Después de un lobby de casi 60 años, la Iglesia católica logró un asiento como Estado Observador Permanente en la Organización Mundial de la Salud. Así lo logró y estas son las implicaciones de una decisión que apoyó Colombia.
2 de marzo de 2022
Por: Daniel Gatti
Vaticano OMS

El 31 de mayo pasado el Vaticano logró que su estatuto en la Organización Mundial de la Salud (OMS), la agencia que determina las políticas de salud pública de las Naciones Unidas, se equiparara al que goza desde 1964 en la ONU: el de Estado Observador Permanente No Miembro. La Asamblea Mundial de la Salud (AMS), el organismo de gobierno de la OMS, se lo otorgó en su 74 reunión anual, realizada de manera virtual entre el 24 y el 31 de mayo, a través de una resolución votada por el 30 por ciento de los países presentes en el encuentro. Desde que fue admitido como Observador No Permanente en la OMS, en 1953, el microestado confesional ha participado en todas las sesiones anuales de la AMS gracias a las invitaciones que le extendía, en cada ocasión, el director general de turno del organismo. A partir de ahora ya no dependerá de ese gesto de buena voluntad. 

De acuerdo con una nota del primero de junio de la Agencia de Información Católica Argentina (AICA), el medio de difusión del episcopado del país rioplatense, “como Estado No Miembro Observador la Santa Sede podrá participar en la Asamblea Mundial de la Salud de la OMS, podrá hacer intervenciones, reservar turno de palabra en sus asambleas, reuniones de comités -administrativos y de financiación-, tendrá derecho a réplica, podrá proponer puntos de orden del día que impliquen a la Santa Sede, podrá participar en resoluciones y decisiones y borradores que mencionen a la Santa Sede y tendrá un asiento. No podrá en cambio votar, proponer o presentar candidatos”.

La resolución fue presentada por Italia y copatrocinada por otros 71 países, entre ellos Colombia. El texto presentado originalmente por Italia daba más potestades al Vaticano. Open Democracy, un medio de comunicación independiente basado en Londres que consiguió el borrador inicial del documento, consignó que Roma pretendía “otorgar a la Santa Sede el derecho a auspiciar decisiones sobre cualquier tema” y a “publicar y hacer circular todo tipo de comunicados directamente, sin intermediarios” y con el sello de “documentos oficiales”. También le reconocía explícitamente a la Santa Sede su “extenso compromiso” en “la promoción de los cuidados de salud, así como en las medidas públicas para afrontar emergencias humanitarias, pandemias y otras emergencias sanitarias públicas, incluyendo la reciente pandemia del SARS-COV-2”. 

Al parecer, esa primera versión del proyecto de resolución no encontró los apoyos necesarios e Italia aceptó “rebajarla”. El texto definitivo, presentado a los miembros de la AMS el 12 de mayo, un par de semanas antes de su encuentro virtual, limita el derecho del Vaticano a “coauspiciar proyectos de resolución y decisión” sólo a los que “hagan referencia a la Santa Sede”. Y aquella referencia al “extenso compromiso” del Estado confesional con “la promoción de los cuidados de salud” fue eliminada. Esta versión depurada fue aprobada primero en comisión y luego en el plenario de la AMS. 

La publicación digital española Infolibre, en su edición del 8 de junio, quiso saber si esas modificaciones fueron decisivas para que gobiernos “progresistas” como el presidido por el socialista Pedro Sánchez apoyaran la modificación del estatuto del Vaticano en la OMS. El Ministerio de Relaciones Exteriores ibérico se limitó a responder que el documento italiano había sido sometido a “consultas informales” cuyo contenido no podía revelar (“las negociaciones son confidenciales”), pero que había consenso en la Unión Europea para que el Vaticano fuera reconocido como Observador Permanente en la OMS. 

¿No le molesta acaso a Madrid, que ha puesto el acento en estos temas, promover al Vaticano, que ha estado en las antípodas, o compartir iniciativas con países tan regresivos en ese terreno como Polonia o Hungría?, le preguntó también Infolibre a la Cancillería de su país. “España promueve la salud y los derechos sexuales y reproductivos, así como los derechos humanos LGTBI en todos los foros internacionales en los que participa”, respondió el Ministerio. Y no más. 

El copatrocinio de la propuesta italiana por países musulmanes como Arabia Saudita, Pakistán, Emiratos Árabes Unidos, Omán o Bahréin, en principio sorprendente, en realidad no lo es, dijo a Infolibre el español Juan José Tamayo, secretario general de la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII. “En los foros internacionales donde participa, el Vaticano no ha tenido problema para ‘hacer piña’ con los países musulmanes más integristas”, apuntó. De la misma opinión fue la jurista Marisa Soleto, directora de la Fundación Mujeres e integrante del Observatorio Estatal contra la Violencia de Género de España. “La experiencia nos dice –observó– que en algunos acuerdos las posiciones ultraconservadoras de la Iglesia católica sobre los derechos de las mujeres se han alineado con las de los países islámicos, y no por coincidencia ideológica, sino porque tienen una visión similar en materia de salud sexual y reproductiva”. 

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Un día después de la resolución de la AMS, el Vaticano expresaba su satisfacción con lo conseguido en Ginebra. Vatican News lo puso negro sobre blanco el primero de junio: “El objetivo se ha alcanzado y es muy importante: la Santa Sede es, desde hoy, y a todos los efectos, Estado Observador No Miembro de la OMS”. El portal del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, que agrupa a todos los medios de comunicación de la Santa Sede, sea impresos, televisivos, radiales o electrónicos, recogía luego comentarios del ministro de Asuntos Exteriores de Italia, Luigi di Maio, y del observador permanente de la Santa Sede ante la ONU y otras organizaciones internacionales en Ginebra, el arzobispo esloveno Iván Jurkovic. El canciller italiano parecía exultante. “La presencia de la Santa Sede será de gran inspiración para todos”, comentó el también líder del Movimiento Cinco Estrellas. “Es un reconocimiento al importantísimo papel desempeñado por la Santa Sede en los campos humanitario y de la salud y un éxito indiscutible del multilateralismo y de la cooperación internacional en el terreno sanitario”. 

Más exultante aún –y verborrágico– estaba el arzobispo Jurkovic. “Las consecuencias e implicaciones de tal resolución son el resultado de un trabajo, de una orientación, de las opciones de la Santa Sede en el pasado y también de los compromisos que se prevén para el futuro”, decía. Y agregaba: “En mi opinión, siempre ha sido evidente que la visibilidad de la Iglesia católica en el mundo pasa por dos obras socialmente relevantes. La primera es la educación, este enorme sistema formado por 300.000 escuelas, por mil universidades católicas” repartidas por el planeta. Y en la segunda englobaba a “las instituciones no propiamente sanitarias, que en inglés se conocen como Welfare, es decir de ‘bienestar’ general, humano”, que calculaba en alrededor de 110.000 en todo el mundo. “Se trata de dos expresiones de la Iglesia que absolutamente debían estar representadas, en cierto modo, a nivel institucional, si se puede decir así, en este caso como observadores de la Santa Sede en una organización importante y global como es la Organización Mundial de la Salud”. 

En ese reconocimiento institucional estaba, para el Vaticano, la importancia central de que prosperara la moción italiana: “se había hecho necesario institucionalizar la presencia” de la Iglesia católica en un terreno que ella considera central para poder mover ficha y donde no contaba con las condiciones formales para hacerlo, como el de la definición de políticas de salud pública globales, sugería el arzobispo. “En ciertas ocasiones –dijo Jurkovic a Vatican News–, durante algunas reuniones regionales, se vio que la OMS no nos percibía como un organismo jurídico soberano, reconocido en los círculos internacionales, sino que nos consideraba como una de las iniciativas de una organización típicamente humanitaria. Para nosotros era importante que se defendiera este carácter específico de la Santa Sede y que se garantizara institucionalmente nuestro derecho a participar en las reuniones de la OMS y no se estableciera con una invitación de vez en cuando”.

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“Hace muchos años que el Vaticano le tiene ganas a la OMS y en particular al Programa de Reproducción Humana, que es el que se ocupa de sexualidad y reproducción, temas que suelen ser un campo de disputa política e ideológica importante”, dijo para este trabajo una ex alta funcionaria de la OMS. “Ya era discutible –señaló– que el Vaticano fuera aceptado como Observador Permanente en la ONU, pero bueno, uno puede considerar que los actores políticos de peso, que en este mundo no son sólo los gobiernos, se puedan sentar alrededor de la mesa. Lo hacen también instituciones como el Banco Mundial. No me gusta, pero lo puedo entender. Mucho menos aceptable es que el Vaticano tenga el mismo estatuto en la OMS, una institución vinculada a la producción científica, un terreno en el que la Iglesia no parece tener precisamente mucho que decir. Al contrario”.

De manera general, esa exfuncionaria apuntó que los mecanismos de toma de decisiones en la OMS son “extremadamente intrincados”. “Yo he participado y dirigido un espacio de gobernanza allí y puedo asegurar que las reuniones se hacen, se discute, pero las negociaciones siempre van por otro lado. Esta decisión de incorporarlo como Observador Permanente tiene sobre todo una importancia simbólica y política, pero hay que tener en cuenta que el Vaticano ya tenía peso en el sistema de Naciones Unidas. Creo igual que se debe tener un ojo vigilante, monitorear que este cambio de estatuto no implique que adquiera a más largo plazo un papel más decisorio en una OMS que en estos últimos tiempos, fundamentalmente con la pandemia, ha entrado en un cono de sombra y está muy golpeada en la institucionalidad global”.

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Más vale prevenir que curar, se insiste en buena parte de las organizaciones que a lo largo del planeta trabajan en la afirmación de los derechos sexuales y reproductivos. Neill Datta, secretario del Foro Parlamentario Europeo en esa materia, afirmó a Open Democracy que “con un estatus formal, en lugar de la invitación de cortesía, en la AMS la Santa Sede puede comenzar a actuar del mismo modo que lo hace en el resto de la ONU” y que eso “puede traer problemas”. 

“Problemas” de ese tipo se presentaron, por ejemplo, en la Conferencia Mundial sobre la Mujer de las Naciones Unidas de Pekín, en 1995, recordó Marisa Soleto. “Si en materia de derechos sexuales y reproductivos no se fue más lejos”, o en todo caso tan lejos como sí se lo fue en el terreno de la violencia de género, se debió precisamente “a la influencia del Vaticano”. “Para conseguir cierto nivel de consenso hubo que limar aristas” y “rebajar el nivel de reivindicación”, le contó la directora de la Fundación Mujeres de España a Infolibre

Jessica Stern, directora ejecutiva de Out Right Action International, una asociación de defensa de lesbianas, gays, bisexuales, transexuales e intersexuales, fue en el mismo sentido en declaraciones a Open Democracy. El Vaticano, señaló, no ha parado de jugar fuerte en el sistema de Naciones Unidas para frenar o “matizar” resoluciones en materia de derechos reproductivos. Que pueda hacerlo con mayores poderes tan precisamente en la OMS, una organización que se propone promover la salud de todas las personas, sería particularmente grave. “La OMS –dijo- no es lugar para la exclusión basada en la religión, en especial en medio de una pandemia que ha dañado en forma desproporcionada a quienes son más vulnerables, como las mujeres y las personas LGTBI”. Una opinión similar también a la de Caroline Jackson, directora general de la Federación Internacional de Planificación Familiar, o Jamie Mason, presidenta de Católicas por el Derecho a Decidir. “La influencia conservadora de la Iglesia católica en este escenario único y vital para la colaboración internacional en salud pública podría resultar desastrosa para la salud reproductiva y los derechos de las mujeres”, afirmó la primera. Mason puso a su vez el acento en las “consecuencias de vida y muerte” que podría tener la incidencia recargada de la doctrina de la Iglesia sobre todo “en las áreas más pobres del sur global”.

Una investigación de 2021 de las finlandesas Linda Gilby, Meri Koivusalo y Salla Atkins basada en documentos, resoluciones y comunicados de Naciones Unidas emitidos entre 2014 y 2019 concluye que el propio lenguaje de la organización en el terreno de los derechos sexuales y reproductivos ha ido evolucionando en un sentido cada vez más conservador. Y especialmente en estas instancias internacionales, en que se lo cuida tanto, en que cada palabra es sopesada y vuelta a medir, el lenguaje es un espejo muy preciso de evolución a fondo. El informe, titulado Global health without sexual and reproductive health and rights? Analysis of United Nations documents and country statements (¿Salud global sin salud y derechos sexuales y reproductivos? Análisis de documentos de las Naciones Unidas y declaraciones de países), recopila y examina 14 resoluciones de la ONU, seis documentos de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer (CSW, por su sigla en inglés), 522 declaraciones de países y grupos y cinco informes de la Comisión de Población y Desarrollo. “Los resultados –escriben las investigadoras, especialistas en salud- demostraron una desaparición del lenguaje sobre el aborto en los documentos finales de la CSW de 2017 y un cambio en el lenguaje sobre la educación integral en sexualidad en la CSW de 2018, así como en las resoluciones de la Asamblea General de la ONU” de este mismo último año. “Es probable –dicen- que ello tenga un impacto sustancial en otros foros internacionales, regionales y nacionales de formulación de políticas sobre salud de la mujer, igualdad de género y sexualidad”. 

Aquella resolución de la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo (CIPD) de 1994 de que de ahí en adelante los documentos de la ONU hicieran referencia explícita a los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres ha ido quedando cada vez más en desuso, destaca la investigación, al punto que se ha ido “normalizando” un lenguaje conservador que hace hincapié en “el papel de las familias” y “en los valores familiares heteronormativos tradicionales que excluyen los derechos individuales” y omite incluso, en algunos documentos, toda mención a la sexualidad. Gilby, Koivusalo y Atkins subrayan la “exitosa” presión en ese sentido de los “actores anti derechos sexuales y reproductivos”, que se ha acentuado con el ascenso “de la política populista religiosa de extrema derecha” en todo el mundo. Entre esos actores ubican, como era de esperar, a la Santa Sede. 

Muchos años antes, en 2000, el Centro para los Derechos Reproductivos (CDR) ya había mostrado con ejemplos la fuerza de lobby del Vaticano en las estructuras de las Naciones Unidas gracias a un estatuto que le otorga “muchos de los privilegios propios de un gobierno” aunque el enclave romano de la Iglesia no sea más que “una entidad religiosa sin territorio”. “A pesar de que la Iglesia católica tiene admirables estrategias dirigidas a erradicar la pobreza y buscar el desarrollo económico –opinaban los autores de ese informe- la defensa de esas estrategias se debilita al establecer posiciones en contra de la igualdad y el empoderamiento de las mujeres, la mitad de la población mundial”.

El estudio, gráficamente titulado La Iglesia católica en las Naciones Unidas: un obstáculo para los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, hacía mención a los puntos de vista defendidos por la Santa Sede en distintas conferencias mundiales de la ONU, siempre “en alianza con un pequeño grupo de gobiernos conservadores y organizaciones radicales de derecha”, sobre “temas que incluyen el papel de la mujer en la sociedad, VIH-sida, anticonceptivos, aborto, servicios de salud sexual y reproductiva, y adolescentes”.

En aquella otra pandemia que fue el sida, durante la cual la distribución de preservativos fue aceptada entre los científicos a nivel mundial como estrategia central para reducir la transmisión, “la Santa Sede se rehusó firmemente a permitir su uso”, enfrentándose incluso a la OMS, señala el informe del CDR. Esa postura inflexible, las máximas jerarquías de la Iglesia católica la mantuvieron absolutamente incambiada durante larguísimos años. Declaraciones como la del arzobispo ghanés Peter Sarpong durante el XIII Simposio de Conferencias Episcopales africanas de Dakar, en 2003, para quien “los condones son elementos que facilitan el libertinaje sexual y no son una garantía segura al cien por ciento” han sido –y son aún- hegemónicas en el clero en todo el mundo. Fidelidad en el matrimonio, abstinencia afuera y si no que sea lo que dios quiera fue la posición defendida sin matices en esta materia por el Vaticano, hasta que a fines de 2010 el papa alemán Benedicto XVI admitiera en un libro entrevista (Luz del mundo, Herder editorial) que el uso del preservativo podía “justificarse” en casos como la prevención del sida o la prostitución, aunque enseguida introdujera matices. “Es un paso adelante, el primero de la Iglesia”, comentó la entonces directora general de la OMS, Margaret Chan. 

Cinco años después, el sucesor de Benedicto XVI, el argentino Francisco, defendería una posición similar. Pero en 2017, el “papa de los pobres” se desdeciría cuando le pidiera la renuncia al Gran Maestre de la Orden de Malta por “no oponerse” a que ONG que colaboran con la orden distribuyesen preservativos en países de África, un continente donde el sida es aún hoy, según la OMS, uno de los principales problemas de salud pública.

Los matices han estado casi ausentes por el contrario a lo largo de los años en otros temas en los que la Organización Mundial de la Salud ha defendido posturas diametralmente opuestas a las del Vaticano, como el derecho a la interrupción del embarazo. 

Durante la CIPD de El Cairo de 1994 y la Conferencia Mundial sobre la Mujer de Beijing, un año después, “la Santa Sede y sus aliados pelearon duramente contra el derecho de la mujer a optar por el aborto”, escribía en su trabajo el CDR. En la CIPD, “se opuso al uso de la expresión ‘aborto en condiciones de riesgo’ porque implicaba que el aborto pudiera ser seguro en otras circunstancias. Otra expresión que la Santa Sede se niega a aceptar es ‘embarazo no deseado’, argumentando que implica que el embarazo es una experiencia negativa, inconsistente con la noción de mujer. Como resultado del compromiso, el Programa de Acción de El Cairo sostuvo finalmente que el aborto debe ser seguro donde no es ilegal”. 

Todavía en la actualidad la Iglesia se niega en las decenas de miles de centros de salud que financia a lo largo y ancho del planeta a brindar servicios de interrupción de embarazo en ninguna circunstancia, y en la enorme mayoría de ellos a distribuir preservativos.

Las condenas morales a cualquier tipo de aborto, se den en las circunstancias que se den, han sido comunes a todos los papas, incluido el argentino Jorge Bergoglio. “Sería como contratar a un sicario”, comentó Francisco en 2018 cuando se le preguntó su opinión sobre el aborto terapéutico. El diario español El País recordó en su edición del 11 de octubre de aquel año que en 2012, cuando era todavía arzobispo de Buenos Aires, Bergoglio había durísimamente criticado una decisión de la Corte Suprema de Justicia de Argentina de no penalizar los abortos tras violaciones. Estaba en el tapete el caso de una adolescente de Chubut de 15 años al cual su padrastro había violado. La justicia provincial había rechazado dos veces la petición de la madre de la joven de abortar, hasta que en la semana 20 de gestación la Corte Suprema local lo autorizó. Ese fallo fue apelado ante la Corte nacional, que ratificó la no punición en casos de violación. Se conoció como “Fallo FAL” y dividió claramente las aguas en la sociedad argentina. Jorge Bergoglio se posicionó netamente del lado de quienes consideran al aborto un “asesinato”. “Una legislación que no protege la vida favorece una cultura de la muerte”, dijo entonces quien seis meses después se convertiría en papa. E insistiría en esa línea cuando años después el parlamento de su país discutiera, y finalmente aprobara, un proyecto de ley de despenalización del aborto. En 2018, al regresar de un viaje a México, cuando muy cortésmente periodistas le preguntaron si no le parecía que el aborto podría ser considerado “un mal menor” cuando la vida de las mujeres pudiera verse amenazada, Bergoglio respondió: “El aborto nunca es un ‘mal menor’. Es un crimen. Es echar fuera a uno para salvar a otro. Es lo que hace la mafia. Es un mal absoluto”.

Cierto es que ha habido en estos años jerarcas católicos que han tenido en estos temas una retórica bastante más “fuerte”, por decir algo, que Francisco. Es el caso del cardenal peruano Juan Luis Cipriani, quien también en 2018, refiriéndose a los reclamos de despenalizar las interrupciones de embarazos en casos de violación, lanzó: “si no estás de acuerdo con la vida suprime la tuya”. Cipriani tuvo, antes y después, muchas otras salidas públicas de ese cuño. Desde reclamar impunidad para un obispo peruano acusado repetidamente de pederastia (“no hay que hacer leña del árbol caído”) hasta acusar a las mujeres de “provocar” e incitar a los hombres a que las agredan sexualmente (“muchas veces las mujeres se ponen en un escaparate”) pasando por atacar, en 2017, el por entonces nuevo enfoque de género de los libros de educación escolar en su país (“si seguimos con este engaño de que todo vale démosles de comer excremento a los niños”).

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El desembarco en el Vaticano de Bergoglio despertó de todas maneras esperanzas de que por fin una de las instituciones más conservadoras del planeta pudiera iniciar, aunque fuera lentamente, una suerte de “viraje progresista”. Su prédica social, sus críticas al “dogma de fe neoliberal”, su distancia en ese plano con sus predecesores, ilusionaban. El nuevo papa había avanzado además en temas en los que el Vaticano jamás lo había hecho, como el reconocimiento de las uniones civiles de parejas del mismo sexo, y se manejaba, respecto a las “minorías sexuales” y hacia los críticos de dentro y de fuera de la Iglesia, con un lenguaje mucho menos agresivo que los tradicionales.  

Aunque en temas como los derechos sexuales y reproductivos o el papel de la mujer en la sociedad la nueva era vaticana no parecía pintar muy distinta, discusiones se instalaron acerca de si no era momento de elevar la mirada, considerar que Francisco está enfrascado en una lucha interna en la Iglesia contra los más conservadores, y bajar un poco el nivel de cuestionamiento a una Iglesia que aparece, bajo el nuevo papado, como uno de los mayores diques de contención a la extrema derecha en el mundo. Tal parte de la tesis defendida por dos filósofos españoles, Santiago Alba Rico y Gorka Larrabeiti, en una columna publicada el 14 de octubre de 2018 en la revista digital Ctxt. La nota se titulaba ¿Está tan cerca el papa Francisco de la extrema derecha?, y respondía a una anterior, de la antropóloga Nuria Alabao, que se hacía la pregunta contraria: ¿Está tan lejos el papa Francisco de la extrema derecha? Alabao admitía que Bergoglio ofrece hoy, por ejemplo en su encíclica Fratelli tutti, “una buena muestra de un pensamiento más cercano a lo que imaginamos que diría Cristo de haber vivido en estos tiempos: una interpretación en clave humanista de la pandemia y de los males de la globalización neoliberal, el consumismo, la especulación financiera, la mercantilización, la guerra… Una alerta sobre el maltrato a los migrantes e incluso una crítica de la propiedad privada cuando no sirve a un fin social, también a lo que llama ‘populismo irresponsable’ y a los ‘nacionalismos cerrados, resentidos y agresivos’”. Pero la antropóloga española apuntaba que “por mucho que se interprete este texto como un golpe a las extremas derechas” en ascenso en el mundo, las posturas del papa argentino en lo que ella identificaba como “el principal ámbito de influencia” concreto de la Iglesia, “las cuestiones de género”, muy poco se han apartado de los puntos de vista clásicos del clero, en los que, precisamente, coincide con organizaciones de la ultraderecha política y social y con los integrismos religiosos de diverso pelaje. Y no “sólo” es el aborto, ni los derechos sexuales o reproductivos. Sostener posturas como las de la Iglesia en esos temas implica estar en contra de cualquier cambio social de fondo, sugería Alabao. “Ya es mala suerte que en lo único que se muestra inamovible sea justo en lo que la Iglesia tiene poder real para cambiar las cosas”, decía. A diferencia de su doctrina social (“que es mera recomendación”), la doctrina de la Iglesia en cuestiones de género es objeto de parte del Vaticano de la búsqueda de “un frente unido de batalla que incluye a actores diversos en todo el mundo: partidos ultra, movimientos ciudadanos laicos o religiosos, lobbies políticos e iglesias”. Así ha sido siempre, así lo sigue siendo. Y las instancias internacionales son una ocasión privilegiada para tejer esas alianzas, en las que el Vaticano no actúa de dique de contención alguno a la extrema derecha sino más bien en sentido contrario.

Citando a Neill Datta, del Foro Parlamentario Europeo de Derechos Sexuales y Reproductivos, Open Democracy señaló que las delegaciones del Vaticano en el Consejo de Europa -las actuales- “han incluido a representantes del European Center For Law and Justice, filial de un grupo estadounidense dirigido por Jay Sekulaw, exabogado personal de Donald Trump”. La nota menciona también al hispano-estadounidense trumpista Gualberto García Jones, integrante de la misión permanente del Vaticano ante la Organización de Estados Americanos (OEA). García Jones forma parte del grupo Citizen Go, que en 2020 lanzó una petición para desfinanciar a la OMS, y del International Human Rights Group, “una organización antiderechos con sede en Washington muy activa en la OEA”, según escribió la abogada paraguaya Mirta Moragas. Jerarcas del Vaticano intervinieron además como oradores en la cumbre 2019 del Congreso Mundial de Familias, “una red fundada por conservadores rusos y estadounidenses que nuclea a movimientos antiabortistas y contrarios a la igualdad de derechos de las personas LGBTI”, consigna Open Democracy. Otro ejemplo de colusión de este tipo citado por la publicación: el “Consenso sobre el fomento de la salud de las mujeres y el fortalecimiento de la familia”, conocido como Consenso de Ginebra. El 22 de octubre de 2020, recuerda la nota, “gobiernos conservadores encabezados por la entonces administración Trump divulgaron lo que dieron en llamar Consenso de Ginebra, que inicialmente se iba a lanzar en forma paralela a la Asamblea Mundial de la Salud 2020 pero fue suspendido por la pandemia”. La iniciativa tenía como objetivo manifestar el rechazo de los firmantes a la existencia de un “supuesto derecho internacional al aborto” y elevar sus consideraciones a todas las instancias de Naciones Unidas. Además de Estados Unidos, la promovieron los gobiernos de Brasil, Egipto, Indonesia y Uganda y la suscribieron un total de 32 países, la mitad de los cuales figurarían unos meses más tarde entre los auspiciantes de la aceptación del Vaticano como Observador Permanente en la OMS. 

ACI Prensa, una publicación integrante del Grupo ACI, que se presenta como “uno de los más grandes generadores de contenido noticioso católico en cinco idiomas y que pertenece desde junio de 2014 a la familia de EWTN Global Catholic Network, la cadena católica televisiva más grande del mundo”, basada en Estados Unidos, elogió al Consenso de Ginebra como “una declaración histórica” que “rechaza el aborto como ‘derecho humano’” y “defiende a la familia”. 

Open Democracy observa que “si bien hubo quienes esperaron que esta iniciativa muriera luego que Trump abandonara la presidencia de Estados Unidos, no fue así, y sigue siendo una herramienta organizativa para movimientos y estados conservadores”. 

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En el debate de hoy, dijo en 2016 el cardenal español Antonio Cañizares, la “ideología de género” ocupa un lugar central. Tiene que ver con “la idea que nos hacemos de la civilización”, afirmó, y dijo también que entre los “dragones” que a lo largo de la historia han amenazado a la humanidad el peor ha sido la voluntad de equiparar a hombres y mujeres en derechos. Peor que el imperio romano, el imperio nazi, el imperio soviético, los otros grandes “dragones”. Y el de la ideología de género no se ha extinguido como los otros. Al contrario, vive y lucha. Cañizares dijo estas palabras el Día de la Asunción de la Virgen, presunta autora de aquella frase que llamó a imitar: “He aquí a la esclava del Señor”. Preguntado años después en una entrevista sobre su opinión acerca de las posturas del papa Francisco dijo que hay planos, “los más esenciales”, en que todos los jerarcas de la Iglesia coinciden. Como un solo hombre. “Yo estoy siempre con el papa, nada más, con todo”.

Romain Carnac, sociólogo suizo autor de una tesis sobre La Iglesia católica ante la problemática del género en el Centro de Investigación sobre la Acción Política de la Universidad de Lausana, señaló (entrevista en el portal francés Médiapart del 14 de junio de 2019) que la ideología de género comenzó a ser vista como enemigo número uno de la Iglesia en los noventa, “cuando los emisarios del Vaticano que participaban en las conferencias mundiales de Naciones Unidas alertan a sus jerarquías sobre la difusión del concepto de ‘género’, visto como peligroso, en las discusiones internacionales”. Se estaba en vísperas de la CIPD de El Cairo y de la Conferencia Mundial sobre la Mujer de Beijing. Fue el papa Juan Pablo II el primero que conceptualizó claramente, a comienzos de los 2000, a la “perspectiva de género” como “el” problema a enfrentar de ahí en adelante por la Iglesia católica, observa Carnac. Expresiones como “teoría de género” o ideología de género” empezaron a popularizarse hacia fines de la primera década de este siglo “en los medios católicos y tomar el sentido que tienen hoy”, para “designar a un enemigo que abarca todo aquello a lo que se opone actualmente la Iglesia católica en el dominio de la familia, la pareja, la sexualidad, la procreación y la relación con el cuerpo”. La húngara Eszter Kovátz y la estonia Maari Pöim dicen que el combate a la “ideología de género” es el “pegamento simbólico” que en Europa unifica a movimientos conservadores de cuño muy diverso, según el título de un trabajo que publicaron en 2015 (Gender as symbolic glue). De acuerdo a las regiones del planeta, esos actores varían, pero hay uno que siempre está en el centro del escenario: el Vaticano, la conducción de la Iglesia católica.

¿Por qué la idea que las diferencias entre hombres y mujeres se construirían socialmente le molesta tanto al Vaticano?, le preguntó Médiapart a Carnac. “Se puede ver en esto una forma de repliegue estratégico sobre las temáticas ligadas a lo íntimo ante la constatación de la incapacidad estratégica de la Iglesia para pesar en las otras esferas, económicas y sociales”, respondió el investigador suizo. Y explicó: “Tras la segunda guerra mundial, el Concilio Vaticano II fue un momento de reflexión sobre las transformaciones del mundo moderno y sobre el lugar que puede y debe tener la Iglesia en esta sociedad en evolución: ¿cómo continuar jugando un papel en países cada vez más afectados por la secularización y la laicización, donde las instancias políticas tienden a desaparecer? Una manera de responder a este tema consiste en intentar seguir ejerciendo una influencia en los dominios relativamente dejados de lado por las políticas públicas, el derecho y el mercado. Juan Pablo II reforzó esta dinámica de focalización en las cuestiones vinculadas a la familia, la sexualidad y la procreación”.

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Pero fueron Benedicto XVI primero, y Francisco después quienes consolidaron ese condensado ideológico en torno al combate a la “ideología de género” que la Iglesia católica ofreció a la galaxia reaccionaria de todo origen, dice Nuria Alabao y ratifica la universitaria estadounidense Mary Anne Case, autora de varios trabajos sobre este tema, entre ellos el rol de los papas en la invención de la complementariedad y la anatematización del género desde el Vaticano (G&PAL, 2018). 

“El marco de género en el que se mueven las extremas derechas ha sido fijado por la Iglesia Católica, tanto en sus contenidos específicos como por el diseño de exitosos conceptos” del tipo de “ideología de género”, propuesto “como una defensa del ‘orden divino’, el ‘natural’, contra la afirmación de que los roles y normas de género son construidos socialmente”, escribe la antropóloga española. Su colega colombiana Mara Viveros Moya observa a su vez en Intersecciones, periferias y heterotopías en las cartografías de la sexualidad, una investigación universitaria publicada originariamente en Brasil, que “la ideología de género es una estrategia discursiva ideada por el Vaticano y adoptada por numerosos activistas e intelectuales católicos y cristianos para contraatacar la retórica de la igualdad de derechos”.

“Hay una convergencia entre regímenes autoritarios de derecha conservadora y la Iglesia. En Hungría, Víktor Orbán suprimió el financiamiento de los estudios de género. Jair Bolsonaro hizo lo mismo en Brasil”, dijo Carnac a Médiapart. Lo mismo sucede en Polonia. O en varios países centroamericanos, donde la Iglesia católica y cultos evangélicos han colocado el tema de la “ideología de género” en el centro del debate público. O en Colombia, donde llegó a colarse incluso en las discusiones sobre los acuerdos de paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y la organización guerrillera FARC de 2016, según indicó Mara Viveros Vigoya.  “Durante la campaña por el ‘No’ a los acuerdos –escribió la investigadora- se utilizaron distintas estrategias que buscaron hacer equivalente la inclusión del enfoque de género en los acuerdos de paz de La Habana con la imposición de una supuesta ideología de género. Mientras una parte de la población celebraba la inclusión del enfoque de género en los acuerdos de la mesa de conversaciones como un hecho sin precedentes en un proceso de paz, otro sector utilizaba el argumento de la ideología de género para aglutinar a las personas en torno al rechazo de los supuestos cambios que traerían en los valores familiares los acuerdos de paz”. 

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El 21 de marzo de 2019 Vatican News tituló: “La ideología de género es un paso atrás para la humanidad”. El portal de la Iglesia recogía una intervención del arzobispo filipino Bernardito Auza, en esa época Observador Permanente del Vaticano ante Naciones Unidas y la OEA y actual nuncio apostólico en España, en el evento “Igualdad de género e ideología de género: protección de mujeres y niñas”, realizado en Ginebra. “Antiguamente –dijo allí Auza- había una clara comprensión de lo que significaba ser una mujer. Era una cuestión de cromosomas. Hoy en día esta claridad se ha visto empañada por la ideología de género, que hipotetiza una identidad personal desvinculada del sexo. (…) No debemos olvidar que nuestro sexo, así como nuestros genes y otras características naturales son datos objetivos, no elecciones subjetivas”.

El diplomático vaticano, informaba el portal, citó abundantemente textos de Francisco, como la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia, “en la que el papa enfatiza que la ideología de género niega ‘la diferencia y la reciprocidad natural del hombre y la mujer’, sugiere ‘una sociedad sin diferencias de sexo y vacía la base antropológica de la familia’ (…) y lleva a proyectos educativos y directrices legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer”. Auza mencionó igualmente la Encíclica Laudato sì, “donde el papa afirma que ‘una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se convierte en una lógica a veces sutil de dominación sobre la creación”. Francisco, dijo el religioso filipino, “está particularmente preocupado por la enseñanza de la ideología de género a los niños, por lo que los niños y las niñas son alentados a cuestionar, desde la edad más temprana de su existencia, si son hombres o mujeres sugiriendo que ‘el sexo cada uno lo puede elegir’”. La nota de Vatican News recordaba al pasar otras palabras del papa argentino, esta vez dirigidas a los obispos polacos reunidos en Cracovia el 27 de julio de 2016: “¿Y por qué enseñan esto? Porque los libros son los de las personas y las instituciones que te dan dinero. Son las colonizaciones ideológicas, apoyadas también por países muy influyentes”. En 2020 la conferencia episcopal polaca saludó “calurosamente” la declaración final del Consenso de Ginebra, firmada por Varsovia. Un año después Polonia, gobernada desde 2015 por el partido ultraconservador Ley y Justicia, estaría entre los auspiciantes de la propuesta italiana para que el Vaticano aumente su nivel de representación en la OMS.

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Docente en ciencias sociales, integrante del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina, periodista y autora de libros como La potencia feminista, o el deseo de cambiarlo todo (Tinta Limón -Traficantes de Sueños, 2019), Verónica Gago sostiene en una reciente nota que el concepto de “ideología de género” “sintetiza hoy una auténtica cruzada encabezada por la Iglesia católica contra la desestabilización feminista”. Los feminismos –escribe- “han desafiado a los poderes establecidos y estos han desencadenado una triple contraofensiva: eclesial, económica y militar, que tiene uno de sus anclajes en la denuncia de la ‘ideología de género’. Una de las operaciones relacionadas es asociar la ‘ideología de género’ al colonialismo. Otra consiste en infantilizar el feminismo como política trivial, de clase media, frente a la urgencia popular del hambre”. 

Gago evoca en esa nota (Cartografiar la contraofensiva. El espectro del feminismo, publicada en el número de julio-agosto de 2019 de la revista Nueva Sociedad), algunos de los textos más emblemáticos de esa “cruzada”. También a algunos de sus protagonistas. Curiosamente (o no), en los primeros planos aparecen mujeres: Dale O’Leary, una periodista hoy octogenaria autora del libro The Gender Agenda (La agenda de género), señalada como “la lobista más activa del Vaticano” en foros y organizaciones internacionales, y Jutta Burggraf, una teóloga alemana ya fallecida que redactó la entrada sobre género del Lexicón. Términos ambiguos y discutidos sobre familia, vida, tolerancia, clonación, bioética, homosexualidad y cuestiones éticas, un monumental libro de más de 1.100 páginas del Consejo Pontificio para la Familia que en español se editó en 2004. 

Viveros Vigoya apunta que fue O’Leary, representante de la National Association for Research & Therapy of Homosexuality y del Family Research Council de Estados Unidos, la primera que habló de “ideología de género” para referirse a la acción de las organizaciones feministas en la previa a la Conferencia Mundial sobre la Mujer de 1995. “Ella se dio a la tarea de alertar a la red de lobistas cristianos de los riesgos que implicaban, para sus valores religiosos, las posiciones de las llamadas ‘feministas de género’. Entre otros, se refería al cuestionamiento que hacían estas feministas de la maternidad como primera vocación de las mujeres, la tolerancia hacia la orientación e identidad homosexual y la desnaturalización del sexo y la sexualidad, lo que abría la posibilidad de matrimonio entre parejas del mismo sexo. Antes del inicio de la conferencia, O’Leary expuso su denuncia de la ‘ideología de género’, de la que se apropiaron muy rápidamente los altos dignatarios de la Iglesia, popularizando la expresión”.

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Verónica Gago deja ver cómo la Iglesia fue articulando a escala planetaria un contra-movimiento social junto a otros muy diversos actores. La idea general consistió en sugerir que la “ideología de género”, al atacar la centralidad de la familia, estaría contribuyendo a disolver el espacio por excelencia de socialización y realización de las mujeres, fundamentalmente de las mujeres de los sectores populares. Y que esta “ideología” sería un pilar de una suerte de neocolonialismo ideológico, así como un vector del neoliberalismo. “Quienes denuncian la ‘ideología de género’ proponen un combate al neoliberalismo a través de un retorno a la familia, al trabajo disciplinado como único proveedor de dignidad y a la maternidad obligatoria como reaseguro del lugar de la mujer”, escribe Gago. Por el contrario, quienes la defienden estarían financiados por los ricos del mundo. 

José María di Paola, el padre Pepe, un cura muy popular que opera en las villas miseria de la periferia de Buenos Aires, expuso en detalle esta visión al hablar ante el Congreso argentino cuando se estaba discutiendo la ley de despenalización del aborto. No sólo el aborto es un asesinato, un pecado (“quienes lo practican se ponen en lugar de dios”), dijo, sino que forma parte de la agenda de instituciones financieras expoliadoras como el FMI y el Banco Mundial, que se manejan “con la idea de que haya menos pobres, pero no fruto de un trabajo social sino para que no nazcan más pobresEn el fondo quieren eso”. Y así como lo quieren el FMI y el BM, lo quieren también las feministas y todas y todos los que defienden “esa causa, que nada tiene que ver con la salud social”, agregó Di Paola. 

Mary Anne Case atribuye a Francisco la paternidad de este planteo de una supuesta conjunción entre neoliberalismo y género, entre instituciones internacionales y ONG y movimientos sociales como el feminista. Gago observa: “Llegamos a una suerte de contradicción lógica. ¿Puede el antineoliberalismo sustentarse en un orden patriarcal cuya estructura biologicista y colonial es indisimulable? Esto es justamente lo que han dejado claro los feminismos en su radicalización masiva: no hay capitalismo neoliberal sin orden patriarcal y colonial. La trinidad es indisimulable. (…). Parece paradójico que la institución que (en América Latina) debe sus cimientos a la colonización más cruenta enarbole un discurso ‘anticolonial’. Parece paradójico que, en un momento en que la jerarquía de la Iglesia católica se ve impugnada por las denuncias de abuso sexual a menores por parte de sus integrantes surja por arriba la bandera de un antineoliberalismo de corte miserabilista y patriarcal para señalar al feminismo como enemigo interno”. 

Cuando se presentó ante el Congreso argentino para pedir que el aborto siguiera siendo punido el padre Pepe dijo que las mujeres pobres empatizaban con la postura vaticana y que la Iglesia francisquista, que es una “Iglesia de los pobres”, en cierta manera hablaba en nombre de ellas. Quiso la casualidad –cuenta Verónica Gago- que el mismo día hablara ante los parlamentarios Karen Torres, joven habitante de una villa donde Pepe trabajó largo tiempo. “En nuestros barrios –dijo Karen- intervienen instituciones como las iglesias que se encargan de moralizar nuestros cuerpos, nuestras decisiones y que operan para que las mujeres no tengamos acceso al aborto legal. Sin derechos sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas estamos condenadas a seguir siendo vulneradas”. Sugirió también que las vulneraciones se complementan, que son parte de un rompecabezas en el cual todas las piezas encastran.

Gago piensa que hay hoy una batalla por la “espiritualidad política”. Y que esa batalla “se da en las calles, en las casas, en las camas y en las escuelas”. Y también en los foros internacionales, sobre todo en organismos que juegan un papel en la definición de políticas públicas. 

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