17 de noviembre de 2024
Eunicio Pineda Luján llevaba una vida sencilla de campesino hasta que un día de 1994, mientras limpiaba los tubos del desagüe de una marranera, escuchó por accidente que lo querían matar. Según su relato, Álvaro Vásquez, el dueño de la finca donde trabajaba, alias Rodrigo, un jefe paramilitar, y Santiago Uribe, dueño de la finca vecina y hermano del expresidente Álvaro Uribe, conversaban dentro del establo de los cerdos sobre la necesidad de asesinarlo.
Desde ese momento no ha parado de huir. Y en medio de esa huída, según le ha dicho a la Fiscalía en varias declaraciones, ha padecido torturas -como que le arrancaran los dientes con un alicate-, persecuciones y un exilio. Pero, sobre todo, ha cargado con el peso de una enfermedad mental que los médicos no han terminado de diagnosticar, que ha sido catalogada como estrés postraumático y también como un trastorno psicótico o esquizofrenia.
Hace casi 15 años, cuando Pineda Luján decidió contar su relato a la justicia, sus padecimientos mentales salieron de la esfera privada, de las conversaciones con los médicos y de las discusiones familiares, y se convirtieron en un debate judicial determinante para establecer la historia de la creación Los Doce Apóstoles, y también, para definir el destino de Santiago Uribe.
Pineda Luján se convirtió en uno de los testigos principales contra el hermano del expresidente, a quien este campesino señala como jefe del grupo paramilitar al que se le atribuyen más de 500 asesinatos. La defensa de Uribe, encabezada por el abogado Jaime Granados, ha invertido esfuerzos en desacreditar su testimonio, al que cataloga de fantasioso, incoherente y derivado de su enfermedad.
Los padecimientos mentales de Pineda Luján se convirtieron en un asunto tan importante en este juicio, que el juez Jaime Herrera Niño les dedicó un capítulo completo en su sentencia proferida esta semana, en la que, por imprecisiones de la Fiscalía y dudas sobre las pruebas, absolvió a Santiago Uribe. El juez se extendió en el análisis de la vida del testigo y hasta reflexionó sobre sus traumas y su memoria.
El relato del campesino
Entre 1993 y 1994, Eunicio Pineda Luján trabajó en la finca El Buen Suceso, en Yarumal, Antioquia, propiedad de Álvaro Vásquez, donde se dedicaba a ordeñar vacas y alimentar cerdos. De vez en cuando, por orden de su patrón, tenía que pasar a La Carolina, la finca vecina, propiedad de Santiago Uribe, para “darle una vuelta al ganado”. Fue en esas labores cuando empezó a notar cosas extrañas.
Pineda dijo que vio hombres con armas largas y cortas en las dos fincas, y a Álvaro Vásquez reuniéndose con “gente rara”, a quienes les escuchaba instrucciones como que debían pintar las paredes con letreros alusivos a los paramilitares. También dijo que vio cuando Santiago Uribe entregó armas a los hombres que circulaban en esas fincas, y que el ganadero se comunicaba con un radio como “los que usa la policía”. Según la Fiscalía, esos hombres armados que se movían por esos predios de Yarumal, eran los integrantes de Los Doce Apóstoles, grupo que, entre otras cosas, se dedicaba a la mal llamada “limpieza social”.
La permanencia de Pineda Luján en la finca El Buen Suceso empezó a hacerse insostenible cuando alias Rodrigo trató de incorporarlo al grupo criminal. Le ofrecieron dinero y le entregaron un arma, pero, según su relato, se rehusó y le contestó que él no era capaz de matar a nadie. Luego, el mismo Rodrigo lo obligó a presenciar el asesinato de un hombre al que conocían como Gavilán.
Su resistencia a integrar el grupo molestó a los patrones. Entonces ocurrió el episodio que causó su huída. Dijo que en la marranera de la finca El Buen Suceso, escuchó que Santiago Uribe, Álvaro Vásquez y alias Rodrigo hablaban de asesinarlo porque “sabía mucho”. Entonces se fue a Medellín para hacer la denuncia de lo que había visto en la Cuarta Brigada del Ejército.
Tres meses después de haber escapado decidió volver a la finca por su familia, según narra en una denuncia por secuestro que Pineda Luján puso ante la Fiscalía. Cuando estaba por llegar a su destino, unos hombres armados y con brazaletes de paramilitares, entre ellos alias Rodrigo y alias Pelusa, lo bajaron del bus y le dijeron que lo iban a matar “por sapo”. Lo golpearon brutalmente y le arrancaron varios dientes con un alicate. Le dijeron que corriera, mientras le disparaban por la espalda. Uno de los tiros alcanzó a lesionar su mano izquierda, pero, dice el testigo, pudo escapar entre el monte y regresar a Medellín.
La Fiscalía le dió toda la credibilidad al relato de Pineda Luján. Tanto así que la acusación contra Santiago Uribe como conformador de Los Doce Apóstoles está sustentada principalmente en su testimonio y en el de otros tres testigos, entre ellos, el mayor retirado de la Policía Juan Carlos Meneses. La defensa de Santiago Uribe, por su parte, señaló inconsistencias en el testimonio de Pineda, lo catalogó de “hollywoodesco” y, sobre todo, hizo énfasis en su enfermedad mental para desacreditarlo.
El debate forense
Luego de ser torturado -contó Pineda Luján- se escondió durante años en fincas de Antioquia y el Eje Cafetero. En 2010, cuando se enteró por los medios de comunicación de que el mayor Meneses había testificado contra Santiago Uribe, decidió dar su testimonio. A partir de entonces, la defensa de Uribe ha cuestionado sin tregua su salud mental.
En la sentencia que absuelve al ganadero, el juez Herrera recogió parte de los registros médicos sobre los padecimientos de Pineda Luján. Entre otras cosas, allí se revela que el testigo tenía ideas suicidas y alucinaciones, y que “escuchaba una voz que le hablaba y le daba órdenes”.
En 2015, médicos del Instituto Nacional de Medicina Legal examinaron a Pineda Luján y determinaron que padece de “estrés postraumático con síntomas psicóticos”. Según el dictamen, la persecusión y la tortura le causaron un sentimiento constante de riesgo. El campesino vivía con miedo de que lo encontraran y lo mataran. Esas emociones empeoraron cuando un día, trabajando en una finca, se lesionó una pierna de un machetazo. Las historias clínicas muestran que ese accidente le causó daños psicológicos, pues consideraba que ya no podría sostener a su familia y que no podría huir de quienes lo perseguían.
Pese a que reconocieron la gravedad de sus padecimientos, los peritos de Medicina Legal concluyeron que esos trastornos no invalidan su testimonio en el caso de Santiago Uribe, pues el testigo conservaba el juicio, la orientación y el contacto con la realidad.
Pero la defensa de Uribe rechazó la conclusión de Medicina Legal. Entre otras cosas, dijeron que los relatos de hombres armados en las fincas donde trabajaba eran producto de alucinaciones. Se apoyaron, sobre todo, en el concepto médico que le pidieron al psiquiatra Ricardo Mora Izquiero, exdirector de Medicina Legal, quien analizó la historia clínica de Pineda Luján, aunque nunca lo examinó directamente.
Mora Izquierdo determinó que el testigo podía padecer de “esquizofrenia paranoide”. Además, cuestionó que Medicina Legal hubiera descartado esta enfermedad, pese a que varios médicos que habían tratado a Pineda Luján a lo largo de los años habían hecho diagnósticos similares a la esquizofrenia. El psiquiatra también dijo que ese trastorno comprometía el pensamiento, la memoria y el comportamiento del paciente, y que le había causado un deterioro intelectual relevante.
Para resolver el debate, el juez primero dejó claro que el informe de Medicina Legal, elaborado por peritos a partir de un exámen directo del testigo, tenía un mayor peso probatorio frente al concepto de Mora Izquierdo, quien sólo había intervenido como un experto.
Además, ahondó en el análisis de las enfermedades, la memoria y hasta las emociones de Pineda. El juez Herrera sostuvo que “el diagnóstico clínico es irrelevante, pues lo verdaderamente importante es si para el momento de rendir los testimonios, la enfermedad mental -sea cual sea- puede influir de manera negativa -deformando la realidad- en las ponencias que presente el examinado”.
Para el juez, Pineda Luján estaba lúcido en el momento en que, según dijo, tuvo contacto con Los Doce Apóstoles, y también cuando ha dado sus declaraciones para el juicio. Agregó en su sentencia que “antes de haber padecido el episodio traumático, (el testigo) tenía la vida de un campesino promedio, pues él mismo da cuenta de sus conocimientos del manejo de ganado, exhibe un marco interno de valores compatible con el de hombre proveedor, incluso llegó a mencionar su jovialidad y las buenas relaciones que mantenía con sus vecinos”. Al final, el juez concluyó que la narración del campesino tenía que ser tratada como la de cualquier otro testigo.
Pese a todo el explayamiento sobre la fiabilidad de las capacidades mentales de Pineda Luján, de las que escribió más de 30 páginas en su sentencia, el juez, al final, no le creyó. Pero no por su enfermedad, sino por las contradicciones de lugares y fechas que según el juez hay entre su relato y el de los demás testigos, como el mayor Meneses. Esas supuestas inconsistencias fueron algunos de los argumentos que dió para absolver a Santiago Uribe de homicidio y concierto para delinquir, por la presunta conformación de Los Doce Apóstoles.
Pero el proceso está lejos de terminar. Los representantes de las víctimas de Los Doce Apóstoles anunciaron que apelarán la decisión. Así que, seguramente, el testimonio de Pineda Luján volverá a ser revisado. El campesino, entretanto, vive en el exilio, pues no ha podido deshacerse del miedo que se le despertó hace 30 años, en las marraneras de la finca El Buen Suceso.