Edwin Muñoz llegó a Silvania diagnosticado con cáncer metastásico, le dieron poco tiempo de vida. Once años después tiene uno de los ecoproyectos más innovadores del país. ¿Cómo logró su sanación y de paso aportar al planeta?
14 de enero de 2022
Por: Vorágine
Portada Edwin Muñoz

Hace once años, Edwin Muñoz fue diagnosticado con cáncer metastásico, ese que se disemina desde el lugar donde se formó hasta una parte lejana del cuerpo. Metástasis es aquella palabra que ningún paciente quisiera escuchar. Cuando los médicos lo descubrieron el mundo de Edwin se desmoronó en un par de segundos.

De un soplo, tuvo que abandonar su vida de académico y empresario en  Bogotá y obligarse a dejarlo todo para irse a morir a un lugar menos convulso. 

La finca que había adquirido con su familia en Silvania, Cundinamarca, parecía el lugar más propicio para ir a morirse. Allá llegó montado en una silla de ruedas y cargando un tanque de oxígeno. Su cuerpo dejaba ver los estragos de las quimioterapias. Su estado de ánimo estaba por el suelo. Allí, al lado de la enorme cuenca media del Sumapaz, este hombre pensaba pasar sus últimos días. 

Y no solo era el cáncer. Edwin se había quebrado económicamente, además de haberse separado de su esposa en ese momento. Todo le llegó junto, como suele suceder en esas ocasiones en que a la vida no le basta con mandar una roca sino que se despacha con la montaña entera.

Pero en Silvania lo que encontró no fue precisamente un remanso de paz. En este paraíso natural que padeció por décadas la guerra de los grupos armados había conflictos por el agua, disputas sociales y una problemática minera que amenazaba con destruir buena parte del ecosistema.

Si uno se para en el montículo más alto de esta finca de 67 fanegadas, esa que en la época de la colonia era parte de una gran hacienda que pertenecía a un virrey caballero, y que luego fue una de las casas de los comisariatos del café, se puede divisar hacia el oriente las montañas del Sumapaz, el páramo de agua más grande del mundo. Hacia el occidente, detrás de un embrollo de nubes, se adivina la cordillera de Peñas Blancas, donde quedan los cerros Tibacuy y Quinini. Hacia el sur está Fusagasugá. Y al norte, Bogotá.  

La región es pura agua por donde se le mire. Y por eso resultó paradójico que hace once años los arroyos, los ríos y sus brazos no fuesen suficientes para las comunidades. Al contrario, la escuelita más cercana a la finca de la familia de Edwin no tenía agua y cada gota en la región era motivo de altercados entre vecinos. Por debajo de la hacienda pasa el río La Victoria, que nace en la parte alta de San Miguel. Desde el portón se escucha su agitado estrépito.  

En toda la cuenca hay infinidad de afluentes que van a dar al río Sumapaz. Del nacedero Divino Niño, que queda en la parte alta, sale agua para Sibaté, Fusa y Silvania. Más de 100.000 personas viven en esta provincia compuesta por diez municipios, más una localidad de Bogotá, la más grande pero también la más despoblada y olvidada de la capital.

Y fue entonces cuando Edwin se dijo a sí mismo:

“Si me voy a morir, que al menos sea con dignidad, si me muero que sea haciendo algo por la madrecita tierra”. Su formación como diseñador industrial y especialista en medio ambiente y sostenibilidad le encendieron un montón de ideas. Aunque la vida se hacía corta y el tiempo apremiaba, a Edwin se le apareció por delante un último propósito para luchar.

El milagro de la vida  

Edwin está parado sobre una terraza de concreto verde  decorada con cuadritos de porcelana azul rey reciclada. Atrás, bajando unas escaleras, está la casona, que ahora es un bosque escuela , un EcoLodge  para caminantes interesados en aislarse entre la naturaleza y aprender del ecosistema que huele a  yarumos, romerones  y cedros, que es una fábrica de agua en el sentido literal de la palabra, un hogar que comparte con su nueva compañera  Andrea Reyes, que es una cuna donde ahora duerme la bebé recién nacida de ambos, una empresa que produce café orgánico, aperitivos frutales, siropes y una larga lista de productos cosmecéuticos hechos a base de cannabis medicinal y plantas ancestrales. La casona es, sobre todo, un milagro de sueños junto a sus hijos

Ya no hay silla de ruedas, ni siquiera muletas. La metástasis se fue. Edwin se ve sano. Si uno no lo conoce, de entrada es casi imposible imaginarlo en un estado terminal. Tiene puesta una camiseta negra y encima una camisa leñadora a cuadros verdes y azules; un jean y unas botas de trabajo. Es -y se nota en cada palabra- un tipo con un discurso ambiental estructurado.

¿Qué hizo hace nueve  años como para vencer a la muerte y moldear un proyecto que ha cuidado el agua de la zona como el tesoro que es?  

Aún enfermo lo primero que hizo fue conocer el territorio, y leer sobre el pasado de la cuenca. Dejó que el bosque se regenerara y comenzó a crear conciencia con los vecinos que fue conociendo poco a poco. Por esa época llegó a la finca Andrea Reyes, su actual esposa. Iba a adelantar sus prácticas profesionales y se terminó quedando por obra y gracia de una historia de amor.  

Edwin comenzó a tratarse con cannabis medicinal. No la marihuana que se fuma, sino la que se unta en pomadas, la que se ingiere en goticas de THC, e incluso esa que viene en productos a base de CBD o cannabidiol, responsable de las sensaciones de euforia y que, según la OMS, tiene componentes nutritivos y medicinales. A medida en que se iba recuperando, Edwin fue construyendo junto con Andrea un portafolio de oleatos y tinturas de cannabis que si bien no fueron la cura definitiva, le ayudaron a salir del estado de postración en el que llegó a estar en algún momento. 

—El primer ‘conejillo de Indias’ fui yo, cambié la morfina por extractos de cannabis. Mi recuperación fue con mucho CBD. Con tanto químico en mi cuerpo, tenía las manos recogidas, entonces comencé con las pomadas y las lociones. Tenía partidas las caderas y la columna desecha por tres discos destrozados , no toleraba el sol por el daño de mi sistema inmunológico. Y el sol hay que recibirlo, y por eso hicimos bloqueadores solares en gel a base de sábila, cannabis, tabaco y caléndula —cuenta—. 

Las tinturas a base de alcohol de banano y cannabis  le ayudaron con el dolor inmediato. Los  oleatos a base de aceite de cannabis le permitieron soportar los padecimientos de tiempos prolongados.

Para que la recuperación de un ser humano sea efectiva tiene que ser integral. Y eso pasa por la sanación sicológica, física, por el cuidado del entorno, de la naturaleza. 

—Todo empieza con el cambio de pensamiento, desde  dejar ese capitalismo de la ciudad y las personas  que te quieren por interés. Es entregarlo todo, sanarse, pedirle perdón a quien toque pedirlo, perdonar a todos aquellos que te hicieron tanto daño. La sanación es mental, espiritual, es comer sano, es respirar aire puro, es servir a los demás. En mi caso, una ayuda invaluable fue el cannabis, no fumado, no recreativo, sino medicinal, que el agua aromática, que el gel, la loción, las semillas. Hoy esos son los productos que tenemos en nuestra tienda de productos orgánicos certificados —dice.

La fábrica de agua

Poco a poco fue apareciendo la idea de crear un sistema para proteger el agua de la zona e, incluso, producirla y reciclarla, para así no contaminar el río. 

Edwin se conectó con la tierra, entendió por primera vez otro propósito de su vida: cuidar la montaña y ser su guardián, ayudar a crear lazos entre vecinos, generar una economía de mercado local. Y para todo ello investigó la historia de la zona, su cultura, desde que los pueblos indígenas panches y sutagaos eran los poseedores de la tierra, hasta cuando llegó la conquista, la colonia y la época moderna. 

Y se encontró con que estaba parado en un pulmón del planeta Tierra, en medio del cual había una casona de 108 años de antigüedad declarada patrimonio, que hoy se llama Quinta Saroco y que por sus elementales significa tierra, aire, fuego, agua y soberanía territorial.

El agua aquí se aprovecha de todas las formas. Recolectan  siempre lo que trae el aguacero. En esta parte de Silvania llamada Agua Bonita diluvia como en una regadera. ‘Cielo roto’, le dicen a esta zona oriental del municipio. La lluvia entonces se posa sobre canales que se extienden sobre los techos, luego baja a través de cadenas metálicas que, por la humedad, generan un banco de microorganismos. Es lo que se llama biofiltración. 

Esas mismas aguas pasan por otro filtro para después almacenarse en tanques bajo terrazas de concreto verde, hasta que se sedimentan y  aclaran. Lo recolectado se usa incluso para cocinar y para beber cuando se pasa por purificadores de carbono activado. De allí también sacan el líquido para la planta de producción de cosméticos, tras mejorar la calidad con ozonizadores y filtros UV.

En los alrededores, Edwin, su esposa y los colaboradores  de Quinta Saroco han sembrado setenta nacederos de agua. El proceso es este: cuando aparece en la tierra un pequeño ojo de agua, abren un hueco alrededor y plantan arbolitos para que hagan sombra, luego lo cercan de modo que no entren animales ni ganado. A todo eso le añaden plantas  como el cajeto  o el bore , que ayudan a que haya aún más humedad. Si el agua crece en el lugar es porque ese era su propósito, como la vida cuando brota de la nada. En toda la cuenca hay ahora sembrados más de 3.000 nacederos.

Pero hay que tener en cuenta que el agua es sistémica y esa es la razón por la cual en Quinta Saroco la usan para luego recircularla y no arrojarla de nuevo al río. Y este sí que es un proceso tan sofisticado como asombroso. Como en esta parte de Silvania no hay alcantarillado, Edwin tuvo que idear su propio método de disposición de residuos para que allí todo fuera sostenible. Para ello instalaron trampas de aguas grises y negras, pozos sépticos, biojardineras y un sistema de recirculación del agua por energía solar. Lo que queda se usa para el riego de plantas ornamentales. De la casa no llega ni una gota de agua al río, toda se reutiliza de distintas maneras. Este es tal vez el cambio de mentalidad más grande: el hecho de tener un paisaje con abundante recurso hídrico no quiere decir que se deba abusar de él.

Y no es solamente el agua. Edwin y sus vecinos, cuyas familias conviven a lo largo y ancho de unas 300 hectáreas de bosque natural subandino, ya han protegido cerca de 1.000 hectáreas de bosque y agua. En toda esa zona de incidencia captan cerca de 400 toneladas de CO2 por hectárea. Con la cooperación de varias entidades públicas y universidades han sembrado 125.000 árboles, entre los que hay yarumos, cedros, arrayanes, robles, romerones, guayacanes, helechos arborescentes y un centenar más. Todo es nativo.

Quinta Saroco identifica proyectos de investigación que han atraído a grupos y estudiantes de las universidades Nacional, los Andes y de Cundinamarca. El aporte de Edwin ha sido el de plantear un modelo ecosistémico de soluciones basadas en la naturaleza  y el de hacer inventarios de fauna y flora que, a la postre, puedan ser objeto de estudio. 

Otras historias sobre #PensarConOtros: A vuelo de pájaro: la esperanza del turismo comunitario en Colombia

Las amenazas de una mina suspendida

Agua Bonita es una vereda que bordea parte del Páramo de Sumapaz. Es una especie de edén considerado un bosque de niebla. El Instituto Humboldt describe así a este tipo de ecosistemas: “En términos de biodiversidad son ecosistemas prioritarios a escala mundial debido a la riqueza de especies de fauna y flora, algunas de ellas endémicas, en especial de plantas epífitas, vasculares y no vasculares, grupos de aves, anfibios e invertebrados y por el gran número de especies amenazadas o vulnerables en su interior”.

Todo esto se puso en riesgo el día en que a la empresa Cemín S.A., que extrae arenas y arcillas, le aprobaron un permiso de explotación minera que hoy se encuentra suspendido.  Edwin y algunos miembros de la comunidad se cansaron de alertar a las autoridades sobre la inconveniencia de permitir una actividad de ese tipo en una zona que cuenta con un sistema biótico único, donde hay especies amenazadas, donde hay riesgos de movimientos de tierra en masa por las abundantes precipitaciones que ha traído el cambio climático. 

De Agua Bonita baja agua para 13 veredas. Y la gente comenzó a darse cuenta de que aquello que bebían daba muestras de venir contaminado. El agua se deterioró. La Autoridad Nacional de Licencias Ambientales -Anla- encontró que la empresa había intervenido un cuerpo hídrico para continuar la explotación, “eliminando por completo su canal principal y su área de protección de ronda (vegetación)”. Esa y otras irregularidades hicieron que la entidad suspendiera las actividades. La medida, sin embargo, es transitoria y temporal.  

Ha sido la misma comunidad la que ha tomado acciones para evitar deslizamientos de tierras. En Quinta Saroco se implementó  un sistema de drenaje llamado ‘espina de pescado’. Desde el aire se puede ver una gran canaleta que parece una columna vertebral, de la que se desprenden conductos y mangueras, como si fueran espinas. En épocas de abundantes lluvias, el agua no arremete contra los taludes ni la montaña, sino que se desliza por los conductos que están regados por toda la finca para desembocar en tanques de almacenamiento. La vegetación  que han sembrado, como el bambú, vetiver y cauchos también ayuda a estabilizar los terrenos altos. 

Cuando Edwin camina se escucha el crujir de las hojas secas. Avanza hacia un terraplén en el que ondea una bandera de Colombia. 

—Arriba se ve la cuenca alta, es un bosque natural subandino. Y es muy importante. ¿Ve esa nubosidad allá arriba? Sube  por toda esta zona y trae todo el CO2 que ha captado, pasa por el bosque, el bosque lo captura y limpia el aire. Si ese bosque no existiera esa nubosidad pasaría de largo hacia arriba, llegaría a su tope y vendría el aguacero y la creciente. El bosque, es sabio, lo que hace es regular las capacidades hídricas. Y una labor ha sido dejarlo crecer, no talarlo, mirarlo, observarlo, respetarlo

Tras un silencio cuenta que con los viveros nativos implementados han hecho regresar a los perezosos. Y es que hace una década por el río bajaban animales muertos, desechos, colchones, hasta  cadáveres. Hoy, del afluente toman agua tigrillos y nutrias. Todas las especies de la zona obtienen allí su alimento. Los yarumos suelen ser la casa de los perezosos, ellos son de cierta forma unos jardineros que deambulan por las noches en el bosque y riegan junto a los escarabajos cientos de semillas

Pensar que en los alrededores de Quinta Saroco en tiempos remotos se respiraban químicos, veneno. La amplitud de los cultivos a base de agroquímicos estaba generando una descomposición del medio ambiente y erosión de los suelos. Eso, sin tener en cuenta lo que implicaba tener que ver a los grupos armados andando por la zona.

—¿Se siente satisfecho por lo que ha pasado aquí?

—La vida me dio una segunda oportunidad familiar, de salud, territorial, económica, desde la resiliencia y el principio de la precaución empezamos a desarrollar un concepto llamado “neosostenibilidad”, esto  no ha sido  nada fácil. Hoy puedo decir que este es un proyecto ambientalmente correcto, socialmente justo, culturalmente biodiverso, económicamente viable —dice Edwin junto a un pequeño romerón, el único pino nativo de Colombia. 

—¿Y de salud, cómo sigue? 

—Bien, ahí vamos, después de una condición tan fuerte como la mía no es fácil la recuperación. Sigo en el proceso. Las metástasis desaparecieron, pero el cáncer primario permanece. Me he ido recuperando de las secuelas de tanta radioterapia, quimio, y medicamentos de síntesis química. Las estoy superando. Perdí tres discos de la columna que casi que se deshicieron, ahí ven poco a poco y con mucha terapia. Al menos puedo respirar sin un tanque de oxígeno. Y puedo cocrear y aportar a este territorio, después de que no podía caminar. Pasé de silla ruedas a caminadores, luego a bastón, y véame hoy por aquí, caminando  por mis propios medios. Eso ya es demasiado, me dieron tiempo extra —dice.

* Esta historia es posible por el apoyo de Grupo SURA, que considera necesario #PensarConOtros para construir entre todos más oportunidades como sociedad.

*Quinta Saroco resultó ganador del Premio Nacional de Turismo 2021, en la categoría Infraestructura consciente para el país.

*Es finalista en 2022 de los Premios Verdes a nivel internacional, en la categoría Biodiversidad, subcategoría agua.

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