La gestión y los mensajes de desconexión que envió el presidente durante su mandato también contribuyeron a un hondo descontento ciudadano, que al final se reflejó en las urnas. Análisis.
20 de junio de 2022
Por: José Guarnizo / Ilustración: Camila Santafé, Angie Pik

Mientras Iván Duque caminaba este domingo sobre una suntuosa alfombra roja, como si fuera un monarca que sale de su palacio a tomar el sol, se hacía viral en redes sociales la foto de una canoa que navegaba por el río Atrato atestada de gente que salía a votar. Era, además, la repetición de una escena ocurrida tres semanas atrás: por un lado la solemnidad, la alfombra roja extendida para que hiciera el camino hasta su mesa de votación y levantara la mano en señal de triunfo, y por el otro, los habitantes de La Mojana con el agua casi hasta las rodillas, tratando de ejercer su derecho al voto, a pesar de una inundación.  

Desde otras regiones llegaban imágenes de indígenas embera y arhuacos saliendo de sus resguardos con la intención de ir a las urnas. Una foto de guambianos y de hombres y mujeres del pueblo Nasa haciendo fila para votar rodó en Twitter con la misma intensidad con la que surgían críticas alrededor de Duque en su rol de ilustre soberano.

Parecían dos países distintos. El primero, el de un gobernante que, en el paroxismo de su desconexión, llegó a decir que si se hubiera podido lanzar a la reelección, seguro habría salido elegido de nuevo.

El otro país, el de las trochas, las chalupas, los caminos de herradura, producía un insoportable contraste con la vida palaciega de un hombre sin peso de estadista que llegó a la Presidencia tomado de la mano de Álvaro Uribe Vélez, prometiendo menos impuestos, mejores salarios y más seguridad. Promesas que se diluyeron en el primer año de gobierno.   

La alfombra roja, por supuesto, resultó siendo apenas un símbolo. Pero la política justamente gira en torno a esos mensajes que envían los gobernantes con sus actos más fútiles y cotidianos. Eso es lo que se queda en la retina.

En los temas de fondo, Duque se convirtió a lo largo de cuatro años en el mejor jefe de campaña de Gustavo Petro. Y el punto de quiebre se dio con la protesta social de 2021, generada, en un principio, por el rechazo a una reforma tributaria, en plena crisis económica y pospandemia .

Duque no midió el descontento que se fue anidando día tras día en las bases populares. No entendió las razones de la protesta social. O lo que es peor: las minimizó, las pasó por alto, y las reprimió con las autoridades que existen para proteger a la población, no para atacarla. De las marchas quedaron 3.400 denuncias por violencia policial y 44 asesinatos que podrían ser atribuibles directamente a la fuerza pública.

Una de las respuestas del establecimiento a las marchas fue endilgarle solamente a Petro que la gente hubiese salido masivamente a las calles. No midieron que el país históricamente excluido también podía gritar  sin necesidad de que Petro se los dijera. 

Y aquí es donde entran en juego los jóvenes. Durante las protestas, que duraron más de tres meses y se convirtieron en las más largas y multitudinarias de la historia reciente de Colombia, Duque no supo sentarse a hablar de frente y con verdadero ánimo de escucha con una generación de muchachos que tomaron la decisión de hacerse sentir. La Fiscalía cerró filas en criminalizar a todo lo que oliera a Primera Línea. Y con eso creyeron zanjado el problema. 

En pódcast: Hombro a hombro: las voces de la Primera Línea   

Faltaba ver si esos jóvenes salían a votar. En segunda vuelta Petro sumó más de 2’500.000 votos respecto al 29 de mayo. “No es extraño que la mayoría de nuestros votos sean de jóvenes y mujeres. Una marea femenina y juvenil decidió tomarse las urnas”, dijo en su primer discurso como presidente electo. 

Y no es absurdo pensar que en una contienda tan reñida esos votantes primerizos sí inclinaron la balanza. Eran casi 3 millones los ciudadanos y ciudadanas de 18 años que podían ejercer su derecho al voto por primera vez este 19 de junio. “Los jóvenes son hoy protagonistas fundamentales, esos jóvenes a los que Iván Duque nunca entendió ni quiso hacerlo, para los que la única respuesta fue mandarles el Esmad, muchos de ellos celebran con razón, y ahora deben mantener espíritu crítico con el nuevo gobierno”, dijo el periodista Félix de Bedout en Twitter, minutos después de que se conocieran los resultados.

Por supuesto que Duque no fue el único artífice del triunfo de Petro. Pero ayudó, y mucho. Que un candidato de izquierda y exguerrillero haya logrado por primera vez la Presidencia en un país tan conservador como Colombia solo puede obedecer a múltiples factores.  

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Sin embargo, la gestión del presidente y sus formas le daban cada vez más la razón a Petro cuando se iba en contra del gobierno. Duque fue una creación del uribismo que salió mal (solo el 27% de los colombianos aprueban hoy su gestión), al punto de que varios sectores del Centro Democrático se desligaron completamente del gobierno para intentar pescar votos en las pasadas elecciones legislativas. María Fernanda Cabal, desde el ala más radical de la derecha colombiana, fue una de las que encabezó la cruzada anti-Duque.  El mismo Álvaro Uribe tuvo que resguardarse en campaña por desgaste propio y del mandatario que él mismo creó.  

El triunfo de Gustavo Petro marca un antes y un después. No es exagerado decir que es histórico en un país tan reticente a la izquierda, por el daño que causaron movimientos guerrilleros marxistas y leninistas que mutaron en organizaciones ligadas al narcotráfico, como lo fue el caso de las Farc. Y precisamente el proceso de paz con este grupo le hizo ver a un sector del país que era posible que una parte de la guerra quedara atrás. 

A contraluz, Duque no logró la seguridad que tanto promulgó en campaña junto a Uribe. Mientras en 2019 se produjeron 36 masacres en el país, en 2020, en medio de la pandemia, se cometieron 91 masacres; y en 2021, 96. Este año ese número ya va en 44. Todo esto en medio de pronunciamientos de la ONU y de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) por violaciones a los derechos humanos por parte de agentes del Estado.

A Duque le costó mirar hacia ese país rural donde no se dejó de derramar sangre durante estos cuatro años. Y aunque quiso demostrar resultados en otras gestiones, algunas de ellas se fueron desvaneciendo con el tiempo. Prometió, por ejemplo, reconstruir Providencia en cien días tras el paso del huracán Iota en 2020. Al sol de hoy aún no todos los isleños viven en las casas reparadas y reconstruidas por el Gobierno.

Todo cambio o nuevo líder que surge en América Latina se da, en parte también, gracias a desastrosos antecesores. No se trata solo de Duque. Las élites políticas que han gobernado al país en los últimos treinta años han hecho su parte. Pero Duque fue el último intento del uribismo de atesorar ese poder. Y algún día el país al que no le prestaron atención iba a reaccionar. Y lo hicieron abriéndose paso por caminos intransitables, por ríos, por  la selva, mientras una alfombra roja se desplegaba en ese otro país al que este domingo, 11,2 millones de personas le dijeron “no más”.    

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