7 de noviembre de 2021
A Kattiana Misterline Thomas la vieron deambulando sola por el muelle de Necoclí, Antioquia. Venía lamentándose, con los dolores de parto a cuestas, casi a punto de desfallecer.
Respiraba hondo, se quejaba, se apoyaba en un muro, miraba en distintas direcciones buscando a su esposo. Kattiana llevaba un vestido blanco de pepas negras, chanclas y unas trencitas a la altura de las orejas. Los treinta grados de la costa y el sol en pleno reverbero hacían más asfixiante la situación. Pensó que ahí, a la intemperie, unos quinientos metros abajo del embarcadero de migrantes donde termina el malecón, a lo mejor sería mamá por segunda vez.
A Kattiana unos lancheros la habían dejado sola en el puerto. Y ella no sabía qué hacer ni para dónde agarrar. En otro bote venía su esposo con la otra bebé de 18 meses en brazos. Widlia Sterline Honorat, se llama la pequeña.
El gentío, el paso de migrantes de un lado para otro con sus afanes, sus equipajes, sus niños, hacían que el apremio de Kattiana pasara desapercibido. Juan Arturo Gómez, un periodista de Apartadó que lleva años cubriendo la migración, se fijó en la mujer, se le acercó, paró un taxi y le dijo que se fueran al hospital. “Mi esposo, no encuentro a mi esposo”, insistía ella.
Fue entonces cuando apareció Johnwid Aslin Honorat cargando a Widlia Sterline. Y se montaron todos en el taxi.
Entraron por urgencias. El médico se percató de que Kattiana estaba pasada cuatro semanas del alumbramiento. Era un parto de alto riesgo y ahí, en el Hospital San Sebastián de Necoclí, no había cómo garantizar la plena salud de la madre ni de la bebé que estaba por nacer.
La Alcaldía de Necoclí gestionó el traslado de la familia en una ambulancia que recorrió cien kilómetros hasta llegar a la Unidad Materno Infantil de Chigorodó, un municipio que queda más al sur de la región del Urabá, donde viven unos ochenta mil habitantes.
En cualquier caso, ni Kattiana ni Johnwid sabían nada de Colombia, mucho menos dónde estaban en ese momento. Muy lejos de Haití, su patria, eso sí. Más de cien mil haitianos han pasado este año por el golfo de Urabá intentando cruzar hasta Panamá para luego emprender un viaje incierto hasta México y luego a Estados Unidos.
Pasar por esta parte del país encarna una posibilidad de morir en el camino. Lo primero es quedar a expensas de los traficantes de personas. Cada uno de estos migrantes debe pagar una cuota a las mafias de la zona que se lucran de la necesidad de huir a otros países como única opción de libertad.
Y les cobran hasta por respirar. Y en dólares. El transporte para un migrante supera siempre el de un turista. Los cruzan en lancha unos setenta kilómetros desde Necoclí hasta Acandí o Capurganá. Vorágine ha documentado varios naufragios en este trayecto. En la mayoría de los casos los cuerpos que son rescatados del mar son enterrados como NN.
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Luego los internan en la selva del Darién, en una caminata que dura unos ocho días de camino hasta la población panameña de Metetí. El ministro de Seguridad Pública de Panamá, Juan Pino, confirmó en junio de este año la muerte de al menos doce migrantes en esta parte de la frontera. Pero los muertos, lo saben las autoridades de ambos países, son muchos más. No quedan registrados, no hay levantamientos de cadáveres. Los cuerpos quedan allí sin tener quien los llore.
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Y los migrantes como Kattiana desconocen lo que les espera. Porque son los ‘coyotes’ los que están allí para explicarles la ruta a su manera. A ellos lo que les importa es que los caminantes paguen.
De hecho Kattiana, con su enorme barriga, alcanzó a llegar hasta Acandí. Los hombres que estaban a cargo de la ruta la devolvieron. Su embarazo estaba muy avanzado y ella no sabía que la travesía era tan larga.
El caso es que terminó de nuevo en Necoclí y allá, en el muelle, creyó que daría a luz. Hasta que el periodista Gómez se encontró con ella y la ayudó para que llegara al hospital.
En la Unidad Materno Infantil de Chigorodó, Kattiana estaba preparada para un procedimiento por cesárea. Eso le habían dicho. El parto, sin embargo, fue natural. Y vinieron los gritos de sus entrañas, y ese momento de dolor físico y de felicidad al mismo tiempo, la dicha que implica escuchar por primera vez el llanto de una criatura que llega al mundo aún en las circunstancias más adversas. Sterla Lisa Fanny Honorat nació el 24 de octubre de 2021 a las 12:32 de la noche. Pesó 4.800 gramos. Era una bebé gordita, completa, sana. Y sin patria.
Han pasado varios días desde su nacimiento y Sterla Lisa aún no tiene nacionalidad. Aunque podría ser haitiana, aún no cuenta con un registro civil de nacimiento. El trámite, en las actuales circunstancias de inestabilidad de ese país, parece irremediablemente embolatado. Kattiana, Johnwid y las dos bebés no podrían regresar. No es gratuito que miles y miles de haitianos estén huyendo de su tierra desde hace más de una década.
El país es un caos. El pasado 30 de octubre The New York Times aseguró que las pandillas controlan hoy por hoy gran parte del territorio. Y la gente se está quedando sin alimentos y sin combustible. “Los hospitales están a punto de cerrar porque los generadores se quedan sin potencia, lo cual pone en peligro la vida de cientos de niños (…) Y cada día que pasa, empeora la grave crisis de hambre”, se lee.
Kattiana y Johnwid se conocieron en el colegio en Puerto Príncipe. Se hicieron novios mientras estudiaban el bachillerato. Se comprometieron a casarse, a continuar el camino juntos. En 2016, él decidió emprender el viaje a Brasil sin ella, mientras buscaba algún trabajo, alguna estabilidad. Llegó a Porto Alegre. Pero esa solidez económica no llegaba. No es fácil ser migrante en Brasil. No es fácil ser haitiano en ningún punto del planeta Tierra. Esa es la realidad.
Johnwid trabajó en construcción y en oficios pesados, que era lo único que le ofrecían. Durante tres años se escribieron cartas con Kattiana. Se mandaban chats, hacían videollamadas, cuando ella conseguía conectarse a internet, intentando no dejar apagar la llama en la lejanía, en esa ausencia insoportable que solo saben comprender los enamorados.
En 2019, Kattiana viajó. Al tiempo nació la primera niña. Y Johnwid consiguió un trabajo como conductor de Uber. Y cuando todo parecía que mejoraba apareció la pandemia del COVID-19. Johnwid se quedó sin trabajo, y la vida poco a poco se fue tornando insufrible. Kattiana estaba embarazada de nuevo. La idea era que la nueva bebé naciera en Brasil. Pero las oportunidades laborales no aparecían y los ahorros poco a poco fueron desapareciendo.
Con dos mil dólares en el bolsillo, la familia emprendió el viaje por tierra rumbo a Estados Unidos el 30 de agosto pasado. Kattiana se montó al bus con veintiséis años y un embarazo a cuestas. Y de la mano iba Johnwid, con veintiocho recién cumplidos, cargando siempre en sus brazos a Widlia Sterline.
El primer gran obstáculo apareció en Bolivia. Allá les robaron casi todo el dinero que llevaban. En Ecuador ya no tenían nada. Y tuvieron que pedir plata en la carretera y apelar a algunos amigos en la distancia. Nunca pensaron quedarse varados en Colombia. La red de tráfico de migrantes a quienes pagaron por los pasajes en distintos puntos de la ruta siempre les vendió la idea de un viaje más corto y cómodo. Nadie les habló del suplicio que vendría.
Cuando salieron del hospital de Chigorodó con Sterla Lisa regresaron a Necoclí, a la casa de una señora que les había rentado una habitación y donde al día de hoy deben más de un millón de pesos de arriendo. Están viviendo de la solidaridad de algunos vecinos. Johnwid quiere trabajar, hacer algo en Colombia mientras pasan un par de meses y comienzan de nuevo la travesía. Pero a un migrante irregular nadie lo emplea.
En Necoclí alguien le dijo a Kattiana que se acercara a una comisaría de familia en Colombia y que ellos enviarían una solicitud a la embajada de Haití para el trámite del certificado de nacimiento de la niña. “Pero ese país es un despelote”, dice el periodista Gómez, que ha estado al frente de la situación de la familia. Si Sterla Lisa recibiera la nacionalidad colombiana podría facilitar que sus padres y su hermanita llegaran a Panamá y a Centroamérica de un modo más humano, no a través de la selva.
Esa, sin embargo, no parece ser una posibilidad. Vorágine se contactó con la Registraduría Nacional del Estado Civil para preguntar por casos como los de Sterla Lisa. “Los bebés recién nacidos hijos de inmigrantes, que por las circunstancias conocidas se encuentran en tránsito por territorio nacional colombiano, en este caso las personas que están de paso por el municipio de Necoclí, no obtienen la nacionalidad colombiana”, fue la respuesta oficial.
Es posible, agregaron en esa oficina, que se le pueda otorgar un certificado de nacida viva. “Es un documento que acredita el lugar donde nació, pero no el registro civil de nacimiento como tal porque colombianos solo podrán ser los que establece la norma”. Es lo que se llama apatridia, personas sin nacionalidad. Y, por lo pronto, Sterla Lisa no la tiene. Es una bebé que nació en desventaja con la mayoría de seres humanos del planeta. Su patria es un limbo, un lugar que no aparece en ningún mapa, su patria es una duda clavada en el pecho de dos padres que no saben qué hacer.
Según ACNUR, la apatridia tiene consecuencias. “Sin ninguna nacionalidad, las personas apátridas a menudo no tienen los derechos básicos de los otros ciudadanos. La apatridia afecta a los derechos socioeconómicos, tales como: educación, empleo, bienestar social, vivienda, atención médica, así como derechos civiles y políticos”. Lo que no tienen tampoco los migrantes irregulares.
Kattiana y Johnwid quisieran que su bebé fuera colombiana. Y así poder seguir, con menos riesgos, ese camino a un futuro factible. No el gran futuro. A uno normal, modesto si se quiere, uno en el que morirse huyendo no sea una probabilidad.
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Si quiere ayudar a la familia de Kattiana y Johnwid puede hacer una donación a la cuenta de ahorros de Bancolombia No. 02800595919, a nombre de la Diócesis de Apartadó, con NIT: 800041752. Reportar la ayuda a este WhatsApp: 3183106954.