Se ha enfrentado con uñas y dientes a EPM por Hidroituango, uno de los megaproyectos más ambiciosos de Colombia, ese que según ella podría acabar con el segundo proveedor de agua del país.
15 de julio de 2020
Por: Pacho Escobar. / Ilustración: Angie Pik
Isabel Zuleta

El miedo

Isabel Zuleta está amenazada. La quieren amordazar. Desaparecer. Matar. Nunca se dejó reclutar por la guerrilla. Tampoco se dejó llevar por los paramilitares. Y desde 2008 se enfrenta a EPM por Hidroituango. Lidera el movimiento que se opone al multimillonario proyecto. Para ella la represa significa muerte. Para miles de campesinos de la zona, también. Isabel sostiene que están matando al río Cauca, el segundo proveedor de agua del país. No quiere que usted llegue a su casa, abra la llave y caiga solo polvo. Dice que se está asesinando la biodiversidad de los ecosistemas del Cañón, también del Bajo Cauca en Antioquia y de la Mojana. Que su ecosistema está herido de gravedad. Ha evidenciado la contaminación en el aire. Los cambios en el agua. La muerte de varias especies de animales. La proliferación de enfermedades. La transformación en la cultura. El desplazamiento forzado por el “desarrollo”. La generación de conflictos entre las comunidades y sobre todo la pérdida de los medios de vida y de subsistencia, el empobrecimiento de comunidades, campesinos dignos que están quedando en la humillación de la indigencia. Y por tal, la afectación en la vida de las personas que viven en los 27 municipios que toca el megaproyecto. Esa zona históricamente ha sido golpeada por la violencia. Se cuentan 111 masacres, las más recientes en Valdivia e Ituango. También se calculan 4.900 asesinatos. Isabel lo sabe. Pero ella tiene la fuerza del río. La fuerza del Cauca. La fuerza del agua. Por eso no para. Por eso ha braceado con ganas. Por eso nada contracorriente.

Hay una escena que dice mucho del talante de Isabel. Era el 22 de agosto de 2014. Habitantes de la vereda Chirí la llamaron. Este lugar se ubica en el municipio de Briceño (Antioquia). Necesitaban protestar por una construcción. Hidroituango se encontraba excavando un túnel. La obra estaba secando la quebrada. Sin agua no hay vida. Los lugareños querían impedir el paso de las maquinarias. Cerca de 30 campesinos, contando a los niños, levantaron un campamento. A las diez de la mañana se dio la cita con Isabel y otros integrantes del Movimiento Ríos Vivos. Todo transcurría normal. Inició la reunión. Los asistentes empezaron a relatar las afectaciones.

Pero se desprendió una balacera descomunal. El campamento estaba justo entre dos montañas. Nadie supo de qué lado vinieron los primeros disparos. Eran ráfagas. Del costado de Toledo estaba el Ejército. Del otro lado, del de Briceño, estaba la guerrilla. Hay un video donde se escucha y se ve el ametrallamiento. Es de terror. Balas de un lado y del otro sin parar. Los campesinos en el medio. Los niños empiezan a llorar. Los adultos los toman de la mano. Todos corren al borde de la carretera. Se esconden en una suerte de risco. Una persona filma con su teléfono. Entre el minuto 1:14 y el 1:44 (del video), es decir 30 segundos, suenan 69 disparos. Pero ahí no para ese vendaval con munición de guerra. Los niños lloran más. Hasta los sauces lloraron. Las mamás se advierten asustadas. Los hombres las calman. A la única mujer que se le ve tranquila es a Isabel Zuleta. Está sentada en el pasto abrazando a tres niños. Alrededor suyo hay más. Todos han acudido a su sombra.

Uno de los líderes campesinos divisa el puente. Quizá piensa que es un lugar seguro. Les dice a todos que apenas pare un momento la balacera corran hacia allá. Hay que meterse debajo. Hay que buscar protección. El ametrallamiento no dio tregua hasta la una de la tarde. Las amenazas y atentados no asustan a Isabel. Pero aquel día es el que más recuerda con terror. En esos momentos tuvo espanto. Y no tanto por ella, sino porque no se perdonaría nunca que algún niño o un padre o una madre murieran ahí. Atravesados por las balas del conflicto. Quiso llorar pero no pudo. Quiso gritar pero no se atrevió. Si los niños la veían valiente, iban a ser valientes. Aquel día sintió ese vacío en el estómago llamado… miedo.

Juegos pirotécnicos

En 1989, cuando apenas tenía siete años, Isabel Zuleta se sentaba junto a sus amiguitos en las lomas del barrio El Carmelo, en Ituango, a ver las luces y a escuchar los sonidos que emitían los bombardeos de las Fuerzas Militares contra el Frente 18 de la guerrilla de las Farc. En esa edad de la candidez, ellos creían que se trataba de juegos pirotécnicos. Cuando las luces ya no aparecían y los sonidos se apagaban, Isabel corría con el grupo de niños a finalizar el juego: el que recogiera más casquillos de las balas desprendidas supuestamente de la pirotecnia, ganaba. Eran tan inocentes que habían normalizado la violencia. Pero Isabel era inquieta. No se quedaba contenta solo con observar o escuchar. Le gustaba confrontar. Cuando veía que los guerrilleros hacían reuniones en los parques de su pueblo, ella iba y se metía en medio de los adultos y les preguntaba, por ejemplo, la razón por la que portaban armas. Inconscientemente, desde muy niña rechazaba el uso de estas en cualquier ámbito.

Lo mismo hacía en la escuela Juan XXIII cuando cuestionaba a las monjas. Les preguntaba por lo divino y lo humano. Si las mujeres de hábito no tenían respuestas acudían a esa violencia soterrada que era la de pellizcarle las orejas y los brazos hasta sangrar, como si solicitar conocimiento fuera un pecado. En casa sus papás casi nunca estuvieron. Su mamá porque debía trabajar en la Oficina de Instrumentos Públicos de Ituango. Y su papá porque andaba recorriendo otros municipios debido a su trabajo en Telecom. Luego durante casi todo el día permanecía con sus abuelas. Los primeros 10 años lo hizo con Luisa, pero le dolió el día que ella decidió resignarse frente a un cáncer y dejarse morir en Medellín.  Le dolió que se fuera sin despedirse. Quizás por ello juró nunca rendirse.

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De su abuela Hermelina aprendió a valerse por sí misma, entendió que las mujeres no necesitaban tener a un hombre al lado para poder vivir. De hecho, en su casa recuerdan que un día se levantaron todas las hermanas y no había nada qué comer. Con apenas 10 años Isabel arrancó para la tienda del barrio y pidió fiado un mercado, regresó y les hizo desayuno, almuerzo y comida. Desde ese día se echó la casa al hombro.

El agua, el río

Otra de las felicidades más grandes de Isabel y sus amiguitos era ir al río Ituango. Podían pasar un día entero jugando, nadando, tirándose desde lo más alto a aquellas aguas diáfanas que los hacían sentir libres. Su relación con el río fue desde siempre. Tiempo después, con un poco más de edad la máxima aventura y emoción era ir a acampar a la ribera del Cauca. Este sí más grande, de mayor calado, de gran anchura, de cauce amplio y de corrientes fuertes. El Mono, le decían con respeto desde niños, y ese nombre se lo daban por el color de sus aguas las cuales eran más oscuras por sus sedimentos. Tan poderoso y omnipotente que los campesinos de la zona siempre lo han llamado El Patrón.

De modo que cada fin de semana que podían se iban a acampar en sus orillas, los adolescentes más avezados hacían malabarismo por los largueros del puente Pescadero mientras los otros, entre ellos Isabel, sujetaban un lazo de un gran árbol, se lo amarraban por la cintura y se tiraban al río en neumáticos gigantes para que la corriente los llevara hasta donde más podía. La vida. Curiosamente Isabel no aprendió a nadar. Se defiende en el agua, no se dejaría ahogar, pero lo que se dice avanzar como un nadador amateur, nunca lo logró. Tal vez por eso les tiene cierto temor a las piscinas. En efecto, la mayoría de sus coterráneos no gustan de las aguas quietas. Sienten que son turbias, sucias, poco confiables, porque para ellos el agua debe circular de manera normal, el agua se debe dejar correr, que se lleve lo que trajo, que limpie, que renueve. Esto, tal vez, le da sentido al rechazo que le tienen a una represa, a un sistema creado por el hombre para detener los ríos y apresar sus aguas hasta causar un efecto que puede llegar a ser mortal.

Tenía 14 años en 1996 cuando supo lo que era estar amenazada por un grupo armado. Unos tíos llegaron a su casa con un sino de angustia. Se metieron a la cocina con sigilo y comentaron asustados lo que habían descubierto. Hombres de un grupo paramilitar por alguna razón tenían fotos de Isabel y habían dicho que era una niña muy linda. Ella de crespos voluminosos, cejas negras, ojos pardos, nariz recta y cara angulosa, no creyó que eso fuera peligroso, pero los adultos sabían que esto significaba que en cualquier momento se la podían llevar, reclutarla, desaparecerla y como estaba la situación, matarla por una causa ajena a su mundo. Nunca más volver a verla. Ana María, su mamá, tomó la decisión de acudir al desplazamiento porque tenía miedo. No lo consultó con nadie y pidió traslado, se lo dieron, el destino era la ciudad de Tuluá. Isabel lloró desconsolada cuando supo que se tenían que ir. Le dolía dejar a su familia, a sus amigas, le afligía que no fueran a estar en la fiesta de sus 15 años, lloraba pensando que nunca más iba a poder estar al lado del río.

Los libros

Se encerró durante cinco meses en esa ciudad del Valle del Cauca sin salir a ningún lado. Después empezó a estudiar en el Colegio Nazareth, donde las Hermanas Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia. El mero nombre le generaba conflictos. Más tarde, cuando hizo amigas se dedicó a tratar de acercarlas a la lectura. Con algunas pudo, pero a otras las obnubilaba el mundo superficial de una sociedad que de alguna manera se estaba dejando permear por el narcotráfico.

Ciertas niñas solo querían de grado una operación de senos, una lipoescultura o un carro. No les sucedía a todas, pero sí a muchas. Para acercarse a ellas decidió leer el kamasutra y algunas novelas de tono mayor con el propósito de hablar de sexo como si fuera una experta. Hacía adaptaciones forzosas e imaginarias para ver si podía educarlas al menos en temas de planificación familiar y reproductiva.

Terminada la secundaria su mamá la impulsó a inscribirse en la carrera de contaduría porque era una “profesión para hacer plata”. Aunque la Universidad del Valle era de gran renombre, Isabel al tercer semestre prefirió retirarse y regresar a Ituango. El agua jala. Entró a trabajar a un supermercado, ahorró dinero durante un año y se presentó a sociología en la Universidad de Antioquia. De inmediato fue admitida. Trabajó y estudió. Los primeros semestres se sostuvo con lo que ganaba como impulsadora de electrodomésticos en almacenes de cadena y la ayuda de familiares. Su sobresaliente desenvolvimiento en la carrera hizo que profesores la recomendaran para hacer labores sociales.

Por esos días supo que disfrutaba mucho hablar con la gente, sobre todo con los habitantes de la zona del Cañón del río Cauca. La llenaba de vida escuchar sus historias, sus felicidades y también sus necesidades para ayudarles a encontrar solución. Su trabajo de grado abordó el tema del desplazamiento y el conflicto armado, en suma visitó 40 veredas de Ituango levantando un detallado compendio sociológico de la zona.

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Ríos Vivos

A principios de 2008 la invitaron a un seminario en el Museo de Antioquia. En el panel, además de expertos se encontraban concejales de partidos alternativos y, supuestamente, gente afín al cuidado y la preservación de todos los ecosistemas del planeta. Ese día se expuso el proyecto de una represa para generar energía que se llamaría Hidroituango. Isabel ya había escuchado del tema, pero le sorprendió cuando preguntó si se había consultado y tenido en cuenta a la gente de su región; es decir, a los habitantes que iban a tener relación directa con lo que se fuera a construir. La respuesta fue negativa. Pero lo que más la indignó fue el momento en el que un dirigente, a quien admiraba, le dijo que no habían visitado la zona porque “eso por allá es muy peligroso”, y por tanto, no habían valorado lo que pensaran o consideraran los vecinos del cañón del río Cauca. Y lo que la sacó de sus cabales fue ver que muchas personas a las que respetaba por sus posiciones frente al cuidado del medio ambiente y la política en general tenían como argumento que Hidroituango se debía hacer “porque si no Empresas Públicas de Medellín (EPM) se iba a quebrar, iba a perder el monopolio de la energía”; es decir, la empresa por encima de la vida.

A los pocos días Isabel regresó a Ituango junto a un grupo de amigos. Convocó a los barequeros, a los pescadores, areneros, agricultores, arrieros y a mujeres víctimas del conflicto que buscaban a sus hijos, hermanos y esposos desaparecidos por la guerra; hizo el llamado a todas las personas que vivían del río y de la naturaleza que lo rodea. La reunión se llevó a cabo en la Hacienda Cuní (hoy ese sitio es un campamento de EPM). Los indagó por el tema. Sabían de la represa pero no lo que se les venía encima. Incluso, algunos habían empezado a negociar sus parcelas con EPM sin el acompañamiento de alguna autoridad y habían firmado documentos de compra y venta pero sin conocer el valor real de sus propiedades. Negociaron a ciegas.

A Isabel la imagen de los líderes que estuvieron en el Museo de Antioquia se le cayó aún más porque estos políticos no advirtieron nunca a los pobladores de los factores que se desprendían al construir esta mole de cemento. De hecho, días más tarde buscó a alcalde, gobernador, concejales y diputados en Medellín para organizar un foro en Ituango, pero todos le corrían o se escondían. Líderes de izquierda y otros que se hacían llamar demócratas prefirieron agitar de manera meliflua las banderas del sector empresarial.

Con sus amigos redactó cartas y derechos de petición preguntando a la alcaldía de Medellín, a la gobernación de Antioquia y a EPM, sobre muchas de las inquietudes que habían surgido en aquella primera reunión. Ninguno recuerda de dónde surgió el nombre con el que empezaron a firmar las misivas: Ríos Vivos. Lo que sí recuerdan es que fue la gente, los mismos campesinos, quienes de tanto llamarlos Ríos Vivos, cuando se referían a ese grupo de jóvenes que los ayudaban, bautizaron a ese movimiento quizá con el nombre perfecto, con el más bello llamamiento.

Más tarde, en otra reunión, Isabel pidió que se organizaran. Debían tener un orden, una estructura al menos reconocida e incluso estudiar seriamente el tema. Un campesino entrado en años levantó la mano y sugirió que debían conformar un frente guerrillero. Por su tono no parecía estar de acuerdo en que una mujer fuera la persona que iba a empezar a liderarlos. Cuestionaba cada uno de los planteamientos de Isabel, aunque no de fondo, sino de forma, le irritaba que lo femenino se equiparara con lo masculino en aquellas lides. Machismo. Aquel hombre maduro no concebía una lucha sin fusiles, plomo y muertos. Isabel dijo que jamás en su vida tomaría un arma. Lo mismo dijeron el resto de mujeres. Ellas, siempre en desacuerdo con la violencia y con cualquier expresión armada lo dejaron por sentado. El movimiento debía ser pacífico. Pelear con el corazón, la razón, las palabras, los argumentos.

Isabel, cuentan sus cercanos, tomó tan en serio esta pelea que buscó toda la literatura, los libros y documentación que tuviera relación con la construcción de una represa. Se sentó a estudiar con expertos sobre los ecosistemas que rodeaban al cañón de río Cauca. La biodiversidad de la zona. Además de aprender sobre sus aguas, sus corrientes y la vida que bajo su cauce se producía. Así supo que el impacto negativo iba a ser mucho mayor que “el desarrollo” propuesto por los hombres de escritorio de la desconectada Medellín.

Los miedos se expandieron en el momento que vieron llegar la maquinaria. Una a una las retroexcavadoras, las gigantescas volquetas, los enormes taladros, los tractores, los miles obreros, los ingenieros. La dinamita. Llamaron a Isabel para contarle que ahora había impedimentos en la circulación. De un sendero al otro no se podía pasar porque habían puesto mallas y acababa de arribar un grupo de seguridad privada. Para cualquier campesino de la zona esto era acabarlos. Muchos nunca habían tenido tierra, y los otros que apenas tenían la justa solo podrían poner a pastar a sus animales en aquellas tierras baldías.

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Con las explosiones, el agua del Cauca empezó a cambiar y los peces a escasear. El arboricidio fue latente. La zozobra se agudizó cuando les dijeron que los iban a sacar de sus casas, que debían abandonar sus parcelas y que se verían obligados a desplazarse a la ciudad. No eran mentiras, en el año 2010 se presentaron los primeros desalojos forzosos. El 2011 no fue el mejor porque ya se veían hombres armados y las montañas estaban siendo dinamitadas. Las venas abiertas con la promesa de futuro. El movimiento tomó mejor rumbo. Los pescadores se organizaron entre ellos, por veredas y municipios. Lo mismo sucedió con los barequeros, los agricultores y las mujeres víctimas de las violencias anteriores.

Fueron mil

Mineros de Briceño fueron desalojados. Llamaron a Isabel Zuleta para pedir consejo. Una protesta pacífica era el arma. Durante dos semanas se convocó a los vecinos del cañón. La cita quedó pactada para el 27 de agosto de 2012. El lugar escogido fue el Valle de Toledo. Justo a la entrada del megaproyecto. A lo sumo pensaron que llegarían 100 personas. Sin embargo al mediodía ya había 1.000. Isabel tomó la vocería. Megáfono en mano pidió que se organizaran en sus respectivos grupos. Por oficios o comunidades. Empezaron a redactar sus peticiones. Más tarde todo se reunió en un pliego. Que venga el gobernador. Que vengan los alcaldes. Que vengan los diputados. Que vengan los ejecutivos de EPM. Que se instaure una mesa de expertos. Expertos extranjeros, sin estar contaminados de corrupción. Sin intereses.

Como no llegó nadie montaron un campamento.  De los 1000 asistentes, 500 se quedaron. Sabían que iba para largo y se debían alternar. Cuentan que desde la gobernación empezó la estigmatización. En sus noticieros dijeron que la guerrilla estaba detrás del movimiento. Isabel con pruebas los pudo refutar. Desde la capital dijeron que eran grupos al margen de la ley que querían boicotear el proyecto. El Movimiento Ríos Vivos demostró lo contrario. Pero insistían. Que sin permiso de la guerrilla una protesta de esas no se podía hacer en ese territorio, el propio Santiago Londoño secretario de gobierno de Sergio Fajardo le preguntó a Isabel si la guerrilla se oponía a la obra, ella contesto que no, que lo único que se escuchaba en la zona era que cobraban vacunas y extorsiones. A pesar de ello la estigmatización continuaba desde la capital. Pero ninguno de los organizadores le había pedido permiso a nadie, se negaban a contar con el aval legal o ilegal para defender su territorio. No lo necesitaban. Al segundo día seguían sin aparecer las personas requeridas. Ni siquiera llegaron funcionarios de la Defensoría del Pueblo. Mucho menos de la Procuraduría.

A las 72 horas aparecieron los “robocops”. Los lugareños desde que los divisaron los bautizaron así. Los vecinos del cañón jamás habían visto a agentes del Esmad. Y mucho menos dentro de sus montañas. Un contingente de policías y miembros del Ejército fue lo que les mandaron. De entrada quisieron levantar las carpas y los cambuches a las malas. Los protestantes no se dejaron. A las 10 de la noche cuando todos en el campamento dormían e Isabel estaba en su carpa, un uniformado abrió fuego hacia una de las montañas. La amenaza transformó a Isabel Zuleta. Tomó el megáfono y empezó a gritar a soldados y policías. ¡¿Nos van a hacer matar, nos van a matar?!, preguntaba. ¡¿Se creen muy hombres porque tiene armas?!, les gritaba. La gente la empezó a seguir y los lograron sacar del perímetro. Sin embargo, se quedaron rodeándolos. Como si de delincuentes se tratara y no de personas afectadas por forasteros. Incluso, algunos uniformados tenían sus mismas caras. Su misma piel. Su misma sangre. Eran un mismo pueblo, pero dividido por la locura. La sinrazón.

Resistieron 19 días. El ánimo de Isabel hizo que nadie desfalleciera. El mensaje desde Medellín era que los atenderían. Que se crearía una mesa de concertación. Una mesa de soluciones. La mejor mesa. Ante tanta promesa los líderes del cañón solo pidieron que al menos el gobernador les diera la cara. Sergio Fajardo en todo su mandato jamás los atendió, llegó una vez a firmar un acuerdo y se fue. El hombre del compromiso ciudadano, dicen los campesinos, incumplió. Sienten aún que Fajardo tiene repulsión por el diálogo con los de abajo.

Consecuencias

Hechos traen consecuencias. Algunas personas de Ituango repartieron la voz de que Isabel Zuleta era persona no grata en el municipio. La escupían y vituperaban. Los de derecha dijeron que en la guerrilla le decían alias La Crespa y los de izquierda que era una “sospechosa”. La lucha continuó. En marzo de 2013 se convocó a otra protesta pacífica porque justo ahí en el Valle de Toledo, donde meses antes habían hecho resistencia, el Ejército y la Policía montaron la primera de cuatro bases militares que hoy custodian la presa. Aquel día llegaron tres escuadrones de encapuchados dispuestos a pisar al que se atravesara.

La primera en oponerse fue Isabel a quien sin contemplaciones la lanzaron a un camión. La gente empezó a gritar por ella, pedían que la bajaran y que no se la llevaran. Una mujer gritó: “¡la van a desaparecer!”, de inmediato decenas de campesinos se lanzaron también al vehículo. Quizá porque tienen muy arraigado el miedo a la desaparición forzada, de sus imaginarios no se ha ido esa sensación de impotencia al no haber encontrado a sus hijos, hermanos y esposos a quienes desaparecieron los grupos armados. Los escuadrones militares terminaron deteniendo a más de 80 personas, pero judicializaron a 12, entre ellas a Isabel. Los llevaron al interior de la nueva base militar del Valle de Toledo y allá los recibió un comandante que en lugar de comunicarse con sus superiores, cuentan quienes fueron detenidos, el hombre llamaba desde su radioteléfono a funcionarios de EPM.

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A ese hecho le llamaron: la detención arbitraria de EPM. Lo llamaban así porque sucedió en una base de EPM, se los llevaron en una aeronave de esa empresa y además quienes estaban decidiendo si los soltaban o no, eran los funcionarios de esa entidad. Después los subieron a un helicóptero propiedad de EPM, algo completamente ilegal. Volaron hasta una base policial en Santa Rosa de Osos en donde estuvieron capturados por varios días hasta que en audiencia una juez ordenó su libertad y declarar que esa captura había sido ilegal.

La detención produjo una suerte de ruptura entre Isabel y su familia. Esto le dolió en el alma. Empezaron a cuestionar su lucha, le dijeron que estaba buscando que la mataran y también que los estaba poniendo en riesgo pues todos vivían en Ituango. Para ellos era una pelea que ella había comprado sin tener nada qué ver en el asunto. Durante mucho tiempo no le volvieron a hablar; o mejor, ella decidió no volver a acercarse. Pero los días le han dado la razón porque punto a punto pudo demostrarles cómo el proyecto Hidroituango ha tocado directamente al municipio donde nacieron.

Tras la captura ilegal de aquel marzo de 2013 se desprendió una marcha hacia Medellín. Los afectados por el proyecto llegaron al coliseo deportivo de la Universidad de Antioquia y se instalaron allí durante ocho meses. Exigieron lo mismo, reconocimiento por parte de las autoridades y soluciones. Lograron sentar a varios funcionarios, entre ellos a delegados de la Gobernación y de EPM. Lo que sí no pudieron lograr en las reuniones que tuvieron era que se sentara el propio Sergio Fajardo y diera la cara. En palabras de ellos, siempre se les escurrió. Nunca apareció.

Todos nos equivocamos. Lo mismo le pasó a Isabel cuando se sintió agredida y más que ella, sintió una agresión contra sus compañeros de lucha. Estudiantes de la Universidad de Antioquia salieron en un noticiero denunciando que los niños estaban utilizando la piscina del lugar y que eso les podría traer enfermedades, también que algunos campesinos estaban fumando marihuana en las instalaciones, todo lo anterior eran falacias. Pero su espíritu la traicionó, puesto que al salir en defensa de los suyos dijo cosas que no daban a lugar. Por ejemplo que profesores y estudiantes llevaban años consumiendo drogas en la institución y que de eso nadie hablaba. Esas palabras aún le pesan porque sabe que se dejó llevar por los impulsos al generalizar y hablar desde lo visceral y no desde la razón.

Con algunos acuerdos regresaron a sus tierras, aunque sin rendirse. En el 2015 areneros de Toledo sufrieron un desalojo por parte de militares que iban a instalar otra base en una de las playas del río Cauca, que curiosamente estaba lejos de las obras principales del megaproyecto. Los barequeros que hacían parte de Ríos Vivos acudieron a Isabel. Ella les prometió que viajaría a la zona para documentar el hecho y posiblemente programar una asamblea. Aquel día viajó muy tarde pero eso la salvó. Se quedó en un pueblo antes de llegar a su destino. Sin embargo esa noche los campesinos que la esperaban en el Puente de Pescadero se percataron de una situación anormal. Tres hombres encapuchados y con armas largas estaban esperando a Isabel. Los campesinos los persiguieron para identificarlos, pero no los pudieron alcanzar. Lo que sí hallaron en medio de la correría fue un salvoconducto y un carnet que se le cayó a uno de los encapuchados, más tarde supieron que esa identificación pertenecía a una empresa de seguridad contratada por EPM. Los hechos fueron denunciados, aunque hasta el día de hoy no se ha hecho justicia. La hipótesis de Ríos Vivos es que querían desaparecer a Isabel.

Contracorriente

Las heridas son muchas y han sido difíciles de sanar. Personas de la región que conocen a Isabel destacan el valor de su trabajo. Ella por ejemplo les hizo ver que la construcción de Hidroituango sin consultarlos se sumaba a todas las violencias que han tenido que sufrir por años. Primero fue la violencia de colonos y terratenientes por la tierra, después entre liberales y conservadores, más tarde las guerrillas y a renglón seguido los paramilitares. Los registros dan cuenta de 111 masacres en la región, entre ellas las del Aro, Barbacoas y Oro Bajo.

Y fue con ese valor de Isabel que las víctimas se atrevieron a buscar a sus desaparecidos. El trabajo sociológico y antropológico de Ríos Vivos pudo encontrar a decenas de enterradores que habían sepultado a cientos de personas en las orillas del río Cauca. Hay que aclarar que los enterradores no fueron los perpetradores de los asesinatos. Por el contrario, sucede que el mandato espiritual de los ribereños determina que ningún muerto puede circular en un sinfín por las aguas del río, y por ello para descansar en paz se les debe enterrar en tierra. Los pescadores y barequeros cuando veían pasar un cuerpo, lo sacaban de las aguas y les daban sepultura. Fue así como, por ejemplo, que junto a  ellos se dieron a la tarea de buscar en varias misiones cada una de las tumbas sin nombre. Lograron ubicar centenares de fosas aunque la Fiscalía se negaba a brindar garantías para entregar la información. Entonces comenzaron a realizar eventos de duelo e incidencia e impulsaron la exhumación de 159 cadáveres, pero se les atravesó de nuevo EPM teniendo en cuenta que procedieron a inundar más de 4.000 hectáreas a lo largo de 70 kilómetros, justo donde se encontraban otras fosas comunes. Se calcula que ahí yacen más de 600 desaparecidos. Hoy se lamentan de no haber podido detener la inundación, pero afirman no dejarán de buscar e incidir por los desaparecidos del país y el respeto por los muertos.

Isabel y sus compañeros lograron que el Movimiento Ríos Vivos se convirtiera en una organización de segundo nivel, cobijando a otras 15 de gran envergadura. Son varios los logros que se les pueden contar: han hecho que la gente permanezca unida; que sus protestas sean pacíficas; que los hombres crean en el poder de las mujeres; lograron un puente entre los habitantes del cañón y las instituciones; han recibido el apoyo de las ONG’s más importantes del planeta; frenaron los procesos abusivos de compra de tierras; lograron también que miembros de la Policía y el Ejército los trataran con respeto, sin abusos en la mayoría de los casos; de alguna manera han concientizado a la mayoría de habitantes de los 27 municipios que toca el megaproyecto sobre el cuidado del medio ambiente, el valor de preservar los ecosistemas y frenar el daño a las aguas y el cauce del río Cauca; Pudieron hacer que la justicia impusiera dos medidas cautelares al proyecto de Hidroituango, una en relación con el ecosistema y los habitantes vivos y otra en lo que se refiere a las fosas y los muertos; y así mismo, han llevado el caso a instancias internacionales. Aunque uno de los logros más importantes es que ahora los barequeros, areneros, pescadores y agricultores de la zona se sientan orgullosos de sus trabajos y de lo que son.

En varios vídeos en espacios internacionales se puede ver la fuerza, como la del río, que tiene Isabel Zuleta. Sin temor ha ido a buscar a los ejecutivos de las corporaciones foráneas que han invertido miles de millones de dólares en Hidroituango. No le tembló la voz cuando estuvo delante de miembros del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), lo mismo hizo delante de los políticos que la recibieron en Canadá y directivos de la Agencia de Crédito a la Exportación de ese país, quienes también pusieron dineros. A todos ellos les ha dicho que su proyecto es un negocio de muerte. Muerte de los ecosistemas, la biodiversidad, de la gente.

Hasta el momento han caído asesinados seis miembros de Ríos Vivos. Mientras que entre abril y junio de 2020 en la zona de influencia del cañón han sido asesinados otros seis líderes; además se cuenta una desaparición forzada y 38 amenazas directas a miembros de organizaciones no gubernamentales. Pero Isabel Zuleta sigue a flote. No se ha dejado ahogar, no ha permitido que su energía se apague, ella es como el río Cauca: ese que es indomable pero bondadoso, que protege pero que si se le provoca responde. Ella es como el Cauca que cuando está en peligro avisa, que cuando el hombre lo ha querido manipular se ha enfurecido. Ella es como ese Mono o Patrón, como ellos lo llaman, que ha dado vida por cientos de años a millones de colombianos. El agua nace clara, diáfana, cristalina pero la mano del hombre se encarga de ensuciarla, de enturbiarla.

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