si nadie le creyera.  

Antes de morir, Tita Maya le pidió a su hija Lulú que cuidara muy bien todos sus pasaportes -bastantes, todos llenos de sellos de sus viajes por el mundo- y que regalara su colección de camisas blancas -también muy amplia-, pero solo a las personas correctas.

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