Las mujeres del norte del Cauca cuentan hoy con distintos espacios para luchar contra la violencia y sanar el cuerpo, la mente y el espíritu. El kilombo, el palenque de salud y la UAMA son tres de ellos y en todos se repite el mismo nombre.
30 de junio de 2025
Por: Laila Abu Shihab Vergara / Ilustración: Nana Sanclemente (@nana_sanclemente) y David Giraldo (@giraldocdavid)
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Según el diccionario de la lengua española, en varios países de América Latina la palabra quilombo significa “lío, barullo, gresca, desorden”. 

En el norte del Cauca, y en general en donde habitan comunidades negras en Colombia, se escribe con K y no con Q y tiene un significado propio, distinto. El kilombo es un espacio creado para sanar y equilibrar la mente, el cuerpo y el espíritu. 

Para lograrlo, se usan desde plantas medicinales ancestrales, sesiones psicológicas, de risoterapia, aromaterapia y masajes, si se trata de algo personal e íntimo, hasta tambores, marimbas de chonta y cantos tradicionales del Pacífico, si se organiza para un colectivo. “Es un espacio para cuidar el alma”, explica Andreína Loboa Balanta, coordinadora del palenque de salud propia y medicina ancestral de la Asociación de Consejos Comunitarios del Norte del Cauca (ACONC). 

La semana que conocí a Andreína los habitantes de Santander de Quilichao sí que necesitaban kilombos. Solo del 10 al 13 de junio se registraron tres ataques con explosivos contra estaciones de policía en el casco urbano del municipio, que dejaron dos heridos, y la Alcaldía impuso un toque de queda que iría de nueve de la noche a cinco de la mañana, durante siete días seguidos. 

Esos hechos se sumaron a más de 20 atentados con carros bomba, cilindros bomba, motos bomba y hasta drones bomba contra otros municipios del Cauca y el Valle del Cauca, incluidos Buenaventura y Cali, que dejaron al menos siete personas muertas y 28 heridas. Una arremetida contra la Fuerza Pública que para los habitantes del norte de este departamento no revivía viejos tiempos. Solo era la prolongación de los que siempre han vivido, pero con grupos armados que usan un uniforme distinto. 

En circunstancias así los kilombos eran urgentes, indispensables, pero los ataques forzaron la cancelación de los que estaban programados, incluyendo uno para 13 mujeres que viajarían desde otros municipios, como Buenos Aires y Caloto. 

De los números a la medicina ancestral

Andreína Loboa Balanta vino al mundo “no a padecer ni sufrir, sino a tratar de vivir con un propósito”. 

Aunque no nació en Santander de Quilichao, ha pasado allí 31 de sus 41 años y se considera más caucana que muchos de los que la rodean. De niña, soñaba con ser cantante de baladas (“me encanta la música calmada”, admite). En la vereda El Palmar, donde creció y sigue viviendo (“amo el campo”, repite varias veces), cualquier palo terminaba convertido en micrófono. Sin embargo, cuando tuvo la oportunidad de estudiar, a los 23 años, entendió que ese sueño no le iba a pagar el mercado y escogió la carrera de Contaduría Pública. Se graduó de la Universidad del Valle en 2014.

Poco después, Andreína comenzó a trabajar como auxiliar administrativa de ACONC, que agrupa a los 43 consejos comunitarios que se han formado en 10 municipios del norte del Cauca para gestionar los territorios colectivos de las comunidades negras, velar por la protección de sus derechos y la conservación de su identidad cultural y prácticas ancestrales. 

Ella no se explica qué pasó, todavía se lo pregunta, pero en 2018 el entonces representante legal de ACONC, Víctor Hugo Moreno Mina, le propuso que se pusiera al frente del palenque de salud propia y medicina ancestral de la asociación. 

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—Un palenque es un espacio donde la gente negra puede reunirse y resguardarse. Es un refugio —explica Andreína.

Los palenques que poco a poco se han ido formando en el norte del Cauca están inspirados, por supuesto, en el Palenque de San Basilio, ese primer pueblo libre de América, fundado en el siglo XVII por cimarrones que huyeron del régimen esclavista. Siglos después, esa experiencia ha derivado en palenques de salud propia y medicina ancestral, derechos humanos e integridad cultural, mujer, medio ambiente, gobierno propio y comunicaciones, entre otros. 

Aunque en principio lo que ella hacía con los números no tenía nada que ver con la salud, Víctor notó que en sus venas corría un interés genuino por el tema. Un interés que solo se despertó en ese momento, a pesar de que desde 2006 hacía parte de organizaciones juveniles que promovían el liderazgo social y político.

—Siempre me había gustado el tema de la salud pero desde el ámbito de la medicina ancestral, el de entender cómo funcionan las plantas tradicionales que nos sirven en nuestra vida diaria como comunidades negras. Por eso acepté, no era muy fuerte en eso pero creía que podía hacerlo bien y aprender mucho —cuenta Andreína mientras se acomoda sus trenzas largas, que le llegan casi hasta la cintura, para que se vea la camiseta blanca que lleva puesta, con el logo de ACONC y del palenque. Está muy nerviosa porque no es usual  que le hagan entrevistas, dice. 

Tanto ha aprendido que ya completa siete años en el cargo, con reelección incluida. Desde ahí ha promovido la partería y la prevención de enfermedades en las niñas y los niños, y ha acompañado activamente la creación e implementación de estrategias como el kilombo o la Unidad de Atención para Mujeres Afronortecaucanas, una ruta de atención de violencias basadas en género única en su tipo.

Las mujeres del norte del Cauca cuentan hoy con distintos espacios para luchar contra la violencia y sanar el cuerpo, la mente y el espíritu. El kilombo, el palenque de salud y la UAMA son tres de ellos y en todos se repite el mismo nombre.

Sanación de cuerpo, alma y espíritu 

Eran las 5:35 de la tarde del sábado 4 de mayo de 2019 cuando unos hombres armados irrumpieron, con disparos de fusil y una granada, en la finca La Trinidad, donde se reunían 16 líderes de las comunidades negras del norte del Cauca. El ataque ocurrió en un lugar cargado de símbolos. Se trata de un predio ubicado en la vereda Lomitas, de Santander de Quilichao, rodeada de cultivos de caña de azúcar, y que se recuerda como una de las primeras tierras restituidas a los consejos comunitarios de esa zona. 

Los líderes preparaban una reunión que tendrían cuatro días después con delegados del Gobierno Nacional. En el momento del ataque estaban presentes, entre otros, Víctor Moreno, de ACONC; Carlos Rosero, uno de los fundadores del Proceso de Comunidades Negras; Clemencia Carabalí, entonces presidenta de la Asociación de Mujeres Afrocolombianas del Norte del Cauca (ASOM), y Francia Márquez. Dos escoltas de la Unidad Nacional de Protección resultaron heridos.

El primer kilombo que se hizo en la región fue una respuesta a ese ataque. La idea era ofrecerles contención emocional a los líderes presentes ese día en La Trinidad, en un espacio que ellos mismos eligieran y que les permitiera gestionar el miedo y la rabia de otras formas. 

“El kilombo permite sanar desde adentro, que si estás en el río le entregues a la madre agua tus dolencias, tus preocupaciones, que abraces los árboles y desde ahí encuentres una conexión profunda con ellos y puedas sacar todo ese malestar que sientes”, dice  Luisa Melo, habitante de Caloto, integrante del Consejo Comunitario de Yarumito y oficial en psicología de Alianza-ActionAid, una organización feminista que en Colombia fortalece procesos liderados por mujeres, jóvenes, comunidades étnicas y organizaciones de base. 

Ese kilombo inicial se diseñó como una experiencia de desconexión en una finca, que durara tres días, pero los líderes no lograban aprovecharlo. “Era todo un reto porque por las situaciones de violencia que enfrentaban era obvio que les quedaba difícil enfocarse plenamente en ese momento”, relata Melo. 

Poco a poco, en un trabajo que duró meses e incluyó sumar a la Guardia Cimarrona y construir confianza con los esquemas de protección de los líderes que estaban amenazados, los kilombos empezaron a dar frutos. 

Melo, quien ha acompañado ese y otros procesos, cuenta que al principio les costaba incluso cerrar los ojos y dejarse llevar para un ejercicio de meditación. Y recuerda especialmente un caso: el de un líder que vivía muy angustiado porque su nombre aparecía en una ‘lista negra’. Después de pasar varias veces por el kilombo, un día llegó a agradecerles a todos los que tenían que ver con esa estrategia porque, a pesar de seguir amenazado, había recuperado el sueño y ya no sufría de alopecia.

Cuando los kilombos llegaron a ese punto, en ACONC se plantearon la posibilidad de ofrecerlos a cualquier persona, no solamente a quien ejerza algún tipo de liderazgo o sea defensor de derechos humanos. Hoy, los pueden usar quienes atraviesan un duelo, por ejemplo, o quienes tienen consumos problemáticos de sustancias psicoactivas.

—La idea es estabilizar a la persona en un momento muy difícil, armonizarla. Los problemas no se van a ir, pero al salir del kilombo tendrá herramientas para afrontarlos y seguir el camino —insiste Andreína en una especie de consultorio que adecuaron, en la sede de ACONC en Santander de Quilichao, para ofrecer los kilombos cuando son individuales. Es un lugar angosto pero muy cómodo, con una camilla para hacer masajes, un tambor, unas repisas con velas, esencias florales, plantas medicinales, algunos libros. Las ventanas son especiales para alejar el ruido.

La clave es que la persona se sienta cómoda y segura en el espacio donde se realiza. “Y si para eso toca ir a alguna vereda a atender a alguien, se hace”, añade Andreína. “A veces la gente solo necesita ser escuchada. Lo que queremos es ayudar porque igual todos en algún momento tenemos un desequilibrio entre cuerpo, mente y espíritu y el kilombo existe para sanar y armonizar esos tres campos”.

Ana Yency Mina Larrahondo es la presidenta del Consejo Comunitario Zanjón de Garrapatero. Es una lideresa reconocida y respetada en el norte del Cauca, que lucha todos los días porque su labor como defensora de su pueblo y su territorio no le absorba la energía que también requiere para cuidarse a ella misma y cuidar de sus hijos. Por eso, es usuaria frecuente del kilombo. 

A veces pasa, incluso, que quienes los atienden, las sabedoras, las psicólogas, terminan rotas por el estado emocional en que llegan algunas personas, y necesitan de ese espacio.

Andreína misma lo ha usado, cuando ha tenido problemas de salud que requieren una mirada que vaya más allá de lo físico. Aunque ella, callada por naturaleza, introvertida, “calmada pero no pasiva”, como se define, prefiere hablar con Dios cuando el mundo se pone difícil. Trabajar la espiritualidad es, para ella, una manera de “resistir las violencias de la calle, del conflicto, pero también las violencias de la casa”. 

El peso de la violencia psicológica  

La violencia sexual que ha impactado a las mujeres negras por culpa de la guerra está cada vez más documentada. Según la Unidad para las Víctimas, hasta el 1 de abril de 2024 había registradas, en sus bases de datos, 40.602 víctimas de “delitos contra la libertad y la integridad sexual” en todo el país, de las cuales el 90% son mujeres y el 22% son negras, afrocolombianas, raizales o palenqueras. Para la Comisión de la Verdad, “el cuerpo de las mujeres negras, afrocolombianas, raizales y palenqueras fue convertido por los actores armados en un campo de disputa” y la “violencia sexual y el racismo” han generado “profundos daños con efectos individuales y colectivos en sus contextos comunitarios”. 

Pero hay otra violencia sexual de la que públicamente se habla mucho menos. Según el informe “Mujeres y hombres: brechas de género en Cauca”, elaborado por la Gobernación del Cauca, ONU Mujeres y el Observatorio de Asuntos de la Mujer del Cauca en 2020, en el 79,4% de los casos la violencia sexual contra las mujeres ocurre en su propia vivienda. Muy lejos aparecen los sitios al aire libre, como bosques, potreros y playa, entre otros, con el 4,4%, y la calle, con el 4,2%. Según el documento, de los 2.112 casos de presuntos delitos sexuales registrados entre 2015 y 2019 en el departamento, en el 91% el agresor era alguien conocido. Un familiar, un amigo, la misma pareja. 

Esas dos realidades, tan dolorosas como inocultables, fueron el punto de partida que en 2021 tomaron las lideresas del norte del Cauca, incluida Andreína, para diseñar la Unidad de Atención para Mujeres Afronortecaucanas (UAMA). 

Pero hay otro dato, también muy diciente, que las impulsó a darle vida al proyecto: en el mapeo de riesgo y la tipificación de violencias que hicieron para construir el piloto de la ruta de atención, la que más mencionaron las encuestadas no fue la violencia sexual, sino la psicológica. Y, dentro de esa categoría, apareció varias veces la violencia vicaria.  

“Detectamos un patrón de comportamiento, una normalización de los comportamientos violentos al interior de las familias negras”, dice Luisa Melo, la psicóloga que ha acompañado ese proceso. 

La UAMA es la primera ruta de atención a mujeres negras víctimas de violencias, creada por ellas mismas. Su germen está en un proyecto de ACONC llamado Jóvenes y Mujeres Constructores de Paz, que incluía el diseño de estrategias de autoprotección y cuidado de la vida dentro de los consejos comunitarios, así como escuelas de formación en empoderamiento político, participación política, guardia cimarrona, justicia ancestral y gobierno propio. Andreína Loboa Balanta recibió ese entrenamiento.

Una vez establecida la matriz de riesgo, las mujeres negras se dieron cuenta que coincidían en algo: lo primero que hacían si sufrían algún tipo de violencia de género era buscar a la comadre, entendida como esa mujer sabia, cuidadora, que inspira total confianza y respeto, a la que se le pueden contar las cosas sin correr el riesgo de ser revictimizadas. 

Así encontraron cómo nombrar el primer paso de la ruta de atención cuando se active: buscar a la comadre.

“En la práctica, ellas brindan unos primeros auxilios psicológicos, sin saber que se llaman así. La idea de la UAMA es formar y capacitar a las mujeres que serían comadres para que hagan esa primera contención emocional. Con una ventaja adicional: su enfoque étnico y territorial, porque se trata de hermanas, mujeres negras que conocen nuestros usos, prácticas y costumbres porque los comparten”, explica Melo.

El segundo paso es un kilombo, que nunca tiene límite de tiempo. Si la persona necesita acompañamiento durante una mañana o una tarde completa, puede tenerlo. Algo que las mujeres valoran mucho, si lo comparan con los 15 o 20 minutos que suele durar una consulta con la psicóloga de la EPS, cuando tienen suerte y la consiguen. 

“Antes de acudir a las autoridades, que casi siempre las revictimizan, es importante equilibrar su campo energético, que se atiendan a ellas mismas desde adentro, que reconozcan las emociones que experimentan apenas han sufrido un episodio de violencia psicológica, para luego encargarse del resto”, explica la psicóloga de Alianza-ActionAid.  

La UAMA también incluye unos espacios de formación para la Guardia Cimarrona y hasta para los llamados ‘motorratones’ o ‘piratas’, como se les conoce en la región a los hombres que conducen las motos o los carros que prestan el servicio de transporte desde y hacia las veredas. Y hay algo que saben que puede resultar polémico en muchos espacios: la ruta de atención asume que los agresores también son víctimas de algún tipo de violencia. 

—Es muy importante que la cadena de abusos se rompa, que los niños no se sigan alimentando de los comportamientos que ven en sus padres —anota Andreína. Cuando se siente cansada puede subir hasta la terraza de la sede de ACONC y observar los cerros que rodean al municipio: Munchique, Garrapatero, La Chapa.

El proyecto ya fue presentado a las entidades prestadoras de servicios de salud del departamento, así como al ICBF, las Personerías, la Fiscalía, las Comisarías de Familia. El problema es que no ha podido pasar de la fase piloto. Y está pendiente la formación de las mujeres que serán comadres en el primer paso de la ruta. 

La idea, señala Andreína, es que llegue un momento, ojalá no muy lejano, en que cada uno de los 43 consejos comunitarios del norte del Cauca tenga su propia UAMA. 

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Resistir no es aguantar

En el primer piso de la sede de ACONC hay una cartulina negra con muchas palabras escritas en letras blancas, alrededor de la silueta de una mujer afro: “Resistir no es aguantar”, “apoteósica”, “valiente”, “arriesgada”, “entereza”, “libres y seguras”, “amor”, “poderosas”, “la lucha es constante para lograr el objetivo”. 

A Andreína Loboa Balanta no le gusta llorar. Le cuesta muchísimo abrirse, sonreír, contar sus cosas, creerse el cuento de que sí está haciendo algo importante por la comunidad, por las mujeres. 

Pero de algo sí está segura: el camino que se anda despacio, con “amor, paciencia, argumentos, cuestionando con respeto, resistiendo pero no aguantando”, siempre lleva a buen puerto. 

Rossana Mejía Caicedo es una lideresa histórica de las comunidades negras, actual consejera mayor de la Asociación de Consejos Comunitarios del Norte del Cauca, que ha visto la consolidación de Andreína como referente e inspiración para otras mujeres: “Ella ha hecho un trabajo muy importante y muy silencioso. Al principio, era la que nos corregía los oficios, nos ayudaba a pagar esta cosa y la otra, pero ha ido creciendo de tal manera que ya está a otro nivel. Por eso ha repetido periodo. Andreína entendió que aunque la medicina ancestral del pueblo negro es fundamental para sanar las dolencias del cuerpo, es más importante aún sanar la mente, el espíritu. Sanar antes que castigar. Ella es muy buena para eso”. 

Varias veces, en el encuentro que tuvimos, Andreína repetirá que no le parece lógico que uno venga al mundo solo a sufrir y morir. 

—Yo estoy segura que todos los seres vivos tenemos un propósito. 

Y ahí está el suyo. Contribuir a la disminución de las violencias contra las mujeres negras. Impulsar su empoderamiento. Ayudarlas a que resistan. 

—Si nuestros ancestros pudieron resistir a pesar de todo lo que sufrieron, ¿cómo es que nosotras no vamos a poder resistir y luchar por encontrar mejores condiciones de vida? 

* Esta historia fue posible gracias a una alianza entre VORÁGINE y Alianza-ActionAid y la Generalitat Valenciana.

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