5 de junio de 2022
Un francotirador
Le apuntó al corazón. Quien lo hizo tenía un fusil de alta precisión. Por milésimas de segundo Kevin Agudelo se hubiera podido salvar. Justo cuando el francotirador disparó, Kevin se movió unos milímetros. Pero no tuvo suerte. El proyectil del tamaño de medio dedo y a velocidad supersónica entró por el costado derecho de su pecho. Rompió el lóbulo superior del pulmón de ese mismo costado. Siguió su trayectoria desgarrando parte de la aorta. Laceró el lóbulo superior del pulmón izquierdo. La sangre empezó a invadir la pleura. El pedazo de plomo hirviendo desgarró los músculos pectorales, siguió por los del brazo izquierdo hasta salir por el tríceps, dejando un boquete del tamaño de una moneda de 500 pesos. Un solo tiro lo mató. El cuerpo de Kevin Agudelo, de apenas veintiún años, cayó sin vida justo en la calle segunda oeste con carrera cincuenta y dos en la glorieta de Siloé, Cali (Valle del Cauca), el 3 de mayo de 2021, aproximadamente a las nueve y veinte de la noche.
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Lo siguió con su arma lentamente. El tirador profesional tuvo la paciencia que da la sangre fría. Esperó a que Emilson Ambuila se quedara quieto. El manifestante, de contextura gruesa, piel negra y un metro ochenta de estatura, se agachó. Se puso de cuclillas para protegerse. Al francotirador no le importó que Emilson estuviera dándole la espalda. Solo esperó a que estuviera inmóvil. Entonces disparó dos veces. El primer balazo calibre 5.56 arrancó la piel de la región dorsal. Desgarró el músculo trapecio. Laceró el esplenio y fracturó las vértebras C7 y T2. Perforó el esófago y traspasó la tráquea, horadando la yugular y la carótida, para dejar finalmente un orificio en el cuello, del tamaño de la circunferencia de una copa de aguardiente. Ese fue el balazo que lo mató. El otro, el segundo proyectil, impactó su mano izquierda causando heridas de menor gravedad, porque la fatalidad ya había ocurrido. La humanidad de Emilson Ambuila, de 34 años, quedó tendida y sin vida en la calle segunda oeste con carrera cincuenta y dos en la glorieta de Siloé, Cali (Valle del Cauca), el 3 de mayo de 2021, aproximadamente a las nueve y treinta de la noche.
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Puso la mira en la frente de Harold Rodríguez. Quién lo hizo tenía un fusil de asalto calibre 5.56. Las pruebas forenses indican que Harold vio que le apuntaban y por reflejo interpuso el brazo para defender su rostro. El francotirador accionó el gatillo. El balazo traspasó el dorso de la mano izquierda que el joven puso para cubrir su cara. Arrancó la piel, desgarró ligamentos y músculos de la articulación del segundo dedo. El balazo siguió una ruta fatídica y penetró la región mandibular, destrozando los músculos depresor, masetero, milohioideo y el estilohioideo. Perforó la epiglotis y a esa velocidad de fuego taladró la carótida, también la yugular y, finalmente, fracturó las vértebras C3 y C4, donde se alojó el proyectil. Un solo tiró lo mató. Harold Rodríguez, con veinte años, murió en la carrera cincuenta y dos con calle tercera oeste, en la glorieta de Siloé, Cali (Valle del Cauca), el 3 de mayo de 2021, aproximadamente a las nueve y cuarenta y cinco de la noche.
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El informe técnico reconstruido por la Fiscalía detalla que las balas de fusil calibre 5.56 que terminaron por asesinar a Kevin, a Emilson y a Harold vinieron del mismo lado. El francotirador estaba apostado en la espesura de la glorieta de Siloé. En ese mismo punto y en ese mismo periodo de tiempo, entre las nueve de la noche del 3 de mayo y las doce de la madrugada del 4 de mayo, se encontraban cuarenta y cinco miembros del GOES de la Policía Nacional, que portaban fusiles de asalto calibre 5.56 y pistolas nueve milímetros.
Aquella noche ingresaron 28 heridos al Hospital Mario Correa de Siloé, todos por impactos de bala.
Las lesiones fueron causadas por dos tipos de municiones: calibre 9 milímetros y 5.56. Hubo algo que llamó la atención de los investigadores del caso: específicamente quienes murieron fueron las personas que recibieron disparos de proyectiles 5,56; es decir, de armas largas, de fusiles de alta precisión. Y además, quien disparó lo hizo con la destreza de un profesional, de un tirador entrenado para no fallar, para ser certero, para matar de un solo tiro.
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Un contexto
El 3 de mayo de 2021 los habitantes de Siloé, un sector conformado por once barrios ubicados en una ladera en el sur de Cali, vivieron una caótica noche marcada por el sonido de las balas, los gritos desesperados y el ambiente nuboso de los gases lacrimógenos. También, esa noche, hubo mucho miedo por cuenta de una operación conjunta adelantada entre el Esmad, el Goes y el Ejército. Allí, en medio de la incursión, fueron asesinados tres jóvenes y un policía perdió su ojo izquierdo por cuenta de un disparo que recibió cuando intentaba retomar el control de la zona.
Para la Policía Metropolitana de Cali, en explicaciones judiciales del caso, los homicidios de Harold Rodríguez Mellizo y Emilson Ambuila se registraron en momentos en que hombres armados se enfrentaron con los policías. En cuanto a lo sucedido con Kevin Agudelo Jiménez, la autoridad ha indicado que su crimen se dio por una “balada perdida en medio de la protesta en la glorieta de Siloé”. Ninguna de estas explicaciones coincide con las versiones de los testigos y familiares.
Vorágine entrega detalles del expediente del caso que lleva un fiscal de Derechos Humanos en Cali por lo que pasó esa noche, proceso por el que fueron imputados el coronel Édgar Vega Gómez, comandante operativo de la Policía en esa ciudad para la época, y el teniente Néstor Mancilla Gonzalías, jefe de los Grupos de Operativos Especiales de Seguridad (GOES) en la capital del Valle.
Unas vidas
A Kevin Agudelo Jiménez le decían El Polaco. Lo apodaron así por la tez blanca y los rasgos eslavos de Ángela, su madre, aunque ella fuera más colombiana que el agua e’ panela. Sus padres se separaron cuando Kevin era muy niño, pero ninguno de los dos lo desamparó. Se quedó viviendo con Ángela en la casa de su abuela, donde madre e hijo debían compartir la habitación y hasta la misma cama. Así lo hicieron durante toda su vida. Kevin creció jugando fútbol. Lo hacía en la mañana, en las tardes, en las noches y en sus sueños. A partir de los once años comenzó a ser buscado por escuelas de fútbol y tal vez por su talla -medía un metro con ochenta y siete centímetros-, le iba muy bien en la defensa, especialmente como lateral izquierdo o centrocampista por el mismo costado. Kevin jugó torneos metropolitanos en Cali, campeonatos departamentales y nacionales con las camisetas del Club Deportivo del Valle, y estuvo incluso la liga de Primera C con la camiseta del Siloé Fútbol Club.
Hay una foto de Kevin donde se le ve feliz. Allí está vistiendo la casaca amarilla del Siloé Fútbol Club. El defensa posa junto a sus compañeros en el estadio Ciro López de Popayán, durante una de las fechas del torneo de la tercera división que forma a las promesas del fútbol colombiano. Sin embargo, Kevin también sabía que el fútbol era una lotería, por muchas condiciones que se tengan se debe contar con suerte para ser llevado por un empresario a la liga profesional, y también con suerte de no lesionarse para siempre en un choque a muerte, en los que un chico como él se puede jugar hasta la vida.
Por eso decidió estudiar. Nunca dejó de ir a clases en el bachillerato, se graduó y tenía claro lo que quería ser: ingeniero electrónico. Pero como muchos adolescentes de Colombia se encontró con una realidad desmoralizadora y que no era culpa de él ni de los suyos, sino del sistema educativo que ofrece este país: cada año se gradúan en promedio novecientos mil estudiantes, de esos solo seiscientos mil logran entrar a una institución de educación superior y, de esos, trescientos mil deben abandonar sus estudios por falta de recursos. Quizá por ello también salió a protestar aquel 3 de mayo. Aplicado, Kevin logró obtener un cupo en el SENA, donde terminó estudios técnicos en electricidad industrial. Hizo la pasantía en una empresa del sector y con el sueldo mínimo que ganaba le colaboraba a su madre para pagar servicios, mercado y hasta los gastos en salud. Pero Kevin no era un joven conforme y ya había planeado formarse como ingeniero con una pequeña ayuda económica de sus familiares, a la par de trabajar hasta doble jornada con el objeto de tomar ese único camino que lleva a una movilidad social diáfana: la educación.
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A José Emilson Ambuila le decían El Barbas. Durante los últimos años se la dejaba crecer y llegaba, incluso, a parecerse al famoso modelo Tyson Beckford cuando este lucía la chivera larga y un afro voluminoso. La profesional que hizo la necropsia dejó consignado, por ejemplo, que Emilson era de contextura atlética, cara cuadrada, dentadura completa y blanca, y que su estatura era de un metro con ochenta centímetros, el típico prototipo de los modelos que busca la industria de la moda en países europeos, pero Emilson nació en Jamundí y no en Turín. Este vallecaucano también jugó fútbol; sin embargo, la extrema pobreza lo obligó a colgar los guayos antes de jugar, lo urgente era llevar algo de comer a casa más que meter goles en la calle.
Igual que miles de jóvenes se vio obligado a irse para el Ejército a prestar servicio militar como soldado regular por dos años. Regresó y siguió trabajando donde pudo abrirse camino, en este caso el sector de la construcción. Cual si fuera un profesional lo hizo tan bien levantando muros, empañetando paredes, pintando puertas y estructurando formaletas que pudo encontrar trabajo en países como Trinidad y Tobago, Arabia Saudita y tenía planes para irse a ayudar a construir edificios en Brasil.
Emilson Ambuila siempre fue respetuoso de los permisos de migración que le dieron en los países a los que fue a trabajar. Así lo muestra su pasaporte, con cada salida que realizaba tras cumplir con el tiempo de estadía que le otorgaban para laborar. Aunque su realidad en Colombia era totalmente diferente, teniendo en cuenta que lo que se ganaba en un año en su país se lo podía ganar en un mes en el extranjero, Emilson jamás se quiso quedar como migrante irregular. Quienes lo conocieron aseguran que nunca se instaló en otro país para siempre por dos razones de peso: su hijo y su mujer. En 2013, Ana Marcela decidió aceptar la propuesta de irse a vivir con Emilson tras la promesa de que él la ayudaría con los gastos de sus estudios, entendiendo que ella era menor de edad y aún le faltaban varios años para ser bachiller. Ese mismo año quedaron en embarazo y Emilson lo supo en aguas extranjeras: por esos días se había ido a trabajar como obrero de construcción a Trinidad.
Tuvo la oportunidad de quedarse, pero regresó cuando su primogénito cumplió cinco meses de nacido porque se había jurado algo: en los primeros años de vida de su hijo jamás iba a ser un padre ausente. Entre 2014 y 2019 trabajó en todo lo que pudo para que nunca les faltara nada a los suyos. Pero Colombia es Colombia y Emilson era uno de esos 20 millones de ciudadanos que mes a mes pasan de trabajar en la informalidad a estar desempleados. En 2020, justo antes de la pandemia, apareció una nueva oferta de trabajo en el exterior y el vallecaucano fue a parar a Arabia Saudita, donde estuvo once meses trabajando en la construcción de lujosas edificaciones de aquel país petrolero. Ambuila, como también le decían en el barrio, había regresado a Colombia cuatro meses antes de que una bala calibre 5.56 disparada desde un fusil de precisión le cegara la vida. Estaba alistando los pormenores de un nuevo viaje, esta vez el destino era Brasil, pero las maletas se quedaron a medio hacer.
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La cédula de ciudadanía de Harold Rodríguez Mellizo dice que nació en Popayán, pero este joven era más caleño que el Parque de la Caña. En su infancia jugó fútbol por salud más que por pasión. Su contextura siempre fue gruesa, de modo que el día que alguien en la escuela se atrevió a decirle gordito, llegó a casa a decirle a su mamá que quería ir a entrenar a las canchas de Cañaveralejo. Allá jugó hasta que los cachetes se le desaparecieron. En la primaria y el bachillerato era de aquellos talentos ocultos que no necesitaban encerrarse a repasar y repasar para aprobar las materias, sino que a cada pregunta le aplicaba un sentido común innato que le permitía obtener notas sobresalientes.
En sus tiempos libres repitió las escenas de millones de niños y adolescentes en el mundo: ayudar a su mamá a regañadientes a organizar algo en la casa, acompañarla en sus diferentes trabajos, pedirle monedas para ir a jugar videojuegos; un día amanecer queriendo ser médico y el otro comerciante, ingeniero, o simplemente un mecánico enamorado de las motos; escribirle una carta a esa primera novia y no contarle a nadie porque sus amigos se podían burlar, hasta el amor es objeto de burlas; durar un mes hablando de esa primera vez en un estadio, conocer las fiestas de los sábados por las tardes, cuidar como un tesoro esas primeras ‘zapatillas’ Nike originales; repartir volantes, lavar tornillos, apretar tuercas, cambiar farolas, poner pitos, y todo lo que tuviera que ver con el mundo de los repuestos de motos en los que había incursionado su madre.
En Colombia es obligatorio para los hombres mayores de 18 años alistarse en las Fuerzas Militares y, por defecto, aprender a disparar un fusil, al contrario de otros países como Noruega donde no es obligatorio el servicio militar y tal vez por eso son potencia mundial en educación y no en guerras. Esa obligación llegó para Harold al cumplir la mayoría de edad. Corrió con suerte y pudo enlistarse en el Batallón de Infantería No 23 Vencedores, que queda en Cartago, a pocas horas de Cali. Lo hizo por imposición y no por convicción. También pensó que aquel servicio a la patria solo lo debía prestar en el Valle del Cauca, sin embargo, se encontró con la realidad de un país en conflicto.
Durante varios meses debió combatir a grupos armados ilegales en el Chocó y esquivar en la manigua las balas que produce la desigualdad. Pero como todo lo que emprendía quería hacerlo bien, los resultados se vieron al poco tiempo cuando fue ascendido a dragoneante, cargo que le daba la responsabilidad de estar a la cabeza de una unidad militar. El adoctrinamiento estuvo a punto de convencerlo de algo: cargar y disparar por muchos más años un fusil, aunque con otro uniforme, el de la Policía. La vida, ese pañuelo muchas veces camuflado: todo indica que fue una bala de fusil, disparada por un policía, la que finalmente le quitó la vida.
Harold no se presentó a la Policía por el desencanto que le produjo la guerra al vivirla de frente día a día y noche a noche. También porque le pareció un abuso institucional que además del año y medio en que debió ser soldado del Ejército Nacional, le aumentaran por cuatro meses su periodo de servicio por efecto de la pandemia. Hay detalles mínimos que son los que definen la vida de las personas y ese fue el que sacudió al caleño. Su decisión fue regresar a Cali y forjarse su futuro solo, sin ayuda de ningún Estado que lo obligara a nada que no quisiera hacer. Harold no necesitaba conocer ese lema anodino que rezaba, “Yo no paro, yo produzco”, porque en su caso y en el de miles de jóvenes de su sector en Siloé, simplemente no se puede parar nunca porque no se come. Así que al llegar de nuevo a su entorno natural se empleó en la comercialización de alimentos, pero la vida no le dio ninguna tregua. Harold tan solo llevaba sesenta y cinco días felices en su casa hasta que apareció de nuevo un fusil, esta vez disparado por un francotirador que no lo dejó ser, que no lo dejó vivir.
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Policías en operativo no vieron nada
Las tres víctimas, que no se conocían entre sí, estuvieron muy cerca el uno del otro en aquella caótica noche del 3 de mayo 2021 en la entrada principal de Siloé, sector de la ladera, donde hacen presencia algunas bandas delincuenciales como ‘La Sexta’, ‘La Tapia’, ‘El hueco de la play boy’, ‘Los Tanques’, ‘Las Delicias’ y ‘Los Papas’. También, Siloé, es lugar de gente trabajadora y luchadora, pues sus orígenes son de clase obrera.
En ese territorio de 268 habitantes por kilómetro cuadrado la salud de sus gentes depende de un hospital de primer nivel y seis subsedes que solo son para citas y controles médicos y otros servicios sencillos. Esas necesidades, y otras más, fueron el fuego que encendió la hoguera del estallido social en ese punto de la capital del Valle hace más de un año, y que en Cali dejaron 15 personas asesinadas en circunstancias relacionadas con las protestas.
Si se unieran con una cinta, los tres puntos donde cayeron mal heridos Kevin Anthony Agudelo Jiménez, José Emilson Ambuila y Harold Antonio Rodríguez Mellizo formarían un triángulo perfecto sobre la calle segunda oeste con carrera cincuenta y dos, en una de las desembocaduras de la glorieta del sector. Personal de la Fiscalía que llegó a Cali procedente de Bogotá, dos meses después de los hechos, reconstruyó lo sucedido y lo consignó en un documento de 15 páginas del 23 de julio de 2021, que contiene fotografías tomadas con un drone.
En esa dirección, de acuerdo a la entrevista rendida por un integrante del Goes ante la Fiscalía, entre las nueve y veinte y las diez de la noche estuvieron al menos seis policías de esta fuerza especial de la Policía, quienes coinciden en sus declaraciones en no hacer referencia alguna a los ciudadanos heridos en medio de la retoma a Siloé, pues solo vieron a un uniformado herido metros más adelante y que fue evacuado por compañeros de ellos.
La información en terreno fue aportada por tres testigos del sector, cuyos nombres no mencionaremos por seguridad, quienes indicaron las circunstancias en las que cada víctima resultó herida. Estas personas les señalaron también a los peritos e investigadores judiciales una caseta azul de venta de comidas y bebidas donde resultó lesionada Karol Sthephany Mapallo Betancourt, de 26 años, tras recibir un disparo en su clavícula izquierda.
Por ejemplo, una de las personas testificó que los disparos que cegaron la vida de José Emilson Ambuila provenían de la glorieta de Siloé, lugar al que llegó un escuadrón del Esmad hacia las ocho y cincuenta de la noche para intentar controlar la turba de personas que estaba en este sitio. También indicó una de las fuentes que, diagonal al sitio donde cayó herido de gravedad Harold Rodríguez Mellizo, estaban apostados bajo un árbol un grupo de policías con armamento.
La explicación de la intervención del grupo Goes de la Policía en el lugar quedó consignada en un “reporte de novedad” dirigido el 4 de mayo del 2021 al general Juan Carlos Rodríguez Acosta, entonces comandante de esa institución en Cali. El texto lo firmó el mayor de la Policía que era el responsable de la estación del Lido.
El uniformado le dijo a su superior que minutos antes de la llegada del Esmad varias personas habían atacado con piedras, bombas molotov y otros elementos incendiarios a la estación del Lido; sin embargo, en el mismo documento se contradice el agente porque al final le notifica al general que “no se presentaron daños en la infraestructura de la estación de Policía ni en los vehículos institucionales”.
En dicho informe, que no menciona en una sola línea la muerte de tres jóvenes esa noche del 3 de mayo del 2021, se dice que cuando llegó el Esmad fueron recibidos con piedras y otros elementos a la par que sonaban detonaciones de armas de fuego de forma constante y, en ocasiones, en ráfaga, lo que también justificó que llegara el Grupo Operativo Especial de Seguridad, Goes, a las nueve y treinta de la noche.
La orden de esa intervención fue dada a las nueve de la noche por radio por el coronel Édgar Vega Gómez, quien para la época era el comandante operativo de la Policía Metropolitana de Cali, y fue acatada en terreno por el teniente Néstor Fabio Mancilla Gonzalías, jefe del Goes en Cali, los dos uniformados vinculados actualmente a una investigación penal por los delitos de homicidio agravado y lesiones personales por los hechos de Siloé y otros más en el marco del paro en la capital del Valle. El personal Goes en en la calle, por radio, recibió también indicaciones del general Hoover Penilla Romero, subdirector general de la Policía Nacional, en el sentido de no hacer uso de las armas de fuego pese a la situación que se estaba viviendo.
En un interrogatorio a Mancilla Gonzalías, así como en un oficio que él mismo le envió al Comandante de la Policía de Cali el 5 de mayo del año pasado, el uniformado entregó detalles de las circunstancias en las que el Goes ingresó a Siloé para tomar el control de la zona. En ninguno de los dos documentos menciona que hayan salido heridos por arma de fuego algunos residentes del barrio en medio de la incursión en la parte baja que terminó casi a las once de la noche.
Lo que sí menciona es que a las diez de la noche resultó herido por disparo de arma de fuego en un ojo el uniformado José Luis Rodríguez Londoño, de 35 años, y que eso le ocasionó un estallido del globo ocular izquierdo. Ha insistido que cuando el Goes llegó a la zona se escuchaban disparos de armas largas y cortas, así como gritos en contra de la Policía que, según el teniente, tenían el siguiente mensaje: “la Policía nos está matando, son la Policía que disparan, por favor ayúdenos”. Sin embargo, en el proceso judicial reposan oficios que confirman que durante el operativo del 3 de mayo no hubo captura alguna en ese contexto.
Esa noche, en cuatro o cinco calles barriales de la parte baja de Siloé, estuvieron presentes 42 policías del Goes que contaban con equipos especializados de asalto urbano. Cada uniformado puede portar hasta 8 proveedores, cada uno con capacidad de cargar 30 cartuchos de munición 5.56.
“Tenemos asignado armamento y contamos con pistolas Sig Sauer calibre 9 milímetros, fusil Tavor calibre 5.56, ametralladora Negev calibre 5.56, fusil de alta precisión Sig Sauer y tenemos HGL de 40 milímetros (lanzagranadas), cascos balísticos, escudos balísticos, dispositivo no letales tyser, esposas, entre otros (…) también realizamos operaciones en área rural, donde se necesita armas de apoyo, que serían las ametralladoras, el fusil de alta precisión, el HGL entre otros”, describe el teniente todo el equipamiento que tienen a disposición el personal del Goes.
En su interrogatorio, llevado a cabo el 3 de junio de 2021 y al que accedió Vorágine, el comandante de este grupo especial de Policía en Cali relató que sus hombres no llevaban para el día del operativo un armamento especial que ellos solo usan en zona rural: se trata del fusil de alta precisión y las subametralladoras, armas asignadas solo a cuatro policías que han sido entrenados para su manipulación.
En suma, la declaración del uniformado deberá ser controvertida por la Fiscalía de acuerdo a los peritajes balísticos practicados a cada una de las armas usadas en el operativo y que fueron entregadas por la Policía para su análisis. No obstante, cada uniformado del despliegue policial sí portaba un fusil, se trata del Tavor calibre 5.56, el mismo tipo de proyectil que acabó con la vida de Kevin, Harold y Emilson.
Las calles de Siloé fueron usadas como un campo de guerra. En su interrogatorio, el teniente entrega detalles reveladores de la forma en que se dio la avanzada policial del Goes: por la entrada principal de Siloé y sus calles aledañas. Los postes de energía y otros objetos fueron usados como táctica de la incursión armada. El grupo especial entró a Siloé distribuido en seis grupos, cada uno con un mando designado por el teniente, quien coordinó todo por radio de comunicaciones mientras avanzaban bajo la oscuridad porque en el sector se fue la energía en algunas zonas.
“Tratamos de cubrir los puntos críticos o de mayor vulnerabilidad, realizamos un despliegue táctico, es decir, nos abrimos y tomamos distancia utilizando la protección que nos ofrecía el terreno como los postes de energías, las barricadas, las paredes, las esquinas y los escudos balísticos que nosotros cargamos, (esto) con el fin de protegernos de la vista y disparos que nos estaban generando, asegurando a la derecha, a la izquierda adelante y atrás. Una parte del personal se dirigió al lado derecho de la glorieta de Siloé con el fin de asegurar la parte del puente, otra parte con las medidas de seguridad cogió hacia el lado izquierdo (formaron un triángulo). Otra parte al frente de la glorieta, como paralelo a los Bomberos, al lado derecho, y los otros al otro lado de la calle. Los otros a lo largo y ancho de la glorieta, en los dos sentidos de la calle…”.
El policía ha negado que él haya hecho uso de su arma de dotación durante la retoma de Siloé, por decirlo así en el contexto de volver a tener el control de un territorio. “Yo no hice disparo de mis armas y no vi a ninguno de mis hombres que tenía a la vista disparando”, ha insistido en su comparecencia ante la Fiscalía.
En el caso del coronel Édgar Vega Gómez, las explicaciones se han quedado cortas ante la justicia. El oficial ha defendido que su diligencia en medio de lo sucedido el 3 de mayo de 2021 se dio en el marco de sus funciones para mantener el orden y la seguridad de la ciudad.
El uniformado, de 45 años, también fue citado a interrogatorio por la Fiscalía, la diligencia se llevó a cabo el 29 de junio de 2021.
Vega Gómez, palabras más, palabras menos, insistió en que no dio orden alguna de accionar las armas en contra de la población al ser claro en directrices relacionadas con el respeto a los derechos humanos y demás. Las entrevistas rendidas por el coronel, el teniente y decenas de policías más que hacían parte del Goes y el Esmad cuando todo sucedió coinciden en no saber nada respecto a las circunstancias de tiempo, modo y lugar en la que fueron asesinados Kevin, Harold y Emilson.
Hablan los testigos
El equipo especializado de la Dirección Especializada para los Derechos Humanos de la Fiscalía adelantó una caracterización de las víctimas del paro en Cali, entre ellas los tres jóvenes de Siloé asesinados en un operativo especial de la Policía. Por ejemplo, en el documento se recogen apartes de entrevistas de familiares y testigos que fueron claves para reconstruir las circunstancias en las que fueron asesinados los tres residentes de Siloé.
Una de esas primeras entrevistas referenciadas tienen que ver con L, como llamaremos al testigo que le contó a las autoridades que aquella noche de 3 de mayo de 2021 estaban en un velatón en la glorieta del sector cuando de un momento a otro irrumpió el Esmad para disperar la actividad pacífica de protesta. “Los del Esmad comenzaron a hostigar y a tirar gases lacrimógenos. Metidos entre el Esmad habían uniformados de la Policía Nacional disparando por encima de los hombros del personal del Esmad”, dice esta persona al indicar la presunta participación de policías y personas de civil que disparaban contra los manifestantes.
Otra de las personas que rindió entrevista ante la Fiscalía la llamaremos K. Él es amigo del joven Kevin Agudelo, con quien estuvo en el plantón. Indica que después de las ocho y cuarenta de la noche un grupo de uniformados del grupo antidisturbios de Cali, que estaban en la glorieta de Siloé, se camuflaron entre los árboles junto a otros policías de traje verde oscuro.
“Kevin y yo seguíamos hacia el lateral de la glorieta, como hacia a la Avenida de Los Cerros cuando la Policía empieza a disparar, empezamos a correr por toda la hilera, era como correr en círculos para ubicarnos a la entrada de Siloé, (allá) también estaban disparando con armas de fuego”. Después de este momento, dice, fue alcanzado por una bala que lo impactó en la cintura, por lo que tuvo que ser remitido a un centro médico. “Sí pude ver a los policías disparar contra las personas, yo logré verlos después de que fui impactado”, se lee en el documento de investigación judicial.
Otro relato es aportado por E, una joven del sector que manifiesta que a su celular, momentos después de lo sucedido, le llegan unos audios de alguien contando que vio cuando detrás de un policía se hizo otro con un arma de fuego y empezó a disparar en dirección hacia donde estaba Kevin. Algo similar también testifica A, quien dice que por encima del hombro de un miembro del Esmad u otro policía vio cuando alguien apuntó hacia los manifestantes con un arma de fuego.
Una mujer, en entrevista rendida el 16 de julio de 2021 ante la Fiscalía, cuenta que pudo ver que los policías, por el lado de La Regalía, negocio ubicado en el área de los tres homicidios, estaban disparando. “Cuando llegué a la panadería La Sorpresa, muy cerca de la estación de Bomberos, también pude ver a los policías disparando armas largas”.
Y, otro testigo, afirma que la situación más neurálgica se vivió cuando fueron retirados de la glorieta hacia las calles internas de la entrada principal de Siloé, lo que los obligó a tener que parar en la panadería La Sorpresa, donde observa que “la policía dispara desde la glorieta, aquí llega lo duro”. Narra que ve a Kevin que viene desde la rotonda hacia la panadería, pero en medio del caos lo pierde de vista y solo vuelve a verlo cuando un grupo de personas está arrastrando al joven mal herido hacia la caseta azul de comidas y bebidas mencionada en la reconstrucción de los hechos.
Otro de los testigos, a quien identificamos solo como M, agrega más detalles al indicar que cuando corrieron hacia el interior del barrio “la policía nos estaba disparando y ya habían personas heridas (…) el Ejército no estaba disparando, los que estaban disparando eran los miembros de la Policía (…) el 3 de mayo yo no vi personas civiles armadas”.
Otro de los testimonios que reposan en el expediente es el de H, quien el 7 de julio de 2021 le contó a la Fiscalía que hacia las 9:00 p.m. vio cómo desde dos taxis, personas vestidas de civil, les dispararon. También cuenta que vio policías sin identificación alguna que portaban fusiles y estaban en la glorieta disparando. “Mi papá ese día estaba en La Sorpresa en la moto y se desplazó hacia El Cortijo y él vio que de allí salieron motorizados de la Policía con parrilleros que disparaban también”, agrega.
Por otro lado, A testificó que a las personas que vio disparando eran algunos policías que estaban detrás de postes y árboles que eran usados como escudos para protegerse. Otro aporte lo hace W, un hombre que resultó herido en medio del caos al recibir cuatro disparos. Milagrosamente logró recuperarse para contar su testimonio. “Los policías ya habían entrado hasta la panadería La Sorpresa, al ver que nos estaban asesinado, entró la desesperación y la ira, y ya estábamos gritando ‘asesinos’ a los policías y allí fue cuando recibí cuatro impactos de bala”, añade.
En otro relato, esta vez de J, ella cuenta que un policía le hizo unos disparos cuando cruzaba cerca a un montallantas del sector, los tiros impactaron en la caseta azul del sector. “El uniforme del policía que me disparó era negro, tenía chaleco, casco y estaba con fusil y unas granadas de gas colgadas, el arma con que disparó era grande”, dice.
Aunque las denuncias hechas cuentan circunstancias en las que posiblemente algunos policías hicieron uso de sus armas de dotación, el responsable del armerillo de la Policía Metropolitana de Cali afirma en el expediente que entre el 28 de abril de 2021, inicio del paro, y hasta el 13 de julio de 2021, fecha de la entrevista, ningún policía del Goes le reportó a él gasto alguno de munición en procedimientos, aunque deja ver el poco control que tiene ello al afirmar: “Yo no cuento la munición y yo no sé si de verdad se gasta munición o no, yo solo pregunto si alguien disparó y me tengo al principio de la buena fe”.
En el caso de Harold Rodríguez Mellizo, quien recibió el disparo a una distancia mayor a un metro con veinte centímetros, hay varias entrevistas hechas por la Fiscalía a testigos y familiares sobre las circunstancias en las que fue asesinado este joven que había hecho cursos en el Sena sobre transformación de metales para joyería.
Uno de esos testimonios recogidos por investigadores de la Fiscalía, y quizás de los más importantes por ser testigo directo, tiene que ver con E, el amigo de Harold que estaba con él cuando cayó gravemente herido.
“Llegamos al Susy y nos dicen que la Policía está disparando, como bajamos a comer nos devolvimos (…) allí como la gente comenzaba a correr entonces nosotros también porque venían los policías por detrás del (supermercado) Inter. Vamos por el centro de la vía para la cuadra de La Regalía, allí estaba oscuro y veo un láser y le grito a Harold ‘pilas, el láser’, y me dice dónde y se queda parado… y allí se perdió el láser y sonó el disparo y Harold cayó al piso, escuché varios, pero no sé cuántos (…) Venía el láser del otro lado y como estaba oscuro por allí (medio) veía a los policías vestidos todos de negro, con casco y escudo sobre los postes”, se lee en el proceso judicial.
Para tratar de explicar las circunstancias de la refriega entre manifestantes y fuerza pública, en el contexto de los casos de Kevin y Harold, el teniente Néstor Mancilla Gonzalías, vinculado a la investigación, ha explicado ante Fiscalía que acudió con su grupo Goes a Siloé el 3 de mayo de 2021 por orden del Comando de la Policía y con destino a la estación del Lido que porque “criminales estaban realizando disparos con armas de fuego en contra de los policías del Esmad”. También vuelve y habla del policía herido en un ojo en hechos ocurridos en la Diagonal 51 Oeste entre calles 3 y 4 de Siloé.
Los casos, según documentación que reposa en el proceso, no fueron consignados en los libros de minuta de la estación de Lido el día 3 de mayo de 2021 ni en días siguientes, a excepción del caso de Kevin Agudelo que fue anotado en la minuta por el comandante de esa unidad policial el 4 de mayo pasadas las siete de la noche y sin mayores detalles.
La caótica noche del 3 de mayo, dolorosísima para las familias de las tres víctimas de Siloé, desnudó también la gestión e impotencia de mando del alcalde de Cali, Jorge Iván Ospina Gómez, quien ante la Fiscalía tuvo que rendir sendos interrogatorios entre el 1 y 29 de julio de 2021 sobre todo lo sucedido en el estallido social en la capital del Valle.
“Jamás se me ocurriría dar la orden para disparar a la comunidad de Siloé, jamás participé de alguna reunión en donde se planificara y precisara una acción operativa del Goes, o de los hombres de la Policía con fusilería hacia y en contra de la comunidad de Siloé. Jamás fue discutido en el Puesto de Mando Unificado, PMU, en los consejos de seguridad, una idea de intervención gruesa a Siloé, y jamás ni en mi presencia ni a través de mi secretario de seguridad y justicia Carlos Rojas fui informado de un hecho a Siloé”. Concluye, incluso, con una frase que podría resumir la noche que no cesó: “Lo ocurrido fue aleve, premeditado y criminal”.