30 de septiembre de 2020
“Un sacerdote transcurre su ministerio impartiendo justicia”, dijo monseñor Mauricio Vélez García, obispo auxiliar de Medellín, en las exequias del padre Gonzalo Javier Palacio Palacio, señalado de pertenecer al grupo paramilitar Los Doce Apóstoles y quien falleció el pasado viernes 25 de septiembre a sus 87 años.
Palacio Palacio fue despedido al día siguiente en la que fue su casa en los últimos 22 años, la parroquia San Joaquín, en la comuna 11 de Medellín (Laureles Estadio). Ocho sacerdotes acompañaron al obispo en una muy sobria ceremonia, pero llena de halagos para el fallecido cura. Además de decir que el ministerio de un sacerdote es impartir justicia, monseñor Vélez manifestó que por ese ministerio “comienzan momentos de injusticia”, haciendo clara referencia a Palacio Palacio, protegido en Medellín desde 1998 por el obispo auxiliar de la época y ahora arzobispo de Cali, monseñor Darío Monsalve Mejía.
“El padre Gonzalo creyó, fue consagrado a la Iglesia y lo entregó todo al servicio de Dios”, agregó el obispo en su homilía. “Este hombre que le sirvió en su ministerio sacerdotal durante 60 años a Dios, podrá vivir en carne propia la gloria del cielo”, puntualizó.
Un panegírico dedicado a un sacerdote señalado de haber sido miembro de un grupo paramilitar que causó terror en el norte de Antioquia y que lograba sus objetivos criminales gracias a la información que recibía de sus feligreses en el confesionario.
Palacio fue capturado en 1995 por sus presuntos nexos con grupos paramilitares que perpetraban asesinatos, masacres y desapariciones forzadas en el norte de Antioquia. En el allanamiento a la casa cural de la parroquia de Nuestra Señora de las Mercedes, en pleno parque principal de Yarumal, las autoridades encontraron un revólver calibre 38 de propiedad del cura.
Tras el arresto, fue enviado a un seminario por cárcel y a los 10 días fue dejado en libertad gracias a los altos prelados de la Iglesia católica que entraron con toda su maquinaria en su defensa. El cura quedó libre pero siguió vinculado a la causa judicial, investigado por “su posible responsabilidad en la conformación de un grupo armado que entre los años 1993 y 1994 dio muerte a 35 personas en Yarumal, Antioquia”, según registros de El Tiempo. Las víctimas eran, según los indicios, militantes de la UP, homosexuales, habitantes de calle y consumidores de drogas, entre otras personas consideradas objetivo de desaparición por estos grupos ilegales.
A los pocos días, el cura Palacio terminó en Medellín, protegido por el arzobispo Alberto Giraldo Jaramillo y su obispo auxiliar, Darío Monsalve Mejía, quien a pesar de los señalamientos contra Palacio, dijo que este ya estaba “exonerado de toda responsabilidad frente a la conformación de grupos de limpieza social”, como lo reportó El Tiempo en junio de 1998, añadiendo que: “La Fiscalía no encontró indicios serios para mantenerlo privado de la libertad, pero tampoco halló elementos concluyentes que permitieran desvincularlo definitivamente del proceso”.
En el mismo proceso contra el cura Palacio aparecen varios agentes de la policía, entre ellos Juan Carlos Meneses Quintero, condenado por la conformación de este escuadrón de la muerte y uno de los testigos clave contra Santiago Uribe Vélez, hermano del expresidente Álvaro Uribe Vélez..
El 28 de mayo de 2010, María Eugenia López, una mujer a la que le asesinaron seis familiares en 1990, confrontó al cura en la parroquia de San Joaquín, pero este “se puso notoriamente nervioso y le dijo que él no sabía nada y que preguntara en la Fiscalía, que él era inocente”.
La periodista Andrea Aldana presenció esta escena y en 2010 realizó una investigación que fue publicada en el portal de la Corporación Jurídica Libertad para hacer memoria de los 20 años de la masacre de la familia López por parte de Los Doce Apóstoles, nombre con el que se conocía a este grupo paramilitar gracias al cura Palacio: “No obstante, María Eugenia le recordó que a él lo habían arrestado el 22 de diciembre de 1995, y que le habían encontrado un revólver calibre 38 dentro de una Biblia, fue cuando el cura, debido a su nerviosismo, primero lo negó, pero a los pocos segundos, algo desconcertado lo reconoció diciendo: ‘¿Y es que yo no puedo tener un arma? ¿Acaso el que yo tenga esta navaja significa que la voy a matar?’, haciendo ademán de sacar la supuesta navaja de los bolsillos del pantalón. El párroco dio por cerrada la conversación poniéndose la sotana y diciendo que el arma en cuestión se la había regalado ‘el general Pardo’. Para el momento de la masacre, el comandante de la IV Brigada era el general Gustavo Pardo Ariza, el mismo que fue destituido de su cargo por haber desobedecido la orden de tomarse la cárcel de La Catedral el día de la fuga de Pablo Escobar”.
Las acusaciones contra el cura no impidieron que sus colegas sacerdotes lo despidieran con todos los juguetes. El obispo auxiliar de Medellín dijo en su predicación que ponía al padre Palacio en manos de Dios: “Por la gratitud por su ministerio sacerdotal, su servicio incansable al evangelio, su testimonio de vida y fidelidad a Dios”, y dirigiendo su mirada al féretro, exclamó: “Un sacerdote habla con su vida […] La vida de un sacerdote es la búsqueda continua de Dios para ser bienaventurado”.
En la ceremonia hizo presencia el padre Luis Alfonso Urrego Monsalve, en representación de todos los sacerdotes de la diócesis de Santa Rosa de Osos, jurisdicción a la que pertenecía el cura Palacio. También asistió el padre Alberto Elías Palacio Palacio, hermano del difunto. A la derecha del obispo se encontraba Luis Humberto Arboleda Tamayo, párroco de San Joaquín y simpatizante de grupos paramilitares, al menos desde 1995, cuando fue párroco en el barrio La Sierra, comuna 8 de Medellín.
Monseñor Vélez, terminó su sermón pidiéndole a Dios que acogiera en su “reino” al padre Gonzalo Javier, pues “en un sacerdote se plasma la promesa de Dios del reino de los cielos, de su salvación”.
Palacio Palacio fue protegido desde 1998 en la arquidiócesis de Medellín por los entonces obispos Alberto Giraldo Jaramillo y Darío Monsalve Mejía. En mayo de 2010 llegó como arzobispo de Medellín Ricardo Tobón Restrepo, oriundo de Ituango y ordenado sacerdote en 1975 para la Diócesis de Santa Rosa de Osos, la misma a la que pertenecía el difunto sacerdote. Monseñor Tobón, también vicepresidente de la Conferencia Episcopal de Colombia, ratificó la decisión que tomó su antecesor, Alberto Giraldo Jaramillo, y mantuvo a su hermano diocesano viviendo en la cómoda parroquia de San Joaquín hasta el día de su muerte.
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