21 de julio de 2025

Jesús Aníbal Ruiz Henao pisó suelo colombiano un jueves de octubre de 2019, era como si estuviera cerrando un ciclo. Había salido de la cárcel, cumplido su condena y volvía a Bogotá tras años de silencio. No era cualquier regreso: se trataba de alguien que en la primera década del siglo, fue señalado como el gran artífice del tráfico de cocaína hacia el Reino Unido, un colombiano que llegó como refugiado político y terminó dominando un mercado de más de 1,5 toneladas de droga, con ganancias que superaron los 350 millones de libras.
Su caída en 2003 sacudió tanto al sistema que, según el MI5 británico, hizo que el precio del kilo de cocaína subiera un 50 % en pocos días. La prensa en Reino Unido lo bautizó “el Pablo Escobar del narcotráfico británico”, mientras en Colombia no alcanzó a llegar a los titulares. Él mismo asumió su rol sin rodeos: “Yo fui uno de los que abrió el mercado en Reino Unido para la cocaína colombiana”.
Pero la aparente calma no duró. Cuatro años después de su liberación, en julio de 2023, su nombre volvió a los radares de las agencias internacionales. Ya no como una leyenda del pasado, sino como sospechoso reincidente en las redes del narcotráfico global. Una corte federal en Texas lo acusó de coordinar envíos de cocaína y tusi desde Colombia hacia Europa, Medio Oriente y Estados Unidos, como parte de la estructura conocida como “La Cordillera”. Fue capturado en Bogotá y el pasado junio extraditado con la misma discreción con la que operó buena parte de su carrera. Su historia, lejos de terminar, parecía apenas comenzar otro capítulo.
Jesús Aníbal Ruiz Henao nació un día que casi no existe: el 29 de febrero de 1960, en un año bisiesto y en una finca cafetera perdida entre las montañas de Trujillo, Valle del Cauca. Era el quinto de diez hijos, criado por una madre joven y un padre campesino 24 años mayor que ella, en un hogar donde se sembraba con café… y se abonaba la tierra con coca.
“Desde niño estuve rodeado de cocaína y guerrilla. A los 7 años transportaba cinco kilos de coca cada fin de semana a Trujillo”, contaría años después al escritor Ron Chepesiuk para el libro que escribió sobre su vida ‘Mr. Big: cómo un refugiado colombiano se convirtió en el narcotraficante de cocaína más famoso del Reino Unido’. La droga, en ese entonces, no era solo negocio: era una forma de sobrevivir, según Ruiz Henao. Su padre, como muchos campesinos de la zona, pagaba con coca las vacunas exigidas por los grupos armados.
A los 17 años dejó el campo para probar suerte en Pereira como cartero. Pero la historia tomaría otro rumbo: conocer a Orlando Henao Montoya, alias “El Hombre del Overol”, una figura clave del Cartel del Norte del Valle. Fue como abrir una puerta sin retorno. Empezó enviando cocaína a Europa escondida en sobres postales, tejiendo los primeros lazos con la mafia siciliana, y entrenándose en el negocio del contrabando.
En 1986, tras la persecución a los extraditables en Colombia, migró al Reino Unido. Allí vivió primero una vida tranquila: trabajaba en un café italiano en Londres y compartía con su esposa e hijos. Pero seguía vendiendo pequeñas cantidades de coca. “En 1995 o 1996 era un mercado pequeño. Inicié en 1994 y para 1996 estaba negociando grandes cantidades”, se lee en el libro de su vida.
Para entonces, su inglés seguía siendo precario. Por eso, en muchas negociaciones, su primo traducía las llamadas con los compradores. Lo arrestaron por primera vez con apenas dos gramos. No sospecharon quién era. Lo soltaron. Y mientras otros caían presos, él iba amasando una red discreta y eficiente con la fachada de ser conductor de bus. Así se convirtió en uno de los mayores lavadores de dinero del narcotráfico en Europa.
En febrero de 1997, logró enviar medio millón de libras esterlinas a Colombia en una sola operación. Para finales de esa década, tenía al menos 17 personas trabajando en Reino Unido y otros 20 colaboradores en Colombia. Su negocio ya no cabía en sobres: era una empresa transnacional del crimen y tejida desde la periferia.
Su organización se sofisticó a una velocidad vertiginosa. Utilizaba mensajeros, casas seguras, carros con compartimentos ocultos y rutas establecidas que llevaban la droga desde España hasta Londres. “Yo no sabía de dónde venía ni para dónde iba la cocaína. Entre menos supiera, mejor”, dijo.
Para burlar a la policía, afinó el ingenio hasta el detalle: impregnaba la droga en ropa o plástico, la escondía en tarros de mayonesa, jamones, frutas, mostaza… incluso en pescado congelado. El dinero, como la droga, viajaba en silencio: enrollado dentro de condones, cruzaba fronteras en cuerpos humanos o se evaporaba en giros, casas de apuestas y empresas de papel.
Ruiz vendía el kilo entre 20.000 y 23.000 libras. En la calle, alcanzaba hasta 35.000. Cuando lo capturaron, el golpe al mercado fue inmediato: el precio del kilo se disparó en una semana de 20.000 a 30.000 libras, según el autor Ron Chepesiuk. “Éramos los principales proveedores de las grandes ciudades de Manchester, Liverpool, Glasgow y Edimburgo”, relató Ruíz Henao.
Pero su fórmula no era solo logística. Era el perfil bajo. Nunca alardeaba, no vestía como capo, no se presentaba como jefe. Se movía como uno más. Cambiaba de carro con frecuencia, botaba celulares después de unas pocas llamadas y rara vez se reunía en persona. Era “Mr. Big”, pero pocas personas lo sabían. Ni siquiera su esposa.
A diferencia de los narcos del Caribe que coleccionaban mansiones y tigres, Ruiz Henao no vivía rodeado de lujos. Lo suyo era el disfraz del hombre común. En 2001 abrió dos restaurantes en Londres —La Gran Colombia y Latinos Number— y una casa de apuestas con sedes en Madrid, Londres y París, llamada Eurochance. También tenía una empresa en España: Compartiendo. Eran negocios con menú, fachada y clientela, pero su verdadero servicio era el lavado de dinero.
El emporio parecía consolidado. Pero hasta las redes mejor tejidas, a veces, se enredan solas.
La operación que pondría fin a su imperio se llamó “Habitat”. Para entonces, el MI5 ya le había puesto un apodo tan ruidoso como temido: “el Pablo Escobar del narcotráfico británico”. No era una exageración. En poco más de una década, Jesús Ruiz Henao había movido más de 1,5 toneladas de cocaína y amasado ganancias estimadas en 350 millones de libras esterlinas.
En 2002, la inteligencia británica pasó a la acción. El punto de quiebre llegó con una conversación grabada a través de un micrófono oculto en la chaqueta de su hermano Mario. La frase de Jesús quedó registrada como una sentencia: “Escucha, Mario, al final del día, no me preocupa los millones de libras que hemos perdido. Eso es fácil de recuperar. Pero lo último que quiero es ir a la cárcel”.
Un año después, el 27 de noviembre de 2003, el cerco se cerró. Un escuadrón de 100 policías armados irrumpió en su casa. Lo arrestaron sin dar tiempo a maniobras. Para entonces, Jesús ya había decidido retirarse del negocio. Lo había dicho con frialdad matemática: “Cuando gané 50 millones de libras, decidí retirarme. En España no me lo querían permitir”.
En el Reino Unido, 32 personas fueron condenadas por delitos ligados a su red; en Colombia, 17 más. Se incautaron dos toneladas de droga —una cuarta parte, cocaína— y más de cinco millones de libras esterlinas en efectivo. Sus restaurantes fueron cerrados. El Estado los confiscó.
Ruiz Henao se declaró culpable. Lo condenaron por conspiración para distribuir drogas de clase A —las más peligrosas— y lavado de activos. Su primera condena fue de 25 años, pero una apelación la redujo a 19. Aun así, no fue un prisionero cualquiera. “Fui la primera persona latina en ingresar a una prisión del Reino Unido como preso de alto riesgo Doble A. Me escoltaron diez oficiales, en una camioneta sin distintivos, y un helicóptero policial. No nos detuvimos ni en los semáforos”, contó.
En 2012, aún cumpliendo su pena, fue condenado de nuevo por conspirar desde la cárcel para reactivar su red. El 10 de octubre de 2019, tras 16 años de encierro, salió finalmente de la cárcel. Ese mismo día fue deportado a Colombia acompañado por su hija.
Lo que parecía el cierre de un capítulo, resultó ser apenas una pausa. “Ya terminé con el narcotráfico. Ahora quiero vivir una vida honesta y disfrutar de mi familia”, le dijo Ruiz Henao a Ron Chepesiuk al terminar el libro sobre su vida. Pero no cumplió su palabra.
Entre 2021 y 2023, según la Corte del Distrito Este de Texas, volvió a involucrarse en redes de tráfico de drogas. Esta vez como parte de la organización criminal transnacional (OCT) “La Cordillera”, bajo las órdenes de un hombre llamado Diego Fernando Ruiz Quintero, según el concepto que rindió la Corte Suprema de Justicia sobre su caso, y al que tuvo acceso VORÁGINE.
Las investigaciones indican que ayudaba a ocultar cargamentos de cocaína y MDMA en carros, embarcaciones y envíos de exportación. Su papel, aparentemente, era llevar la contabilidad y facilitar las operaciones con empresas pantalla, como una que exportaba panela pulverizada. Uno de esos cargamentos llegó a Francia, fue descubierto por las autoridades, quienes emitieron una orden de captura en su contra, reveló un funcionario de la Fiscalía a VORÁGINE.
Fue capturado el 17 de agosto de 2023 en el barrio Bosques de Santa Elena, en Bogotá. La justicia de Estados Unidos pidió su extradición y lo ubicó como “enlace directo” entre redes colombianas y los mercados europeos y norteamericanos. El pasado junio se hizo realidad su salida del país junto a otros 12 ciudadanos colombianos también señalados por narcotráfico. Algunos de ellos eran exfuncionarios de la Armada Nacional, según información de la Policía. Actualmente está detenido en Texas, esperando juicio, confirmó el funcionario de la Fiscalía.
Jesús Ruiz Henao fue uno de los narcotraficantes colombianos más poderosos en el Reino Unido, aunque su historia ha pasado casi desapercibida en su país. Prometió haber dejado el negocio, pero su nombre volvió a aparecer dos décadas después, vinculado a nuevas rutas, nuevas redes y los mismos métodos de siempre. Aquel capítulo que parecía cerrado cuando regresó a Colombia en 2019, fue, en realidad, solo una pausa más en una carrera que nunca abandonó del todo.