La ampliación de un colegio que está muy cerca de la frontera con Brasil y Venezuela le sirvió al autor de este texto para reflexionar sobre la necesidad de que en Colombia la buena educación no sea un privilegio. Opinión.
12 de diciembre de 2024
Por: Yamit Palacio Villa* Fotos: Andrés Sánchez Fonseca. San Felipe, Guainía
Aprender en la selva el desafío de la educación en el Guainía

Presume por tener una muralla tan vieja como la de Cartagena pero no es tan conocida, tan grande ni tan bien conservada. El fuerte de San Felipe, en el extremo oriental de Colombia, está lleno de maleza y humedad. Su historia fue pintada a mano, en una lata, por algún parroquiano que habla de una fortaleza que defendió este sitio en tiempos de “celos” entre españoles y portugueses pero no cuenta qué carajos estaba protegiendo ni qué estaban disputando dos imperios ibéricos en este lugar selvático, a orillas del río Negro, en los límites actuales entre Colombia, Venezuela y Brasil. Quiso la fortuna que este poblado estuviera hoy en el mapa colombiano. En San Felipe, en el extremo sur del departamento de Guainía, se abastecen cientos de mineros ilegales que extraen oro sin importar en cuál de los tres países se ubique la brújula; ni cómo quedarán los ríos con su gasolina, mercurio y arsénico; ni mucho menos qué consecuencias traerá para indígenas y colonos comer pescado contaminado.

Aprender en la selva: el desafío de la educación en el Guainía

A la corta pista de aterrizaje de este centro poblado llegan con frecuencia aviones fletados por emprendedores paisas que traen a unos señores canosos, nacionales y extranjeros, que se pueden pagar la costosa afición de la pesca deportiva. Pescan tranquilos y con paciencia, a pesar de los grupos armados ilegales que hay en la zona.  No dejan mucho dinero en el lugar porque todo lo traen consigo y lo poco que dejan son latas vacías de cerveza y botellas de plástico que se acumulan en bolsas negras cerca de la pista, ¿cada cuánto pasa el avión del reciclaje?

Aprender en la selva: el desafío de la educación en el Guainía

En este, como en muchos lugares de la Amazonía, la educación llegó de la mano de los evangelizadores, casi siempre misioneros católicos. Por eso no es gratuito que el pueblo de la otra orilla, en Venezuela, se llame San Carlos; no es casual que estas cuatro calles recuerden con su nombre a un santo, y que el colegio conmemore a San Pedro Claver. Lo que antes era un internado, como muchos en la selva, es hoy, también, un colegio donde uno de cada cuatro estudiantes duerme en el sitio donde estudia y come. La mayor parte de los internos pertenece a grupos étnicos como los Curripako, Yanomami y Yeral. Sus padres los matriculan allí, pero no siempre vuelven por ellos a tiempo cuando salen de vacaciones. Es difícil saber si lo hacen porque valoran la educación estatal mestiza en castellano o porque el internado significa una boca menos que alimentar. Esas dos razones, al fin y al cabo, no son excluyentes.

Aprender en la selva: el desafío de la educación en el Guainía

Es difícil para un docente aceptar el trabajo en estas lejanías; no hay subsidio para el tiquete aéreo, que cuesta lo mismo de Bogotá a Inírida que de Bogotá a la isla de San Andrés. Si llega por el río, el viaje puede durar hasta cinco días en un recorrido que incluye tramos en bote y otros en remolques halados con viejos tractores. El salario de un docente en los poblados ribereños del Guainía suele tener una bonificación del 15 % que intenta compensar la carestía. De poco sirve esa gabela si aquí una gaseosa familiar cuesta 15 mil pesos y un pollo congelado vale 60 mil. Hay quienes -con resignación- insisten y se consagran, a pesar de las adversidades. La profe Nisa viene de Quibdó y lleva aquí casi veinte años. De Cértegui, Chocó, es el licenciado David, quien oficia como rector encargado y encartado. La profe Lida vino de Girardot después de graduarse en el Tolima, y Jonatan, uno de los tres cuidadores de los internos, es licenciado de la Universidad de Los Llanos y acaba de llegar de Villavicencio. ¿Por qué ellos sí aceptaron el reto? Por pasión, vocación y compromiso; pero no niegan que añoran ejercer su tarea en un lugar donde hubiera electricidad, agua potable e internet sin interrupciones, o donde hubiera menos privaciones, donde se sintieran menos solos, donde pudieran ver con frecuencia a sus familias.

Aprender en la selva: el desafío de la educación en el Guainía

Rogelio, otro de los cuidadores, de origen indígena, lamenta no tener una biblioteca para poder compartir con niños y niñas residentes muchas tardes de lectura por placer y no por tarea obligatoria. Hay libros viejos apilados en cajas, pero no estantes adecuados ni mesas de lectura dispuestas. El espacio al que solían llamar biblioteca terminó convertido en despensa para el programa de alimentación escolar. 

La ración de comida ayuda a mantener en el colegio a niños y niñas. Pero no comen sólo los matriculados; al mediodía es común ver pasar a decenas de niños por las calles con un plato en la mano. Llevan un poco de lo que les dieron en el colegio para compartir con sus hermanos menores o padres. Así sea un bocado, reducirá el hambre de su gente.

Aprender en la selva: el desafío de la educación en el Guainía

Todo puede empezar a cambiar gracias a una inversión inédita del Estado colombiano. Con casi cuatro mil millones de pesos, el Fondo de Financiamiento de la Infraestructura Educativa (FFIE) construyó 5 aulas nuevas y mejoró otras 9, habilitó un nuevo comedor y cocina, zona administrativa y diez baños. El dinero alcanzó para instalar paneles solares que abastecen los bloques nuevos y la mayoría de los renovados; también para un sistema básico que tratará el agua con la que preparan alimentos y para otro método que dispone aguas residuales. 

Cambiar definitivamente la leña por el gas para cocinar depende de que la Gobernación envíe a tiempo los cilindros suficientes. La dotación de nuevos muebles para salones nuevos y mejorados aún no llega. La delegada de la Secretaría de Educación departamental admite: “Estamos en eso. Vamos a ver si nos levantamos recursos por regalías”. Lo dice sin mucha convicción. No sabe explicar por qué no previeron que el colegio nuevo iba a necesitar mobiliario que debe ser provisto por el gobierno regional.Cae la tarde. Un sol magenta, redondo, enorme, se esconde en el horizonte que la selva dibuja. Tres gestores sociales acaban de venir de la quebrada, donde acompañaban a niños y niñas que se dieron allí su segundo baño del día. Hay duchas en la residencia escolar, pero en la temporada seca el pozo que las abastece no da abasto. En los meses lluviosos recogen el agua en tanques y eso les permite bañarse en el colegio y lavar la ropa en una vetusta lavadora ubicada a la intemperie, en una esquina de la cancha.

Aprender en la selva: el desafío de la educación en el Guainía

Los niños se acuestan poco después de las 7. Antes, habrán visto una película en un celular de un profe. Alrededor del aparato, cuñado sobre una mesa, se agolpan decenas de niños embelesados a pesar de lo poco que escuchan del filme lleno de balazos y persecuciones automovilísticas en ciudades que probablemente estos pequeños nunca conocerán.

Aprender en la selva: el desafío de la educación en el Guainía
Aprender en la selva: el desafío de la educación en el Guainía

En breve todos los demás iremos a dormir. Los docentes nos cedieron con amabilidad un par de camarotes, colchones de espuma vestidos con sábanas limpias y los imprescindibles mosquiteros. El avión diminuto que debía recogernos no pudo venir por mal tiempo. Todo ha quedado en penumbra. Grillos, ranas y aves siguen conversando. 

La profe Nisa seguro se duerme añorando a su familia en Quibdó, en el otro extremo de Colombia. Mientras tanto, la profe Lida habrá llamado ya a su madre en Girardot y le habrá prometido cuidarse la diabetes. Cuando el calor y la humedad permiten pensar, pienso en mi pequeña hija y quiero que para ella y para los niños de San Felipe la buena educación no sea un privilegio. Con eso sueño cuando me vence el sueño.

* Yamit Palacio Villa es comunicador social y periodista de la Universidad de Antioquia y Magíster en Estudios Políticos de la Universidad Javeriana de Bogotá. El autor viajó a la zona cuando integraba el área de comunicaciones del FFIE. Este texto se escribió y se publicó después de finalizado su trabajo con esa entidad.

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