María y Diego, madre e hijo, son dos de los 36.000 desplazados que deja la guerra en el Catatumbo. A ella le tocó mentirle para sacarlo de la casa y resguardarlo del miedo.
26 de enero de 2025
Por: Nicolás Sánchez Arévalo. / Ilustración: Angie Pik
Catatumbo 2025 Crisis desplazados niños

Era la tercera vez que a María le tocaba levantar de la cama a su hijo para huir. El sol permanecía oculto en ese paraje rural de Convención. Apenas eran las 4 de la mañana del jueves 16 de enero cuando ella despertó a Diego. Él, con 8 años y tres desplazamientos, le dijo que tenía frío. Ella, dejando de lado sus propios sentimientos, intentó animarlo diciéndole que iban para Ocaña, un lugar al que al niño le gusta visitar. En ese momento no le dijo por qué tenían que irse de la casa.

Aunque María y Diego no lo sabían, un hecho ocurrido el 15 de enero marcó la suerte de decenas de miles de personas en la región del Catatumbo, integrada por 11 municipios de Norte de Santander. Una familia fue encontrada acribillada en la vía que conduce a Cúcuta desde Tibú. Las víctimas fueron Miguel Ángel López, el sepulturero de Tibú, Zulay Durán y un niño de seis meses.

Poco después de que se conociera esa noticia a nivel nacional, un vecino llegó a la vereda donde vivía María y le dijo a varias personas que en un camino veredal de Convención se encontró a uniformados del Ejército de Liberación Nacional (ELN). “Mañana a mediodía no queremos ver a nadie por acá, lo que va a correr es sangre”, fue el mensaje que le enviaron los guerrilleros a la comunidad.

María sabe que esas amenazas se cumplen. Por eso, con afán, ella y sus familiares empezaron a hacer maletas.  “Alisté ropa mía y del niño”, le contó a VORÁGINE. Empacó un pijama para cada uno y dos mudas de ropa, era todo lo que le cabía. La orden de salir del territorio llegó con varias condiciones. Por ejemplo, los guerrilleros dijeron que todo el que quisiera salir debía portar banderas blancas. María y una cuñada improvisaron los símbolos de paz con dos pañoletas y dos tubos del mismo color.

El asesinato de Miguel Ángel López marcó la hora cero de una guerra que llevaba años incubándose. Desde 2023 las comunidades notaron que la convivencia entre el ELN y las disidencias del Frente 33 de las Farc era frágil. Los roces empezaron porque este último grupo intentó entrar a zonas que eran retaguardias de los ‘elenos’: el río de Oro y áreas rurales de Convención y el Carmen. No pudieron instalarse ahí. Eso marcó una relación llena de tensión entre ambas estructuras.

Mira el episodio de CONTRACORRIENTE sobre este tema:

Otro conflicto entre grupos insurgentes devino en el primer desplazamiento de Diego. Cuando él tenía solo dos años, a María le tocó llevárselo a Ocaña. En marzo de 2018 el ELN le declaró la guerra al Ejército Popular de Liberación (EPL), hubo unos 10.000 desplazados y más de 100 asesinatos. Por esos días se presentó un combate entre el Ejército y el ELN cerca a la finca donde estaban madre e hijo junto a varios familiares. Una bala de fusil cayó en el patio de la casa y atravesó a dos niñas, causándoles heridas graves. Ambas se salvaron, pero el hecho hizo huir hacia Ocaña a varias familias del sector.

De vuelta a 2025, luego de que María logró despertar a Diego, lo sacó de la casa y lo subió a la moto de su cuñado. Fue difícil acomodarse porque iban los tres, cada uno con su equipaje. “Veníamos maleteados”, recordó ella. Otra orden de los guerrilleros fue que debían salir en grupos. En total viajaban siete motos, algunas con los padres y dos niños, otras con los padres y tres menores de edad. La cuestión era salir rápido. Hacia las 4:20 a.m. se pusieron a andar.

La peor situación posible para el Catatumbo era un enfrentamiento entre el ELN y las disidencias: ambos grupos armados tienen arraigo en la región, bases sociales y controlan buena parte de la vida política, social, económica y militar de la zona. La Defensoría del Pueblo había advertido en varias alertas tempranas la posibilidad de una confrontación. En una de 2019 se lee: “el accionar del ELN configura una hipótesis de riesgo pues, en virtud de dicho fortalecimiento, puede buscar erigirse como el grupo armado dominante en la región, llegando a confrontar a otros poderes armados en ascenso como las Facciones Disidentes de las ex FARC-EP”. En otra, de 2024, la entidad señaló: “la existencia de una disidencia de las FARC, fortalecida y expandida y una eventual confrontación entre ella y el ELN, conducirían a la región a una crisis desproporcionada y de elevados costos humanitarios”. 

Las comunidades organizaron encuentros, enviaron cartas e hicieron todos los esfuerzos que se les ocurrieron para que las diferencias entre las dos organizaciones armadas no llegaran a los tiros. Pero, la violencia les había tomado ventaja. “Nosotros veíamos como se insultaban en la calle y se amenazaban con pistolas por cualquier cosa”, le dijo a VORÁGINE una vocera de una organización de mujeres de la región. “A finales de 2024 empezamos a ver gente uniformada de los dos grupos mostrando fuerza en los pueblos”, contó un líder social que vive en la zona. Decidimos omitir los nombres de todos los entrevistados  para esta crónica luego de que el líder social nos dijo: “No cites mi nombre porque lo que se diga lo pelan a uno por aquí”

Dos fuentes más, una de una institución del Estado y otra de un movimiento político, coincidieron en otros factores que amenazaban el delicado equilibrio entre los grupos armados: el ELN estaba molesto con las disidencias porque estas últimas hace unos seis meses incursionaron en el negocio de los precursores químicos para la elaboración de la cocaína. Según ellas, la distribución del permanganato de potasio y del ácido clorhídrico eran monopolio de los ‘elenos’, pero los ‘farianos’ entraron a competir sin autorización. “Disminuir el análisis solo al tema del narcotráfico me parece que es una falla”, advirtió el líder, quien aseguró que ese puede ser un factor, pero no el único, para el inicio de la guerra.

El hecho de que Diego tuviera fresco el recuerdo de la Navidad y el Año Nuevo le ayudó a María para tranquilizarlo. En la moto negra del cuñado atravesaban las montañas por una trocha arenosa y empinada. “Durante todo el camino se escucharon disparos”, dijo ella. “Me decía ‘mami, escuche. mami, escuche’”— María iba desolada porque sabía que pasarían necesidades, pero tenía que buscar la manera de que Diego no se asustara— “yo le decía ‘ay, sí, papi’. Gracias al Señor había pasado diciembre y ahí quemaron pólvora, entonces uno le decía ‘ay, sí, son los totes’”. La explicación dejó tranquilo a Diego y se durmió. Pero unas primas de él que tienen 10 años entendían lo que estaba pasando. “Iban asustadas pensando que una bala les podía caer”, contó María.

En medio de esa lluvia de balas el camino se hizo más largo de lo que siempre es. Para llegar al casco urbano de Convención se demoraron unas cuatro horas. Los armados habían advertido que tenían que ir a baja velocidad por los caminos. En ese lugar, María tuvo otra comprobación del inicio de la guerra.

Un factor que se sumó a esa molestia entre las organizaciones armadas fueron desacuerdos sobre las zonas donde unos y otros cobraban extorsión. Incluso, en algunos puntos se duplicaron los aportes forzados de comerciantes. “En el Catatumbo una cerveza le puede valer 11 mil pesos porque toca darle 3 mil a la disidencia y 3 mil al ELN”, le dijo un dirigente político departamental a VORÁGINE.

En el casco urbano de Convención la caravana en la que iban María y Diego hizo una parada. Estaban cansados. Ella dejó a su hijo un momento junto al resto de su familia y se acercó a una tienda. En ese lugar se dio cuenta de que unas personas de otra vereda la reconocieron. Se acercaron a ella con gestos de pesadumbre. “A su primo lo mataron en la vía. No lo pudimos recoger, nos tocó dejarlo ahí tirado porque no se puede levantar a nadie”, le informaron. Y le mostraron una foto: el joven de 18 años está tendido boca arriba sobre una vía de arena seca. Un brazo está extendido y el otro flexionado hacia el pecho. Detrás de él se ve un charco de sangre tan grande que la foto no lo alcanza a captar por completo. Trabajaba como recolector de hoja de coca (raspachín), una actividad económica a la que están condenados buena parte de los catatumberos jóvenes ante la falta de otras oportunidades.

Casi al mismo tiempo en que María, Diego y su familia llegaron al casco urbano de Convención se dio el inicio público de la guerra (el soterrado ya estaba en curso). En nueve puntos del Catatumbo unidades del ELN ejecutaron acciones armadas. Dos se dirigieron contra campamentos de las disidencias en las veredas de Mundo Nuevo (Teorama) y Galán (Tibú). El resto fueron operaciones de sicariato.

Una acción militar de esas proporciones necesita preparación. Desde hace meses las comunidades empezaron a notar la llegada de uniformados del ELN que acampaban  en las zonas rurales. Las unidades provenían de Arauca, departamento donde esa guerrilla tiene su control más consolidado. La falta de previsión por parte del Estado de ese movimiento de tropas fue reconocida por el presidente Gustavo Petro: “Algún tipo de información debimos tener, pero no la tuvimos, ¿Por dónde caminaron?”.

Hay otro hecho, mucho menos conocido, que fue relatado por cuatro de las seis fuentes consultadas para esta crónica. Un funcionario del Estado, un integrante de una organización social, un dirigente político regional y un líder le contaron a VORÁGINE que desde diciembre se empezó a ver cómo salían poco a poco de la región personas que eran señaladas como base social del ELN. El movimiento se aceleró el miércoles después de que se conoció la masacre de la familia del sepulturero de Tibú.  “Gente cercana a ellos (al ELN) con sus familias fueron sacados de los pueblos con días y meses de anterioridad”, contó el líder social. “Especialmente se vio en El Tarra, pero salieron desde La Gabarra, Tibú, Teorama, de todas partes salieron líderes sociales afines a ellos”, dijo el integrante de una organización social.

El inicio de la guerra ha dejado una matanza cuya dimensión ni siquiera las entidades del Estado han podido precisar. La Defensoría del Pueblo ha reportado que son, al menos, 60 personas asesinadas. La violencia se ensañó contra todo aquel que el ELN tachara como base social de las disidencias, bajo esa premisa han sido asesinados 6 excombatientes de las antiguas Farc, líderes sociales de la Asociación por la Unidad Campesina del Catatumbo (Asuncat) y dirigentes de la Unión Patriótica.

El comandante máximo del ELN, Antonio García, intentó justificar en Twitter los asesinatos: “Sobre la presunta muerte de firmantes de paz, en ningún momento es política del ELN, así no compartamos esa decisión de las personas, la respetamos. Otra cosa es que algunos desmovilizados sean personas activas y en armas nuevamente, realizando actividades bajo un mando militar (…) De otro lado el ELN no tiene dentro de sus prácticas y políticas actuar contra personas civiles. Quedan registros que documentan las operaciones militares realizadas, que en su momento se darán a conocer”. El asesinato de personas por fuera de combate está proscrito por el Derecho Internacional Humanitario. A la fecha García no ha mostrado los “registros”.  

Contrario a lo que afirma el comandante del Eln, en la región creen que la crueldad estaba planeada y que por eso tuvieron que transportar efectivos desde otra región del país. “Trajeron gente de Arauca porque aquí mucha gente de la tropa del ELN no iba a participar de un operativo contra sus primos, contra sus tíos o contra sus hermanos”, le dijo a VORÁGINE el dirigente político regional. Con esa visión coincidió el líder social.

Desde el casco urbano de Convención hasta Ocaña el trayecto fue más sencillo para Diego y María, los combates no se presentaron por esos caminos. Llegaron a una pequeña casa que tiene una sala y una habitación. En ese lugar están hacinadas 19 personas que soportan hambre. Lo poco que tienen se los han dado algunos vecinos: “Nos regalaron unas colchonetas que venían todas orinadas por perros y gatos. Con un palo las sacudimos, les echamos bicarbonato y lavamos los forros. Tenemos cinco colchonetas para todos”.

Los familiares de María han emprendido dos búsquedas: la primera, de trabajo para poder subsistir y, la segunda, de atención humanitaria por parte del Estado. En ambas han fracasado. “Acá todo está paralizado porque este municipio depende de todo lo que llega del Catatumbo”, explicó ella. Su situación de desespero en la ciudad contrasta con la que tenía en la finca. Allá cocinaba para los trabajadores de una finca de coca que estaba transitando hacia el cacao, le pagaban 50.000 pesos diarios que le alcanzaban. En Ocaña le ofrecen solo 25.000 pesos por hacer aseo durante todo el día en casas de familia. “Eso no alcanza para nada”, lamentó.

El número de desplazados que ha dejado la incipiente guerra entre el Eln y las Disidencias ya posiciona ese conflicto como uno de los más fuertes de décadas en Colombia. La Defensoría del Pueblo registró más de 36.000 personas que se desplazaron de sus hogares durante la primera semana de la confrontación.

A Diego le extrañó que estuvieran viviendo con todos sus familiares en Ocaña y así se lo hizo saber a María. Ella tuvo que hacer un intento por explicar la verdadera razón por la que estaban fuera de la finca: “Así son las cosas, la violencia y todo eso”. Él le respondió: “sí, mami, así como jugamos nosotros”. María explicó que los niños de la vereda juegan con palos como si fueran fusiles emulando combates. Es su tercer desplazamiento juntos. En 2022 hubo un conato de pelea entre grupos armados en Convención y les pidieron salir de su casa. Esa vez pudieron volver después de mes y medio.

La guerra, que hasta ahora comienza, tiene a las comunidades en medio del terror y la desconfianza. Hay reproches entre la población que cree que algunos de sus vecinos sabían lo que se avecinaba y nunca les avisaron. “¿Cómo se puede reconstruir la confianza para volver a territorio? Los mismos procesos sociales con los que se encontraban en debates, en espacios de la lucha agraria y campesina del Catatumbo por la defensa del territorio guardaron silencio a pesar de que sabían que la cosa no iba a ser solamente contra el aparato militar, sino contra los desarmados”, dijo el dirigente político que consultamos.

El líder social, el dirigente político y el integrante de una organización social dijeron que hay un factor determinante en toda esta confrontación: el intento del ELN por tener una hegemonía política en el Catatumbo. “Ahorita hay una ofensiva militar, pero en una segunda etapa va a haber tensiones políticas con organizaciones sociales y graves riesgos para la integridad de los sectores que no están de acuerdo con el Eln”, le dijo a VORÁGINE el líder social. “El ELN está aprovechando para hacer una limpieza ideológica del Catatumbo tratando de menguar la fuerza política de gente que no comulga con ellos, (y tienen como blanco) especialmente de gente de Asuncat”, aseguró el dirigente político que consultamos. Hay un antecedente, después de la guerra de 2018 entre el Eln y el Epl una organización que se vio agredida por los ‘elenos’ fue el Movimiento Constituyente Popular (MCP), la cual estaba disputando espacios políticos en la región, pero quedó diezmada. 

El funcionario del Estado, el líder y el integrante de una organización coincidieron en otro objetivo que tendría el Eln con esta guerra: la consolidación del dominio de la frontera entre Colombia y Venezuela. Los tres dicen que si eso se da tendrían beneficios en torno a las economías ilícitas y a una ventaja geoestratégica fortaleciendo el país vecino como una zona de retaguardia. 

Mientras los grupos armados pueden estar pensando en esos objetivos, María y su familia intentan encontrar comida. Un día unos vecinos les dieron unas alitas de pollo, no alcanzó para todos, pero por lo menos los niños comieron algo. El pasado miércoles funcionarios de la Alcaldía de Ocaña les llevaron un pequeño mercado. El viernes una lideresa social les llevó alimentos. Pero el hambre avanza, incluso, más rápido que la guerra. Necesita solución, por lo menos, tres veces al día. El desespero lleva a que algunos de sus familiares estén pensando en volver a la finca, a pesar del gravísimo riesgo de muerte.

“Por favor hablen, piensen en los niños si tienen… Agh, son tantas cosas que uno les puede pedir, pero, Dios mío, una cosa piensa uno y otra cosa piensan ellos”, dijo María sin muchas esperanzas de que algún grupo en confrontación escuche su plegaria. 

En medio de la guerra las organizaciones sociales del Catatumbo siguen haciendo esfuerzos. “Estamos buscando el diálogo con estos dos grupos porque al final son nuestros hijos”, le dijo a VORÁGINE la vocera de una organización de mujeres de la región. “Solo estamos pidiendo intervención del Ejército para que ayude a salir a la gente que está en peligro, que está escondida, y que ayude a cuidar al territorio, no para que se enfrenten a los grupos al margen de la ley y maten a nuestros hijos”, repuso. Ella cree que si se logran unir el gobierno, los defensores de derechos humanos, la opinión pública y los empresarios se puede lograr sentar a hablar a las partes enfrentadas. 

Las otras fuentes consultadas para esta crónica tienen menos esperanzas. Creen que la respuesta de las disidencias ante el primer golpe que dio el Eln será brutal. Además, ven que los espacios de diálogo entre los actores están cerrados. “Esto hasta ahora empieza, yo creo que son por lo menos dos años de guerra y mil muertos más”, sentenció el líder social. Diego, María y los 36.000 desplazados no saben cuándo podrán volver a sus tierras. Tampoco, si van a comer esta noche. 

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