17 de julio de 2020
Salvador Jaime Durán agonizó sobre el lago de su propia sangre. Sacarlo de la montaña luego de recibir cuatro disparos de fusil parecía un imposible. El Ejército tampoco se acercó para auxiliarlo, al contrario, los soldados huyeron. No había hospitales alrededor ni un médico, solo monte. Así es esta zona del Catatumbo.
La imagen es desgarradora, como se puede ver en una fotografía que tomó en ese instante un campesino. La expresión que quedó en la cara de Salvador es de sufrimiento: tiene los ojos cerrados, la boca abierta, la piel blanca como una hoja seca, el gesto es de desesperación.
Su camiseta azul oscura está empapada de sangre, al igual que el jean a la altura de la entrepierna; su brazo izquierdo está acomodado sobre el pecho, a la altura del corazón, como si se hubiera intentado cubrir una de las heridas antes de morir. María Fernanda Sarabia, su esposa en embarazo, le sostiene la cabeza. Ella no tiene consuelo. Llora y llora y dice que Salvador no tenía problemas con nadie. Más sangre y unos cartuchos de bala de fusil desperdigados sobre un lodazal terminan de componer el cuadro. Salvador ha fallecido. Lo acaba de matar el Ejército.
Esta escena transcurrió el sábado 27 de junio de 2020, pasadas las 10:00 de la mañana, en una veredita de las montañas del Catatumbo. San Pablo, se llama. Queda entre Filoguamo y el casco urbano de La Tiradera, corregimiento de Aserrío, en el municipio de Teorama, Norte de Santander.
No hay más de 50 familias en Filoguamo. Todos son labriegos, cultivan cacao, maíz, yuca, “usted sabe, la agricultura”, diría después Antonio Delgado Ovallos, Toño, el presidente de la Junta de Acción Comunal. En algunas cumbres, que pueden llegar hasta los 1.100 metros sobre el nivel del mar, hay cultivos de hoja de coca, nadie lo niega. Los habitantes se conocen entre sí, desde niños se han visto crecer, madurar, casarse, irse a la tumba.
Unos cinco minutos antes de que lo mataran, Salvador se había despedido de su vecina Mireya con una frase que a ella le ha venido taladrando la cabeza en las últimas semanas:
“Hoy es el último día, vecina”, le dijo cuando estaba a punto de arrancar en la moto para ir a encontrarse con su padre.
Y no era que Salvador se estuviera refiriendo a su muerte, dice Mireya. El asunto era mucho más sencillo: lo dijo así, con esa expresión, porque ya no habría más oportunidades de ir a aprovisionarse de alimentos pues al día siguiente cerrarían la carretera por la cuarentena.
“Hoy es el último día, vecina”, es la frase que Mireya ha escuchado una y otra vez en su cabeza desde que todo ocurrió.
Más allá de ese momento fugaz con el que ella se encuentra a veces en sus pesadillas, hay detalles importantes en esa última imagen que ella vio de Salvador: él no estaba armado, no estaba vestido de uniforme, no estaba en la mitad de ningún alistamiento militar. Simplemente se iba a encontrar con su papá para ir a mercar. Mireya es un testigo importante que no ha sido escuchado por la Fiscalía.
A Salvador, quien creció al frente de la casa de ella, toda la vida lo llamaron de cariño Chavarilo.
—Mamá, Chavarilo bajó, iba vacío en la moto, me provocó irme con él pero me dio pena decirle—dijo Mireya minutos antes de que se enterara de su muerte.
—¿Por qué no le dijiste?
—No, mamá, me dio pena molestarlo.
Cuando bajaba con su hijo con la intención también de ir a mercar se encontró con un sobrino que le dijo, en medio de la agitación:
—¡Tía, cómo le parece que le pegaron unos tiros a Chavarilo ahí en el callejón!
El linchamiento en redes
Dos días después del asesinato de Salvador, varias cuentas de Twitter comenzaron a difundir imágenes de un guerrillero vestido con prendas del Eln que guardaba un parecido físico con Salvador. Un peinado con copete era el rasgo que señalaban como definitivo y contundente para establecer que ambos eran la misma persona.
Las imágenes del subversivo al que comparaban con Salvador provenían de un acto reciente en el que el Eln devolvió a una comisión humanitaria dos auxiliares de la Policía que mantuvo secuestrados. Salvador se solía fijar el pelo con gomina hasta formar un copete. El guerrillero, que en las fotos y videos del acto humanitario llevaba puesto un tapabocas, también lucía un corte de pelo similar.
“Como Salvador Jaime Durán era conocido quien fue dado de baja por el Ejército y quien en las fotos aparece portando un fusil frente a los carteles del Eln y quien, por su indiscutible peinado, se reconoce fácilmente. Según informes posaba como líder social en región del Catatumbo”, trinó @thelatinwalke, usuario que en su biografía se describe como “URIBISTA 100%, amante de los deportes extremos”.
Muy pronto otras cuentas que se reconocen abiertamente seguidoras del expresidente Álvaro Uribe Vélez replicaron esa misma fotografía dando por hecho que Salvador era un ‘eleno’. El usuario @Henry46836801 (en cuya foto de perfil se ven soldados del Ejército de Colombia) además publicó un supuesto historial criminal que decía que Salvador era miembro del “RAT frente Héctor GAO del Eln” y que era conocido con el alias de Perica o Copete.
El 30 de junio la senadora Paola Holguín, que milita en el partido Centro Democrático, fundado por Uribe, lanzó dos trinos que parecían categóricos. En el primero decía: “Catatumbo denuncian: sujeto muerto en Teorama hace parte del Eln. No es líder social, era conocido como alias ‘Perica’, cuatro años delinquiendo, familiar del cabecilla Caballo Guerra, realizaba extorsiones en la zona y compraba PBC, participó en la voladura del oleoducto”.
Para ese momento a Salvador ya lo habían graduado de guerrillero. En otro trino, la congresista colgó un video en el que comparaba el rostro del joven ejecutado por el Ejército con el mismo hombre vestido de camuflado, tapabocas, fusil y charreteras rojas con negro. “Catatumbo denuncia, ¿líder social?”, se preguntó con evidente ironía.
Según aquellos trinos alias Perica o Copete era Salvador. No cabía en los mensajes lugar a la duda, o a la presunción de inocencia del muerto. Pocos habrían imaginado en ese momento que Copete —el que dice apodarse verdaderamente Copete dentro de las filas del Eln y el mismo de la foto en el acto humanitario— habría de aparecer casi dos semanas después del sepelio de Salvador diciendo que Copete era él, no el joven asesinado por el Ejército.
El representante a la Cámara Jaime Felipe Lozada, del partido Conservador, también difundió varios mensajes del mismo tenor que los de Holguín: “¿Se habrá enterado el senador @RoyBarreras que el ´líder social´ asesinado en el Catatumbo no era más que un terrorista del Eln?”.
Las preguntas que no se hicieron los medios
El tema escaló rápido a los medios de comunicación. En Noticias Caracol salió un informe en el que hablaba el general Oliverio Pérez, comandante de la Fuerza de Tarea Vulcano, la misma unidad de batallones al que pertenecían los oficiales, suboficiales y soldados que asesinaron a Dimar Torres el 22 de marzo de 2019. Por este último crimen hay imputaciones a varios uniformados por el delito de homicidio en persona protegida.
Parado frente a una cámara, el general sugirió que Salvador en efecto era un guerrillero. Aunque la cita es larga y enrevesada, vale la pena transcribirla completa: “El comando de la Fuerza de Tarea Vulcano, y en referencia a algunas fotografías que circulan en redes sociales y servicios de mensajería instantánea, donde al aparecer corresponderían a la misma persona que murió el pasado 27 de junio en la vereda Filoguamo, del municipio de Teorama, Norte de Santander, en hechos que son materia de investigación por parte de la Fiscalía General de la Nación, se permite informar que este comando conoce de esas fotografías en mención donde se visualiza a una persona portando de manera ilegal prendas de uso privativo de las fuerzas armadas, armamento, y posiblemente el brazalete del Eln”.
¿Qué otras pruebas tenía el Ejército para decir que Salvador era un subversivo aparte de una foto de un guerrillero del Eln con tapabocas y peinado con copete? Al menos los medios de comunicación que cubrieron el caso en ese momento no se lo preguntaron.
En su declaración, el oficial Pérez también acusó a la comunidad de haber modificado la escena del crimen: “Igualmente es de conocimiento de la Fiscalía la alteración de la escena de los hechos, al parecer por la población del sector. Así mismo, se le comunicaron al ente investigador las irregularidades de las que fueron objeto seis de nuestros militares”, dijo.
Es importante decir que el general no negó que Salvador hubiese muerto por los disparos de los hombres que comanda. Al contrario, insinuó que la muerte del joven de 27 años se había dado en medio de un combate: “Tropas del Comando Operativo Energético n.º1 desarrollaban operaciones de seguridad y defensa en ese sector, y según las primeras informaciones, fueron atacadas ocasionando un intercambio de disparos”.
¿Qué registros quedaron del supuesto combate? ¿Por qué si hubo un enfrentamiento los soldados no recuperaron el cuerpo de la persona que “dieron de baja” o intentaron acordonar la zona como suele suceder en situaciones similares? En este caso, los medios de comunicación que informaron inicialmente del hecho tampoco se lo preguntaron.
Un video que grabaron los campesinos cuando encontraron el cuerpo de Salvador no deja ver que la situación se esté dando en medio de una confrontación militar. Son 41 segundos en los que se escucha la angustiosa voz de María Fernanda, esposa de Salvador, y la de don Salvador Jaime Peinado, padre del muchacho. Otros vecinos que llegaron a mirar lo que había pasado también hablan durante aquellos momentos.
En el video se escucha de fondo el llanto constante de María Fernanda.
—¡Qué pasó, marica!, pregunta un campesino.
Don Salvador Jaime Peinado, papá de Salvador, contesta en medio de un llanto:
—No sé qué pasaría, hermano.
El campesino insiste con un grito:
—¡Qué sería lo que pasó, güevón!
María Fernanda, que seguía llorando sin parar, habla en ese momento:
—El papá lo encontró ahí tirado en el suelo, y él no tenía problemas con ninguno.
—¿Cuándo, cuándo?
—Ahorita, ahorita…acabó de morirse —dice María Fernanda.
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Las filtraciones del Ejército
Tres días después, y en medio de un mar de preguntas que el Ejército aún seguía sin contestar, la emisora Blu Radio publicó unas grabaciones de supuestos desmovilizados del Eln que aseguraban tajantemente que Salvador pertenecía a las filas de esa organización ilegal. A juzgar por el titular de la nota, el caso ya parecía resuelto: ‘Desmovilizados identifican a joven muerto en Catatumbo como miembro del Eln’.
El artículo comienza también con una frase aparentemente demoledora: “Los audios conocidos por Blu Radio revelan que el campesino muerto en confusos hechos es alias Perica”. La nota no contrasta la información ni consulta a los campesinos de Filoguamo ni se remite a otras pruebas o indicios, al menos para tener las dos versiones de la historia. Quien redactó la noticia, que consta de cinco párrafos, reprodujo dos audios a los que identificó como “Desmovilizado 1” y “Desmovilizado 2”.
El primero dice: “Ese es el compa Perica, ese, el que mandó la foto, el que mataron, ese es”.
Y el segundo: “Claro, este es alias Perica, la foto que le acabo de mandar, este es el muerto…que este es alias Perica, como le digo, este es el man”.
El Ejército, en vez de explicar los pormenores del supuesto combate y de mostrar en qué se basaba para decir que lo de Salvador no había sido un homicidio sino una “baja en combate”, dedicó su estrategia a filtrar informaciones de este tipo para dejar sobre el joven una sombra de delincuente irremediable, una de la cual no se podía defender ya estando debajo de la tierra húmeda. A Salvador no solo lo mataron sino que le salpicaron con lodo su nombre, su apellido, su pasado. ¿Qué intenciones tenían los dos supuestos desmovilizados no identificados para decir que Salvador era alias Perica?
Según la base de datos de la Policía Nacional, Salvador no tenía antecedentes penales ni requerimientos judiciales. Cuando los vecinos de Filoguamo se enteraron de la noticia de Blu Radio escribieron una carta de protesta que no tuvo ninguna difusión en los medios de comunicación. ¿Acaso los testimonios de los labriegos del Catatumbo valían menos que las afirmaciones de los supuestos desmovilizados?
Era una carta que dejaba salir una bocanada de indignación: “Las asociaciones de juntas expresamos nuestra preocupación por los continuos señalamientos en su contra (de Salvador), ya que no son ciertas, somos conocedores de la región y por consiguiente conocíamos a Salvador Jaime Durán, quien fue un hombre trabajador, nacido y criado en la vereda Filoguamo del municipio de Teorama, perteneció a la junta de acción comunal durante 14 años como afiliado en el libro y folio No. 14. El joven Salvador fue un ser íntegro dedicado a su familia, deja a su esposa en estado de embarazo de su primer hijo y nunca lo vimos perteneciendo a ninguno de los grupos al margen de la ley”.
Los campesinos de Filoguamo, en medio del duelo, también les hicieron un llamado a los periodistas instándolos a que practicaran sus más básicos principios: contrastar, verificar y llamar a todas las partes de la historia. Era una cátedra elemental del oficio: “Exigimos a los medios de comunicación más respeto para con la familia y toda nuestra comunidad. Les pedimos que antes de divulgar información verifiquen la veracidad de la misma (…) esas publicaciones causan daño a la integridad de la familia”.
En la vereda Filoguamo es difícil encontrar señal para hablar por celular. Los campesinos deben arrimarse a algún filo, a alguna esquinita, o subirse a una piedra, para comunicarse con el mundo. Después de varios días de estarla llamando, Mireya pudo contestar al teléfono. La voz se le entristeció hasta quebrarse cuando habló de Salvador, a quien todo el tiempo llamó Chavarilo. Mireya es vicepresidenta de la Junta de Acción Comunal de la vereda.
“Si hubiese sido otra persona yo no estuviera poniendo la cara por él, porque usted creo que se imagina las consecuencias que me podría traer en esta zona. Es que mire, de los cuatro hermanos que eran, Chavarilo era el más juicioso. Él no salía de la casa, no se veía en parrandas, no tomaba, no tenían ningún vicio, era un pelao sano”.
Es lo mismo que dice Antonio Delgado, el presidente de la junta: “Estamos defendiendo al muchacho porque sabemos lo sano que era él, a mí no me da miedo decirlo. Es nacido en mi comunidad, nunca salió de aquí, hasta que le quitaron los sueños y la vida. Yo no puedo creer todavía la muerte de ese muchacho, eso no se nos va a borrar a nosotros nunca, realmente es como si me hubieran quitado un hijo mío”.
Si lo que dicen estos campesinos es verdad, ¿quién es entonces alias Copete? El 12 de julio pasado el Eln publicó un video en el que aparece el guerrillero que dice ser Copete, el mismo que captaron las cámaras cuando la guerrilla devolvió a dos auxiliares de la Policía que mantenían secuestrados.
Detrás de él se ve una bandera roja con negro, alusiva a esa guerrilla. El tipo está vestido con uniforme verde oliva, lleva tapabocas puesto y tiene terciado en el pecho lo que parece ser un fusil R15. El hombre se identifica como del comando guerrillero Héctor, del frente de guerra nororiental. Además de reafirmar su lucha subversiva, asegura que Salvador no es Copete porque Copete es él.
“El comandante de la Fuerza de Tarea Vulcano sindica al campesino Salvador Jaime Durán, asesinado por un comando jungla del Ejército, de ser guerrillero del Eln, y lo señala de llevar el alias Copete. Desmiento esto porque Copete soy yo (en el video muestran en ese momento una foto aparentemente suya del momento en que devolvieron a los secuestrados)”. Y prosigue: “Aquí estoy luchando con las armas (…) en el Catatumbo hay muchos ‘falsos positivos’, como el de Salvador Jaime Durán, haciéndolo pasar como alias Copete, o sea, soy yo”.
En la comunidad de Filoguamo dicen tener cómo probar que Salvador no era ese hombre armado que estuvo en la entrega de los secuestrados. La devolución de los dos auxiliares de la Policía a una comisión humanitaria tuvo lugar el 14 de junio pasado, en una vía entre Ocaña y Teorama, en Norte de Santander. Testigos hay muchos: en el lugar estuvo el defensor regional del Pueblo Diógenes Quintero; el personero de Teorama, Ever Pallares; el administrador apostólico de la Diócesis de Ocaña, monseñor Luis Gabriel Ramírez Díaz; delegados de la Cruz Roja Internacional, y el abogado Nelson Arévalo, director de la Corporación Defensora de Derechos Humanos.Todos ellos estuvieron al lado del verdadero Copete y lo podrían reconocer.
Ese mismo día, cuenta Antonio Delgado, Salvador estaba en la vereda Filoguamo en una actividad comunitaria, de la que quedó un acta con su firma. Algunos miembros de la Junta de Acción Comunal estuvieron terminando de construir una casa para dos ancianos de la vereda. “Por transparencia nosotros siempre dejamos todo por escrito. Ese día era la terminación de los ranchitos, y acabamos de subir el resto de los ladrillos que hacían falta. Dejamos la obra negra, terminando los techos. Y Salvador nos ayudó en esa actividad”, dice Antonio.
Hay otros detalles que Mireya pide tener en cuenta a la hora de comparar al guerrillero del Eln con Salvador. “Nos da como tristeza, cómo es posible que hayan tenido en cuenta solo el peinado para decir que es él. Mire que el color de la piel ni siquiera coincide, el otro joven es más moreno, y Chavarilo es blanco. El otro joven es más carepequeño, Chavarilo es más carilargo. La estatura también es otra cosa. En los videos se ve que ese señor es bajito, de estatura baja. Chavarilo medía 1,76”, agrega.
Miembros de la Asociación Campesina del Catatumbo advierten que es la Fiscalía la que debe identificar plenamente a Salvador respecto del guerrillero del Eln, realizando un cotejo morfológico facial, que es un procedimiento obligatorio en el proceso penal, y no el Ejército a través de comparaciones superficiales que carecen de sustento científico, dicen.
Todo este debate sobre la foto del guerrillero del Eln y Salvador logró desviar un tema aún más delicado y es si hubo realmente un combate. En Colombia no existe la pena de muerte y el Ejército no puede ejecutar a una persona desarmada. ¿Qué fue lo que realmente pasó en aquella mañana del 27 de junio? El Ejército aún no ha dado una explicación detallada.
Según varios testigos de la comunidad, Salvador recogió a su papá en la moto para ir a mercar. A mitad de camino, le dijo al viejo que iba a orinar. Frenó la motocicleta y se metió hacia una trocha. A los pocos segundos el papá de Salvador escuchó disparos, se asomó y vio a su hijo embadurnado de sangre y quejándose del dolor. Eso asegura.
Poco a poco fueron llegando más vecinos a ver lo que había pasado. Ellos por su propia cuenta se aventaron selva adentro para buscar a los responsables y encontraron a seis soldados que, en principio, no quisieron decir a qué unidad pertenecían. Minutos después hallaron a un sargento que negó que los soldados estuvieran bajo su mando. Luego lo reconoció.
Hubo un momento en que había casi 300 campesinos de veredas aledañas. Aludiendo al artículo 301 del Código de Procedimiento Penal, decidieron retener a los soldados para entregarlos a la Fiscalía General de la Nación. “Todo ciudadano está legitimado para hacer una captura y poner a disposición de las autoridades a quien sea sorprendido en flagrancia cometiendo un delito”, es el argumento que dio la comunidad en ese momento para no dejar ir a los militares y quitarles el armamento. Todo lo grabaron en los celulares y lo subieron a las redes sociales.
Al día siguiente, cuando llegaron hasta la montaña delegados de la Personería, Defensoría del Pueblo y de organizaciones de Derechos Humanos, los uniformados fueron entregados a la Fiscalía. Este ente no consideró que hubiese flagrancia y los dejó libres. Sin embargo, los interrogaron y les incautaron las armas.
Pasadas unas horas, el cuerpo de Salvador estaba puesto sobre una mesa metálica y cubierto con un plástico blanco, dentro de un salón de clases de una escuelita de fachada aguamarina y columnas rosa del corregimiento Aserrío. Afuera no cabía un alma más, se ve en los videos que grabaron. “¡Mírenlo, era un hijo del pueblo, asesinos!”, se escucha que alguien grita.
El sepelio de Salvador también estuvo muy concurrido. Al cajón lo siguió una romería de personas con carteles que pedían justicia. Había niños, viejos, mujeres, padres. Llevaban bombas blancas y fotos del muchacho muerto. En el entierro no hubo cámaras, salvo las de los celulares de los asistentes. La gente llevaba una doble indignación. No era solo que lo hubieran matado, algo que de por sí ya era una tragedia irreparable, sino que hubiesen señalado al vecino de guerrillero, sin tener las pruebas suficientes, sin un proceso. Por las caras de los que allí estaban, era como si a Salvador lo hubieran matado dos veces.