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Lavedis Ramos no habría sido asesinada si ese domingo primero de septiembre su jefa, Elsy Ordoñez, no se hubiera enfermado desde temprano. Elsy se quedó descansando por sus dolores de cabeza y de estómago, que se hicieron más intensos con el pasar del día, y finalmente desistió de ir al evento de campaña de Karina García, candidata a la alcaldía de Suárez (Cauca). Esa decisión le salvó la vida. En la camioneta quedó disponible un cupo y este lo tomó Lavedis.
Aquel domingo ella fue a donde su madre Helena en su puesto en la plaza de mercado, donde vende mazamorra y jugos, y le dijo que no podría ayudarla a pesar de ser el día más ajetreado. Negocios por doquier, motos escandalosas bajo un sol picante de media mañana, carpas donde la gente se protege en la sombra y chivas que se alistan para arrancar con personas sobre los techos. De un lado a otro todos se mueven. Suárez, en el norte del Cauca, es otra los domingos.
Apenas Lavedis se enteró de que había un cupo en la camioneta dejó a su madre Helena y en el parque se encontró con su padre Adrián.
—Papito, cuídense mucho, ¿bueno? Cuídese y cuide al niño —le dijo.
“Cuando me dijo eso sentí como si ella supiera que algo malo iba a pasar”, dice Adrián Ramos, mientras mira a la calle y trata, desde un mirador donde se ve gran parte del municipio, de ubicar la lomita donde vive y lo cerca que vivía de su hija Lavedis.
Aidé Trochez no se quedó en su casa la noche del sábado 31 de agosto, lo recuerda muy bien Seddy Capote, su expareja. Antes de partir hacia la vereda Bellavista el domingo, para acompañar a Karina García, Aidé y Seddy hablaron por última vez y se dijeron lo mucho que se querían al despedirse. Seddy y su amiga Margot Montero debían preparar una reunión en el casco urbano de Suárez mientras el equipo de campaña recorría en camioneta la zona rural del municipio, y llegaba al anochecer para atender el evento. A las seis de la tarde esperaron a que alguien de esa comitiva contestara el teléfono, pero nunca hubo respuesta, la reunión política pronto se volvió un calvario de angustia porque no sabían nada de los que iban en la camioneta. Seddy, a pesar de la ansiedad, se mantuvo positivo: “Algo ha pasado pero todos seguramente están bien”, pensó.
Acordaron que la reunión sería a las siete, pero a las ocho, al no verlos llegar, decidieron cancelarla. Esa noche, a Seddy y a otros les dijeron que había habido un enfrentamiento y que posiblemente no los habían dejado pasar. La ansiedad devoró a Seddy en las siguientes horas.
Cuando el agobio lo hizo levantarse de la cama, agarró su moto y se fue hacia la casa de Karina. Había tanta incertidumbre alrededor que, desesperado, les dijo a todos: “Ustedes verán si se quedan aquí, pero yo me voy a ver qué pasó”.
La última vez que Edilma Bueno vio a su sobrino Héctor González lo encontró en la mañana, asomado a la ventana de su casa. Ese día agarró unas naranjas que su tía no podía comer porque se sentía enferma. Edilma tomó su medicamento, extendió una colchoneta y cerró los ojos hasta que concilió el sueño.
Edilma despertó a la una de la tarde, sin dolor, y llamó a Karina: “Alcaldesa —porque ya le decía alcaldesa— hoy no podré acompañarla porque sigo sin energías”. Karina le encargó que se uniera a Margot Montero para organizar la reunión de la noche de ese domingo y que estuviera lista a iniciarla cuando regresaran de su recorrido por la vereda Bellavista.
“Los llamé desde las seis de la tarde pero no me contestaban”, recuerda Edilma. Cuando se acercaba la media noche recibió una llamada en la que le informaban que la camioneta había quedado en medio de un enfrentamiento pero que ellos habían logrado salir con vida.
Se fue a dormir y despertó a las cinco de la mañana. No había salido el sol y ya estaba lista para ir a ver con sus propios ojos lo que había pasado: estaba equivocada, ellos no habían escapado.
“Los últimos días de la campaña fueron unos días muy tensos, se habían presentado unas situaciones complicadas en las que llegaban amenazas en contra de la vida de Karina, es decir, en contra de nosotros, no era fácil todo lo que estábamos viviendo. El jueves 29 de agosto tuvimos un comité electoral donde por primera vez vi a Karina derrumbarse, Otilia temía por la vida de su hija”. Así recuerda Marly Sánchez la sorpresa que le dio ver temor en Otilia Sierra, la madre de la candidata, quien también fue masacrada junto a su hija. Aquel jueves Héctor, Lavedis, Aidé, Yeison y Otilia se sintieron derrumbados, eso cuenta Marly, quien los conocía a todos, ella era una de las mujeres más involucradas en la campaña política.
“Yo ese día me abstuve de ir porque no me sentía segura. Así que acepté llevar a mi hijo a la iglesia”, cuenta Marly, quien igual que otros miembros de la campaña, siente que la intuición la salvó de la muerte. Fue a la iglesia, oró por Otilia, y recordó todas las veces que en campaña los habitantes del municipio se le acercaron a contarle un secreto que luego fue imposible de ocultar: los votos, en el fondo, eran para la madre Otilia y no tanto para su hija, Karina.
Karina militó en el Partido Liberal y fue la primera mujer en lanzarse a la alcaldía de Suárez en toda su historia. Su carrera política comenzó a los 23 años, cuando se posesionó como la concejal de Suárez más joven del municipio en ese entonces, luego estudió Derecho en Cali y, aunque pudo quedarse en esa ciudad, decidió trabajar como personera municipal, de nuevo en Suárez. Meses antes de que la mataran se había graduado de la Especialización en Contratación Pública de la Universidad Externado.
En la Personería se ganó enemigos políticos por estar en contra de un proceso de titulación colectiva, porque creía que vulneraba las decisiones del Consejo Comunitario de la vereda La Toma, aunque en el momento de hablar ante la Fiscalía por las amenazas que había recibido siempre aseguró no tener enemigos. Las acusaciones por parte de la comunidad que pedía titulación colectiva fueron duras, aseguraron que Karina traería paramilitares y multinacionales a esas tierras.
Con el exalcalde Hernando Ramírez, de Cambio Radical, la tensión también era alta. Karina le hizo campaña y, creyendo que sería su sucesora, en retribución pidió apoyo de su parte. Nunca llegó ese apoyo y, ante las crecientes amenazas, se hicieron más frecuentes las voces de quienes veían en ella a una supuesta política aliada de multinacionales y paramilitares. En una ocasión, Karina le suplicó a Ramírez que le ayudara a protegerla. Según Marly, la respuesta de él quedó en el acta de la reunión de ese día: “Usted quiere que me ponga el camuflado y salga a cuidarla”.
En la vereda Gelima empezaron a aparecer letras K en color negro, la publicidad de su campaña quemada o tirada en el suelo.
Solanyi Obando duró varios días sin ver a su pareja, Yeison Obando. Durante los últimos meses Yeison, de 19 años y aspirante al Concejo de Suárez, visitaba a Solanyi y a su hija cada 15 días, cuando volvía con algo de dinero que se ganaba en algún trabajo de construcción durante el tiempo que le dejaba la campaña.
Solanyi concilió el sueño pensando que Yeison se había quedado en la finca de Karina. Lo llamó varias veces pero nunca contestó su teléfono.
A Solanyi la despertó el bullicio de unas vecinas alarmadas, quienes a las seis de la mañana llegaron a su casa para contarle que el carro donde iban la candidata Karina y “sus acompañantes” lo habían quemado, pero que supuestamente a los ocupantes no los habían matado sino que los tenían secuestrados. Después de recordarlo, la joven se desahoga: “Y vea, a mí siempre me molestó que los hayan tratado así: ‘sus acompañantes’, decían siempre. Incluso cuando no sabíamos qué estaba pasando, siempre hablaban así del equipo: ‘Karina y sus acompañantes’, ‘la candidata y otras personas que iban con ella…’”.
Suárez es un municipio pobre, atravesado por una sola calle principal que comienza como una polvareda y solo se ve pavimentada casi al llegar al centro. Hay poco comercio, las personas se enfurecen o se intimidan con las cámaras, hay motos por todas partes y el puente que cruza el río Cauca se tambalea cuando una camioneta a toda velocidad lo atraviesa.
La pobreza contrasta con lujosas camionetas que a veces aparecen en el municipio, en varias de las cuales se mueven miembros de la columna móvil Jaime Martínez de las disidencias de las Farc, como alias ‘Alonso’ y alias ‘Marlon’, según el testimonio de un exmiembro de ese grupo armado. En el día se ven con frecuencia Toyotas blancas y Audis que normalmente solo andarían en el norte de Bogotá. En Suárez, ese lujo marca un abismo gigante entre quienes se rebuscan el día a día y el brillo de carrocerías costosas. De noche la rumba nace. No importa si es lunes, martes o domingo, la música y el trago aparecen. “Esa camioneta debe ser de algún patrón”, dice un joven cocalero que trabaja con su hermano en una finca. Los patrones, pulcros y rodeados de prostitutas, toman licor y escuchan música a todo volumen cuando el sol cae. En Suárez la coca lo mueve todo. “Mire, aquí la mayoría de jóvenes nos dedicamos a raspar coca, no producimos cocaína, eso está en otro lado, pero de aquí sacamos costales llenos de coca porque lo pagan bien, usted al mes se puede hacer hasta 2 millones”. Los pobladores de Suárez dicen que la columna Jaime Martínez se jacta de tener oídos en todos los rincones del municipio, y razón no les falta, cualquiera que intente grabar con una cámara la cotidianidad del municipio se puede tomar como alguien que hace un perfilamiento. Además, las amenazas también se riegan por voz a voz: Karina denunció que una vecina suya escuchó que en el pueblo alguien se había atrevido a decir en voz alta que la querían matar, Karina no sabía por qué.
Como aseguró la Comisión de la Verdad en su informe final, Colombia tiene una deuda histórica con las víctimas del Cauca.
El Registro Único de Víctimas habla de 473.533 personas afectadas por la guerra. Eso equivale a la tercera parte de la población de este departamento. Y es la región del norte y la cordillera del departamento donde el flujo de las economías ilegales, el narcotráfico y la minería ilegal han impuesto un escenario hostil, en el que se han prolongado los conflictos. Allí operan disidencias de las Farc, el ELN y el Clan del Golfo.
En mayo de 2022, tres hermanos fueron masacrados en el municipio de Bolívar. Solo en 2022 se registraron 15 masacres en el departamento, la más reciente en zona rural de Cajibío, con una narrativa que se repite: hombres armados sin identificar asesinaron a tres personas en una gallera, una de ellas el presidente de la Junta de Acción Comunal. Ocurrió el 20 de noviembre.
En muchos casos, las autoridades ofrecen recompensas de 20, 30 o 50 millones para dar con los autores de las masacres. Pero las recompensas ya poco funcionan, porque los grupos armados ya no tienen las mismas estructuras organizacionales que antes.
Lavedis Ramos trabajaba en una heladería y a veces lo hacía en un corresponsal de Efecty que administraba Elsy Ordoñez, quien convenció a Lavedis de integrarse a la campaña de Karina García, la primera mujer candidata a la alcaldía de Suárez. Tenía 32 años, faltaban dos meses para que cumpliera 33.
—Yo también estuve metido de lleno en la campaña —cuenta Adrián, el padre de Lavedis— y mi hija decidió acompañarnos porque sabía que su única esperanza era la de conseguir un puesto como secretaria.
Adrián y su esposa Helena no hablan duro. Las voces de ambos son apagadas, confiesan que desde que Lavedis murió viven con poca fuerza, hablar les cuesta tanto como subir una montaña. Ambos son bajos de estatura, campesinos, con los dedos recubiertos de una piel cuarteada por el trabajo con la tierra.
Los dos miran hacia la cabecera del municipio, toman otro trago de agua… Quieren hablar pero les cuesta hacerlo. “Yo creo que… es muy duro… para qué… todos mis hijos han sido muy queridos, han sido muy allegados a mí. Pero ella fue una que no se fue a trabajar a otras ciudades por no dejarnos solos, ella siempre nos acompañó y nunca se fue a trabajar lejos. Yo nunca, nunca conocí un reproche malo de ella, era obediente, nos queríamos mucho, era muy comprensiva, cuando hizo parte del cabildo tenía un cargo de coordinadora de damas. A ella le gustaba ir a muchas partes, estuve mucho con ella, hay recuerdos muy bonitos que me dejó”, dice Adrían mientras trata de buscar otras escenas en su cabeza.
Lavedis estudió en Santander de Quilichao y fue coordinadora de mujeres del Cabildo Indígena Cerro Tijeras de Suárez. A las integrantes les daban dinero para transportarse a Jamundí o Santander de Quilichao, ella también organizaba eventos y se encargaba de la comida para las asistentes que lograba mover.
Dice Helena, su madre, que disfrutaba poner a todo volumen música romántica y rock. La manera de vestir con la que la recuerda es con un jean sencillo y una camiseta. Cuenta que se reía mucho, se reía porque la consideraban también una especie de humorista a la que invitaban a todo tipo de eventos para que hiciera de presentadora.
Helena corta de repente su relato porque no puede pronunciar más palabras. Y por su nariz empieza a bajar un río de sangre que no cesa, como si se le volviera a abrir aquella herida indeleble llamada pérdida. “Yo no puedo acordarme de mi hija, porque yo me acuerdo y se me viene la sangre”. Se oculta bajo la mesa por pena, busca algo para limpiarse pero solo quiere cubrirse con la gorra de su esposo.
Lavedis era de estatura baja, de piel “clarita”, según su padre Adrián, cabello liso con visos rubios. “Ella en la campaña casi no participaba, hacía convenios y un día decidió ir a acompañarla. Fue el principio y el fin. Era muy comunicativa, vivió siempre en Suárez. Nació en la vereda Puerto Rico, hizo los primeros años de estudio aquí y luego se fue a estudiar a Piendamó, allá…”, y deja la frase a medias porque Helena se quiere ir al ver que está sangrando mucho.
—Mija váyase a la casa.
—Me quiero quedar para contar la historia de mi hija. Nos dejó el niño, va a cumplir 14 años. Es un niño rebelde, pero juicioso, todos los días hay que darle su platica para el domicilio y recreo... es tranquilo, es un niño que está creciendo —dice Helena mientras el sabor a hierro y a dolor de su propia sangre se le confunde con los recuerdos de su hija asesinada.
Todas las reuniones donde estuviera Aidé Trochez comenzaban con una oración profunda, a ojos cerrados, en la que agradecía por la maravilla de la vida, por las cosas buenas que sucedían en la campaña y por haber enfrentado a la violencia de género con la fuerza de Dios.
Aidé Trochez era cristiana. Marly Sánchez fue su colega en las consejerías municipales y recuerda que el poder de Aidé para calmar los conflictos era como un milagro divino. Las mujeres, en muchas partes donde llegaban, eran recibidas con chiflidos porque Suárez es un municipio muy machista, que no toleraba que un grupo de mujeres hiciera campaña para llegar a la alcaldía. Pero Aidé tenía el poder de tender puentes, de dialogar. “Ella desarmaba la situación que fuera”, recuerda su amiga.
Aunque su personalidad religiosa dijera de ella que era muy sensible, Aidé Trochez tenía peso en su liderazgo. No titubeaba cuando quería alzar su voz y organizar a un grupo de hombres trabajadores de la tierra bajo su mando. Nadie dudaba de ese liderazgo, empapado de la nobleza que le traía su fe cristiana.
Seddy Capote se enamoró de aquella valentía que le brotaba a Aidé por cada poro. “Ella en trabajos de comunidad no importaba que fuera trabajo de hombre, ‘voleando’ machete y arreglando caminos, no ponía peros, era una persona que estaba pendiente de todo y era la que oía a la gente. Proponía reuniones. Organizaba a las brigadas de salud para que fueran a Acasuarez, la asociación de cafeteros donde nos conocimos, ella era la que transmitía y comunicaba, los demás encargados no lo hacían, yo era el que la llevaba y la traía porque no hacían ni aportes para venir al pueblo”.
Seddy se enamoró de Aidé porque nunca había conocido a una mujer tan segura al hablar de los temas que la llenaban de vida: le decía a la gente que iban a trabajar por las víctimas del conflicto para que tuvieran su indemnización, y puso sobre la mesa el tema de la titulación de tierras. “Porque mucha gente tiene tierra pero no el título”, dice Seddy.
La recuerda comprensiva. Cuando se conocieron, sembrando café hace 10 años, Aidé tenía dos hijos de un primer matrimonio que ya había terminado, Seddy no tuvo reparos en ayudar a educar a esos dos niños como si fueran suyos.
“Para que conozca el talante de esa mujer, una vez encontramos a una vecina de nosotros herida porque al parecer había tenido un accidente, en realidad no la conocíamos muy bien, pero Aidé tenía la capacidad de reaccionar a muchas situaciones de manera solidaria, como pudo agarró una hamaca y me dijo que nos la teníamos que echar al hombro hasta que encontráramos la carretera. Era de noche y llevamos a esa mujer en una hamaca, imagínese, hasta la carretera y ahí llamamos a una ambulancia y ella la acompañó hasta el hospital sin necesidad de que fueran amigas. Dígame si eso no es ser alguien muy especial con la gente”.
Jader, uno de los hijos de Aidé, mira la inmensidad de la represa de la Salvajina y a su cabeza llega un recuerdo de su madre. La represa, a 20 minutos en moto por una carretera difícil, es un espejo de tintes verdes y de agua que se mueve lento, es probablemente el único lugar con algún aire turístico en muchos kilómetros, pero el conflicto armado que se respira impide que haya visitantes interesados en ella, más allá de los habitantes de alguna vereda que van a descansar en ese lugar, aparentemente tranquilo.
Jader tiene en su bolsillo un permiso en caso de que el ELN o disidentes de las Farc se aparezcan, el permiso es una hoja arrugada donde dice que Jader y la persona que esté con él puede movilizarse por esa carretera sin problemas.
—Era muy generosa, cualquier persona que tuviera una calamidad recibía la ayuda de mi mamá. Ella tenía el liderazgo por las venas.
—¿Y cómo la veían las personas a las que ayudaba o los vecinos de la comunidad?
—Pues imagínese, ella siempre les decía que no esperaba nada a cambio, que no hacía favores para luego recibir favores de ellos. Hacía las cosas desde el corazón. No les tenía miedo a los problemas, porque siempre sabía que había soluciones.
Margot, una de sus mejores amigas, no puede evitar que se le quiebre la voz cuando recuerda a Aidé. Siempre se veían en la plaza de mercado para que le ayudara a arreglar el puestico de venta de ropa, y juntas, por amor de amigas, se apoyaban para sobrevivir ante la difícil economía del municipio.
Ninguno de los que conoció a Aidé entiende por qué asesinaron a todo un equipo de campaña y a una candidata. “Aidé incluso tuvo que pagar una vacuna de 30 millones a la guerrilla para que pudieran hacer campaña, ¿por qué los asesinaron entonces?”, se pregunta uno de sus vecinos.
Los árboles de limones que sembró Héctor González hoy se ven altos y fructíferos. Edilma Bueno, su tía, dedicó su vida a acompañar causas de resistencia con nobleza, gracias a su sobrino. “Fue dinámico desde pequeño, trabajó con muchísimas comunidades y me enseñó a mí, que soy la tía, el campo político. Él fue presidente de la junta unas tres o cuatro veces. Creo que la gente le creía y veían auténtica su alegría”.
Héctor fue uno de los primeros habitantes de Suárez que quiso hacer algo por las personas más viejas del municipio, y trabajó en minería y agricultura. Sacaba oro de la vereda Maravelez y le gustaba sembrar. “Él veía a alguien sembrando y se le unía, le ayudaba porque le nacía hacerlo”.
Edilma camina entre los árboles junto a Marly, quien gracias a su estatura levanta el brazo, arranca cuatro limones del árbol y los comparte con el grupo.
Hay un video de Héctor en una reunión en la vereda Gelima, justo el último domingo que estuvo vivo. Al final del día, tras ponerse de acuerdo, algunos decidieron escuchar música para calmar la tensión de la campaña, entonces Héctor, al poner atención a las letras de una canción de reguetón se echó a reír con desparpajo, porque no podía creer que tantas vulgaridades juntas pudieran hacer bailar a su gente; pero sus risas eran con respeto, con alegría.
Un día antes de la masacre, Héctor y Marly acompañaron a la candidata Karina García: “Fuimos a una reunión a la vereda Apureto el sábado, cuando veníamos nos pusimos a ‘recochar’ y una señora me regaló unos bananos, pero nadie quería traer los bananos, entonces Héctor se montó el racimo al hombro y riéndose dijo: ‘después nadie vaya a pedir’. Nos quedó un bonito recuerdo del día anterior a todo este mal”, recuerda Marly.
Edilma se recuesta sobre el pasto, bajo la sombra de un palo, y revive una frase de Héctor que hizo mucho eco en Suárez. Cuando el alcalde quiso cambiar el día de mercado y a los comerciantes y pobladores no les gustó la idea, Héctor le dijo: “Señor alcalde, si su olla pita la de nosotros también pita”.
Anyelo González, su hermano, camina sobre el puente que conecta a los barrios del municipio y que atraviesa un río Cauca que fluye al ritmo de la represa de la Salvajina. Al fondo se ven las ruinas de lo que fue un puente colgante. “Yo recuerdo mucho este río porque aquí vine muchísimas veces con mi hermano Héctor, como era el mayor siento que era estricto conmigo, y hoy lo entiendo porque quería protegerme. Me veo saltando con él de este puente hacia el río. Una vez me retó a cruzar hasta una pequeña islita, pero no lo logré, entonces él salió a hacer el papel de salvavidas. También lo recuerdo con la olla al lado del río, o jugando, o siempre siendo protector”.
Yeison Obando, antes de ser candidato al Concejo de Suárez, soñó con ser mediocampista. Probó entrenando con equipos de Jamundí y luego viajó a Bogotá, donde jugó durante un año. La incertidumbre de saber si podría llegar a ser profesional o no le hizo tomar el camino de ayudar a la gente de Suárez. Por eso desistió de probar suerte en México.
“Luego yo quedé embarazada y al final no se fue por la bebé. A él le gustaba trabajar en construcción, también sabía administrar los contratos y les daba trabajos a otros. Él trabajaba y a los 15 días venía y me daba plata y volvía y se iba. Se rebuscaba las cosas, recogía café y ayudaba en la finca. Siempre salía a jugar fútbol con los amigos, si iba a la finca todo era fútbol, pero él ya tenía mucha edad para jugar profesional”, dice Solanyi, la madre de su hija.
Tenía 19 años cuando lo acribillaron.
Yeison soñó con trabajar el café y aprenderlo a tostar, si su plan de ser concejal se hubiera cumplido habría comprado una tostadora. También quiso estudiar para ser entrenador de fútbol, porque cuando el sueño de ser futbolista se esfumó encontró consuelo y alegría en enseñar a jugar el deporte que él consideraba el más lindo del mundo.
—Mire que yo me acuerdo mucho del día de la inscripción —comenta Solanyi— ese día todo estaba lleno de gente y nosotros salimos a una caravana vestidos de saco rojo, fue el único día que yo lo acompañé a un acto político. Él creía que los votos de su vereda Matecaña le servían para ganar.
Edilma Zambrano, la suegra de Yeison, mira la cocina de su casa y recuerda que el joven siempre estaba dispuesto a cocinar para los otros. “Sabe que yo veo esa cocina y me da mucha nostalgia, porque de una aparece el recuerdo de que el muchachito está ahí cocinando para las tres”, dice.
Solanyi y Edilma podrían recordarlo por siempre en una cancha de fútbol, con una sonrisa en el rostro y “siendo feliz, eso era lo que de verdad lo motivaba”, cuenta la viuda.
Otilia murió junto a su hija.
Todas las personas que la conocieron coinciden en que quien le metió el empeño más grande a la campaña de Karina fue Otilia Sierra.
La mamá de Karina fue uno de los principales motores de la campaña, su actividad política en Suárez fue muy importante, ayudaba a quienes no tenían dinero para salir adelante y tendió puentes para dialogar entre quienes pensaban distinto por razones políticas. Otilia creó espacios para conversar entre las diferencias.
Otilia crió a más de 10 jóvenes que no eran hijos suyos, adoptó a niños abandonados por madres que debido a la guerra huyeron del territorio. Otilia les dio educación y los sacó adelante.
“No había diferencia entre Valentina y Karina, una niña que adoptó con su alma. Otilia trabajó con el ICBF y luego como secretaria en el Concejo municipal, todo el tiempo trabajó y lo hacía para ayudar a las demás personas. Si tú escuchas, doña Otilia no era negra y ella les dio amor de madre a muchos jóvenes negros de Suárez, les ayudó a conseguir trabajo, les ayudaba a ir a la universidad y les enseñó a todos ellos a tratarse como hermanos”, cuenta Marly.
Al principio, Otilia no estuvo de acuerdo con la campaña de su hija, pero al final cedió. El 26 de julio acompañó a inscribir a Karina, las fotos de ese día la congelaron alegre y emocionada. Ella duró mucho tiempo convencida de que su hija llegaría a la alcaldía, pero se juró que esto no la haría olvidar de las necesidades de su gente y que, con mayor compromiso, debería ayudarles a resolver sus problemas. En la finca ella le decía a su hija: “Si usted no va a gobernar como es, nosotros la vamos a bajar de ahí porque todos pusimos nuestras fuerzas en esto”. Eso hizo que la campaña de Karina creciera y que los más allegados se sintieran seguros.
La celebración de cumpleaños de Karina y Otilia era una sola, porque cumplían el 9 y el 12 de abril, respectivamente. Otilia se repartía el tiempo entre ayudar a la gente, a sus hijos y, durante esta campaña, a Karina y Joaquín, el hijo de la candidata.
Por las esquinas de Suárez abundan grafitis de la disidencia Jaime Martínez de las Farc, los culpables de la masacre, según afirmó el entonces presidente Iván Duque en junio de 2022, y también del asesinato de otro líder social llamado Ibes Trujillo. Este nombre es importante porque alias ‘Tello’, miembro de ese grupo, confesó ante la Fiscalía que asesinaron a este líder social y, con la intención de no dejar ninguna evidencia, enterraron su cuerpo.
Ese domingo primero de septiembre de 2019, la camioneta de la candidata Karina García bajaba por la vereda Betulia para regresar al casco urbano de Suárez.
Leider Johany Noscué, alias ‘Mayimbú’, el principal nombre detrás de la masacre, fue abatido en combate por el Ejército en Suárez en junio de 2022. Otros altos mandos de esa disidencia eran alias ‘Alonso’ y alias ‘Marlon’. El cuerpo de ‘Mayimbú’ fue identificado gracias a un tatuaje en el brazo. ‘Mayimbú’ era cercano a ‘Gentil Duarte’ y a ‘Iván Mordisco’. Fue expulsado de la JEP por ser disidente y llegó a tener a su cargo hasta 2.000 hombres armados.
Ocho hombres detuvieron el carro blindado de la candidata, se cree que el hecho ocurrió entre las 6 p.m. y las 8 p.m., según los testimonios de campesinos que viven cerca al lugar y que fueron recopilados por Seddy Capote y Edilma Bueno. Se sabe, por los orificios, que dispararon 170 veces contra la camioneta. También se supo que utilizaron munición calibre 5.56, de fusil, y 9 milímetros, de pistola. En la reconstrucción hecha por la Fiscalía fueron tres los tiradores, dos frente a la camioneta de la campaña, bloqueando la carretera terciaria al norte, y un tercero sobre un montículo, con vista superior al automóvil.
Además, sobre las 8:30 de la noche se escucharon otras dos grandes detonaciones, según campesinos de la zona.
La balacera duró casi 15 minutos, luego los milicianos procedieron a incendiar el vehículo con los ocupantes dentro. El escolta y conductor Wilson Carvajal fue el único sobreviviente. Yeison Obando, al parecer, pudo salir de la camioneta e intentó escapar, pero fue masacrado contra un barranco en medio de la oscuridad.
‘Mayimbú’ fue un poderoso disidente de las Farc cuyo actuar y conocimientos en rutas de narcotráfico lo llevaron incluso a operar en el departamento de Arauca. El general de ese entonces de las Fuerzas Militares, Luis Fernando Navarro, afirmó que tenía bajo su mando 12 estructuras. ‘Mayimbú’ coordinaba la ruta del narcotráfico que cruzaba el pacífico caucano y nariñense.
Quince días antes de la masacre, Karina García publicó un video que decía: “Les pido a los seguidores y a los demás candidatos que no continúen haciendo comentarios irresponsables acerca de mi candidatura. Por Dios, no sean irresponsables, esto puede tener consecuencias para mí, incluso fatales”. También narró en una reunión con Policía y Ejército que en la vereda Betulia había perseguido a un hombre que había tumbado su publicidad, y que cuando lo enfrentó le preguntó por qué lo hacía y este le contestó que por órdenes de sus superiores. Pero la misma Karina dudaba, porque había hablado con los altos mandos de la disidencia Jaime Martínez y le habían prometido que no estaban participando en política. Karina confiesa que por miedo tuvo que aclarar que ella no les “iba a montar a ningún paramilitar”.
Seddy Capote aceleró todo lo que la moto podía aquella madrugada del 2 de septiembre. En Suárez había conmoción y ansiedad. Fue la peor noche para todos los familiares. Cuando vio a lo lejos la camioneta incinerada, pensó que todos habían escapado, que ahí no había nada.
Pero estaba equivocado.
Al acercarse se percató de que lo que había en la camioneta eran cenizas y huesos humanos.
Edilma Bueno, tía de Héctor González, saltó la cinta amarilla para comprobar lo que Seddy ya sabía. El horror que vivió mientras vio la camioneta con los restos irreconocibles le hizo subir la tensión y se desmayó. Tuvieron que llevarla al hospital de Suárez, donde casualmente estaba Wilson Carvajal.
“Wilson Carvajal está perdido, y eso no habla bien de él, los dos testimonios que yo le escuché eran contradictorios, y después de eso desapareció de la faz de la tierra”, recuerda Edilma. Según dijo la Policía del Cauca en ese entonces: “El guardaespaldas está herido en el hospital de Suárez, comenta que les lanzaron dos granadas al vehículo en movimiento y después los atacaron con ráfagas de fusil, que él alcanzó a lanzarse de la camioneta y huir del sitio, mientras que a los demás ocupantes los ultimaron”.
—No hemos tenido el acompañamiento de ningún psicólogo, ni uno, que nos pueda ayudar a sobrellevar este dolor —confiesa Edilma Bueno—. También es injusto que siempre se hable de Karina y “sus acompañantes”. Ellos no eran “sus acompañantes”, los que murieron ahí también eran personas valiosas que aportaban a la comunidad y no queremos que se queden en el olvido.
A Edilma Zambrano la guerrilla le asesinó a su esposo. Años después eso mismo le pasaría a su hija Solanyi, la guerrilla masacró a su esposo Yeison Obando. Edilma y Solanyi esperan que eso no le pase a la bebé que no pudo conocer a su padre.
El padre de Héctor González no quiso dar su nombre. Le fue imposible recordar algún momento con su hijo. “No puedo recordar la vida de mi hijo porque ahí mismo me quiebro, perdón pero no puedo hablar con usted”.
Desde que Otilia Sierra fue asesinada, muchos jóvenes de Suárez quedaron huérfanos.
Seddy Capote dejaba a Aidé en la carretera unos metros antes de llegar a su casa porque la pendiente era muy pronunciada y la moto no podía subir con ambos. El perro de la casa sabía que Aidé llegaba después porque subía a pie y entonces el peludo salía alegre a buscarla.
Después del asesinato de Aidé, en las noches, el perro bajaba alegre al escuchar una moto pasar, pensando que era ella, pero hace un par de meses se dio cuenta de que jamás regresaría, se dio cuenta de que a él también se la habían arrebatado.
* El 28 de marzo de 2022 el Ejército de Colombia cometió una masacre en la vereda Alto Remanso de Puerto Leguízamo (Putumayo), que fue cubierta y narrada por Vorágine en su momento. Si quiere leer las historias sobre esa masacre haga clic en los siguientes enlaces:
El operativo del Ejército manchado con sangre de civiles.
Las contradicciones y vacíos en la versión del Ejército sobre operativo en Putumayo.