La venta de base de coca acaba de reanudarse tras una parálisis inédita que duró dos años y provocó hambre y desplazamientos.
29 de septiembre de 2024
Por: Jaime Flórez / Ilustración: Angie Pik
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En el Catatumbo, el estado del negocio de la coca se refleja en las cantinas. Si la pasta base se vende a buen precio, hay juerga. “Antes, los fines de semana eran una locura, los billares llenos, la gente tomando, el derroche”, recuerda uno de sus habitantes. Pero durante los últimos dos años, en la mayor región cocalera de Colombia no hubo fiesta. 

Las rancheras y vallenatos dejaron de sonar a todo volumen, los bebedores entraron en una sobriedad obligada y muchos negocios nocturnos tuvieron que cerrar sus puertas. Esta era apenas una de las postales de la crisis cocalera, la más grave registrada, esa misma que  detonó porque no había quién comprara la pasta base hecha con la hoja. La situación paralizó la economía catatumbera casi por completo, causando hambre y desplazamientos. De paso, abrió una oportunidad inédita para que esa zona pudiera abandonar el cultivo ilícito. 

Hoy, todo apunta a que la crisis se acabó. Varias fuentes de esa región de Norte de Santander y el mismo gobierno le confirmaron a VORÁGINE que el negocio se reactivó entre mayo y junio pasados. Poco a poco, la plata de los narcotraficantes ha vuelto a circular, y los campesinos les están vendiendo la pasta base de coca que tuvieron acumulada por meses en sus fincas.

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La puesta en marcha del negocio ha venido tomando fuerza con el pasar de las semanas. Los intermediarios de los narcos no sólo han comprado la coca represada, sino que regresaron con una promesa clara: “le dicen a la gente que se pongan a sembrar de nuevo porque hay plata para comprarles todo lo que produzcan”, cuenta un habitante que prefiere reservarse su nombre. Según la información del programa de sustitución de cultivos de uso ilícito, el Clan del Golfo es la organización que más ha dinamizado la reanudación de la venta. 

La crisis parece estar llegando a su fin, pero sus secuelas continúan. En el aire todavía queda la pregunta sobre las nuevas dinámicas del narcotráfico en Colombia que causaron esta situación de parálisis inédita. Además, entre quienes le apuestan a que el Catatumbo pueda desarrollarse económicamente sin la sombra del narcotráfico, ronda la sensación de que el gobierno desaprovechó una oportunidad de oro. Para otros más optimistas, la crisis de la coca dejó abierto un camino abierto para pensar en alternativas que expulsen el lastre de la coca del corazón de la economía de la región.

Los orígenes de crisis cocalera

“Cuando había auge y había plata, usted encontraba en Ocaña un médico especialista en cualquier cosa, porque los médicos venían y montaban una clínica particular y la gente llegaba allá. Los hijos de los campesinos tenían la oportunidad de ir a estudiar a una universidad. La gente podía arreglar su casita, arreglar las carreteras, meter maquinaria. En el Catatumbo, la hoja de coca se convirtió en los ministerios del gobierno, esos que nunca han hecho presencia en la región. De la coca se solventaba la educación, la salud, la vivienda”, dice Olger Pérez, un destacado líder campesino. 

Sus palabras describen la dependencia que el Catatumbo tiene de este cultivo. Son 12 municipios que suman alrededor de 300.000 habitantes. La economía de esta región depende en buena medida del dinero que reciben los campesinos que producen la hoja. Los intermediarios de los narcos pagan por la pasta base y luego se encargan de convertirla en cocaína. Por eso, cuando en 2022 los compradores dejaron de aparecer por las trochas que bordean estas montañas, la gente quedó contra las cuerdas.

El dinero dejó de circular y los campesinos tuvieron que usar la pasta base como moneda de cambio para comprar comida en las tiendas y mercados. Cientos de raspachines, la mano de obra de la coca, se internaron en las minas ilegales de carbón que hay en Tibú o Sardinata para tratar de excavar de allí su sustento. 

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Era tanto el desespero que algunos campesinos agarraban pequeñas cantidades de pasta base y se iban en sus motos por las trochas, en busca de un comprador en Ocaña o en Cúcuta, para regresar con algo de mercado para sus familias. Pero en el camino, las autoridades capturaron a muchos y estos terminaron presos. 

Otros optaron por arrancar la coca y sembrar cultivos de pancoger para su alimentación diaria. Pero esta, la solución más obvia, no resultaba tan sencilla, pues tantos años de uso de herbicidas en la producción de la coca han dañado la tierra y dificultan el crecimiento de otras plantas. 

Mientras los campesinos pasaban hambre, los expertos y las instituciones comenzaron con los diagnósticos. Hubo todo tipo de teorías: se dijo que el auge del fentanilo en Estados Unidos había debilitado la demanda de cocaína; que el cambio de gobierno y la salida de mandos militares y policiales aliados del narcotráfico tenía obstruidas las rutas de la droga. Incluso se planteó que la captura de “Otoniel”, el otrora gran capo del Clan del Golfo, había causado incertidumbre entre los narcos, que preferían ser más cautos en sus movimientos. 

Dos años después hay más claridad, sin que se haya dado una respuesta que explique por completo la crisis. Adam Isacson, investigador de la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA) elaboró un informe en el que identificó doce posibles causas del desplome de la economía cocalera no sólo en Catatumbo, sino en otros enclaves como Nariño, Cauca y Putumayo.

Según su análisis, la principal causa apunta a que, antes de la firma del acuerdo de paz, las Farc ejercía como el gran regulador del mercado de la coca en todo el país. Tras el desarme de la guerrilla, “de repente no había ningún actor con la capacidad para fijar y estabilizar el precio”. El valor  de la coca se infló, lo que hizo que el cultivo fuera más atractivo para muchos campesinos, y eso llevó a la sobreproducción y acumulación del producto. 

Una interpretación similar tienen en el gobierno nacional. Gloria Miranda, directora del programa de sustitución de cultivos ilícitos, explica: “la crisis de la coca no era producto de una crisis mundial de la cocaína, sino que era un fenómeno mucho más interno: la sobreoferta de producción de coca y de pasta, entre otras cosas porque la pandemia generó una especie de reserva en stock de mucha producción. Eso, a su vez, hizo que la oferta superara lo que los mercados estaban demandando”.

La reanudación de la compra de la coca en el Catatumbo demostraría que los mercados demandan de nuevo la producción de cocaína. Varias fuentes le dijeron a VORÁGINE  que el precio de compra de la pasta es variable, pero está repuntando. Se cotiza a 2,7 millones de pesos por kilo en los casos más rentables, aunque en algunas zonas todavía se mantiene sobre 2 o 2,4 millones. Una de las fuentes explica que incluso con un precio de 1,8 millones, el kilo deja ganancias para el vendedor. 

Sobre esos precios es que los narcos les están comprando la pasta base a los campesinos de la región. Con ese insumo, continúan con el procesamiento para transformarla en cocaína, que luego sale hacia pistas en el Caribe colombiano o sobre la frontera con Venezuela, para continuar su tránsito hacia Estados Unidos. En esa compleja cadena también entran los grupos armados que participan del negocio y que por momentos se disputan con violencia el control territorial. En la región hay fuerte presencia del ELN, del frente 33 de las disidencias de las Farc, y recientemente se ha reportado la expansión del Clan del Golfo.

La puerta que abrió la crisis

El presidente Gustavo Petro viajó al Catatumbo a finales de 2022, cuando la crisis de la coca ya había comenzado. La presencia del mandatario en la asamblea de organizaciones cocaleras en El Tarra generó expectativas en la región. “Ustedes tienen razón. ¿Cómo vamos a salir de una economía ilegal si la juventud no tiene perspectivas? Si su única opción es que lo contraten por uno o dos millones para portar un fusil para matar a otro joven. Debe haber otras alternativas en la región y es el deber del gobierno que es el que tiene con qué hacerlo”, dijo Petro ante miles de campesinos, la mayoría de ellos cocaleros.

La visita del presidente activó las acciones del gobierno nacional en varios frentes que hoy se concentran en el denominado Pacto por el Catatumbo. Este contempla inversiones en salud, vías, educación y desarrollo industrial que puedan sacar a la región de su dependencia de la coca, y por lo mismo, de su vulnerabilidad frente a los grupos armados. Una de las promesas que más resonaron fue el anuncio de la construcción de la Universidad del Catatumbo. 

Hoy, los líderes de la región reconocen los avances. “Hemos logrado un consenso entre las organizaciones sociales, los alcaldes, el gobernador y el gobierno nacional en definir una hoja de ruta de inversiones a más de diez años. Lo que tenemos trazado es que el Pacto por el Catatumbo vale 3,7 billones. El presidente debe venir a definir cuánto deja este gobierno y lo demás quedaría en vigencias futuras”, explica Junior Maldonado, vocero de la Asociación de Campesinos del Catatumbo, Ascamcat. 

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A la par de las expectativas por el plan de inversiones, también hay inconformidad con el manejo que el gobierno le dio a la crisis de la coca. Mucha gente de la región vio en esa situación la oportunidad perfecta para que se impulsaran los proyectos de sustitución de cultivos ilícitos, para que la gente cambiara la coca por otros productos. En eso, sienten que las instituciones fueron lentas. “En este tiempo, las agencias se dedicaron a hacer diagnósticos y no intervinieron”, dice un conocedor de la región. 

Para Olger Pérez, líder de la Asociación por la Unidad Campesina del Catatumbo, Asuncat, “el gobierno desaprovechó este cuarto de hora, la coyuntura que se generó. Esto se quedó en ilusiones, en los pronunciamientos. Nosotros les decíamos: aprovechemos que hay buena voluntad de la gente de querer erradicar la coca. Pero nada. Y hubo tiempo, fueron dos años y medio. Ahorita ya la gente está retomando los cultivos de coca que uno antes veía abandonados”.

Gloria Miranda, directora de sustitución de cultivos de uso ilícito, que hace parte de la Agencia de Renovación del Territorio (ART), dice que sí se aprovechó la crisis, “en el sentido que llegamos a varios acuerdos con las comunidades, y que gracias a eso se van a iniciar procesos no solo de la clásica sustitución, que es intercambiar una mata por otra, por ejemplo, intercambiar coca por cacao, sino que vamos a construir un proceso mucho más complejo atado a la agroindustrialización. Vamos a poner plantas transformadoras, porque de esa forma el campesino va a vender un producto con valor agregado, y eso le va a generar un ingreso mayor que le compita a la coca”.

La funcionaria dice que, a partir de enero, el programa que dirige va a empezar la ejecución de 100.000 millones de pesos para reemplazar la coca por café, cacao y proyectos de piscicultura. “La negociación ha sido un poco difícil porque en el Catatumbo hay muchísima coca, muchísima gente por atender, entonces definir dónde se va a priorizar la inversión y con quiénes, ha sido un proceso demorado”, agrega.

La crisis de la coca también mostró la volatilidad de la cadena del narcotráfico en un escenario nuevo del conflicto colombiano. Y eso también genera incertidumbre sobre el futuro del eslabón más débil, que es el campesino que cultiva la hoja. “La gente está en una disyuntiva. A pesar de que hay una recomposición de la venta, la gente sí está buscando la salida de los cultivos. Hoy a quien se le ofrezcan garantías de sembrar y comercializar otros productos, va a optar por esto. La ventana no se ha cerrado. Pero hay una disputa de qué avanza más rápido: si el negocio de la compra de la pasta base o la sustitución de cultivos”, dice Junior Maldonado, de Ascamcat. 

Lo cierto es que la vieja dinámica que ha movido al Catatumbo por tres décadas, y que estuvo suspendida por dos años, ya se reanudó. Los compradores que tienen contacto con los narcos aparecen en algún punto de las montañas de la región, y allá llegan los campesinos a venderles la pasta base. 

Si tiene más información de este y otros temas, escriba al correo jaime.florez@voragine.co

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