Nicolás Sánchez Arévalo, reportero de VORÁGINE, recibió una amenaza de muerte e intimidaciones a sus familiares. Hacemos un llamado a toda la sociedad.
13 de octubre de 2024
Por: José Guarnizo, director general de Vorágine / Ilustración: Angie Pik
Amenaza contra periodista Vorágine Paramilitarismo Narcotráfico

Las amenazas de muerte no llegan solas. Vienen arropadas de un silencio al que no deberíamos acostumbrarnos nunca. La palabra, que es el instrumento con el que trabajamos los periodistas, pierde por un momento la eficacia de sus mecanismos. Por unos minutos nadie dice nada, todo se detiene indefinidamente. Es un silencio que no se puede medir: hoy sé que es amargo y muy pesado.   

El miércoles 9 de octubre, Nicolás Sánchez Arévalo, uno de nuestros reporteros, recibió una amenaza de muerte directa. Fue explícita, calculada, e incluyó intimidaciones a sus familiares. La sentencia tiene que ver con su oficio, con las investigaciones que ha venido realizando sobre relaciones empresariales con actores del conflicto armado, más concretamente con el paramilitarismo y el narcotráfico. 

Después del silencio acontece el caos y la verdadera ruptura con lo cotidiano; por momentos incluso aparece la culpabilidad, esa que no tendría que estar pero que llega como la consecuencia casi inevitable de declararse víctima de algo en Colombia. ‘Si lo amenazaron fue por algo, si lo mataron es que algo habrá hecho’, se suele decir con impasible impunidad.

En VORÁGINE llevamos cuatro años intentando investigar la corrupción y las vulneraciones a los derechos humanos que se cometen todos los días en este país de caminos sinuosos: no se sabe nunca de dónde puede provenir la asechanza. El periodismo que intentamos hacer no es el culpable de la amenaza que llegó para dejarlo todo en pausa. Es el mismo esfuerzo que hacen muchos periodistas anónimos a lo largo y ancho de Colombia. 

Tras el caos surge entonces, de manera casi instintiva, la necesidad de recoger los pedazos. ‘Hay que seguir’, nos decimos en medio del nerviosismo. Activar rutas de atención, interponer las denuncias correspondientes y avisar lo que se pueda avisar para no generar más riesgo son los pasos que recomiendan seguir. Lo cierto es que la amenaza nos pone una venda en los ojos, es como si apagaran las luces para obligarnos a caminar con menos certidumbres, sin brújula, de modo que nos convirtamos en rehenes de una sombra que anda al asecho, y que puede manifestarse en cualquier breña de este bosque neblinoso y jodido. Y mientras tanto, el silencio, la duda, el estado de alarma.

Las agresiones a la prensa no se nos pueden volver parte de un paisaje. Lo peor que le puede pasar a un periodista es perder el asombro por lo que reverbera a su alrededor y hoy los quiero invitar a ustedes a que nos ayuden a entender lo que ocurre para no adormecernos en medio de noticias que olvidaremos mañana. Me resisto a creer que la violencia se convierta en un cuadro que alguien puso en la sala de la casa para que nadie lo vea. 

Hablemos, por ejemplo, de estos periodistas que en los últimos años fueron asesinados por simplemente haber ejercido el periodismo: Jaime Vásquez (2024), Mardonio Mejía Mendoza (2024), Luis Gabriel Pereira (2023), Rafael Emiro Moreno (2022), Wilder Alfredo Córdoba (2022), Efraín Montalvo (2021), y Abelardo Liz (2020). 

Conversemos de estos números horrorosos que nos deberían avergonzar: En 2024 la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP) ha documentado 164 amenazas de muerte a hombres y mujeres que se dedican a contar lo que pasa en sus comunidades. Este año, que no ha terminado, ya superamos el número de amenazas de 2023. Lo de Cúcuta, por ejemplo, es aterrador. Los casos allí se triplicaron. 

No es necesario repetir que los periodistas no usamos armas, tenemos herramientas: una libreta, un lapicero, el teclado de un computador. Pero lo más importante no es eso. Nos bastamos con la mirada. Solemos prestar nuestros ojos para intentar ver cosas que en apariencia no son tan palpables; la idea es que al final todos podamos ver. Buscamos hechos que muchas veces alguien está interesado en que permanezcan extraviados en una carpeta o en la memoria de un testigo que sí pudo mirar. Y eso no puede ser un crimen en este país.   

En circunstancias como esta, es necesario dejar sobre la mesa la razón de nuestra obstinación de investigar, de seguir pistas y desatar nudos como si fuese un acto de irreversible terquedad. Puede que haya algo de eso, lo digo a título personal. Un personaje de Conversación en la Catedral, de Mario Vargas Llosa, decía que el terreno del periodismo es el de las arenas movedizas. “Te vas hundiendo, te vas hundiendo. Lo odias, pero no puedes librarte. Lo odias y de repente estás dispuesto a cualquier cosa por conseguir una noticia. A pasarte las noches en vela, a meterte en sitios increíbles. Es un vicio, Zavalita”.

Tal vez se nos haya ocurrido algún día pensar que este oficio se parece más a un vicio. Pero eso sería limitado. El periodismo es mucho más que eso. No se nos puede olvidar que estamos aquí para prestar un servicio social. Ejercemos la libertad de expresión no porque la merezcamos, sino porque enfrente nuestro están los ciudadanos, ellos son los depositarios de ese derecho que solemos atribuirnos. 

Y no por eso esperamos una medalla. Los periodistas no somos héroes ni mártires. Renunciamos a tener que serlo. Bajo nuestros pies todavía hay lagos de sangre seca que nos increpan cuando intentamos repasar lo que ha ocurrido en los últimos años. En VORÁGINE, y eso lo puedo decir sin miedo y con transparencia, no nos mueven intereses personales ni económicos. Ni siquiera motivaciones ideológicas. Nuestros estatutos nos prohíben contratar con el Estado: no recibimos dinero del gobierno nacional, tampoco de alcaldías y gobernaciones. Somos una fundación sin ánimo de lucro. VORAGINE no es de nadie y es de todos sus colaboradores. Eso es necesario que lo sepan.

También puedo decir que nosotros no damos batallas, tal vez nos hacemos preguntas sobre sus orígenes y consecuencias. No formamos parte de ninguna guerra. Cubrimos el conflicto para intentar entenderlo: en estos dos últimos meses hemos tenido periodistas en Nariño, Medellín, el Bajo Cauca antioqueño, la Sierra Nevada de Santa Marta, Tumaco y el Cauca. Allá hemos estado haciendo entrevistas, buscando documentos, pruebas, mirando paisajes y montañas, con el único fin de dejar un testimonio, con la única idea de plasmar un relato que logre explicar algo. Al menos parcialmente.  

La amenaza de muerte a Nicolás nos obligó a parar y esa fue la razón por la que publicamos un comunicado el jueves pasado. Era un mensaje escueto que no decía mucho y lo decía todo. Un mensaje triste para cada uno de nosotros, lo digo con franqueza. Las variables que se nos presentaban en ese momento no eran claras. La vida no puede seguir igual cuando una intimidación de ese tipo aparece con su vestido difuso a tocar la puerta de un reportero que lo único que anda buscando es una historia para sus lectores.

Han sido días hostiles y extraños. Desde que ocurrió la amenaza recibimos la guía y el apoyo permanente de la FLIP. A ellos les debemos toda nuestra gratitud. Hablo por mí pero sé que también por Nicolás y por todo el equipo de VORÁGINE. No ha habido un minuto en que no hayan estado para él y para nosotros. Hoy quiero agradecer todo el respaldo recibido. Centenares de personas nos han dejado mensajes. Cada uno de ellos, los públicos y los privados, nos han blindado, nos han hecho saber que nuestra tarea tendrá que continuar en tanto las circunstancias lo permitan. No voy a olvidar nunca a los colegas y medios de comunicación que nos demostraron su apoyo. Nicolás ha vivido días de angustia y zozobra, pero la solidaridad le ha dado momentos de alivio. Es importante seguir rodeándolo porque las amenazas llegan, pero nunca es claro cuándo se van, cuándo se disipan.

Este es un episodio que me deja otras preocupaciones adicionales. Como director de VORÁGINE y reportero pensaba en los jóvenes periodistas que están comenzando sus carreras y ven en este tipo de violencias un motivo para desilusionarse, para buscar otros caminos. Cómo decirles a ellos que este oficio en Colombia a veces trae sus espinas; pero que no es lo normal, que esa no debe ser la regla, no es para eso que nos desvelamos y vamos a sitios insospechados como el personaje de Vargas Llosa, para eso no es que buscamos con terquedad una historia. En recoger los pedazos está también la gracia de este trabajo que es más artesanía que profesión. Ordenar piezas, pegarlas otra vez y soplar el polvo para ver de nuevo las formas de la cosas es al final un sentido en sí mismo.   

Hoy creo saber que una amenaza es como una nube que no te permite ver qué hay del otro lado, es una maleza que enreda la vista. Y a veces solo hay que esperar a que el día aclare para que todos veamos.

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